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10 febrero, 2023

El sándwich

 



Auditorio de Ferrol, jueves 2 de febrero; A Coruña, Palacio de la Ópera, viernes 3. Orquesta Sinfónica de Galicia. Nicolas Altstaedt, violonchelo. Ludovic Morlot, director. Programa: Héctor Berlioz, Obertura de El Corsario; Henri Dutilleux, Concierto para violonchelo Tout un monde lointain; Antonín Dvořák, Sinfonía nº 9, en mi menor, “Desde el Nuevo Mundo”. Fuera de programa: señal de llamada del móvil de una señora, sentada en la parte central y baja de la Zona B del Palacio de la Ópera, y otros ruidos de móvil no localizados


Pocas comidas hay tan extendidas y universales como el sándwich. O el bocadillo: una porción más o menos delgada de pan como soporte inferior, un relleno de sabor, calidad y cantidad variables según gustos o presupuestos y otra porción de pan, generalmente más gruesa y algo más dura que la inferior.




Pero hay veces que el bocadillo no termina de gustar porque el pan no es el acostumbrado. En otras, un pan demasiado duro impide hincarle el diente y algunos padres les dicen a sus hijos que vayan comiendo la parte de abajo con el relleno y dejen la de arriba; o sea, que en un bocadillo -parafraseando a Rick, el personaje de Bogart en Casablanca, “siempre tendremos el relleno”.

Hay programas sinfónicos de estructura tan estándar como un bocadillo, compuestos por una obertura de ópera, un concierto instrumental y una sinfonía. Comparables a una comida con aperitivo, entrante y plato principal o a nuestro bocadillo de anteriores párrafos.

El viernes en A Coruña (y apostaría a que también el jueves en Ferrol), el programa interpretado por la Sinfónica satisfizo de diferente forma a la mayoría de espectadores y aficionados y a una minoría de aficionados exigentes. El bocata constaba de  un relleno exquisito, de texturas y sabores algo complicados para paladares poco acostumbrados, entre dos rebanadas de música bien vistosas, de buenas harinas pero poco cuidada cocción.




En la parte de abajo del bocata, una rebanada poco gruesa (apenas ocho minutos) y con mucha levadura, algo que siempre aligera la miga. La Obertura de El corsario, de Berlioz, por su breve duración y su ritmo y orquestación espectaculares fue consumida sin mayor problema por todo el auditorio coruñés, pese a que su escasa cocción en la batuta.

En la de arriba, una porción de pan bastante gruesa, animada con semillas de varios cereales, pero algo dura y sin sal: es decir, una Novena de Dvořák anodina, leída sin nada nuevo que aportar y, lo que verdaderamente es más grave, sin emoción por parte del encargado del horno -el director, Ludovic Morlot-. Lo mejor -las semillas de cereales- fueron los solos y el sonido de cada sección de la Orquesta Sinfónica de Galicia. El mayor mérito, el de los músicos de la OSG al lograr llegar juntos al final, pese a los numerosos y variados desajustes en entradas propiciados por Morlot.


El manjar

Lo mejor del concierto del viernes fue sin duda el Concierto para violonchelo Tout un monde lointain, de ese espíritu independiente y creador de climas y ambientes sonoros (inventor de sonidos, se autodefinía, como recuerda en sus notas al programa Javier Vizoso). Fue la parte central del sándwich, la que podrá ser recordada con verdadera delectación por las cualidades de la receta y por la elaboración de Altstaedt. 





N. Altstaedt durante el concierto| Foto OSG / Pablo Rodríguez



Tout un monde lointain es seguramente el concierto para chelo más reconocido (y reconocible) de los compuestos en el s. XX. La idea de componer una obra a partir de las sensaciones y emociones de un poeta epígono del romanticismo y precursor del simbolismo es de una ambición tal que muy pocos compositores podrían llevar a cabo con éxito.

No empezó bien su ejecución el viernes en A Coruña. Mientas surgía de  la nada, el solo de chelo fue inmediatamente mancillado por el móvil de una mujer sentada en la parte central de la Zona A. Cuando esto sucede, algunos músicos interrumpen el inicio de su interpretación para luego recomenzar, pero ya nada puede ser igual. Algunos asistentes perdieron la concentración necesaria y sus comentarios en RR.SS. dan fe del atentado. El temple de Altstaedt le permitió continuar su trabajo totalmente centrado en lo suyo, hacer música; que al fin y al cabo la música solo se termina de hacer cuando hay alguien que la toca para alguien que la escucha.

En el concierto del viernes el público escuchó y Altstaedt tocó, y cómo. La versión del violonchelista germanofrancés fue soberbia. Las enormes dificultades técnicas fueron, como pasa con los grandes, solo peldaños de una escalera que asciende a lo más alto de la música. Y esta salió de su instrumento con toda la fuerza, toda la emoción y toda la cantidad enorme de matices que Dutilleux dejó escritos en la partitura.

Por contra, parecería que toda la obra se hubiera convertido para Morlot en el título de su primera sección, Enigma. Tan alejado fue su acompañamiento de la riqueza de climas, matices y fraseo de la versión de Altstaedt.



Altstaedt anunciando la propina | Foto OSG / Pablo Rodríguez 


Altstaedt regaló una propina más que generosa: Trois strophes sur le nom de Sacher, también de Dutilleux, que bien podía titularse “Todo lo que se puede hacer con un violonchelo y parte de lo que no, porque es imposible”. Altstaedt demostró que no es imposible, aunque por la dureza de la obra y de su interpretación igual algunos, más bien muchos, no deberían intentarlo: podrían correr el peligro de que  dedos ¡y neuronas! les saltaran por los aires.

Trois strophes es enorme y por momentos desgarradora; y así fue la interpretación. Tras una ovación intensa, calurosa y generalizada, el descanso del intermedio fue como el sorbete en medio de una gran comida: permitió que la Novena de Dvořák gustara a muchos, pese a que, por lo dicho arriba, decepcionara a bastantes. No siempre puede ser. 

Para el concierto de este viernes nos esperaban Felix Mendelssohn, Mozart y Bruckner, pero el alemán se ha descolgado del programa.  A ver qué nos cuentan los austriacos.



11 abril, 2021

No nos rendimos…





 

Santiago de Compostela, 8 de abril, Auditorio de Galicia, Real Filharmonía de Galicia. Paul Daniel, director. Camille Thomas, violonchelo. Programa: Antonín Dvořák (1841-1904) Danza eslava op.72 núm. 2; Fazil Say (n. 1970), Ana tariça (Madre diosa) y Never give up (Nunca te rindas), concierto para violonchelo y orquesta; ambas obras, como estreno en España; Antonín Dvořák, Danzas eslavas op.72, núm. 3 y núm. 7.

 

La temporada de conciertos de la Real Filharmomía de Galicia ha celebrado esta semana su primer programa tras la pausa de la Semana Santa. Se ha adoptado como título general del concierto el del concierto para violonchelo Never give up, de Fazil Say, interpretado por su dedicataria, Camille Thomas. Como todos los conciertos de esta temporada, el del jueves fue transmitido en directo por “streaming”; esta crónica se basa en lo visto y oído a través de dicha transmisión.  

Una vez más, Fazil Say demuestra  en sus dos estrenos españoles del jueves su talento para unir las dos tradiciones que lo conforman como músico. Say se mueve como pez en el agua entre la música turca y la occidental y su obra une ambas como el Boğaziçi Köprüsü (Puente del Bósforo) une las dos partes de Estambul. Varios factores forman parte de esa capacidad de fusión: el primero, su dominio de la rítmica –imposible olvidar sus Danzas sinfónicas, op. 64, estrenadas en España por la RFG en las Xornadas de Música Contemporánea celebradas en Santiago en 2019-; sus melodías basadas en escalas modales y su gran talento como orquestador, del que Santiago y A Coruña tuvieron muestra en sus 1001 noches en el harén por Patricia Kopatchinskaja y la Sinfónica de Galicia.




Ana tariça es una danza en tres partes llena de energía, ritmo –o ritmos, para ser más exacto- y una gran fuerza  telúrica transmitida desde unos metales rotundos y una idónea elección de las baquetas en los timbales. Todo ello, con un más que notable componente femenino en sus melodías modales y unos glissandi de las cuerdas llenos de energía. Elementos todos que hacen percibir cómo esa madre diosa es la propia Tierra que nos soporta como especie en el sentido de apoyo y de aguante: en el mejor y peor de los sentidos, vamos. La intepretación de Daniel y la Real Filharmonía puso en valor todos los sentimientos y emociones suscitados por los valores musicales de la obra.

Never give up, es un concierto para chelo creado entre 2016 y 2017por Say, a raíz de los atentados islamistas que se sucedieron a lo largo de 2015, 2016 y 2017. Está estructurado en los  tres movimientos clásicos, que representan la visión del autor sobre el conflicto entre religión y cultura, representado en el primer movimiento; el segundo presenta las sensaciones vividas en los diferentes atentados perpetrados en París y Estambul durante los tres años mencionados y el tercero, finalmente, la decidida reacción del compositor de no perder la esperanza en la Humanidad y la Naturaleza.

El concierto comienza con una larga cadenza (y como tal viene marcado) del violonchelo que se desarrolla a partir de un sencillo motivo de cuatro notas (la-mi-re-mi) que genera un primer tema y que se desarrollará y aparecerá aquí y allá a lo largo de la obra. El choque de sensaciones y sentimientos exponen no solo el carácter de esta, sino la presencia y hasta la esencia misma del conflicto arriba citado.

Todo ello viene generado por el cambio de registro en la exposición del tema y el contraste en fases de su desarrollo como el uso percutivo del arco iniciado por la solista y contestado por la orquesta. O el existente entre el sonido del arco y los piziccati.  Una vez más, el ritmo y la suntuosa orquestación empleados por Say fueron un ejemplo de lo que es la técnica al servicio de la música y de las emociones que esta genera.



Foto Xaime Cortizo 



Desde esta primera intervención, Camille Thomas dejó patente por qué su forma de tocar hizo que Say pensara en ella para estrenar este concierto. Los sentimientos contenidos en la partitura fueron brillantemente expuestos por Thomas con un sonido riquísimo en matices y una tensión expresiva muy bien sostenida y administrada. La repentina aceleración del tempo en el primer movimiento y su clímax final  suponen una excelente figuración sonora de la escalada del conflicto, que nos lleva al segundo movimiento.

Este es un Adagio que comienza con unos acordes en pianissimo de la orquesta sobre los que el chelo, en el registro medio, desgrana  el motivo generador de cuatro notas (justo un tono más grave ahora, sol-re-do-re). Lo hace como una íntima oración,  entrecortada por la emoción en su desarrollo e interrumpida por un grito, casi un alarido de terror, en un registro más agudo que pronto cae al registro más grave del instrumento.

Crece la tensión: tres  golpes de bombo y timbal, seguidos por ráfagas de los mismos provocan la expresión más dolorida en todos los registros del chelo solista. Apenas abierto el clima por el tutti orquestal, se reanuda la violencia percutiva, el instrumento expresa una y otra vez su lamento, cantado ahora solo en la cuarta cuerda, hasta llegar progresivamente al silencio más clamorosamente doloroso.



Foto Xaime Cortizo 



El tercer movimiento, Moderato, se inicia con sonidos sencillos, naturales. Las cuentas ensartadas en unos hilos de bramante o soplidos en vacío son como un rumor del viento y los glissandi agudos de los violines se antojan trinos de pájaros. Todos estos sonidos nos transportan más anímica que física o auditivamente a la sensación de encontrarnos en una vasta extensión de espacio abierto y un nuevo y más alegre tema del chelo retrata  el carácter del movimiento.

Say utiliza muy eficazmente todos los recursos expresivos de melodía, ritmo y armonía para plantearnos un ejercicio de resistencia ante el terror y la sinrazón. Las melodías y los ritmos vuelven a ser nexo entre Oriente y Occidente y la animación muta progresivamente a una serena calma. Decrece la intensidad y la dinámica del chelo decae en unos momentos hacia piano y pianissimo.

Los bongos marcan el ritmo a solo y el chelo hace reaparecer el motivo inicial (ahora, mi-si-la-si); canta su desarrollo, con sentimientos sencillos y sosegados, algo al margen de un nuevo tempo marcado más rápido por la percusión. Al fin, calla ante los sonidos de la Naturaleza que iniciaban el movimiento.




Foto Xaime Cortizo 


Una interminable docena de segundos de respetuoso silencio y casi tres minutos de ovación del público premiaron a los intérpretes y tuvieron el premio de una sentidísima versión del El cant dels ocells. Este himno a la paz tantas veces cantado por el chelo del inolvidable Pau Casals terminó de redondear una actuación llena de sensaciones y sentimientos de la joven chelista francesa.

La Real Filharmonía mostró toda la precisión y el color requerido por la partitura, una gama dinámica amplia y muy matizada y una gran tensión expresiva a la gran altura de la solista y de la obra. Una actuación más allá de lo que supone un gran acompañamiento para convertirse en un coprotagonismo esencial para el éxito grande y merecidísimo que obtuvo el estreno del concierto.

Las obras de Say, muy en especial Ana tariça, tuvieron contraste y reflejo en tres de las Danzas eslavas op.72 de Dvořák. Contraste por la diferencia histórica, cultural y de estilo. Reflejo por ser música directamente proveniente de la tierra de cada compositor y por ese especial don que ambos tienen para la orquestación; brillante o intimista, pero siempre llena del color más adecuado idóneo para expresar el sentir de su pueblo.

Las versiones de Daniel y la RFG reflejaron idóneamente todas las características de  estas obras y otro sentir, el del público de Santiago, se expresó calurosamente en las ovaciones otorgadas a los intérpretes. Lo que es tanto como decir a la música de la que estos son embajadores, que en este concierto lo fueron de forma especialmente brillante.

 

 


13 febrero, 2016

La sólida eficacia de un director "a la проводник” [1]





Antoni Wit (1944) es un maestro a la antigua usanza. Formado en la Academia de Música de Cracovia, tiene el sello de aquella disciplina de trabajo y rigor de planteamientos característicos de los directores procedentes de los llamados países del “socialismo real”. De sus interpretaciones no cabe esperar un arrebato de emociones inesperadas, pero tampoco cabe temer sobresaltos; y esto es algo que agradecen tanto los músicos a quienes dirige como el público a quien se dirige.

Antoni Wit
Estudiante de composición con Nadia Boulanger en el París inmediatamente anterior al Mayo del 68, Wit ha prestado siempre atención al repertorio contemporáneo. Incluyendo, naturalmente el de sus compatriotas polacos. El inicio de este concierto con la Real Filharmonía fue una buena muestra de ello y la primera obra en  programa fue Lullabyt (Canción de cuna), de Andrej Panufnik (Varsovia, 1914; Londres, 1991).

Escrita en 1947 en Londres para orquesta de cuerdas y dos arpas, la obra es una verdadera nana. Su base armónica emplea intervalos de cuartos de tono en una escritura en pianissimo, llena de divisi entre sus intérpretes, lo que le proporciona un aire de extraña ensoñación. El tañer del arpa tiene la dulce firmeza que puede suponer para un niño el pulso del corazón de quien lo acuna. Sobre este fondo, los cinco solistas –violines primero y segundo, viola, violonchelo y contrabajo- desarrollan el canto de de una melodía llena de ternura de muy agradable escucha. La interpretación de los profesores de la RFG y Wit estuvo en el centro mismo de su carácter intimista.


Mieczisław Karłowicz en los Montes Tatra

La segunda obra del programa era el Concierto para violín en la menor, op. 8 de Mieczisław Karłowicz (Święcany, Lituania, 11.12.1876; Montes Tatra, Polonia, 08.02.1909). El malogrado compositor permaneció sepultado durante meses en la silenciosa noche eterna de las nieves del Mały Kościelec (Pequeño Kościelec), donde un alud acabó con su vida mientras gozaba de los deportes de invierno, una de las aficiones que practicaba con el panteísmo apasionado que brilla en alguno de sus pensamientos:

“Cuando las cortinas caen y los ojos azules de los lagos brillan, cuando las nieves se ruborizan, una misteriosa y enorme mano extendida hacia mí desde las alturas de las montañas, me captura y me toma hacia arriba... Las horas dedicadas a esta semiconsciencia son, al parecer, un retorno al no-ser; estas horas me dan tranquilidad en lo que respecta a la vida y la muerte, al hablar sobre la paz eterna de la disolución en la existencia del Todo.” (Mieczysław Karłowicz. Cita de "En la nieve", un artículo suyo de 1907 reimpreso en “La postura ideológica y artística de M.K.”, de E. Dziębowska, ed: Z życia i twórczości Mieczyslawa Karłowicza (De vida y la música de M.K.), Cracovia: PWM, 1970, p. 24.). 

El concierto de Karłowicz refleja una doble influencia: de Chaikovski, más audible en la escritura de la parte solista, y de Richard Wagner, más presente en la orquestación. La parte solista corrió a cargo de la violinista polaca Aleksandra Kuls (1991). En Allegro moderato inicial mostró su carácter como violinista, con una fuerza y viveza
Aleksandra Kuls
extraordinarias, y una gran musicalidad en sus diálogos con la orquesta. Esta tuvo un coprotagonismo algo por encima de su eficaz labor acompañante, expresando en toda su magnitud la riqueza tímbrica de la escritura karłowicziana. Fueron muy destacables los preciosos compases en los que al canto conjunto de chelos y trompas se unen las violas, en uno  de los momentos del concierto en los que se hace más patente la influencia de Chaikovski en el joven Karłowicz. Los agilísimos arpegios de la parte solista, ejecutados con excepcional limpieza por Kuls, estuvieron llenos de fuerza.

Wit convirtió en un momento de suspensión casi mahleriana el breve pianissimo de enlace en attacca con la Romanza. Esta es un andante central de un gran lirismo, que fue interpretado por Kuls lleno con profundo sentimiento, sin sombra alguna de amaneramiento. En el Finale, Kuls voló en alas de la gracia. Su sonido, pastoso y suave, tiene como un reflejo aterciopelado en el registro grave, mientras que los registros medio y agudo son de gran brillo y pureza [2]. Las cuerdas dobles, agilidades y juego de arco tuvieron un espíritu muy chaikovskiano. En cuanto a la orquesta, fue de destacar un momento de gran belleza en la sección central lenta del movimiento, cuando cantan conjuntamente violines segundos y violas. El final del concierto fue interpretado con gran brillantez por solista y orquesta.

La versión de la Sinfonía nº 8 en sol mayor, op. 88 de Dvořák se vio notablemente perjudicada por la acústica del Teatro Jofre. La distribución física de los músicos en su escenario hizo que el equilibrio dinámico se resintiera, ya desde el Allegro con brio inicial. Esto fue bien notorio desde este primer movimiento -staccati en el registro agudo de los violines-, así como en la escasa de presencia de los vientos -tanto maderas como metales- en toda la obra.

Wit, como ya había hecho con Lullabyt de Panufnik, dirigió la obra de memoria. Que la tiene perfectamente interiorizada es algo claramente perceptible desde que alza los brazos para dar la entrada inicial. Su concepto y realización de la obra -bien sólidos, como arriba queda dicho- proporcionan al auditorio esa especie de apertura como de
Antonin Dvořák 
hermoso paisaje panorámico siempre presente en Dvořák Esto fue “visible” desde el primer movimiento.

En la misma línea estuvieron el empastado sonido de las cuerdas del Adagio como base sobre la que brillaron el color y la dicción de los clarinetes en su canto, el dramatismo de los metales (ese solo de trompa y su respuesta por las cuerdas fueron realmente sobrecogedores) y la bucólica candidez de las maderas. El Allegretto grazioso, un precioso vals, tuvo más vuelo expresivo que gracia danzante y el Allegro ma non tropo final tuvo el lastre de desequilibrio dinámico antes indicado.

Bien sea por los problemas acústicos arriba mencionados, bien por decisión del director, la brillantez propia del final de este movimiento  quedó muy disminuida. La verdad es que no se entiende por qué no se celebran los conciertos sinfónicos en el nuevo Auditorio de Ferrol. Esperemos que los filarmónicos ferrolanos lleguen a apreciar que las condiciones acústicas deben primar sobre la comodidad de tener el Jofre a tiro de piedra. Sus oídos se lo agradecerán; y si no, al tiempo.



[1] Проводник (Provodnik, en su transliteración española. Término ruso para director de orquesta).

[2] Kuls utiliza un violín, copia de Pietro Guarneri, cedido en préstamo por por la Unión Polaca de Artistas Constructores de Violines).

31 enero, 2016

Un valor seguro






En la música, como en la bolsa, hay valores en alza, otros cuya cotización está a la baja y otros que, sin sobresaltos, mantienen una rentabilidad segura. Sin los grandes focos de la novedad y el ruido en los medios pero con esa rentabilidad -musical en este caso- que todos deseamos y que nunca falla en el caso del Trío Grumiaux (Philippe Koch, violín, Luc Dewez, chelo, y Luc Devos, piano), protagonista de este concierto.

Asiduos visitantes de A Coruña, cuando tocan para la Filarmónica en el Teatro Rosalía Castro se acude con el oído y el ánimo relajados; sus componentes siempre dejan un grato sabor de boca al auditorio. Y este se lo hace saber siempre con ovaciones cálidas y con esa expresión de gran satisfacción  que se puede escuchar en las palabras y leer en las caras de los filarmónicos coruñeses en los descansos y a la salida de sus concertos.


Logo de la Sociedad Filarmónica de A Coruña

El programa del martes 19 de enero era de esos que a priori despiertan grandes expectativas: en la primera parte, Tristia de La vallée d’Obermann, de Ferenc Liszt, y el Trío en mi menor “Dumky”, de Antonin Dvořák. En la segunda, el Trío en sol menor del padre del nacionalismo musical checo, Bedrich Smetana. Esas expectativas se vieron sobradamente satisfechas por la calidad de la música y por la espléndida interpretación que hizo de ella el Trío Grumiaux.

Grumiaux tiene todos los ingredientes de la receta de un gran trío. Entre los puramente técnicos, su afinación es perfecta; su sonido está idóneamente empastado; su conjunción rítmica es total y muestran su entendimiento, prácticamente sin intercambiar miradas. Es como una dirección compartida en la que cada uno marca la entrada cuando le corresponde y los otros dos lo entienden, apenas con una mirada de soslayo, pero con una enorme eficacia de precisión rítmica.

Trío Grumiaux

Si sumamos a todo esto la digitación de Koch y la versatilidad de los golpes de arco de Koch y Dewez, está claro que el Trío Grumiaux es capaz de afrontar y superar las exigencias técnicas y estilísticas de cualquier repertorio. En cuanto a este, sus interpretaciones son adecuadas a cada compositor y saben guardar ese justo medio entre la fidelidad a la partitura y la personalidad del trío. Que, cuando se está a punto de cumplir veinticinco años como tal, es mucho más que la suma de la de cada uno de sus componentes.

Así es como la oscuridad pianística inicial de su Liszt se une a la fuerza dramática de sus unísonos de violín y violonchelo y la de las imitaciones y ecos de su escritura para dar como resultado el espíritu de poema sinfónico que, como un caudaloso río subterráneo, se esconde por debajo de las notas de esta partitura.

En Dvořák, el repetido contraste entre la placidez campesina de los dumky y el ritmo lleno de síncopas y notas a contratiempo de sus más que danzantes furiant trasladó al auditorio a los terrenos  del mejor folclore centroeuropeo, que la inspiración del autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo elevó a la categoría de gran música. El entusiasmo del público, creciente tras cada obra del programa, se multiplicó al fin de este y de la pieza con la que el trío belga correspondió a la calurosa ovación del Rosalía.