15 febrero, 2023

¿Así que era esto?

 




 

A Coruña, Palacio de la Ópera, viernes 10 y sábado 11 de febrero. Programa: W.A. Mozart, Concierto para clarinete y orquesta en la mayor, KV 622; Anton Bruckner, Sinfonía nº 7 en mi mayor.  Orquesta Sinfónica de Galicia. Sharon Kam, clarinete. Markus Stenz, director.

 

Pues sí; era esto. Muchos ya lo intuían, otros lo habían comprobado previamente; algunos recordaban un gran Bruckner interpretado por López Cobos con la OSG. El caso es que a la salida del concierto todo el mundo hablaba del director, de música, de Bruckner y algunos comentaban sus experiencias brucknerianas.

Personalmente, recuerdo cuánto y qué positivamente me impresionó mi primer Bruckner. Fue, allá por de los años sesenta, en uno de aquellos conciertos matinales de domingo de la Orquesta Nacional en el Monumental Cinema (así se llamaba entonces el Teatro Monumental de Madrid, actual sede de la ORTVE). Tuve suerte, pues el director pudo ser -como me sugirió el viernes a la salida un compañero de melomanía- Lovro von Matačić, gran especialista en el músico de Ansfeld.



Anton Bruckner

Como de costumbre, camino del concierto había leído en el tranvía y/o el metro la crítica de Antonio Fernández Cid sobre el concierto del viernes en el Palacio de la Música. De su texto se me quedó grabado que el viejo maestro consideraba que lo escuchado, más que una sinfonía, era una mera yuxtaposición de frases y motivos. En resumen, parece que “no era partidario”; como, en el viejo chiste del vasco lacónico, el cura no lo era del pecado. Quizás no se la había escuchado nunca a Celibidache, que tantas veces elevó el nivel y la calidad de sonido de las orquestas españolas.

Ni, por supuesto, a Markus Stenz (Bad Neuenahr. Alemania, 28.02.1965), por eso de la cronología. Stenz, que había dirigido en Mozart sin podio ni batuta, empleó ambos elementos en la segunda parte; que hay mucho que dominar en Bruckner para que no se te vaya de las manos. Su gesto fue siempre firme, amplio y elegante, con gran independencia de sus brazos y sutil expresividad en su batuta y su mano izquierda.



Markus Stenz | Foto OSG © Pablo Rodríguez


A lo largo de toda la obra hubo una soberbia trabazón de cada elemento -motivos, frases, dinámicas, ritmos o tempi- con el siguiente y anterior, con el resultado de un todo tan variado como unificado. También los silencios -parte esencial del sinfonismo bruckneriano y no meros espacios vacíos entre dos pasajes- estuvieron integrados y formaron parte esencial de ese todo.

En definitiva, no hubo a lo largo de toda la sinfonía ni rastro de aquella recordada “yuxtaposición”, sino crecimiento orgánico y desarrollo de todos y cada uno de los elementos. Como solo pueden desarrollar aquellos compositores -y directores- que dominen el contrapunto. O como cuando, en el reino vegetal, de las yemas nacen una rama y otra y otra… y de estas, una y mil hojas, que siguen su propio curso. Y que cuando vuelves a verlas crecieron, se multiplicaron, se desarrollaron y, si se mira con la adecuada perspectiva, ya pueden contemplarse como parte necesaria del árbol todo.

Stenz cuida el sonido como herramienta y elemento de construcción del edificio sinfónico. El primer movimiento, Allegro moderato, fue una buena muestra de ello, como lo había sido (con uno totalmente diferente, como es natural) en el Concierto para clarinete de Mozart en la primera parte. El canto inicial conjunto de chelos y violas sonó sereno por fraseo y por timbre; los violines aportaron el creciente nervio de sus trémolos y maderas y trompas se unieron para dar presencia e intención.

El sonido fue en todo momento lleno y empastado. Los fff repentinos descubrieron la gran lógica que tienen, como enlace entre el pasaje anterior y el posterior. El crescendo sobre el trémolo del timbal tuvo una gradación de enorme precisión, lo mismo que el gran crescendo en el tema de las trompas con el resto de los metales.



Markus Stenz | Foto OSG © Pablo Rodríguez

El largo desarrollo, con sus reiteraciones, y las mesetas dinámicas como preparación natural de los clímax tuvieron la organicidad propia del escolano de San Antón. El final del movimiento tuvo esa característica -como de acorde que no acaba de llegar por estar interminablemente lleno de melodías- tan cercana y deudora de su admirado Wagner.

En el segundo, Adagio, Sehr feierlich und sehr langsam (Muy solemne y muy lento), tras una entrada apenas empañada por una ligera imprecisión, las cuerdas cantaron con un sonido que solo se podría calificar como de sobresaliente. Y así continuaron, en el pasaje más movido, con un lirismo realmente conmovedor, por fraseo y por la amplitud y gradación de la dinámica. Una vez más y gracias a ello, el clímax llegó como la consecuencia natural de todo lo anterior. El coral final de los metales elevó a excelso el resultado de todo el movimiento.

Stenz dio al Scherzo, Sehr schnell (Muy rápido), un inicio lleno de fuerza, con una dinámica inicial de notable potencia sonora. La segunda sección, en piano, supuso un adecuado respiro para las emociones que se avecinaban. En el pianissimo del Trio, Etwas langsamer (Un poco más lento), las cuerdas tuvieron en el registro medio un sonido aterciopelado que se transmutó en unos agudos de pura seda. Con su sabio empleo de dinámica, ritmo y fraseo, Stenz redondeó el movimiento con gran expresividad, musicalidad y fidelidad al estilo y el espíritu de Bruckner.



Markus Stenz | Foto OSG © Pablo Rodríguez

El inicio del cuarto movimiento, Finale: Bewegt, doch nicht schnell (Movido, pero no rápido), tuvo un aire algo misterioso (qué momentos con las flautas), pero potente y serenamente premonitorio (pasajes de metales, maderas y cuerdas) de lo que ha de venir. En su momento (que Bruckner se toma su tiempo, ya se sabe) desarrolló los adecuados momentos de intimidad o de potencia y brillantez orquestal.

El crescendo final fue, como seguramente podría haber pensado el mismo Bruckner, de sutil continuidad rossiniana y poderío wagneriano; y, junto a la respiración del último acorde, algo que muchos músicos y aficionados calificaríamos como insuperable. Porque las sinfonías de Bruckner podrán ser (lo son, lo son) largas, incluso muy largas. Pero cuando la interpretación tiene la claridad de ideas de Stenz y los músicos de la orquesta se entregan como hicieron el viernes los de la Sinfónica, a mí -y solo hablo por mí- se me hacen casi cortas.

Las opiniones de aficionados y músicos que pude recoger a la salida del Palacio de la Ópera fueron realmente positivas. Hubo músicos que no recordaban un Bruckner así con esta orquesta; alguno salió del Palacio de la Ópera diciendo, literalmente, que este había sido “el mejor concierto en treinta años”. Tanto unos como otros están (estamos) deseando que el maestro Stenz vuelva. Y a ser posible, que sea pronto.



Clarinete bajo, corno di bassetto y clarinetto di bassetto 


At last, the first

Ossia, los primeros serán los últimos, etc. El evento comenzó con una hermosísima versión del conocido como Concierto para clarinete y orquesta en la mayor, KV 622, de Mozart. Que, en realidad, fue escrito para corno di bassetto; o clarinetto di bassetto, que para esto también hay versiones y opiniones.

El hecho es que una vez confirmado por fuentes competentes, el instrumento que se pudo escuchar el viernes y el sábado en A Coruña fue un clarinetto di bassetto: un clarinete con una prolongación en parte inferior que permite que su nota más grave sea un dos tonos más grave que la habitual.




Sharon Kam, con Markus Stenz, 
protegiendo su instrumento
del frío del Palacio de la Ópera

Foto OSG 
© Pablo Rodríguez


Aclarado esto, la versión de Sharon Kam y Stenz con la Sinfónica tuvo toda ella un sonido envolvente y un carácter sereno, algo alejado de los posibles y más habituales contrastes sonoros y expresivos. De esta forma, en el Allegro inicial destacó y marcó carácter la introducción orquestal; la toma del tema principal y la presentación del segundo por Kam tuvieron las mismas características, con una adecuada presencia y uso de legato y sttaccato.



Sharon Kam y Markus Stenz | Foto OSG © Pablo Rodríguez


El Adagio central tuvo una apreciable hondura, pero con un carácter bastante lírico, algo alejado de esa resignada deseperanza que se desprende de su melodía y armonías. El tercer movimiento, Rondo, fue quizás el más mozartiano, con una hermosa combinación de viveza, nervio y dulzura. El tema del clarinete que se repite bajando dos veces una octava fue enormemente expresivo. Destacó también el sonido y fraseo de las violas. Kam correspondió a la ovación del público con la interpretación de Promenade, de George Gershwin, acompañada por Stenz al frente de las cuerdas de la Sinfónica.


Nota final. Quiero dedicar este texto a la memoria de Antonio Grueiro, gran melómano y en su momento directivo de la Sociedad Filarmónica de A Coruña, que nos dejó pocos días antes del concierto.

 

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