27.10.2017, Palacio de la Ópera de A Coruña, Orquesta
Sinfónica de Galicia. Michał Nesterowicz,
director; Daniel Müller-Schott, violonchelo. Programa: Serguéi
Prokófiev, Sinfonía concertante en mi
menor, op. 125; Dmitri Shostakóvich, Sinfonía
nº 10 en mi menor, op. 93.
Fue inmediato: tras los escuetos veinticuatro acordes de
introducción orquestal, el chelo de Daniel Müller-Schott se apoderó de la sala.
La belleza de sus primeras intervenciones en los registros agudo y medio se
abrió paso como un preciso estilete que cedió el paso al bisturí del pícolo. A
partir de ahí, extrajo en todos los registros de su Goffriller “Ex Shapiro”
(1727) un sonido que no dudaría en calificar de hermoso si no fuera porque esta
palabra dicha así, escuetamente, se puede quedar corta por falta del buen uso
que le daba el sabio lenguaje popular de los abuelos –algunos casi iletrados-
de quienes hoy lo somos. Uso al que, por cierto, se adaptan como un guante las
cuatro primeras acepciones del término en el DLE, edición del centenario:
hermoso,
sa
Del lat. formōsus.
1. adj. Dotado de hermosura.
2. adj. Grandioso, excelente y perfecto en su línea.
3. adj. Despejado, apacible y sereno. ¡Hermoso día!
4. adj. Grande y proporcionado. ¡Qué salón más hermoso!
5. adj. coloq. Dicho de un niño: Robusto, saludable.
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Daniel Müller-Schott en un momento de los ensayos Foto capturada en el Facebook de la OSG |
La serenidad en el Andante
inicial se alternó luego con los exigentes arpegios y agilidades del Allegro central, siempre con una
afinación de altísima precisión, y su discurso resaltó la personal ironía de la
escritura de Prokófiev. Luego llegó la serena severidad del breve Andante con moto que inicia el último
movimiento, que dio paso, en el Allegretto
y Allegro final, a una apabullante demostración de técnica y recursos. Esos
pizzicati en dobles cuerdas alternados
con raudas escalas de afinación perfecta y los vertiginosos arpegios finales
estuvieron al servicio de la música, y su trabajo fue muy calurosamente acogido
por el público del Palacio de la Ópera.
Tras el descanso, el gran salto. Del socialmente camaleónico
Prokófiev al misterio de la supervivencia artística de Shostakóvich, siempre
nadando a contracorriente de los terribles canales censores estalinistas, que tantas
veces estuvieron a punto de reducirle al perpetuo y absoluto silencio de
aquéllos a quienes recordamos estos primeros días de noviembre.
Müller-Schott (i) y Nesterowicz, durante un ensayo para este concierto Foto capturada en el Facebook de la OSG |
Michał Nesterowicz pareció rendirle un homenaje previo a la interpretación de la Décima de Sostakóvich. El largo silencio que logró del público antes de que empezara a sonar la música tuvo la duración e “intensidad” adecuadas para empezar a escuchar la obra que estuvo (otra vez) a punto de acabar con la carrera y quién sabe si con la vida de su autor. La concentración de director, músicos y público fue así idónea para escuchar los pianísimos iniciales de la cuerda baja, en lo que bien podríamos llamar un “tempo de dolor”, un penoso avance salpicado por las serenas lágrimas de solos del clarinete de Juan Ferrer o la flauta de Claudia Walker Moore.
La llegada al clímax y su culminación destilaron dramatismo y expresividad por la excelente matización dinámica y modulación tímbrica del sonido. Su precisión rítmica (marcó la entrada y fin de cada una intervención de secciones o solistas, aun dirigiendo de memoria), y excelente correlación de planos sonoros contribuyeron a una impactante ejecución.
Nesterowicz durante un ensayo del concierto Foto capturada en el FB de la OSG |
Cuerdas tajantes como hachas marcaron desde su inicio el
tremendo carácter [1] del
segundo movimiento, Allegro. La
amenazante presencia se hizo continua locura en las veladas insinuaciones del
clarinete que abren la loca carrera de las cuerdas y los pícolos, subrayada por
los secos redobles de esa caja acuciante, tan personal de Shostakóvich. Las escalas
de mareo de maderas y cuerdas agudas y los metales de oprobiosa presencia
cobraron todo su significado en la versión de la OSG con Nesterowicz.
La calma inical del Allegretto
fue el breve respiro que Shostakóvich se permitió –y nos permitió a sus
admiradores- en esta sinfonía, especialmente en el largo solo de trompa.
Nicolás Gómez Naval lo convirtió en luz por encima de las sucesivas oscuras
urgencias de las cuerdas: las que se continuaron en los negros nubarrones y
tensa calma del Andante del cuarto
movimiento antes de desencadenarse la sucesión de tormentas, breves calmas y profundo
caos del Allegro que lo cierra.
La versión de Nesterowicz tuvo la gran virtud de ser una
música perfectamente interiorizada que sale de dentro afuera y que se expande así
del director a la orquesta e inicia un feliz vuelo hacia su auditorio. Éste tuvo
una excelente ocasión de sentir grandes emociones y aclamó con gran fuerza a
los intérpretes al final del concierto.
[1]
Según el libro Testimonio, de Solomon Volkov (Aguilar, Madrid, 1991), el propio Shostakóvich dijo que “La segunda parte, el scherzo, es un retrato musical
de Stalin”.
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