La Sociedad
Filarmónica Ferrolana ha dado comienzo a su nueva temporada de conciertos (en la que cumplirá su programa nº 500) con
una actuación de la Orquesta Sinfónica de Galicia en el Teatro Jofre. Este
concierto hace el nº 493 de la historia dela Filarmónica Ferrolana desde que
iniciara su actividad, también mismo escenario del Jofre, el 7 de octubre de
1949.
Por programa e
intérpretes, el acto presentaba todo el aspecto de un concierto inaugural y
como tal se desarrolló: la Sinfónica, dirigida por Guy Braunstein, tenía en sus
atriles el Concierto para dos violines en
re menor, BWV 1043, de J.S. Bach; la Sinfonía
nº 33 en si bemol mayor, K 319, de Mozart, y el Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61 de Beethoven,
en el que actuaría como solista el propio vioimista-director.
Braunstein (Tel
Aviv, 1971) fue alumno de Chaim Taub en Israel y, ya en Nueva York, de Glenn
Dicterow y Pinchas Zuckerman. Con sólo 29 años se convirtió en concertino de la
Orquesta Filarmónica de Berlín, permaneciendo en este puesto desde 2000 a 2013,
cuando decidió dedicarse de lleno a su carrera como solista.
En el Concierto paraa dos violines de Bach, el
violinista israelí compartió el escenario con Massimo Spadano, concertino de la
OSG desde 1993 y director de la Orquesta
de Cámara de la Sinfónica de Galicia y de la Camerata Boccherini, que con
profesores de la propia OSG se ha especializado en música del barroco y
clasicismo.
Guy Braunstein (foto cedida por Sociedad Filarmónica Ferrolana) |
Doble
satisfacción
Un concierto como el Doble de Bach procura a quien lo escucha una doble satisfacción: la
de gozar de una obra maestra del genio de Eisenach y la de comprobar la
coordinación del trabajo de los dos grandes intérpretes que se necesitan para
su interpretación. Y digo interpretación y no ejecución porque, aunque la obra
ofrece notables dificultades técnicas, éstas no son nada en comparación con su
gran categoría musical.
En este sentido, tanto la parte del primer
violín como la del segundo ofrecen a sus
Massimo Spadano |
Braunstein tomó la batuta para dirigir de memoria la
sinfonía nº 33 de Mozart. Lo hizo con
autoridad y gesto expresivo, siendo seguido por el gran instrumento mozartiano
que es la Sinfónica, que demostró otra vez su gran afinidad con la música del
maestro de Salzburgo. Su sonido bien empastado y compacto obtuvo unas altas
cotas expresivas en el sereno y casi soterrado dramatismo que Braunstein
imprimió al Andante moderato, el
preciso preciosismo del Trio de su Minuetto y la eficacia conclusiva casi
haydniana de su Allegro assai final.
Y un Beethoven de pura cepa
El día de su estreno (23.12.1806), el Concierto para violín de Beethoven fue
mejor acogido por el público –pese a la fragmentación a que lo sometió su
solista- que por la crítica. El
nacionalismo cultural preponderante en las revistas musicales alemanas de la
época no aceptó de buen grado el acercamiento de Beethoven al estilo
militar-revolucionario de origen francés. La obra cayó en el olvido de los
programadores y Beeethoven tuvo que escribir una versión para piano -editada en
Londres al tiempo que la original- para sacarle algún rendimiento económico. La
justicia que el tiempo hace a las obras maestras hubo de esperar a que Joseph
Joachim (1831-1907), el más reputado violinista del s. XIX, la interpretara en
Londres en 1844 bajo la dirección de Felix Mendelssohn (1809-1847).
Orquesta sinfónica de Galicia (foto cedida por Sociedad Filarmónica Ferrolana) |
En el concierto de Ferrol, una vez más, se abrió
paso la combinación más sencilla (que no fácil): una obra maestra, unos
intérpretes de calidad y fidelidad a la partitura. La calidad de Braunstein y
su fidelidad estilística para con Beethoven no dejaron lugar a dudas. La
introducción del Allegro ma non troppo
inicial tuvo un excelente control del sonido antes de abrir paso al tema
cantado por los violines sobre los arpegios en stacato de chelos y contrabajos.
Braunstein hizo una gran versión de la obra, llena
de la fuerza en la orquesta y desde las primeras notas de su violín e hizo una
más que notable en mecanismo y musicalidad de una cadenza llena de dificultades mecánicas y de fondo musical beethoveniano.
El Larghetto tuvo una gran tensión
expresiva tanto en las partes orquestales como en la solista, que el violinista
israelí tocó con todo el lirismo contenido en sus pentagramas.
La transición de este segundo movimiento al Rondó
final fue curiosamente clara y diferenciada, sin la habitual sensación de
continuidad rota por el attacca. Toda
la fuerza interior que Beethoven imprimía a sus obras estuvo presente en el
escenario del Jofre antes de las dos obras regaladas fuera de programa,
acompañado de la orquesta en la primera y con un espléndido Bach para violón
solo que cerró con llave de oro el círculo de una gran noche de música.
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