A
Coruña, 16 de diciembre, Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia.
Programa: Ottorino Respighi, Preludio, corale e fuga; Hector Berlioz, Les
nuits d’été; Camille Saint-Saëns, Sinfonía nº 3 en do menor, “Órgano”,
op. 78. Véronique Gens, soprano. Juan de la Rubia, órgano. Roberto González-Monjas,
director.
Expectativa
cumplida
No
era el primer concierto de Roberto González-Monjas al frente de la Sinfónica de
Galicia, a la que ya había dirigido en el Coliseum en la temporada 2020-2021, tras
los brumosos días del confinamiento. Tampoco era su debut como titular con la
orquesta que acaba de contratarlo, pues no lo será hasta la próxima temporada.
Pero era su primer concierto con la OSG tras conocerse la noticia y había mucha
expectativa los abonados de la orquesta y aficionados coruñeses.
Expectativa que, hay
que decirlo ya de entrada, ha sido colmada por su actuación. Y de qué forma. La
obra elegida para abrir programa, el Preludio, corale e fuga de
Respighi, es todo un test para orquesta y director. Su estructura viene a ser
una carrera de obstáculos perfectamente alineados y ordenados por su total
academicismo. Esto puede derivar fácilmente en una lectura plana de puro aséptica
o, como fue el caso el viernes 16, en un trampolín para dar el salto una
valiente interpretación, más allá de su brillantez intrínseca.
Tras algún pequeño
desajuste inicial, la claridad de ideas, reflejada en la de gesto de
González-Monjas se impuso. La buena disposición de planos sonoros del Preludio
dio paso así al idóneo carácter del Corale y a la soberbia distinción de
líneas de la Fuga, lo que a algunos nos permitió elevar una especie plegaria a Bach padre, agradeciendo lo que siglos después de morir sigue haciendo
por la música.
Otra voz en el páramo
Más de treinta años
avalan la carrera como cantante de Véronique Gens, en cuya voz siempre ha predominado
la calidad sobre la cantidad. Esta vez, la inhóspita acústica del Palacio de la
ópera de A Coruña fue salvado por la calidad y claridad de emisión de la
cantante y por un director, González-Monjas que tanto cuidó la dinámica orquestal
para una correcta audición de la voz, como el color instrumental, siempre un
elemento básico en toda obra en el compositor francés.
Gens cantó dando
sentido musical y poético a cada texto y cada partitura de Les nuits d’été.
Fueron de destacar la frescura de la primera canción, Villanelle; el
carácter elegíaco de la tercera, Sue les lagunes-lamento; la respuesta aladolor, como una dulce queja,
en Absence, la desolada tristeza de Au cimetière (claire de lune)
y la alegría de L’île inconnue con su quedo final, una muestra de la
elegancia canora de Véronique Gens y su sentido poético.
Veni, vidi, vici
Si con la obra de
Respighi se colmaron las expectativas, hay que decir que con la sinfonía de Saint-Saëns
se superaron ampliamente. González-Monjas mostró desde la introducción un
absoluto control del sonido, con unos reguladores de amplia y muy matizada gama
dinámica.
La expresión reinó en el escenario del Palacio de la Ópera, tanto por esta regulación de la potencia como por la calidad y el timbre obtenidos de la orquesta, lo que le permitió una fina graduación de la tensión expresiva. Destacó el color aportado por Juan de la Rubia al órgano en unos delicados pianissimi. El carácter de juego en el tema en Presto del segundo movimiento dejó paso a un cierto color dramático y el hermoso juego de maderas, cuerdas y piano a cuatro manos en el Trio y el carácter coral de la intervención de trompetas, tuba y trompas.
Tras un inicio en el
que mucho echamos de menos más fuerza y duración en el acorde de órgano solo
que lo empieza y dota de carácter, el Finale permitió el lucimiento de
la Sinfónica en todas sus secciones. El órgano en un segundo plano y el piano a
cuatro manos aportaron ese sonido tan peculiar de esta obra que tanto rechazo
causó en su estreno y tanto podemos apreciar más de un siglo después.
Su brillantez final y la
excelente interpretación de la Sinfónica -totalmente entregada, por cierto, a
quien será su nuevo titular- dieron paso a una muy merecida y más que calurosa
ovación. Llegó vio y venció, enhorabuena. Ahora, a seguir creciendo por el
camino de la autoexigencia de todos; también del público, por supuesto.
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