14 noviembre, 2022

Un buen sucedáneo

 




A Coruña, 9 de noviembre, Teatro Colón, Programación Lírica A Coruña. Ariodante de Georg Friedrich Händel, sobre libreto basado en Ginevra, principessa di Scocia, de Antonio Salvi, libre recreación de los cantos IV a VI del Orlando furiosos de Ludovico Ariosto. Reparto: Ariodante, Franco Fagioli, contratenor; Ginevra, Mélissa Petit, soprano; Dalinda, Sarah Gilford, soprano; Polinesso, Luciana Mancini, mezzosoprano; Lucanio, Nicholas Phan, tenor; Rey de Escocia, Alex Rosen, bajo. Orquesta, Il pomo d’oro. Director, George Petrou.

 


Un sucedáneo es una sustancia que, por tener propiedades parecidas a las de otra, puede reemplazarla; o sea, un producto que, con mayor o menor fortuna, sustituye al genuino cuando no se puede llegar a este por lejanía, carestía de precios o reacciones adversas que el original pueda producir.

Salvo un más que improbable fallo cardiaco por exceso de emoción y la indignación o tedio de algunas puestas en escena, no conozco reacción adversa alguna que pueda producir la ópera representada. Y dado que al fin y a la postre la ópera es teatro cantado, las versiones concierto -que tanto han proliferado en un entorno económico de crisis sucesivas solapadas en el tiempo- no dejan de ser unos sucedáneos que, con mayor o menor fortuna, vienen a sustituir a las representadas.

 


Il Pomo d'oro

Senza supratitoli

Otra cosa es la calidad del sucedáneo; en el caso de la ópera en concierto, la de cantantes, director, orquesta o puesta en escena de las que se ha venido a llamar “semirrepresentadas”. Que tantas veces tienen un dinamismo y calidad escénica bien superior al de muchas representaciones completas; y valga como ejemplo el mejor evento de la Programación Lírica de A Coruña 2018, el Serse de Haendel con la misma orquesta y algunos de los intérpretes de este Ariodante.

El hándicap que para cualquier ópera suponen las versiones concierto sin ninguna acción escénica se multiplica en la barroca por la complicación y de sus múltiples tramas. Si a ello añadimos la falta de una mínima sinopsis en el programa de mano y la ausencia de supertítulos -al parecer, por falta de pantalla en la que mostrarlos-, se entiende una cierta desbandada de espectadores más acostumbrados y adictos a la ópera romántica o verista.

Pese a esto el concierto tuvo un más que notable éxito, debido sin duda al catalizador que supuso la, pese a todo, enorme actuación del protagonista, Franco Fagioli. Contribuyó mucho también el desempeño de un orquesta y director que saben muy, pero que muy bien, lo se traen entre manos en esto que se ha dado en llamar “música interpretada con criterios históricamente informados”. Entre otros, esa ligereza y contraste de tempi que tanto favorece a los cantantes y anima al público.




Franco Fagioli

El faro

Fagioli ha sido la luz que ha iluminado para muchas personas aficionadas a la ópera lo que es y debe ser un contratenor. El cantante argentino posee una técnica más allá de lo se suele denominar como impecable; algo a lo que él concede la máxima importancia, como declara en su acertada entrevista con Hugo Álvarez Domínguez publicada días antes del concierto.

Un completo dominio de la técnica, pero no como mera exhibición de pirotecnia vocal que tantos y tantas colegas suyos tienen casi como fin, no. Fagioli utiliza sus recursos técnicos como los peldaños para ascender a lo que realmente es el fin de la música, teatral o no. Transmitir esa emoción que él halla en su lectura y análisis de la partitura y que le hace sentir como un placer “interpretar Ariodante y transitar las emociones del personaje”, como destaca en su última frase de la entrevista.

El concierto tuvo sus puntos culminantes en la expresión vocal y actoral de Fagioli. La esperanzada vuelta a casa de Con l’ali de Constanza, la dureza de la duda amorosa de Scherza infida o Cieca notte, arias en las que la honda verdad del sentimiento voló por encima de cualquier concesión a la galería, o la serena alegría final del dúo con Ginevra Bramo aver mille cori en el que, con una bella expresividad y un autoconcertación admirable, Fagioli y Petit abrieron el coro final y con él la lata de los aplausos finales.

Aunque a cierta distancia (una distancia cierta, en realidad) el resto de cantantes tuvieron una buena contribución al éxito del concierto. Petit mostró una voz de hermoso timbre y fue de menos a más desde su Volati amori inicial al dúo final, siendo su mejor momento el aria Il mio crudel martoro por su serena expresión de dolor. Gilford, por su parte, canta con bastante gracia pero esta se ve algo lastrada con una emisión algo irregular de la voz, como en el apoyo  algo trasero y un cierto vibrato que sonó en Il primo ardor.

Mención aparte me merece Luciana Mancini, una mezzosoprano de raza, con una notable vocalidad y una enorme capacidad actoral que encarnaron muy de verdad el rol de Polinesso. Se l‘inganno sortisce felice fue su momento de mayor altura de la noche. Y un punto más a su favor: su actitud de escucha activa (y muy gozosa, por lo que se pudo ver en el Colón) mientras no está cantando demuestra hasta qué punto se implica en la producción.




Luciana Mancini


Phan como Lurcanio y Rosen como Rey de Escocia cumplieron muy correctamente con sus papeles y, como arriba queda dicho, Petrou e Il Pomo d’Oro fueron firmísima base para el éxito del concierto por su calidad y profesionalidad. Fueron de destacar el continuo, con ese precioso color de laúd y chelo, y los vientos, siempre discretos pero muy expresivos de cada situación.



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