21 diciembre, 2022

Llegó el jefe

 




A Coruña, 16 de diciembre, Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Programa: Ottorino Respighi, Preludio, corale e fuga; Hector Berlioz, Les nuits d’été; Camille Saint-Saëns, Sinfonía nº 3 en do menor, “Órgano”, op. 78. Véronique Gens, soprano. Juan de la Rubia, órgano. Roberto González-Monjas, director.





Expectativa cumplida

No era el primer concierto de Roberto González-Monjas al frente de la Sinfónica de Galicia, a la que ya había dirigido en el Coliseum en la temporada 2020-2021, tras los brumosos días del confinamiento. Tampoco era su debut como titular con la orquesta que acaba de contratarlo, pues no lo será hasta la próxima temporada. Pero era su primer concierto con la OSG tras conocerse la noticia y había mucha expectativa los abonados de la orquesta y aficionados coruñeses.

Expectativa que, hay que decirlo ya de entrada, ha sido colmada por su actuación. Y de qué forma. La obra elegida para abrir programa, el Preludio, corale e fuga de Respighi, es todo un test para orquesta y director. Su estructura viene a ser una carrera de obstáculos perfectamente alineados y ordenados por su total academicismo. Esto puede derivar fácilmente en una lectura plana de puro aséptica o, como fue el caso el viernes 16, en un trampolín para dar el salto una valiente interpretación, más allá de su brillantez intrínseca.

Tras algún pequeño desajuste inicial, la claridad de ideas, reflejada en la de gesto de González-Monjas se impuso. La buena disposición de planos sonoros del Preludio dio paso así al idóneo carácter del Corale y a la soberbia distinción de líneas de la Fuga, lo que a algunos nos permitió elevar una especie plegaria a Bach padre, agradeciendo lo que siglos después de morir sigue haciendo por la música.




Otra voz en el páramo

Más de treinta años avalan la carrera como cantante de Véronique Gens, en cuya voz siempre ha predominado la calidad sobre la cantidad. Esta vez, la inhóspita acústica del Palacio de la ópera de A Coruña fue salvado por la calidad y claridad de emisión de la cantante y por un director, González-Monjas que tanto cuidó la dinámica orquestal para una correcta audición de la voz, como el color instrumental, siempre un elemento básico en toda obra en el compositor francés.

Gens cantó dando sentido musical y poético a cada texto y cada partitura de Les nuits d’été. Fueron de destacar la frescura de la primera canción, Villanelle; el carácter elegíaco de la tercera, Sue les lagunes-lamento;  la respuesta aladolor, como una dulce queja, en Absence, la desolada tristeza de Au cimetière (claire de lune) y la alegría de L’île inconnue con su quedo final, una muestra de la elegancia canora de Véronique Gens y su sentido poético.

 



 Veni, vidi, vici

Si con la obra de Respighi se colmaron las expectativas, hay que decir que con la sinfonía de Saint-Saëns se superaron ampliamente. González-Monjas mostró desde la introducción un absoluto control del sonido, con unos reguladores de amplia y muy matizada gama dinámica.

La expresión reinó en el escenario del Palacio de la Ópera, tanto por esta regulación de la potencia como por la calidad y el timbre obtenidos de la orquesta, lo que le permitió una fina graduación de la tensión expresiva. Destacó el color aportado por Juan de la Rubia al órgano en unos delicados pianissimi. El carácter de juego en el tema en Presto del segundo movimiento dejó paso a un cierto color dramático y el hermoso juego de maderas, cuerdas y piano a cuatro manos en el Trio y el carácter coral de la intervención de trompetas, tuba y trompas.

Tras un inicio en el que mucho echamos de menos más fuerza y duración en el acorde de órgano solo que lo empieza y dota de carácter, el Finale permitió el lucimiento de la Sinfónica en todas sus secciones. El órgano en un segundo plano y el piano a cuatro manos aportaron ese sonido tan peculiar de esta obra que tanto rechazo causó en su estreno y tanto podemos apreciar más de un siglo después.

Su brillantez final y la excelente interpretación de la Sinfónica -totalmente entregada, por cierto, a quien será su nuevo titular- dieron paso a una muy merecida y más que calurosa ovación. Llegó vio y venció, enhorabuena. Ahora, a seguir creciendo por el camino de la autoexigencia de todos; también del público, por supuesto.  

 

08 diciembre, 2022

Manantial

 




A Coruña, Palacio de la Ópera, 2 de diciembre, Orquesta Sinfónica de Galicia. Juan Manuel Cañizares, guitarra Juanjo Mena, director. Programa: I. Albéniz, Granada (orquestación, R. Frühbeck de Burgos); J.M. Cañizares, Al-Ándalus, concierto flamenco” (para guitarra y orquesta; orquestación de Joan Alberto Amargós); L. van Beethoven, Sinfonía nº 7 en la mayor, op. 92. Este programa se había interpretado el día 1 en el Auditorio de Ferrol, en un concierto organizado en colaboración con la Sociedad Filarmónica Ferrolana.



Como todo nacimiento, el de este concierto está rodeado de aguas; entre dos, para ser precisos. En 1973, Paco de Lucía (Algeciras, 21.12. 1947 - Playa del Carmen, México; 25.02.2014) estaba grabando Fuente y caudal. Faltaban unos minutos de música para completar el disco y el productor le pidió que improvisara algo para redondearlo. Paco improvisó sobre Te estoy amando locamente, de Las Grecas, y Caramba, carambita, del propio Paco y Los Marismeños, y de ese cruce nació Entre dos aguas.

Esos seis minutos completaron un LP que pasó sin pena ni gloria pero, tras editarse en 1974 como sencillo, cambiaron el rumbo, no solo de la carrera de Paco de Lucía (aquí, crónica de un reportaje en DVD de 1994/95 sobre Paco), sino el del flamenco mismo, abriéndolo a la influencia de otras músicas, a la fusión con ellas y a abrir para él los grandes escenarios mundiales de clásica y ópera.

 


Cañizares (izquierda) con Paco de Lucía (centro) 

Juan Manuel Cañizares (Sabadell, 1966) fue colaborador durante diez años y amigo de Paco de Lucía, con todo lo que eso supone de convivencia en ensayos o actuaciones, pero sobre todo en aqullas largas giras mundo adelante del hijo de la Lucía. Dice el guitarrista de Sabadell que la noticia del fallecimiento de Paco le llegó cuando andaba ocupado en la composición de Al-Ándalus. Como es de esperar en quien tanto vivió junto a Paco, la mala nueva le afectó de tal forma que cambió el rumbo de la obra.

De ese sentimiento de dolor nació la marcha fúnebre que compuso como movimiento central del concierto y que dota a este, lógicamente, de una profundidad mucho mayor que la que puedan tener los movimientos extremos. Un carácter “jondo” que se hace sentir casi como una traducción musical de las diferentes fases del duelo por la muerte del amigo. Y lo hace, ya desde el peculiar solo de chelo con arpa, como el anonadamiento y extrañeza producidos por el golpe de la noticia y la negativa a creerse esta.



Juan Manuel Cañizares 


Estas reacciones al dolor por la muerte del maestro y compañero se sienten sobre todo en los solos de guitarra. Un trémolo como “rabioso”, sobre dos dedos -medio y anular, me pareció ver- expresó la ira tras la negación. En la cadenza, una taranta con la que acaba el movimiento, dio Cañizares lo mejor de sí mismo como guitarrista y lo hizo más allá de las facultades y el mecanismo; con todo el sentimiento requerido al interpretar una música de gran hondura creada por y para sí mismo.

La negociación se expresa en un trémolo, este ya con los cuatro dedos habituales, que pasa desde el ataque en el staccatissimo más duro al molto legato más aterciopelado y sedoso -de sulla ponticella a sulla tastiera, se marcaría para un instrumento de arco-. La depresión, en la tristeza que imprimió a este último y, cerrando el ciclo, la aceptación en ese picado que bien podríamos llamar staccato flamenco de las escalas con las que este lamento por tarantas se transfigura y asciende, sin solución de continuidad, a la alegría y la luz atlántica del tanguillo final propio de esa costa de Cádiz que vio nacer a Paco.




Juan Manuel Cañizares



Siempre hay que dejar sitio…

Amargós emplea en Al-Ándalus una instrumentación de gran orquesta, con flautín, 2 flautas, oboe, corno inglés, 2 clarinetes en si bemol, clarinete bajo, 4 trompas, 3 trompetas en do, 3 trombones, tuba, 4 percusionistas incluido el timbalero, arpa y un quinteto de cuerdas bien poblado. Algo bien diferente de aquella “orquesta de duraluminio” (material ligero pero resistente) como denominó Joaquín Rodrigo a la que ideó para su Concierto de Aranjuez.

Todas las secciones y prácticamente todos los solistas tienen su protagonismo junto o frente a la guitarra, que el propio autor pide que sea amplificada. Algo que es necesario en casi cualquier auditorio e imprescindible en el páramo acústico del Palacio de la Ópera coruñés, pero que conlleva una serie de inconvenientes difícilmente salvables en cuanto al equilibrio dinámico entre solista y orquesta. Mena hizo un gran acompañamiento, la Sinfónica se implicó a fondo con la obra y con su autor e intérprete y el rendimiento orquestal estuvo, una vez más, a la gran altura que las circunstancias requerían.

En cuanto a la estructura temática de la obra, el Tiempo de bulerías inicial se desarrolla en ese palo tan característico en la música de Paco de Lucía. En una primera audición, deja una cierta impresión de temas más reiterados que desarrollados. El tercer movimiento, Allegro festivo por tanguillos, tiene ciertos guiños a la música de Paco de Lucía, como aquel Entre dos aguas germinal. Su ambiente y carácter traslada a quien lo oye -según las palabras del autor, pero también a través sus manos- al consuelo que produce el alegre recuerdo del amigo y maestro. Todo un “chute” de alegría para el auditorio y un idóneo final del concierto.

 


De izquierda a derecha, Muñoz, Espino, Ruiz y Cañizares 

Final o el principio de este, sin más. La partitura de Al-Ándalus marca como optativo el uso de las palmas. Junto a Francisco Ruiz Tejedor a la caja, Charo Espino y Ángel Muñoz interpretaron su parte con ellas y con sus pies. Su actuación en Al-Ándalus fue mucho más allá de un mero marcar el ritmo. La dinámica ¡y color! de su instrumento, su virtuosismo y la idoneidad cada una de sus intervenciones fueron soberbios en cada momento de su actuación.  

 

…para el postre

Lamentablemente, no pude cumplir mi deseo de asistir al concierto de Ferrol. Y lamenté no hacerlo; el jueves. El viernes me dolió con efecto retroactivo no haberlo hecho, por lo escuchado y sentido. Cañizares fue generoso: primero, con el público de A Coruña al que regaló una preciosa propina; luego, con sus palmeros invitándoles a su lucimiento personal.

Lo que en Muñoz fue un zapateado lleno de ritmo, pero aún mas de matices. A los ritmos, de los que Muñoz dio un auténtico recital, se unió toda la posible gama dinámica de unos zapatos bailando sobre un tablao; pues la situación del escenario sobre el foso del Palacio de la Ópera permite usarlo como tal.

Y todo el color instrumental de unos sutiles roces sobre el suelo se unió a su elegante figura bailando al son de su música corporal arrancando una ovación en la que los gritos de ¡olé! eclipsaron a los de ¡bravo! Luego, Muñoz y Espino bailaron a dúo para mayor regocijo de quienes quedamos embelesados por su arte; Cañizares se unió al grupo, todo acabó y el Palacio de la Ópera de A Coruña ardió en aplausos. Tras el plato principal, un postre que no hizo sombra a este, pero que dejó el mejor posgusto a quienes pudimos catarlo.

En la segunda parte, Beethoven. Su Séptima volvió a sonar por segunda vez en poco más de un mes en Galicia tras el concierto de la Real Filharmonía en Ferrol con Fazil Say. A estas alturas de a película, resulta bien extraño escuchar una versión como la que hizo Juanjo Mena, con unos tempi y un overbooking en la cuerda que me trajeron el recuerdo de un Karajan en sus momentos de mayor popularidad (pero sin ser Karajan, claro).




 Mena y Cañizares durante un ensayo 

Y es que a estas alturas de la palícula es muy, pero que muy difícil sorprender con una interpretación de las sinfonías de Beethoven. Así que uno llega a pensar que, quizás, lo más sorprendente sería seguir simple, elástica y humildemente las indicaciones de su edición crítica.

El concierto había comenzado con la versión orquestal que mi siempre venerado Rafael Frühbeck de Burgos hizo de la Granada de la Suite española de Isaac Albéniz. Dicen que la obra fue escrita para piano, pero pensada y sentida con una guitarra en la cabeza. Puede ser; hay grandes grabaciones que así parecen indicarlo. Lo que no fue pensada es para una gran orquesta sinfónica. Creo.