A Coruña, 04.09.2017.
Teatro Rosalía Castro. Todo el tiempo del Mundo. Texto y dirección, Pablo Messiez. Reparto: Amanda Recacha;
Rebeca Hernando; Óscar Velado, primer visitante; María Morales, Nené; Íñigo
Rodríguez-Claro, Flores; José Juan Rodríguez, novio; Mikele Urroz, jipi. Luces,
Paloma Parra. Escenografía y vestuario, Elisa Sanz. Construcción de decorados,
Mambo. Ayudante de dirección, Javier L. Patiño. Producción, Buxman Producciones
y Kamikaze Producciones. Produccción ejecutiva, Pablo Ramos Escola. Dirección
de Producción, Jordi Buxó y Aitor Tejada.
Íñigo Rodríguez-Claro, Flores |
...y habitó en su cabeza. Sin saber cómo ni por qué, el bueno del señor Flores,
un arquetípico zapatero de señoras, recibe visitas tan insólitas como
inquietantes: una jipi [1] que canta acompañándose con
su guitarra mientras él atiende a unas estúpidas clientas; cuando cierra la
tienda, un hombre empapado le recuerda la agonía de su abuela y le fuerza a
regalarle unos zapatos –de señora, claro- con los que calzarse tras la mojadura.
Cuando pregunta a
Flores por sus prisas en cerrar, se las reprocha espetándole un “si no lo sabe,
no le esperan” y el mundo del zapatero se convierte en un agujero negro que se
traga su apacible vida tras su “horizonte de sucesos”.
Dicen los físicos que
la materia ni se crea ni se destruye. Y me gustaría saber que lo mismo sucede con
aquélla, sea cual sea, de la que estén hechos los sueños . Y la memoria: cuando
Nené -su dependienta, que nunca presencia las visitas- achaca las supuestas
visitas al cansancio, Flores se pregunta “adónde va todo eso que ha pasado y
nadie recuerda”. Intenta profundizar en la naturaleza y significado de esa
primera visita fantasma pero éstas se multiplican en
noches sucesivas.
Í. Rdguez-Claro, J.J. Rodríguez, A. Recacha, M. Urroz y R. Hernando |
Y van apareciendo una mujer embarazadísima que lo trata con confianza y un cariño teñido de una cierta autoridad; una pareja con sus
vestimentas de novios -y una dificultad de comunicación tan larga como el velo
del traje de ella- y la chica jipi, que vuelve y le llena de reproches...
Dicen que un agujero
negro devuelve todo lo que se traga pero lo hace en una dimensión desconocida.
Dicen. Porque nadie ha vuelto de un agujero negro, claro; como no se vuelve de
la muerte. Ni de una demencia senil. El que se abre ante Flores tras la primera
visita también le devolverá todo: como recuerdos más vívidos; como
presentimientos transformados en realidad al alcance de la mano: quizás la realidad
de toda su vida anterior. No se llega a saber y no nos hace falta saberlo.
Porque lo que ocurre no es en la realidad sino en otro plano de la consciencia
M. Urroz y R. Hernando |
Ésta desfila ante el
espectador como verdaderas analepsis –o flashbacks,
si prefieren el anglicismo- que van encajando como un rompecabezas. En Flores,
literalmente: porque todas esas vivencias dolorosas rompen todos sus esquemas
vitales y mentales presentes; porque, consciente o inconscientemente, había
desterrado de su cerebro aquellas experiencias. Y había pasado tanto tiempo desde que las había
expulsado de su vida, que en su cabeza no había sitio para ellas y se la rompen al tratar de
encajarlas cuando vuelven. Pero el lenguaje de Messiez actúa como
un lubrificante poético que permite al espectador hacerse la ilusión de que
todo se asimila; también en el escenario.
Aunque tal vez, lo que
recibe al otro lado de ese agujero negro de sus intempestivas visitas es otra
realidad paralela: la de un futuro bien vacilante y confuso porque se une con
su pasado. Es posible que el final de un proceso de pérdida de la memoria
desemboque en un instante de absoluta lucidez, de total abandono a la propia
suerte, de un renacer ante el que cualquiera sentiría la necesidad de gritar al
mundo las dos palabras que constituyen la cima de texto y acción en Todo el tiempo del Mundo: “¡Mañana - _ - - _ !”, que no completo para no
destripar la obra a quien no la haya visto.
El lenguaje de Messiez
dota a Todo el tiempo del Mundo de un
clima entre onírico y poético. Los encuentros con sus visitantes van
evolucionando de la extrañeza y el rechazo más absolutos a la idealización
desiderativa. En este sentido, hay una frase al finalizar la obra (“Si todo el
tiempo del mundo se juntara en un instante, si todos estuviéramos juntos...”) totalmente
paralela en significado a la del final de Incendios, de Wajdi Mouawad. Y es que, a la
postre, una vida no es sino una sucesión de recuerdos; y cuando éstos
desaparecen aquélla se esfuma como la nieve carbónica entre las manos.
Vista general del decorado con Morales y Rodríguez-Claro |
La función se
desarrolla en un solo, preciso y precioso decorado de Elisa Sanz, responsable
también de un vestuario plenamente ambientado en la época en que el abuelo de
Pablo Messiez regentaba una zapatería de su propiedad. Su diseño, además de
ambientar a la perfección el desarrollo de la obra, favorece un ágil movimiento
de los actores y las posiblidades de expresión corporal de éstos. La
iluminación de Paloma Parra enmarca y ambienta idóneamente cada clima de la
obra.
Amanda Recacha es la
novia que encoje el alma desde su aparición en escena hasta que al fin se
desvela en plenitud. Siempre con el contrapunto de su alter ego, de ese novio representado por Juan José Rodríguez que
exhibe un carácter de –por lo menos- dos facetas. Una relación imposible de
analizar aquí sin destruir su sorpresiva, oculta y, para mí, dura poesía.
Los novios |
Finamente, hay dos
personajes de extremada importancia –en realidad, todos lo son- en el complejo memoria / vida onírica de Flores: los representados por Rebeca Hernando, la
embarazadísima inicial que libera su secreto antes que su líquido
amniótico. El suyo, al menos tal como se vio en A Coruña, es un personaje algo
ambiguo, entre lo hondo y lo sentencioso, que deja un extraño regusto final.
Pero para final de
personaje, el de la chica jipi en la voz y la gestualidad facial y corporal de Mikele Urroz. Su
actuación finaliza en la más absoluta ternura –quizás el ideal buscado en toda
relación personal-. Pero lo hace después de arrancar desde la casi sosa
liviandad inicial –bien representativa de la imagen más extendida del jipismo-
y pasando por la rabia apenas contenida en el desarrollo central de su
personaje. Óscar Velado tiene la difícil misión de captar la atención del
público arrancando sus primeras risas y haciéndole sentir la incomodidad de
Flores ante su presencia y revelaciones. En conjunto, un gran nivel medio de
actuación.
Una pequeña reflexión final
Mientras buscaba un
enlace que explicara lo de los agujeros negros y el horizonte de sucesos, no he
podido por menos de pensar en la semejanza visual de esas figuras con la
descripción de un túnel lleno de luz que hacen los que dicen haber pasado una
experiencia cercana a la muerte. Y, de alguna manera, me atrae la idea de que
ésta no sea más que un gigantesco agujero negro que absorbe todo y a todos para devolvernos a una
nueva dimensión de tiempo y luz.
Yo, de momento, no recuerdo si es así...
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