23 mayo, 2016

Pasaporte a Berlín






Juanjo Mena ha presentado –el jueves 19 en el Auditorio de Ferrol y el viernes 20 en el Palacio de la Ópera de A Coruña- el programa que dirigirá esta semana a la Filarmónica de Berlín. Dicho así, la noticia parece no tener excesiva trascendencia, pero Mena es uno de los pocos directores españoles que ocupan el podio de la Philharmonie y el de la próxima semana es, seguramente, uno de los mayores compromisos de su carrera. Que haya elegido a la Orquesta Sinfónica de Galicia para testarlo en público es una prueba del prestigio que la OSG se ha ganado en sus veinticuatro años recién cumplidos.

Juanjo Mena
En programa, la Iberia de Claude Debussy (1862– 918), el Concierto para arpa, op. 25 de Alberto Ginastera (1916–1983) y la música del ballet El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla (1876–1946). Un repertorio que en Berlín sonará muy probablemente como “exótico”, poniendo a prueba la receptividad de los filarmónicos berlineses a composiciones escritas fuera del canon de la “gran música alemana” cultivado y propagado por Eduard Hanslick [1] (1825-1904) y sus seguidores.

Al final del concierto muchos aficionados y músicos de la orquesta estaban de acuerdo en que Mena había hecho una de las mejores interpretaciones de Falla que se hayan escuchado nunca a la OSG. Algunos de los músicos lo explicaban bien claro diciendo “hasta ahora, nadie nos había explicado esta música tan claramente”. Que una gran profesional nacida muy lejos de España –pero muy arraigada de largo aquí- dijera emocionada “Hoy me he sentido más española que nunca” habla bien a las claras tanto del acierto de la dirección de Mena como del posible yerro de las ideas de Hanslick.

Música para sentir y asombrar
El sombrero de tres picos asombra y hace sentir -desde la introducción con, su fanfarria y sus palmas y gritos de ¡ole!- hasta la jota final. Así, tocar la música del ballet completo en vez de las dos suites sinfónicas – como fue costumbre hasta bastante después de su grabación de Ernst Ansermet con la Orchestre de la Suisse Romande y Teresa Berganza (1961) es una gran elección para presentar la obra en Berlín con todo el esplendor sonoro con el que se estrenó en Alhambra Theater de Londres (22.07.1919).

Decorado de Picasso para el estreno de
El sombrero de tres picos (1919)

La versión de Mena con la Sinfónica estuvo llena de gracia y de verdad falliana. El ambiente velado en la primera sección de La tarde (muchas veces anunciado como La siesta) trasladó la sensación de pueblo sumido en un cierto sopor, antes del recibimiento al cortejo del Corregidor y de la ridícula solemnidad de sus modales, perfectamente plasmada esta por el fagot de Steve Harriswangler. La Danza de la molinera, estuvo llena de la imparable fuerza y sensualidad del fandango, con preciosos solos en eco del oboe de Casey Hill y el corno inglés de Scott MacLeod. Las uvas tuvo su culmen en las correrías del Corregidor en pos de Frasquita (casi se podía ver a aquel corriendo en círculo alrededor de la molinera) y su brillante final.

La segunda parte del ballet fue un suma y sigue acumulativo de aciertos técnicos y expresivos. La flexibilidad de ritmo de Mena parecería sacada de un tratado sobre el compás flamenco y sus peculiaridades de tiempo y acentuación; algo que solo se puede interpretar como forma sintiéndolo muy dentro. Y es que, al final, la música es un juego de sentimientos y emociones engarzados en la montura de las formas (lo siento, Herr Hanslick pero, como decimos por aquí, eche o que hai).

Figurín de Picasso para
El sombrero de tres picos (1919)
Mena dio a la farruca –Danza del molinero- y su continuación todo el contraste expresivo, con garbo y fuerza (enormes los contratiempos de la mano izquierda de Ludmila Orlova al piano, el canto de José Sogorb a la trompa y, otra vez, el corno inglés de MacLeod). Y, como en la introducción, ambiente; con Raquel Lojendio volviendo a lucir carácter en esta sección; su canto del cuco tuvo una preciosa continuación en las maderas.

La Danza del Corregidor estuvo muy bien trabajada rítmica y tímbricamente y, en la Danza final -tal vez una de las obras maestras de la orquestación del s. XX-, Mena mostró el mejor Falla, en toda su plenitud expresiva, marcando cada línea melódica y haciendo apreciar al auditorio toda la enorme paleta de color orquestal del gaditano. Las palmas echaron humo. 

Si entre el público de la Philharmonie de Berlín aún quedan seguidores de Hanslick, no les vendría mal un  pequeño cambio de chip. Para que no les salten los fusibles, mayormente; el que avisa no es traidor.

Los mejores entrantes
Si el concierto gallego-berlinés fuera un menú, hay que reconocer que los entrantes estuvieron a la altura del plato principal. La obra de Debussy, un regalo de exotismo para sus contemporáneos, era una traducción de sus impresiones sobre España. Una música de ambientes, desde el nocturno de su movimiento central, Les parfums de la nuit, a las charangas, procesiones y fiestas populares de sus movimientos extremos. Y todo ello fue perfectamente servido por Mena y la Orquesta Sinfónica de Galicia, con perfecta fidelidad a letra y espíritu de la obra.

Marie-Pierre Langlamet

La solista de arpa de la Filarmónica de Berlín, Marie-Pierre Langlamet, vino a Galicia con una sencillez y espíritu de entrega realmente digno de alabanza. Tocó como segunda arpa en las obras de Debussy y Falla; las rebanadas de un sabroso y contundente sándwich cuyo centro fue el Concierto para arpa, op. 25 de Alberto Ginastera. Langlamet mostró el poderío técnico que cabe esperar en una solista de su categoría. Pero lo más importante fue su gran musicalidad en una obra de enorme dificultad técnica por sus ataques y la gran variedad tímbrica requerida.

Los grandes contrastes rítmicos y ambientales del Allegro giusto inicial fueron expresados magistralmente por Langlamet y su instrumento sonó como luz que naciera de la oscuridad inicial del Molto moderato central y su precioso entrelazar de las cuerdas. Delicadeza y diálogos llenos de lirismo con la orquesta fueron anticipo de la cadenza inicial del último movimiento, Liberamente capriccioso.

El inicio de este con las notas de las cuerdas de una guitarra pulsadas al aire y el contraste expresivo ponen los pelos de punta por la emoción de su precioso sonido (¿era necesaria realmente la amplificación?). Una especie de recoleto diálogo entre al guitarra y las arpas andina y llanera que se ve bruscamente interrumpido por la explosiva entrada de la orquesta. La continuación nos transporta de nuevo al viril ritmo de malambo que ya escuchamos en el Allegro inicial, todo ello interpretado con gran vigor expresivo por Langlamet y con un magistral acompañamiento orquestal de mena y la Sinfónica. El bis regalado, un preludio de Prokófiev, fue un prodigio de técnica y musicalidad. Y, una vez más, una bellísima demostración de la plasticidad úbica que tiene el movimiento de manos en el arpa. Las de Langlamet me recordaron el vuelo de dos aves en plena danza nupcial.

Como arriba queda dicho, ya pueden despojarse de prejuicios formalistas los filarmónicos berlineses. Ábranse y gocen, que llegan Mena y Langlamet con sus maletas bien cargadas de excelente música francohispanoamericana. Tengan en cuenta que los mestizajes vigorizan y enriquecen. ¡Salud! O sea,  Prost...!




[1] Eduard Hanslick colaboró como crítico musical desde 1846 con el Wiener Musikzeitung. Tras su ensayo en este periódico sobre el Tanhäuser de Wagner, también escribió en varios periódicos como  el Wiener Zeitung (hasta 1855), Presse (1855-64) y el Neue Freie Presse, donde siguió hasta finales del s. XIX. Rígidamente formalista, defendía la belleza como algo dependiente solo de las formas y totalmente ajeno a los sentimientos. En Lo bello en la música (1854) decía al respecto: “La pura forma, contrapuesta al sentimiento como supuesto contenido, es precisamente el contenido de la música, es la música misma”. Su idea de la belleza en la música deriva de lo que Inmanuel Kant (1724-1824) expresaba en su Critica del juicio (1790):  “Los objetos pueden ser considerados bellos cuando satisfacen un deseo desinteresado que no implica intereses o necesidades personales; de esta forma los juicios de belleza no son expresiones de las simples preferencias personales sino que son universales. El arte debería dar la misma satisfacción desinteresada que la belleza natural”. 

10 mayo, 2016

Otros mundos sonoros






El viernes, durante el descanso del concierto de la Orquesta Sinfónica de Galicia, un melómano fiel a todas las citas de música clásica de A Coruña me dio la “enhorabuena, porque a ti te habrá gustado”. Se refería a Dramatis personae, concierto para trompeta y orquesta, de Brett Dean, que la OSG acababa de interpretar. Luego añadió: “no niego el valor de estas obras pero hay fronteras que no logro trapasar” [no son palabras textuales, pero creo trasladar con bastante fidelidad el espíritu de lo que me decía]. Las palabras de este –repito- buen aficionado, bastante representativas de lo que piensa una parte del público asistente a conciertos, dan que pensar sobre los gustos, expectativas ¡y criterios! del público.

El programa ofrecido por la OSG la pasada semana -el jueves en Vigo y viernes en A Coruña- constaba de la mencionada obra de Brett Dean (1961, Brisbane, Australia) y la Sinfonía nº 1 en si bemol menor de William Walton (Oldham, GB, 1902 – Ischia, Italia, 1983). Toda una inmmersión en dos mundos sonoros tan distintos entre sí como distantes del canon clásico-romántico tan arraigado en los hábitos de escucha del público (en general, no solo de los abonados de la Sinfónica).

Juego de sordinas de Hardenberger
Foto Pablo Rodríguez cedida por OSG  

La clave para entender esta situación y tendencias me la dio el mismo viernes un miembro de la Sinfónica: “he escuchado el concierto de Dean y lo de Walton esta semana: necesito entender esta música”. Y es que no es lo mismo necesitar entender lo que se va a tocar –o a escuchar- que llegar a la sala de conciertos a escuchar –o simplemente oír- lo que el programador haya concebido. Porque el programa ofrecido es siempre el resultado de toda una compleja labor de encaje de obras, estilos, autores e intérpretes. Y una de las misiones de una orquesta sostenida con dinero público es también abrir al público las posibilidades de escucha de un repertorio insuficientemente conocido y, por tanto, que tiene más dificultades de ser correctamente apreciado.



Dramatis personae, que la Orquesta Sinfónica de Galicia estrenó en España en estos conciertos, es una obra escrita con mucho sentido del relato sonoro. Pero también con una gran riqueza de ambientes que sitúan e ilustran de forma bien dramática (en el sentido de teatral o incluso cinematográfico) ese relato. Los títulos de sus tres movimientos -Caída de un superhéroe, Soliloquio y El revolucionario accidental- son toda una declaración de intenciones en este sentido.

La trompeta es protagonista de la acción, subrayada por una magnífica escritura orquestal. Hakan Hardenberger (Malmoe, Suecia, 1961) es el dedicatario del concierto, que cuenta ya con alrededor de treinta interpretaciones en público desde su estreno en el festival de Grafenneg (Austria), el 31 de agosto de 2013, por el propio Hardenberger. Decir que el trompetista sueco tiene una técnica prácticamente perfecta y que es capaz de extraer el mayor rendimiento sonoro del instrumento es quedarse francamente corto. Su interpretación alcanza unos niveles de expresividad realmente escalofriantes por su traslación sonora de toda la densidad dramática de la obra.

H. Hardenberger
Foto Pablo Rodríguez

Su interpretación tuvo su punto álgido en el intimismo expresivo y la increíble sutileza del Soliloquio central y culminó en la ironía de ese Revolucionario accidental basado en el Charlot de Tiempos modernos, en el que Hardenberger se puso –musical y físicamente: en el fondo del escenario- al frente de la sección de trompetas de la Sinfónica para encabezar un éxito musical extraordinario. La parte orquestal, con la orquesta dirigida por Rumon Gamba (1972, GB) superó con nota todas las enormes dificultades de ajuste rítmico y control dinámico de la obra. Su recreación de los climas sonoros planteados en la partitura fue, sencillamente, soberbia.

En la segunda parte del concierto, orquesta y director afrontaron la apasionada y muy cinematográfica partitura de la Sinfonía nº 1 de William Walton, todo un monumento sonoro a situar entre lo mejor del sinfonismo inglés del s. XX. La agitación del Allegro assai inicial puso los pelos de punta a más de uno; sensaciónque resultó multiplicada por  el lirismo de algunas de las intervenciones de los solistas.

Rumon Gamba | Foto Pablo Rodríguez

El segundo movimiento está señalado con un inhabitual Presto con malizia, en el que las primeras notas en staccato de la cuerda baja marcan su cambiante carácter. Este refleja la sucesión de sentimientos provocados por la vida sentimental del autor y el Andante con malinconia provee de una reflexión que viaja de la serenidad a una dolorida pasión. Luego, la inmensa apertura de horizontes y una cierta turbulencia dominan el Maestoso. En este último movimiento fueron de destacar la claridad que Gamba imprimió al largo tema fugado, la tensión de los trémolos de la cuerda y la seca contundencia de sus acordes finales.

Rumon Gamba | Foto Pablo Rodríguez

 Su interpretación fue apasionada, con una amplitud y viveza de gesto que por momentos transitaba por la frontera entre lo apasionado y lo espasmódico. Gamba es uno de esos directores que no solo marca ritmo, dinámica y matiz sonoro sino que en cada momento de la obra refleja en sus manos, brazos y cuerpo todos los sentimientos que la obra le hace sentir. Su trabajo fue acogido con merecido entusiasmo por el público y por los profesores de la orquesta. 

06 mayo, 2016

Cultura e impulso




Solo las especies capaces de adaptarse a las condiciones de su hábitat  perduran, permanecen.

Las que mejor son capaces de transmitir sus actividades y comportamientos entre generaciones predominan, prevalecen. [1]

Los mestizajes vigorizan, fortalecen.


Árbol filogenético de Darwin

El mundo, o lo que Edward B. Tylor (1832–1917) llamaría cultura [2], vive un estado de cambio continuo que, en los últimos tiempos, sufre una aceleración progresiva y retroalimentada. Cualquier actividad humana que no se adapte a esta dinámica, puede quedarse atrás o incluso desaparecer. También la cultura, entendida en este caso tanto según el concepto clásico como en el iluminista [3].  

Desde un concepto globalizador u holístico de la cultura, la labor de esta en una sociedad es lo que las enzimas para un organismo vivo: un conjunto de catalizadores de sus reacciones bioquímicas –de sus interacciones sociales, en este caso-, sin los que fracasarían algunas de sus funciones metabólicas. La sociedad, pues, precisa de las industrias culturales (II.CC.) [4] del mismo modo que un cuerpo necesita que el corazón impulse la sangre para que esta circule por sus arterias, venas y capilares: para que las II.CC. hagan llegar hasta el último de los rincones del cuerpo social todos los elementos necesarios para su desarrollo cultural.



Hasta el último rincón
En una sociedad en crisis económica y de valores como la actual –y dejamos al margen su origen y causas últimas- la cultura y sus industrias encuentran una dificultad aumentada para cumplir su misión. Está demostrado que la mayoría de la población ha perdido poder adquisitivo por una nueva distribución  de la riqueza, ya que la crisis ha favorecido económicamente a las capas más poderosas de la sociedad.

En el mercado del arte, el desplazamiento del poder adquisitivo se traduce en el enlentecimiento de la circulación y comercialización de los productos de bajo y medio precio y la consiguiente pérdida de competitividad y/o viabilidad de los intermediarios que dirigen su actividad a este segmento.

Exterior Galería Vilaseco - Laboratorio Creativo

Si, como veíamos antes, quienes trabajan en la cultura necesitan que esta circule por la sociedad como la sangre por el cuerpo -para desarrollar su labor social, para sobrevivir, para crecer, para destacar-, se hace evidente la necesidad de nuevos impulsos revitalizadores.

Las empresas tienen en estos momentos la mejor ocasión de hacer regresar parte de sus beneficios a la sociedad –que, a la postre es la que las mantiene consumiendo sus productos-, paliando así parte de los efectos económicos que la crisis ejerce sobre un amplio abanico de actividades sociales.

Corporación Hijos de Rivera actúa como socio impulsor de 12 Miradas Riverside: un proyecto cultural multidisciplinar propuesto por la Galería Vilaseco - Laboratorio Creativo, que ha de desarrollarse tanto en el entorno urbano de A Coruña como en el rural de la Ribeira Sacra.

Ribeira Sacra


HOLY RIVER, RIVERSIDE
12 MIRADAS actúa como punto de encuentro entre diferentes actividades y disciplinas. Artesanía, arquitectura, artes plásticas y diseño textil e industrial se dan cita durante meses en la galería, que hace así honor a su nombre -y vocación- como Laboratorio Creativo.

Una selección anual de doce creadores vinculados a esas u otras disciplinas tienen “carta blanca”  para dirigirse al público hablando de doce momentos que dan constancia de sus ideas, proyectos o trayectoria profesional. Estos momentos son ilustrados visualmente durante las conferencias, quedando expuesta su plasmación material en la galería durante un mes.

Con el nombre Riverside, el proyecto extiende su acción hacia la Ribeira Sacra, donde se desarrollan dos actividades complementarias. Una es la celebración de talleres impartidos por los doce artistas implicados en el proyecto, dirigidos a personas de la zona que quieran participar en él. Este modo de hacer llegar la cultura hasta el último de los rincones del cuerpo social recuerda de alguna manera la actividad que desarrollaron Claudio Abbado y Maurizio Pollini en la Italia de los años sesenta, celebrando conciertos en fábricas y barrios obreros.

Es de señalar aquí la idea expuesta por Abbado, poco tiempo antes de morir, sobre la relación entre cultura y riqueza económica:

“Existe la sensación de que la riqueza económica de un país engendra la riqueza cultural, pero yo estoy convencido de que es al revés: los países ricos lo son porque son cultos, es decir, la cultura engendra la riqueza económica, y no al revés. Por desgracia, muchos políticos no entienden esto”



Pollini (i) y Abbado (d)
Riverside está llamado a ejercer sobre la actividad cultural –dentro del ámbito de actuación del proyecto- un estímulo que, de esta forma, viene a cerrar lo que bien se podría llamar un círculo virtuoso de interacción entre cultura y riqueza económica.

La otra actividad del proyecto en la Ribeira Sacra es la convocatoria de tres becas de investigación para una residencia de un mes en la zona. Esta convocatoria tiene un carácter abierto e internacional y está dirigida a investigadores y creadores en los campos de la artesanía, la arquitectura y el arte. Se trata así de detectar ideas que puedan ser investigadas y desarrolladas como proyectos notables, itinerantes y aptos para su desarrollo en esos tres campos.

Uno de los fines del programa Riverside es contribuir a la identificación y reconocimiento de aquellos proyectos que versen sobre el valor y sentido actual del mundo rural y sobre el desarrollo sostenible del territorio. Las ayudas se otorgarán, pues, a proyectos que puedan desarrollarse en el territorio de la Ribeira Sacra como avance del conocimiento del mismo, así como de su experimentación y desarrollo.  

Tanto o más que en cualquier actividad humana, los creadores  necesitan también de un recogimiento que les proporcione nuevas fuerzas e ideas. El entorno rural en que se han de desarrollar estas actividades de Riverside aporta la ventaja del sosiego y la calma que le son propios: para sobrevivir, adaptarse y transmitir sus conocimientos. En definitiva, para fortalecer la cultura en medio de la acelerada vorágine del s. XXI.




[1] En etología (estudio del comportamiento animal) se conoce como cultura de una especie el conjunto de costumbres, actividades o comportamientos transmitidos de una generación a otra en grupos de animales. Jesús Mosterín (Bilbao, 1941)  la define como la información transmitida por aprendizaje social entre animales de la misma especie, en contraposición a la información transmitida genéticamente. 

[2] Edward B.Tylor define la cultura como “aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre”.

[3] Los primeros usos del término (muy extendido luego en diversos idiomas europeos) provienen del que Cicerón -utilizando un símil agrícola en su texto Tusculanae Disputationes- llamó cultura animi (cultivo del alma), para describir el desarrollo de un alma filosófica. Durante el Siglo de las Luces se considera en el doble sentido como un espíritu folclórico (popular) con una identidad única y el antes mentado como cultivo de la espiritualidad o la individualidad libre, pero sin apuntar ya a la filosofía como perfección natural del hombre.

[4] La Unesco define la industria cultural como aquella que produce y distribuye bienes o servicios culturales que, “considerados desde el punto de vista de su calidad, utilización o finalidad específicas, encarnan o transmiten expresiones culturales, independientemente del valor comercial que puedan tener. Las actividades culturales pueden constituir una finalidad de por sí, o contribuir a la producción de bienes y servicios culturales”.