A Coruña, 28 de
octubre, Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Programa: Manuel
de Falla, Noches en los jardines de España; Claude Debussy, Preludio
a la siesta de un fauno; Joaquín Turina, Sinfonía sevillana. Pablo
Amorós, piano. José Trigueros, director.
Las dio todas…
El concierto del
viernes 28 de la Sinfónica proponía un viaje musical del nacionalismo modulado y
moderado de Falla al más evidente de Turina, con escala en lo que en realidad
era una especie de punto de partida: el impresionismo de Debussy. Tomado todo,
claro, con las pinzas de prudencia necesarias para aplicar a la música estos
dos términos, impresionismo y nacionalismo, de los que tantas veces se abusa,
al menos, según los musicólogos más ortodoxos.
El programa, bien sugerente y lleno de coherencia, tuvo un desarrollo algo irregular, siendo la obra de Falla la más perjudicada. Fue uno de esos casos en los que el solista puede haber dado todas las notas y haber sido fiel a lo que podríamos llamar “la letra” de la partitura. Y Pablo Amorós lo fue.
…pero faltó el espíritu
Ese embrujo nocturno,
ese aroma musical como a jazmín o a gardenias, aunque solo sean aquellas dos de
Machín, que desprende el piano en las secciones en las que el instrumento se
integra en el sonido de la orquesta se echó de menos en la versión de Amorós.
Como también la fuerza interior y la luminosidad con la que el instrumento
solista relampaguea en sus momentos de mayor protagonismo.
Pero, sobre todo, ese
no sé qué, que según géneros y latitudes se llama gracia, duende o “swing” y
que se materializa con medios técnicos pero solo a demanda del intérprete con espíritu.
Lástima, porque Trigueros supo obtener de la Sinfónica el adecuado ambiente de hermosas
veladuras que la caracteriza. Y siempre con el adecuado carácter de nocturno,
tanto en los momentos más recogidos como en los de mayor expansión sonora, si bien
hubo algún momento puntual de estos con algún leve exceso dinámico.
Tras las Noches, Amorós regaló al público -literalmente: el aplauso no era una petición clara de bis- la canción de la Canción y danza nº 6 de Federico Mompou; solo la canción, como confirmando el dicho (debidamente y maliciosamente deformado): “lo breve, si breve, dos veces breve”. Un “gracias, no tenía que molestarse” pudo ser una contestación cortés pero sincera. Fue aplaudido por el público.
Repuestas fuerzas y recuperado
cierto nivel de atención tras el descanso, sonó en el Palacio de la Ópera esa
otra obra maestra, axial del llamado impresionismo musical, que es el Preludio
a la siesta de un fauno de Debussy. El solo de flauta inicial a cargo de
Claudia Walker Moore y el terso sonido de las trompas calentaron en buena parte
el ambiente. La calidad de secciones y solistas de la OSG y la claridad de
concepto y atención al detalle de Trigueros lograron una versión más que
aceptable de la obra, a la que solo pudo faltar ese puntito de concupiscencia
que le es inherente desde su origen en la égloga de Mallarmé.
Y, tras hacer remontar el vuelo a la Sinfónica en el Preludio debussyano, su director asociado la llevó a velocidad de crucero -y con ella la máxima altura- en la Sinfonía sevillana. Una gran claridad de líneas y planos y su fidelidad a los ambientes -y por encima de estos al espíritu- de la obra lograron elevar la reacción del auditorio -y sin dudarlo, de quien esto suscribe- al nivel de entusiasmo. Gracias, Sinfónica; gracias, Trigueros. Por el esfuerzo y por los resultados, porque no fue fácil remontar; pero estos músicos son así de profesionales, así de concienciados y concienzudos.
Ah. El título de esta crítica corresponde a las siglas IATA de los aeropuertos de París- Orly y Sevilla-San Pablo. Por lo del viaje, mayormente.
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