A Coruña, 14 de octubre, Teatro Rosalía Castro. Decadencia, de Steven Berkoff, en adaptación de Benjamín Prado. Intérpretes: Maru Valdivielso y Pedro Casablanc. Dirección: Pedro Casablanc. Escenografía: Sebastià Brosa/Silvia de Marta. Vestuario: Antonio Belart. Iluminación: Juanjo Llorens. Espacio sonoro: Irene Maquieira. Coreografía: Aixa Guerra.
Él, con "la otra" |
Steven Berkoff escribió Decadencia en la Inglaterra de
1981, sobre la que Margareth Tathcher imponía desde Londres la presión de su
gobierno "neoliberal". La privatización de empresas públicas, flexibilización
del mercado laboral, debilitamiento de los sindicatos o reducción de las
inversiones en servicios sociales como educación y vivienda, causaron graves
perjuicios y gran malestar en las clases trabajadoras. Por otra parte, sus
recortes en los presupuestos de educación superior provocaron que, por primera vez
tras la II GM, la Universidad de Oxford no le concediera el doctorado honoris
causa otorgado a todos los ‘premier’ británicos procedentes de ella.
Mientras todo esto ocurría -y, más que probablemente, porque ocurría
todo esto- Inglaterra vio crecer el número de pobres y el de ricos; de nuevos
ricos. Y el aumento de la aristocracia -bien de sangre, bien de antigüedad en la
riqueza- venida a menos.
Gente o personas (decide tú, querida lectora; querido lector)
que como dice el adaptador, Benjamín Prado,
"son clasistas y racistas, frívolos y desalmados; son
hipócritas, banales y egoístas; actúan como depredadores; no tienen
principios ni límites, aunque sí miedo a que los miserables a quienes
desprecian se junten y los ataquen; su humor es sarcasmo, su ironía es
rabia; son grotescos pero peligrosos y, antes que nada, son infelices, están
vacíos aunque no les falte de nada, y ni sus lujos ni su lujuria los llenan: a
nadie amarga un dulce, excepto a ellos".
Una joyita de personas, vamos. O de gente -tú decides,
insisto-. Pobladores de un submundo que, por desgracia, se ha reproducido y
crecido en la actualidad tras las crisis económicas, sanitarias y bélicas que
llevamos sufriendo sin pausa desde 2008. Y sin que -de momento, al menos- se pueda prever sus
posibles límites y duración.
Ella, con el amante |
La adaptación de Prado convierte la función, por ritmo de la escritura, en una especie de musical sin música. Y por qué no iba a ser así habiendo canciones sin palabras o prosa poética. Verso hay y abundante en la versión de Prado con alejandrinos a lo largo de toda ella y pareados voluntariamente ripiosos para destacar los momentos más cómicos -o incluso ridículos- de los personajes.
Lástima que la dirección de Casablanc no haya destacado esta característica, lo que habría mejorado ese carácter musical de la adaptación. Lo cierto es que el ritmo de toda la función es prácticamente vertiginoso y el espectador no tiene un momento de distracción que le permita desengancharse de la obra. Pero el ritmo contribuye también a un cierto alejamiento del carácter crítico de la obra y la de la dureza acerada de sus palabras y , de alguna manera, la dota de una cierta ambigüedad.
Ella bebe sola |
O, tratando de ser más positivos, la convierten en una obra y una adaptación para todos los públicos; porque hace pensar al espectador más “comprometido” y reír a todos. Lo que, en cualquier caso, tampoco es pequeño mérito. La actuación de Casablanc y la de Valdivieso es, en esa línea, impecable, aunque más apropiado sería decir sus actuaciones. Cada uno encarna dos personajes -la pareja venida a menos y sus respectivos amantes- y permiten distinguir en cada momento la personalidad de cada uno de los cuatro personajes. Ritmo, texto y actuación permiten recuperar el término astracanada, quizás algo devaluado con los años, pero que recupera en esta función su mejor sentido.
Hay que destacar la coreografía de Aixa Guerra como parte esencial del buen fluir de la obra, cuyos 75 minutos anunciados se hacen cortos. Escenografía y vestuario adecuados a los personajes y sus cambios rápidos en escena, espacio sonoro e iluminación contribuyen al éxito que está obteniendo esta Decadencia de Berkoff y Prado.
Que no sé si será comparable, por cierto, al que está obteniendo la
decadencia de valores de nuestra sociedad.
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