Auditorio de Ferrol, jueves 2 de febrero; A Coruña, Palacio de la Ópera, viernes 3. Orquesta Sinfónica de Galicia. Nicolas Altstaedt, violonchelo. Ludovic Morlot, director. Programa: Héctor Berlioz, Obertura de El Corsario; Henri Dutilleux, Concierto para violonchelo Tout un monde lointain; Antonín Dvořák, Sinfonía nº 9, en mi menor, “Desde el Nuevo Mundo”. Fuera de programa: señal de llamada del móvil de una señora, sentada en la parte central y baja de la Zona B del Palacio de la Ópera, y otros ruidos de móvil no localizados
Pocas comidas hay tan extendidas y universales como el sándwich. O el bocadillo: una porción más o menos delgada de pan como soporte inferior, un relleno de sabor, calidad y cantidad variables según gustos o presupuestos y otra porción de pan, generalmente más gruesa y algo más dura que la inferior.
Pero hay veces que el bocadillo no termina de gustar porque el pan no es el acostumbrado. En otras, un pan demasiado duro impide hincarle el diente y algunos padres les dicen a sus hijos que vayan comiendo la parte de abajo con el relleno y dejen la de arriba; o sea, que en un bocadillo -parafraseando a Rick, el personaje de Bogart en Casablanca, “siempre tendremos el relleno”.
Hay programas
sinfónicos de estructura tan estándar como un bocadillo, compuestos por una
obertura de ópera, un concierto instrumental y una sinfonía. Comparables a una
comida con aperitivo, entrante y plato principal o a nuestro bocadillo de anteriores
párrafos.
El viernes en A Coruña (y apostaría a que también el jueves en Ferrol), el programa interpretado por la Sinfónica satisfizo de diferente forma a la mayoría de espectadores y aficionados y a una minoría de aficionados exigentes. El bocata constaba de un relleno exquisito, de texturas y sabores algo complicados para paladares poco acostumbrados, entre dos rebanadas de música bien vistosas, de buenas harinas pero poco cuidada cocción.
En la parte de abajo del bocata, una rebanada poco gruesa (apenas ocho minutos) y con mucha levadura, algo que siempre aligera la miga. La Obertura de El corsario, de Berlioz, por su breve duración y su ritmo y orquestación espectaculares fue consumida sin mayor problema por todo el auditorio coruñés, pese a que su escasa cocción en la batuta.
En la de arriba, una porción de pan bastante gruesa, animada con semillas de varios cereales, pero algo dura y sin sal: es decir, una Novena de Dvořák anodina, leída sin nada nuevo que aportar y, lo que verdaderamente es más grave, sin emoción por parte del encargado del horno -el director, Ludovic Morlot-. Lo mejor -las semillas de cereales- fueron los solos y el sonido de cada sección de la Orquesta Sinfónica de Galicia. El mayor mérito, el de los músicos de la OSG al lograr llegar juntos al final, pese a los numerosos y variados desajustes en entradas propiciados por Morlot.
El manjar
Lo mejor del concierto del viernes fue sin duda el Concierto para violonchelo Tout un monde lointain, de ese espíritu independiente y creador de climas y ambientes sonoros (inventor de sonidos, se autodefinía, como recuerda en sus notas al programa Javier Vizoso). Fue la parte central del sándwich, la que podrá ser recordada con verdadera delectación por las cualidades de la receta y por la elaboración de Altstaedt.
N. Altstaedt durante el concierto| Foto OSG / Pablo Rodríguez |
Tout un monde lointain es seguramente el concierto para chelo más reconocido (y reconocible) de los compuestos en el s. XX. La idea de componer una obra a partir de las sensaciones y emociones de un poeta epígono del romanticismo y precursor del simbolismo es de una ambición tal que muy pocos compositores podrían llevar a cabo con éxito.
No empezó bien su ejecución el viernes
en A Coruña. Mientas surgía de la nada,
el solo de chelo fue inmediatamente mancillado por el móvil de una mujer
sentada en la parte central de la Zona A. Cuando esto sucede, algunos músicos
interrumpen el inicio de su interpretación para luego recomenzar, pero ya nada
puede ser igual. Algunos asistentes perdieron la concentración necesaria y sus
comentarios en RR.SS. dan fe del atentado. El temple de Altstaedt le permitió
continuar su trabajo totalmente centrado en lo suyo, hacer música; que al fin y
al cabo la música solo se termina de hacer cuando hay alguien que la toca para
alguien que la escucha.
En el concierto del viernes el público
escuchó y Altstaedt tocó, y cómo. La versión del violonchelista germanofrancés fue
soberbia. Las enormes dificultades técnicas fueron, como pasa con los grandes,
solo peldaños de una escalera que asciende a lo más alto de la música. Y esta
salió de su instrumento con toda la fuerza, toda la emoción y toda la cantidad
enorme de matices que Dutilleux dejó escritos en la partitura.
Por contra, parecería que toda la obra se hubiera convertido
para Morlot en el título de su primera sección, Enigma. Tan alejado fue
su acompañamiento de la riqueza de climas, matices y fraseo de la versión de
Altstaedt.
Altstaedt anunciando la propina | Foto OSG / Pablo Rodríguez |
Altstaedt regaló una propina más que generosa: Trois strophes sur le nom de Sacher, también de Dutilleux, que bien podía titularse “Todo lo que se puede hacer con un violonchelo y parte de lo que no, porque es imposible”. Altstaedt demostró que no es imposible, aunque por la dureza de la obra y de su interpretación igual algunos, más bien muchos, no deberían intentarlo: podrían correr el peligro de que dedos ¡y neuronas! les saltaran por los aires.
Trois strophes es enorme y por momentos desgarradora; y así fue la interpretación. Tras una ovación intensa, calurosa y generalizada, el descanso del intermedio fue como el sorbete en medio de una gran comida: permitió que la Novena de Dvořák gustara a muchos, pese a que, por lo dicho arriba, decepcionara a bastantes. No siempre puede ser.
Para el concierto de este viernes nos esperaban
Felix Mendelssohn, Mozart y Bruckner, pero el alemán se ha
descolgado del programa. A ver qué nos
cuentan los austriacos.
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