Auditorio de
Ferrol, 09.11.2017. Orquesta Sinfónica de Galicia. Eliahu Inbal, director;
Varvara Nepomnyaschaya, piano. Programa: Ígor Stravinski, Petite suite nº 2 (1921); Wolfgang Amadeus Mozart, Concierto para piano y orquesta nº 27 en si
bemol mayor, K 595; Antonín Leopold Dvořák, Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95.
Un concierto en el
Auditorio de Ferrol es siempre una ocasión que hay que aprovechar: la
cordialidad de los directivos de la Sociedad Filarmónica Ferrolana y la buena
acústica del recinto se potencian para conformar un “efecto llamada” irresistible.
Si sumamos a esto la coincidencia de fechas del concierto
del Taller Atlántico Contemporáneo en Santiago para las Xornadas de Música
Contemporánea con el de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia en el Palacio
de la Ópera, la elección se hacía sola.
Cartel del concierto |
Porteriormente, estas
suites fueron utilizadas como música de ballet: el homónimo Petite suite, coreografiado por José
Limón en 1936 (New York, Stade Concerts), y en el llamado Capriccio alla Stravinski, que fue estrenado en el Teatro delle
Arte, de Roma, en 1943, con coreografía de Auren Millos. La deliciosa frescura
que se desprende de la obra recuerda el ambiente de feria que conocemos en el
ballet Petrushka.
La Petite suite mantiene todas las esencias
rítmicas de cada pieza que la componen –marcha, vals, polca y galop-, y ha
dejado una herencia de obras como la también llamada escrita en 1933 por el español Gustavo
Pittaluga (Madrid, 1906 – 1975), cuyos tres movimientos (1.-Habanera
/ 2.-Serenata
y 3.-Pasodoble),
son herederos de esa especie de irónico autodescreimiento que la obra de
Stravinski rezuma por todos sus poros. La frescura de espíritu, claridad de
líneas y riqueza tímbrica -tan características del Stravinski de la época- fueron expuestas a la perfección por Inbal
y la Sinfónica.
Nepomnyashchaya e Inbal durante un ensayo previo al concerto |
En Mozart, Inbal marcó en la introducción del Allegro moderato el carácter de la obra:
transparencia y la viveza de espíritu arquetípica en su creador, que no puede
apagar esa cierta tristeza de fondo que deja entrever la última de las obras
concertantes que dieron fama y dinero a Mozart en sus reconocidas “Academias”
(conciertos por suscripción). Hubo pianísimos de extrema sutileza por parte de
la cuerda, Inbal cuidó muy bien la dinámica respetando la de Nepomnyaschaya y supo llegar
al corazón de su auditorio en los momentos de mayor fuerza dramática. La
solista hizo una lectura llena de lo que durante el concierto anoté como
“delicafuerza”: una gran fuerza interior pero expresada en todo momento desde
la más deliciosa intimidad. Correspondió a los aplausos del público con un
Debussy de auténtica referencia.
Vavid Villa, oboísta |
Tras la pausa, que en Ferrol siempre se me queda corta –me
gustaría departir más largamente con algunos de sus filarmónicos-, pudimos
gozar una gran versión de la Novena
de Dvořák a cargo de la
Sinfónica e Inbal. En ella se expresó toda la fuerza casi paisajística de la
obra y hubo momentos, como los solos de David Villa al corno inglés en el Largo, de emoción realmente
estremecedora. Algún que otro exceso de dinámica, que los hubo más o menos
evidentes, no enturbiaron el hecho de haber asistido a un gran concierto de
principio a fin. Orquesta y director fueron despedidos, merecidamente, con gran
calidez por el público ferrolano.
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