En la música, como en la bolsa, hay valores en alza,
otros cuya cotización está a la baja y otros que, sin sobresaltos, mantienen
una rentabilidad segura. Sin los grandes focos de la novedad y el ruido en los
medios pero con esa rentabilidad -musical en este caso- que todos deseamos y
que nunca falla en el caso del Trío Grumiaux (Philippe Koch, violín, Luc Dewez,
chelo, y Luc Devos, piano), protagonista de este concierto.
Asiduos visitantes de A Coruña, cuando tocan para la Filarmónica en el Teatro Rosalía Castro se acude con el oído y el ánimo
relajados; sus componentes siempre dejan un grato sabor de boca al auditorio. Y
este se lo hace saber siempre con ovaciones cálidas y con esa expresión de gran
satisfacción que se puede escuchar en
las palabras y leer en las caras de los filarmónicos coruñeses en los
descansos y a la salida de sus concertos.
Logo de la Sociedad Filarmónica de A Coruña |
El programa del martes 19 de enero era de esos que a
priori despiertan grandes expectativas: en la primera parte, Tristia de La vallée d’Obermann, de Ferenc Liszt, y el Trío en mi menor “Dumky”, de Antonin Dvořák. En la segunda, el Trío en sol menor del padre del
nacionalismo musical checo, Bedrich Smetana. Esas expectativas se vieron
sobradamente satisfechas por la calidad de la música y por la espléndida
interpretación que hizo de ella el Trío Grumiaux.
Grumiaux tiene todos los ingredientes de la receta
de un gran trío. Entre los puramente técnicos, su afinación es perfecta; su
sonido está idóneamente empastado; su conjunción rítmica es total y muestran su
entendimiento, prácticamente sin intercambiar miradas. Es como una dirección
compartida en la que cada uno marca la entrada cuando le corresponde y los
otros dos lo entienden, apenas con una mirada de soslayo, pero con una enorme eficacia
de precisión rítmica.
Trío Grumiaux |
Si sumamos a todo esto la digitación de Koch y la
versatilidad de los golpes de arco de Koch y Dewez, está claro que el Trío
Grumiaux es capaz de afrontar y superar las exigencias técnicas y estilísticas de
cualquier repertorio. En cuanto a este, sus interpretaciones son adecuadas a
cada compositor y saben guardar ese justo medio entre la fidelidad a la partitura
y la personalidad del trío. Que, cuando se está a punto de cumplir veinticinco
años como tal, es mucho más que la suma de la de cada uno de sus componentes.
Así es como la oscuridad pianística inicial de su
Liszt se une a la fuerza dramática de sus unísonos de violín y violonchelo y la
de las imitaciones y ecos de su escritura para dar como resultado el espíritu
de poema sinfónico que, como un caudaloso río subterráneo, se esconde por
debajo de las notas de esta partitura.
En Dvořák, el repetido contraste entre la placidez
campesina de los dumky y el ritmo
lleno de síncopas y notas a contratiempo de sus más que danzantes furiant trasladó al auditorio a los
terrenos del mejor folclore
centroeuropeo, que la inspiración del autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo elevó a la categoría de gran música. El
entusiasmo del público, creciente tras cada obra del programa, se multiplicó al
fin de este y de la pieza con la que el trío belga correspondió a la calurosa
ovación del Rosalía.
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