A Coruña, 4 de noviembre,
Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Eva Gevorgyan, piano.
Stéphane Denève, director. Programa: Henri Dutilleux, Métaboles; Serguéi
Rajmáninov, Rapsodia sobre un tema de Paganini, op. 43; Guillaume
Connesson, Le tombeau des regrets; S. Rajmáninov, Danzas sinfónicas,
op. 45. El programa se repitió en el concierto de abono del sábado 5. Denève lo vuelve a dirigir el miércoles 9 en
París, con Kirill Gerstein al piano y la Orchestre Philharmonique de Radio
France.
El repertorio programado
para estos conciertos por Denève y la dirección artística de la OSG destaca por
cohesión y coherencia. La cohesión, por la naturalidad con la que se unen las
obras en el concierto. La coherencia, de Denève, en el sentido de “actitud
lógica y consecuente con los principios que se profesan”. En este caso, su fe en
la música francesa de los siglos XX y XXI y su “apostolado” como difusor de la
misma.
Dos obras de autor
francés abrieron cada parte del concierto. Dutilleux se tomó su tiempo para
escribir Métaboles, un encargo de George Szell de 1959 que el autor escribió
entre 1962 y 1964 y no se estrenó hasta 1965. La obra es un magnífico concierto
para orquesta de y una las creaciones de Dutilleux más conocidas y valoradas.
La evolución interior
de temas y texturas, verdadera esencia de la obra, fue idóneamente trazada y
realizada por Denève. Contó para ello con la soberbia colaboración de esta
Sinfónica de Galicia que se crece ante los retos semana a semana. Y un reto magnífico,
sin duda alguna, es la interpretación de Métaboles. Destacaron por su
claridad las transiciones, pasajes como hitos que marcan la esencia de esta
obra, y el sonido y fraseo de cada familia instrumental.
Dentro de toda una
magnífica interpretación por orquesta y director, dos momentos arrebataron
especialmente mi atención. El primero, por su capacidad de evocar ambiente, fue
el cuarto movimiento -Torpide, que puede traducirse como ”aletargado”, “tórrido”
o sencillamente “tórpido” (que reacciona con dificultad o torpeza).
La versión de Denève,
por su juego de luces y sombras, me evocó la sensación de una siesta a la
sombra de un bosque en plena canícula. El final, Fambloyant, fue como el
despertar de esta siesta con esos sonidos aislados de los vientos-madera
desarrollándose desde su inicio hasta el brillante poderío, casi contenida
violencia, de sus últimos compases. Desde su principio a su final, Métaboles
despertó toda una serie de sensaciones y sentimientos, fruto tanto de su
minuciosa creación, del amor por cada detalle de Dutilleux, como de la gran
interpretación de Denève y la Sinfónica de Galicia.
Resplandor
Brillante final que encajó
como llave en su cerradura con el resplandor (lucimiento, lustre, gloria,
nobleza, según la tercera acepción del término en el DLE de la RAE) de una
jovencísima pianista, Eva Gevorgyan (Moscú, 15.04.2004,) que dejó atónito a
público y músicos tras una actuación llena de brillantez y temprana madurez.
A estas alturas del s.
XXI, a los jóvenes músicos se les supone una técnica rayana en la perfección -paquete
que incluye de fábrica la brillantez- como en tiempos se les suponía el valor a
los soldados en su ficha de enganche. Gevorgyan la tiene y en grado sumo; más
de 50 concursos internacionales de piano lo atestiguan. Pero si por algo destaca
la pianista armenia y rusa -tiene las dos nacionalidades, según su biografía
oficial- es por una seriedad y profundidad de concepto realmente notables para
su edad.
Brillantez y a
raudales derrochó en las dos secciones extremas de la Rapsodia sobre un tema
de Paganini, pero donde demostró lo que puede dar de sí en el futuro es en
la madurez de su versión de la sección central de la obra. Su fraseo y sonido al
inicio de la 18ª variación -la más conocida de la Rapsodia por su uso y
abuso como música cinematográfica- fueron como una rampa de lanzamiento en la
que la serenidad de una cuenta atrás sirviera para impulsar a solista y
orquesta en busca de toda la hondura de sentimientos que contiene la partitura
de Rajmáninov.
Por entusiasmo y
duración, la ovación final del público -esta vez sí- merecía un premio. La
joven intérprete concedió dos propinas: la primera fue una espectacular versión
de la Polca italiana, del propio Rajmáninov en la que el soberbio legato
que había mostrado en la Rapsodia y unas escalas diabólicas por su
agilidad y brillantez encendieron las manos del auditorio.
La segunda fue Meditación,
la nº 5 de las 12 piezas op. 72 de Chaikovski, una obra introspectiva que
Gevorgyan recitó como una oración, pero quizás bastante inconveniente tras el
esfuerzo emocional y físico que suponen la Rapsodia y la Polca. Y
así, en sus tres trinos finales se pudo apreciar una cierta irregularidad que
no restó un ápice de mérito a su actuación sino para aumentarlo tras comprobar
que se trataba de un ser humano.
Pues nada, que vuelva.
Y pronto; antes de que resulte imposible contratarla.
Tras el descanso, en
el que todo el mundo se hacía lenguas de lo que acababa de presenciar, Denève
hizo profesión de su fe en la música francesa de este siglo. Entre las
influencias de las que Guillaume Connesson se declara deudor está precisamente Métaboles.
Una conexión que no se aprecia en absoluto en Le tombeau des regrets,
que se escucha con la atención debida a una obra académica, llena de rigor,
pero bastante escasa de emotividad. La decidida y animosa interpretación de
Denève y la OSG extrajeron todo su potencial y el público correspondió con sus aplausos,
a la espera del último plato fuerte de la noche.
Decidida, animosa y
llena de poderío expresivo y matices fue asimismo la versión de director y
orquesta de las Danzas sinfónicas, op. 45 y última de Rajmáninov. La
orquesta se entregó a la dirección clara, precisa y expresiva del director, con
el resultado de una brillante versión de la obra del compositor ruso. Fueron de
destacar los solos de dos músicos invitados para este programa: el de saxofón
de Alberto García Noguerol y los del violín de Carole Petitdemange como concertino
invitada (perdóneseme usar el poco inclusivo masculino, dada la polisemia de “concertina”
como pequeño acordeón similar al bandoneón y como cuchilla cortante para
impedir el paso en muros, vallas y alambradas).
Gran solista, gran
director, gran orquesta, gran concierto. Seguimos.
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