A Coruña, Palacio
de la Ópera, viernes 10 y sábado 11 de febrero. Programa: W.A. Mozart, Concierto
para clarinete y orquesta en la mayor, KV 622; Anton Bruckner, Sinfonía
nº 7 en mi mayor. Orquesta
Sinfónica de Galicia. Sharon Kam, clarinete. Markus Stenz, director.
Pues sí; era
esto. Muchos ya lo intuían, otros lo habían comprobado previamente; algunos recordaban
un gran Bruckner interpretado por López Cobos con la OSG. El caso es que a la
salida del concierto todo el mundo hablaba del director, de música, de Bruckner
y algunos comentaban sus experiencias brucknerianas.
Personalmente,
recuerdo cuánto y qué positivamente me impresionó mi primer Bruckner. Fue, allá
por de los años sesenta, en uno de aquellos conciertos matinales de domingo de la
Orquesta Nacional en el Monumental Cinema (así se llamaba entonces el Teatro
Monumental de Madrid, actual sede de la ORTVE). Tuve suerte, pues el director
pudo ser -como me sugirió el viernes a la salida un compañero de melomanía- Lovro
von Matačić, gran especialista en el músico de Ansfeld.
Anton Bruckner |
Como de costumbre, camino del concierto había leído en el tranvía y/o el metro la crítica de Antonio Fernández Cid sobre el concierto del viernes en el Palacio de la Música. De su texto se me quedó grabado que el viejo maestro consideraba que lo escuchado, más que una sinfonía, era una mera yuxtaposición de frases y motivos. En resumen, parece que “no era partidario”; como, en el viejo chiste del vasco lacónico, el cura no lo era del pecado. Quizás no se la había escuchado nunca a Celibidache, que tantas veces elevó el nivel y la calidad de sonido de las orquestas españolas.
Ni, por supuesto, a Markus Stenz (Bad Neuenahr. Alemania, 28.02.1965), por eso de la cronología. Stenz, que había dirigido en Mozart sin podio ni batuta, empleó ambos elementos en la segunda parte; que hay mucho que dominar en Bruckner para que no se te vaya de las manos. Su gesto fue siempre firme, amplio y elegante, con gran independencia de sus brazos y sutil expresividad en su batuta y su mano izquierda.
Markus Stenz | Foto OSG © Pablo Rodríguez |
A lo largo de toda la obra hubo una soberbia trabazón de cada elemento -motivos, frases, dinámicas, ritmos o tempi- con el siguiente y anterior, con el resultado de un todo tan variado como unificado. También los silencios -parte esencial del sinfonismo bruckneriano y no meros espacios vacíos entre dos pasajes- estuvieron integrados y formaron parte esencial de ese todo.
Stenz cuida el
sonido como herramienta y elemento de construcción del edificio sinfónico. El
primer movimiento, Allegro moderato, fue una buena muestra de ello, como
lo había sido (con uno totalmente diferente, como es natural) en el Concierto
para clarinete de Mozart en la primera parte. El canto inicial conjunto de
chelos y violas sonó sereno por fraseo y por timbre; los violines aportaron el creciente
nervio de sus trémolos y maderas y trompas se unieron para dar presencia e
intención.
El sonido fue en
todo momento lleno y empastado. Los fff repentinos descubrieron la gran
lógica que tienen, como enlace entre el pasaje anterior y el posterior. El crescendo
sobre el trémolo del timbal tuvo una gradación de enorme precisión, lo mismo
que el gran crescendo en el tema de las trompas con el resto de los metales.
Markus Stenz | Foto OSG © Pablo Rodríguez |
El largo desarrollo, con sus reiteraciones, y las mesetas dinámicas como preparación natural de los clímax tuvieron la organicidad propia del escolano de San Antón. El final del movimiento tuvo esa característica -como de acorde que no acaba de llegar por estar interminablemente lleno de melodías- tan cercana y deudora de su admirado Wagner.
En el segundo,
Adagio, Sehr feierlich und sehr langsam (Muy solemne y muy lento), tras una
entrada apenas empañada por una ligera imprecisión, las cuerdas cantaron con un
sonido que solo se podría calificar como de sobresaliente. Y así continuaron,
en el pasaje más movido, con un lirismo realmente conmovedor, por fraseo y por
la amplitud y gradación de la dinámica. Una vez más y gracias a ello, el clímax
llegó como la consecuencia natural de todo lo anterior. El coral final de los
metales elevó a excelso el resultado de todo el movimiento.
Stenz dio al Scherzo,
Sehr schnell (Muy rápido), un inicio lleno de fuerza, con una
dinámica inicial de notable potencia sonora. La segunda sección, en piano,
supuso un adecuado respiro para las emociones que se avecinaban. En el pianissimo
del Trio, Etwas langsamer (Un poco más lento), las cuerdas tuvieron en
el registro medio un sonido aterciopelado que se transmutó en unos agudos de
pura seda. Con su sabio empleo de dinámica, ritmo y fraseo, Stenz redondeó el
movimiento con gran expresividad, musicalidad y fidelidad al estilo y el espíritu
de Bruckner.
Markus Stenz | Foto OSG © Pablo Rodríguez |
El inicio del cuarto movimiento, Finale: Bewegt, doch nicht schnell (Movido, pero no rápido), tuvo un aire algo misterioso (qué momentos con las flautas), pero potente y serenamente premonitorio (pasajes de metales, maderas y cuerdas) de lo que ha de venir. En su momento (que Bruckner se toma su tiempo, ya se sabe) desarrolló los adecuados momentos de intimidad o de potencia y brillantez orquestal.
El crescendo
final fue, como seguramente podría haber pensado el mismo Bruckner, de sutil
continuidad rossiniana y poderío wagneriano; y, junto a la respiración del
último acorde, algo que muchos músicos y aficionados calificaríamos como insuperable.
Porque las sinfonías de Bruckner podrán ser (lo son, lo son) largas, incluso
muy largas. Pero cuando la interpretación tiene la claridad de ideas de Stenz y
los músicos de la orquesta se entregan como hicieron el viernes los de la
Sinfónica, a mí -y solo hablo por mí- se me hacen casi cortas.
Las opiniones de
aficionados y músicos que pude recoger a la salida del Palacio de la Ópera
fueron realmente positivas. Hubo músicos que no recordaban un Bruckner así con
esta orquesta; alguno salió del Palacio de la Ópera diciendo, literalmente, que
este había sido “el mejor concierto en treinta años”. Tanto unos como otros están
(estamos) deseando que el maestro Stenz vuelva. Y a ser posible, que sea pronto.
Clarinete bajo, corno di bassetto y clarinetto di bassetto |
At last, the first
Ossia, los
primeros serán los últimos, etc. El evento comenzó con una hermosísima versión
del conocido como Concierto para clarinete y orquesta en la mayor, KV 622,
de Mozart. Que, en realidad, fue escrito para corno di bassetto; o clarinetto
di bassetto, que para esto también hay versiones y opiniones.
El hecho es que una
vez confirmado por fuentes competentes, el instrumento que se pudo escuchar el
viernes y el sábado en A Coruña fue un clarinetto di bassetto: un
clarinete con una prolongación en parte inferior que permite que su nota más
grave sea un dos tonos más grave que la habitual.
Sharon Kam, con Markus Stenz, protegiendo su instrumento del frío del Palacio de la Ópera Foto OSG © Pablo Rodríguez |
Aclarado esto,
la versión de Sharon Kam y Stenz con la Sinfónica tuvo toda ella un sonido
envolvente y un carácter sereno, algo alejado de los posibles y más habituales
contrastes sonoros y expresivos. De esta forma, en el Allegro inicial destacó
y marcó carácter la introducción orquestal; la toma del tema principal y la
presentación del segundo por Kam tuvieron las mismas características, con una adecuada
presencia y uso de legato y sttaccato.
Sharon Kam y Markus Stenz | Foto OSG © Pablo Rodríguez |
El Adagio
central tuvo una apreciable hondura, pero con un carácter bastante lírico, algo
alejado de esa resignada deseperanza que se desprende de su melodía y armonías.
El tercer movimiento, Rondo, fue quizás el más mozartiano, con una
hermosa combinación de viveza, nervio y dulzura. El tema del clarinete que se
repite bajando dos veces una octava fue enormemente expresivo. Destacó también
el sonido y fraseo de las violas. Kam correspondió a la ovación del público con
la interpretación de Promenade, de George Gershwin, acompañada por Stenz al
frente de las cuerdas de la Sinfónica.
Nota final. Quiero dedicar este texto a la memoria de
Antonio Grueiro, gran melómano y en su momento directivo de la Sociedad
Filarmónica de A Coruña, que nos dejó pocos días antes del concierto.
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