05 octubre, 2015

A por los quinientos





La Sociedad Filarmónica Ferrolana ha dado comienzo a su nueva temporada de conciertos (en la que cumplirá su programa nº 500) con una actuación de la Orquesta Sinfónica de Galicia en el Teatro Jofre. Este concierto hace el nº 493 de la historia dela Filarmónica Ferrolana desde que iniciara su actividad, también mismo escenario del Jofre, el 7 de octubre de 1949.



Por programa e intérpretes, el acto presentaba todo el aspecto de un concierto inaugural y como tal se desarrolló: la Sinfónica, dirigida por Guy Braunstein, tenía en sus atriles el Concierto para dos violines en re menor, BWV 1043, de J.S. Bach; la Sinfonía nº 33 en si bemol mayor, K 319, de Mozart, y el Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61 de Beethoven, en el que actuaría como solista el propio vioimista-director.

Braunstein (Tel Aviv, 1971) fue alumno de Chaim Taub en Israel y, ya en Nueva York, de Glenn Dicterow y Pinchas Zuckerman. Con sólo 29 años se convirtió en concertino de la Orquesta Filarmónica de Berlín, permaneciendo en este puesto desde 2000 a 2013, cuando decidió dedicarse de lleno a su carrera como solista.

En el Concierto paraa dos violines de Bach, el violinista israelí compartió el escenario con Massimo Spadano, concertino de la OSG desde 1993  y director de la Orquesta de Cámara de la Sinfónica de Galicia y de la Camerata Boccherini, que con profesores de la propia OSG se ha especializado en música del barroco y clasicismo.

Guy Braunstein (foto cedida por Sociedad Filarmónica Ferrolana)
Doble satisfacción

Un concierto como el Doble de Bach procura a quien lo escucha una doble satisfacción: la de gozar de una obra maestra del genio de Eisenach y la de comprobar la coordinación del trabajo de los dos grandes intérpretes que se necesitan para su interpretación. Y digo interpretación y no ejecución porque, aunque la obra ofrece notables dificultades técnicas, éstas no son nada en comparación con su gran categoría musical.

En este sentido, tanto la parte del primer violín como la del segundo ofrecen a sus
Massimo Spadano
intérpretes una buena ocasión de mostrar su musicalidad. Braunstein y Spadano la aprovecharon sobradamente, haciendo gozar al público del Jofre de una versión tersa y sin prejuicios interpretativos en la que destacó el sentimiento que imprimieron al Largo ma non tanto central y la serena energía del Allegro final. Las seccciones de cuerdas de la OSG fueron idóneo complemento a lo largo de toda la obra.

Braunstein tomó la batuta para dirigir de memoria la sinfonía nº 33 de Mozart. Lo hizo con autoridad y gesto expresivo, siendo seguido por el gran instrumento mozartiano que es la Sinfónica, que demostró otra vez su gran afinidad con la música del maestro de Salzburgo. Su sonido bien empastado y compacto obtuvo unas altas cotas expresivas en el sereno y casi soterrado dramatismo que Braunstein imprimió al Andante moderato, el preciso preciosismo del Trio de su Minuetto y la eficacia conclusiva casi haydniana de su Allegro assai final.

Y un Beethoven de pura cepa

El día de su estreno (23.12.1806), el Concierto para violín de Beethoven fue mejor acogido por el público –pese a la fragmentación a que lo sometió su solista- que por la crítica.  El nacionalismo cultural preponderante en las revistas musicales alemanas de la época no aceptó de buen grado el acercamiento de Beethoven al estilo militar-revolucionario de origen francés. La obra cayó en el olvido de los programadores y Beeethoven tuvo que escribir una versión para piano -editada en Londres al tiempo que la original- para sacarle algún rendimiento económico. La justicia que el tiempo hace a las obras maestras hubo de esperar a que Joseph Joachim (1831-1907), el más reputado violinista del s. XIX, la interpretara en Londres en 1844 bajo la dirección de Felix Mendelssohn (1809-1847).

Orquesta sinfónica de Galicia (foto cedida por Sociedad Filarmónica Ferrolana)

En el concierto de Ferrol, una vez más, se abrió paso la combinación más sencilla (que no fácil): una obra maestra, unos intérpretes de calidad y fidelidad a la partitura. La calidad de Braunstein y su fidelidad estilística para con Beethoven no dejaron lugar a dudas. La introducción del Allegro ma non troppo inicial tuvo un excelente control del sonido antes de abrir paso al tema cantado por los violines sobre los arpegios en stacato de chelos y contrabajos.

Braunstein hizo una gran versión de la obra, llena de la fuerza en la orquesta y desde las primeras notas de su violín e hizo una más que notable en mecanismo y musicalidad de una cadenza llena de dificultades mecánicas y de fondo musical beethoveniano. El Larghetto tuvo una gran tensión expresiva tanto en las partes orquestales como en la solista, que el violinista israelí tocó con todo el lirismo contenido en sus pentagramas.


La transición de este segundo movimiento al  Rondó final fue curiosamente clara y diferenciada, sin la habitual sensación de continuidad rota por el attacca. Toda la fuerza interior que Beethoven imprimía a sus obras estuvo presente en el escenario del Jofre antes de las dos obras regaladas fuera de programa, acompañado de la orquesta en la primera y con un espléndido Bach para violón solo que cerró con llave de oro el círculo de una gran noche de música.

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