A Coruña, 23 de enero, Teatro Colón. La última tourné. Texto, Texto, Félix Sabroso. Intérpretes: Bibiana Fernández, Manuel Bandera, Alaska, Mario Vaquerizo, Marisol Muriel y Cayetano Fernández. Dirección y dramaturgia, Félix Sabroso. Producción ejecutiva, Triana Lorite y Lope García. Diseño Escenografía, Josep Simón y Eduardo Díaz. Diseño iluminación, David Picazo. Diseño audiovisuales, Jau Fornés. Coreografía, Luis Santamaría. Aydte. de coreografía, Carol Gómez. Diseño Gráfico, Jau Fornés. Diseño Vestuario, Pier Paolo Alvaro y Roger Portal (AÁPEE). Dirección musical, Juan Carlos Moreno. Gerencia y regiduría, José Gómez. Técnico iluminación, Guillermo Varela. Técnico sonido, Javier Gilabert. Maquinista, Jaime Medina. Sastrería y Caracterización, Cristian Magallanes. Jefe equipo técnico, Gabriel Esparza. Construcción escenografía, NEO Escenografía S.L. Director de producción. Hugo López. Jefe de Producción, Carmen Almirante. Aydte. de producción, José Gómez y Nuria Hernando. Aydte. de dirección, Coral Bedregal. Distribuye, SEDA. Una producción de SEDA en coproducción con TOSSAL PRODUCCIONES, S.L.
Tras la implantación
de la Constitución de 1978 llegó en los 80 una explosión cultural –con
Vigo y Madrid como el doble centro de una elipse que se extendió por toda
España- que recordamos como La Movida. Todas aquellas fuerzas en los ámbitos
político y social empujaron al país hacia una vorágine de expansión propiciada
económicamente por la afluencia de capitales extranjeros y las ayudas de la
entonces llamada Comunidad Económica europea.
Estos factores actuaron como hormonas sexuales en aquella sociedad -en situación de pubertad colectiva- con sus subidones y bajadillas, como toda hormona de juventud que se precie. Y como tales,
actuando en función de la fisiología, psicología y edad de cada persona o grupo social; lo
que tuvo diferentes consecuencias en cada estrato de la sociedad.
Y así llegamos a los 90, cuando todo parecía posible, toda meta, alcanzable y todo sueño realizable. Expo de Sevilla, JJ.OO. de Barcelona y, para que los más recalcitrantes nativos de la capital no se sintieran postergados, la capitalidad cultural de Madrid (entonces solo una ciudad ostentaba tal distinción de la CEE) que no muchos recordarán. Y es en estas circunstancias donde nace todo el hilo argumental de La última Tourné (sic. en el título, sin la E final).
Y así llegamos a los 90, cuando todo parecía posible, toda meta, alcanzable y todo sueño realizable. Expo de Sevilla, JJ.OO. de Barcelona y, para que los más recalcitrantes nativos de la capital no se sintieran postergados, la capitalidad cultural de Madrid (entonces solo una ciudad ostentaba tal distinción de la CEE) que no muchos recordarán. Y es en estas circunstancias donde nace todo el hilo argumental de La última Tourné (sic. en el título, sin la E final).
Una pequeña compañía ambulante
de lo que aún se conocía como “varietés” se enfrenta a la decisión de su
promotor: España está cambiando (ya saben, “no la iba a conocer ni la madre que
la parió” en palabras de Alfonso Guerra) y hay que abandonar el género. En su
lugar hay que hacer “teatro, teatro” y los que ponen la pasta, que siempre
mandan, ahora ya no son los de siempre -constructores y otros capitales de
rápido crecimiento en busca otras vías de conseguir más dinero- sino los políticos.
Y estos, claro, quieren
diferenciarse. “Consecuentemente” (lo que también nos recordará a un personaje
de la época, justo un grado por encima de Guerra), las inversiones públicas no
han de ser en la diversión apetecida por el público sino en cultura, para su
elevación y ennoblecimiento personal y social. Hay que cambiar, pues, la
plantilla argumental. Y consecuentemente (cito al mismo, claro), las funciones de
cada miembro del elenco.
La nula formación de estos,
incluido su director, hace que cuando este recibe la llamada del promotor, todo
se vuelva confusión y zozobra en ellos. Hasta ese momento habían logrado un
grado razonable de coexistencia con una rara combinación de tolerancia y puyas
continuas entre ellos, aunque no “sin acritú” (y dale, Felipe). Pero una crisis
es siempre una oportunidad y algún miembro de la compañía intentará aprovechar
la que se le presenta aunque sea, por supuesto, a costa de lo que sea. O, más
bien, de quien sea, en una especie de “que ya va siendo hora de que yo luzca
todo lo que valgo”. Y si para ello hay que representar a Lorca y nada menos que
su obra inacabada La comedia sin título,
pues se hace y sanseacabó. Como sea (aunque esto pase de tener el significado
de firme decisión al de falta de exigencia).
De estas cavilaciones,
peleas e intentos de adaptación va toda la trama argumental de La última tourné, toda ella salpimentada
(la sal, más bien gorda, como requiere el género; el picante, nunca en exceso) de chistes y frases
ocurrentes o de doble sentido, así como trufada aquí y allá de bailes y canciones
pegadizas y de ritmo binario, bien propicio para las palmas a compás. Estas y las
risas fueron continuas a lo largo de la función, que el público gozó mostrando
su satisfacción con aplausos espontáneos tras algunos de los números, que
crecieron en intensidad y duración al final del espectáculo.
Este es un producto
bien hecho para una amplia diana de público determinado y sus exigencias de
diversión sencilla. Y, como tal, cumple su cometido a la perfección. Los seis
componentes del elenco muestran sus diferentes capacidades y aptitudes con total
entrega y más que notable comunicación entre escenario y platea. Que al final la
comunicación es posible gracias al empleo de códigos comunes y, en estas funciones,
eso está más que garantizado desde antes de su comienzo: un público
que quiere ver en directo a sus personajes conocidos y estos dándole a su
público lo que espera. Uno más uno igual a dos. Y si sumamos la solidaridad
del público con sus admirados en apuros con Hacienda, llámense
Lola, Ana, Isabel o Bibiana, dos más uno tres.
La dirección de
actores de Sabroso es eficaz en su sencillez, al igual que la coreografía de Luis
Santamaría. La escenografía de Simón y Díaz, bien complementada por las proyecciones de vídeo de Jau Fornés, muestra a la perfección el ambiente
algo sórdido de los camerinos de la época, muy bien resaltado por la iluminación
de David Picazo. Finalmente, el vestuario de AÁPEE muestra con un buen nivel de
realismo y una ácida ironía el cutre mundo interior de ese viejo teatro pobre y
la proyección a su público en látex, lentejuelas y plumas.
Una reflexión final. Es de destacar el acierto de la
nueva dirección del Teatro Colón para lograr el objetivo de una programación
alternativa y complementaria con la del Teatro Rosalía Castro, con lo que esto supone de riesgo, dada la
indefinición de la diana por su
extensión hacia diferentes sectores sociales y culturales.
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