28 enero, 2020

Producir bien, programar bien









A Coruña, 23 de enero, Teatro Colón. La última tourné. Texto, Texto, Félix Sabroso. Intérpretes: Bibiana Fernández, Manuel Bandera, Alaska, Mario Vaquerizo, Marisol Muriel y Cayetano Fernández. Dirección y dramaturgia, Félix Sabroso. Producción ejecutiva, Triana Lorite y Lope García. Diseño Escenografía, Josep Simón y Eduardo Díaz. Diseño iluminación, David Picazo. Diseño audiovisuales, Jau Fornés. Coreografía, Luis Santamaría. Aydte. de coreografía, Carol Gómez. Diseño Gráfico, Jau Fornés. Diseño Vestuario, Pier Paolo Alvaro y Roger Portal (AÁPEE). Dirección musical, Juan Carlos Moreno. Gerencia y regiduría, José Gómez. Técnico iluminación, Guillermo Varela. Técnico sonido, Javier Gilabert. Maquinista, Jaime Medina. Sastrería y Caracterización, Cristian Magallanes. Jefe equipo técnico, Gabriel Esparza. Construcción escenografía, NEO Escenografía S.L. Director de producción. Hugo López. Jefe de Producción, Carmen Almirante. Aydte. de producción, José Gómez y Nuria Hernando. Aydte. de dirección, Coral Bedregal. Distribuye, SEDA. Una producción de SEDA en coproducción con TOSSAL PRODUCCIONES, S.L.




Tras la implantación de la Constitución de 1978 llegó en los 80 una explosión cultural –con Vigo y Madrid como el doble centro de una elipse que se extendió por toda España- que recordamos como La Movida. Todas aquellas fuerzas en los ámbitos político y social empujaron al país hacia una vorágine de expansión propiciada económicamente por la afluencia de capitales extranjeros y las ayudas de la entonces llamada Comunidad Económica europea. 
Estos factores actuaron como hormonas sexuales en aquella sociedad -en situación de pubertad colectiva- con sus subidones y bajadillas, como toda hormona de juventud que se precie. Y como tales, actuando en función de la fisiología, psicología y edad de cada persona o grupo social; lo que tuvo diferentes consecuencias en cada estrato de la sociedad.
Y así llegamos a los 90, cuando todo parecía posible, toda meta, alcanzable y todo sueño realizable. Expo de Sevilla, JJ.OO. de Barcelona y, para que los más recalcitrantes nativos de la capital no se sintieran postergados, la capitalidad cultural de Madrid (entonces solo una ciudad ostentaba tal distinción de la CEE) que no muchos recordarán. Y es en estas circunstancias donde nace todo el hilo argumental de La última Tourné (sic. en el título, sin la E final).



Una pequeña compañía ambulante de lo que aún se conocía como “varietés” se enfrenta a la decisión de su promotor: España está cambiando (ya saben, “no la iba a conocer ni la madre que la parió” en palabras de Alfonso Guerra) y hay que abandonar el género. En su lugar hay que hacer “teatro, teatro” y los que ponen la pasta, que siempre mandan, ahora ya no son los de siempre -constructores y otros capitales de rápido crecimiento en busca otras vías de conseguir más dinero- sino los políticos.
Y estos, claro, quieren diferenciarse. “Consecuentemente” (lo que también nos recordará a un personaje de la época, justo un grado por encima de Guerra), las inversiones públicas no han de ser en la diversión apetecida por el público sino en cultura, para su elevación y ennoblecimiento personal y social. Hay que cambiar, pues, la plantilla argumental. Y consecuentemente (cito al mismo, claro), las funciones de cada miembro del elenco.
La nula formación de estos, incluido su director, hace que cuando este recibe la llamada del promotor, todo se vuelva confusión y zozobra en ellos. Hasta ese momento habían logrado un grado razonable de coexistencia con una rara combinación de tolerancia y puyas continuas entre ellos, aunque no “sin acritú” (y dale, Felipe). Pero una crisis es siempre una oportunidad y algún miembro de la compañía intentará aprovechar la que se le presenta aunque sea, por supuesto, a costa de lo que sea. O, más bien, de quien sea, en una especie de “que ya va siendo hora de que yo luzca todo lo que valgo”. Y si para ello hay que representar a Lorca y nada menos que su obra inacabada La comedia sin título, pues se hace y sanseacabó. Como sea (aunque esto pase de tener el significado de firme decisión al de falta de exigencia).



De estas cavilaciones, peleas e intentos de adaptación va toda la trama argumental de La última tourné, toda ella salpimentada (la sal, más bien gorda, como requiere el género; el picante, nunca en exceso) de chistes y frases ocurrentes o de doble sentido, así como trufada aquí y allá de bailes y canciones pegadizas y de ritmo binario, bien propicio para las palmas a compás. Estas y las risas fueron continuas a lo largo de la función, que el público gozó mostrando su satisfacción con aplausos espontáneos tras algunos de los números, que crecieron en intensidad y duración al final del espectáculo.
Este es un producto bien hecho para una amplia diana de público determinado y sus exigencias de diversión sencilla. Y, como tal, cumple su cometido a la perfección. Los seis componentes del elenco muestran sus diferentes capacidades y aptitudes con total entrega y más que notable comunicación entre escenario y platea. Que al final la comunicación es posible gracias al empleo de códigos comunes y, en estas funciones, eso está más que garantizado desde antes de su comienzo: un público que quiere ver en directo a sus personajes conocidos y estos dándole a su público lo que espera. Uno más uno igual a dos. Y si sumamos la solidaridad del público con sus admirados en apuros con Hacienda, llámense Lola, Ana, Isabel o Bibiana, dos más uno tres.



La dirección de actores de Sabroso es eficaz en su sencillez, al igual que la coreografía de Luis Santamaría. La escenografía de Simón y Díaz, bien complementada por las proyecciones de vídeo de Jau Fornés, muestra a la perfección el ambiente algo sórdido de los camerinos de la época, muy bien resaltado por la iluminación de David Picazo. Finalmente, el vestuario de AÁPEE muestra con un buen nivel de realismo y una ácida ironía el cutre mundo interior de ese viejo teatro pobre y la proyección a su público en látex, lentejuelas y plumas.

Una reflexión final. Es de destacar el acierto de la nueva dirección del Teatro Colón para lograr el objetivo de  una programación alternativa y complementaria con la del Teatro Rosalía Castro, con lo que esto supone de riesgo, dada la indefinición  de la diana por su extensión hacia diferentes sectores sociales y culturales.






08 enero, 2020

El día “de la salud”, ni el reintegro






Sobre el estreno de la Quinta de Beethoven (Bonn, 16.12 .1770; Viena, 26.03.1827)


Este texto fue utilizado en las notas al programa del concierto de la Orquesta Sinfónica de Galicia del 2 de febrero de 2008, dentro del ciclo Festiclass, con el título "El Héroe y el Destino"

Como si se tratase de cualquier españolito de hoy día, para Beethoven, el 22 de Diciembre era el día. Claro que su ilusión no estaba puesta exactamente en el Gordo de Navidad. Él se lo había trabajado a fondo. Había organizado lo que hoy llamaríamos un macro-concierto, con una duración aproximada de unas cinco horas, del que esperaba obtener unos sustanciosos ingresos que le arreglaran el año. O, más bien, los que iban a ser sus únicos beneficios aquel año, como veremos más adelante. No está de más repasar el tantas veces comentado programa previsto para aquel día: Sinfonía en Fa mayor, ‘Pastoral’, op. 68; Arias para voz solista; Marchas e himnos; Gloria de la Misa en Do mayor, op. 86; Concierto nº 4 para piano en Sol mayor, op. 58; Sinfonía en Do menor, op. 67; Sanctus con coro; Fantasía Coral en Do, op. 80; y, como final, “algunas improvisaciones al piano por el maestro Ludwig van Beethoven”.

Que el concierto había suscitado interés lo demuestra el hecho de que se hubieran invertido en su organización 1.300 florines, una cantidad nada despreciable para la época. Pero las cosas se torcieron desde el principio, con una orquesta rebelde que llegó a vetar la presencia del compositor en los ensayos, una joven y prometedora cantante con ínfulas de diva –Anna Milder- que cancela su actuación a última hora, una sustituta novata de dudosa calidad haciéndose cargo de su parte sin tiempo para ensayar y, como remate, una escasísima asistencia de público.

Johann Friedrich Reichardt (1752-1814), que andaba por Viena intentando convencer a Beethoven de que aceptase el puesto de director en la orquesta de Kassel, cuenta así el desarrollo de este concierto:

“El pobre Beethoven, que con aquel concierto habría conseguido la única ganancia de aquel año, encuentra, ya en la organización, ya en la ejecución, sólo oposición. Ningún apoyo. Los cantantes y la orquesta eran completamente heterogéneos, poco empastados, y ni siquiera habían querido someterse al ensayo general de todo el programa.../... Cuando llegó el momento de la Fantasía Coral, la ejecución hizo aguas a causa del completo desbarajusrte de la orquesta, hasta el punto de que Beethoven, completamente sumido en su sacrosanto quehacer artístico, se olvidó del público y se puso a gritar para que empezaran desde el principio...” 

Una reflexión final.

Nunca se probó que Beethoven dijera “Así llama el destino a la puerta” sobre el significado de las cuatro notas iniciales de la obra. Anton F. Schindler (1795-1864) le atribuyó, años después de muerto,   esa frase, fuente de todo tipo de fantasías literarias posteriores. Esas cuatro notas, seguramente las más conocidas en la historia de la música, son el germen rítmico de toda la obra: una matriz, en cualquier caso, más musical que retórica. El protagonismo antes mencionado, que la orquestación da a contrabajos y timbal, es particularmente notable en el inicio del Scherzo y la transición al finale. Pero lo que realmente hace irrepetible esta obra es su unidad de concepto musical, la intensísima energía que la sustenta más allá del brío como indicación del Allegro inicial, recorriendo la grandeza serena del Andante , el serpenteante misterio del Allegro y la triunfal alegría del Finale. Nunca cuatro únicas notas generaron tanta música, tanta belleza, tantos sentimientos.