Quienes conocimos la
música barroca a través de los conciertos y las grabaciones de los años 50-60
descubrimos todo un nuevo mundo sonoro en las primeras interpretaciones con
“instrumentos de época” o sus reconstrucciones. En ellas percibíamos, sobre
todo, una nueva tímbrica instrumental y orquestal, más acorde con lo que debieron
ser las versiones originales de la época.
Llegó después el llamado historicismo, un
movimiento más o menos coordinado de todo un ejército de músicos-investigadores
afanados en encontrar la verdad de la
música antigua, renacentista y barroca. Luego, la cuestión se convirtió en moda
(todo tiene un fuerte componente de moda en la música) y apareció todo un
aluvión de teóricos de la interpretación “históricamente informada”.
Manuscrito de Bach para laúd |
Centenares de
músicos encontraron en ella una salida laboral que nunca habrían logrado en la
interpretación que en décadas anteriores era convencional, explorando un muy
rentable y, sin duda, respetable nicho de mercado (aspecto de la música
íntimamente ligado a la moda) intensivamente explotado por las empresas
discográficas.
Los teóricos de la
interpretación proliferaron como los hongos en un otoño húmedo y cálido e
invadieron todos los ámbitos de opinión pontificando con la suya: “la verdad”
–ahora con comillas, claro-. Si como decía Santo Tomás de Aquino, in medio est virtus, estaba claro que
muchos aficionados iban –íbamos- a reaccionar frente a tal invasión con un
cierto rechazo, menos teórico que práctico, a la rigidez dogmática de tanto
“talibán”. Y fue así como algunos llegaron –o llegamos- a estar “de Barroco
hasta el coco”.
Solo a través de los
conciertos y grabaciones de los verdaderamente grandes
investigadores-intérpretes fue posible la “re-conciliación”. La escucha de ese
tipo de interpretación se hizo placentera a quienes la habíamos adorado en
aquellas Pasiones de Frübeck de Burgos en el Monumental o las de Karl Richter
en el equipo de sonido de casa.
Barroco así, si
Con estos
antecedentes, el aficionado medio celebra volver a escuchar a una gran artista
como Ann Hallenberg en el ciclo Grandes Cantantes de la Temporada Lírica organizada
por la Orquesta Sinfónica de Galicia y Amigos de la Ópera.
Ann Hallenberg |
En Via Stellae hizo
también un Farinelli, el mito veinte años
después del filme, antecedente inmediato de este Farinelli, primo uomo assoluto
presentado el jueves 8 en el Teatro Rosalía de A Coruña. Me remito a lo escrito
entonces sobre la gran mezzosoprano sueca. Sólo puedo añadir la emoción
renovada en el concierto del Rosalía, más allá del absoluto domino vocal y escénico
de Hallenberg y del entusiasmo que desata en sus arias di bravura.
Es en las arias
amorosas donde su interpretación ahonda
en el sentimiento y lo transmite más de corazón a corazón que de voz a
oído. Son justo esos los momentos “que te transportan”, como dijo muy
acertadamente una buena aficionada. Y es que si hemos logrado pasar ese “Cabo
de las Tormentas” del dogmatismo es precisamente porque grandes artistas como
Anne Hallenberg usan su instrumento, su técnica y su musicalidad para
agarrarnos el corazón y apretarlo, más allá de la técnica o las modas.
Porque lo que te
hace sentir es precisamente lo más valioso de un artista, haciendo un puñal que
nos atraviesa de una simple sílaba, como en la contracción subrayada en el
primer verso del aria Ombra fedele anch’io
de Broschi (el hermano de Farinelli), o en el largo melisma sobre el "ta" de “inmortale”
del Alto Giove porporiano, que
hubiéramos querido inacabable por su belleza que te lleva a las alturas. Y no
digamos en el aria Lascia ch’io pianga,
del Rinaldo de Haendel, propina
siempre deseada en estos recitales que Hallenberg hizo desear al público
regalándola en tercer lugar fuera de programa.
Les talents Lyriques |
Una parte realmente
importante del éxito de este concierto se debió sin ningún género de dudas al
soberbio desempeño de Les Talents Lyriques y Christophe Rousset. Una orquesta
con todos los pros y ninguno de los contras de sus homólogas: un sonido
perfectamente empastado y de gran riqueza tímbrica se une a su prácticamente
perfecta afinación para hacer música de verdad, siempre al servicio de la voz
¡y de la partitura! La orquesta lo dio todo acompañando a Hallenberg y en las
oberturas de Polifemo y de Siroe, ambas de Nicola Porpora, y en la
de La more di Abel, de Leonardo Leo.
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