Un cuchillo en la garganta
A Coruña, Teatro
Rosalía Castro. Incendios, de Wajdi
Mouawad en traducción deEladio de Pablo. Dirección, Mario Gas. Reparto
por orden de intervención: Ramón Barea (Hermile Lebel; el Médico; Abdessamad y
Malak); Álex García (Simón; Wahab y el Guía); Carlota Olcina
(Jeanne); Alberto Iglesias (Ralph, Antoine, Miliciano, El conseje; El
hombre, Chameddine); Laia Marull (Nawal joven); Germán Torres
(Nihad) Nuria Espert (Jihane; Nazira; Nawal); Lucía Barrado
(Elhame; Sawda). Escenografía, Carl Filion. Vestuario, Antonio
Belart. Videoescena, Álvaro Luna. Iluminación, Felipe Ramos. Espacio
sonoro, Orestes Gas. Sonidista y vídeo, Enrique Mingo.Fotografía,
Ros Ribas. Producción gira, Ysarka S.L.
Así nos sentimos
muchos aficionados al final de la representación única de Incendios en el Teatro Rosalía Castro de A Coruña. Con un cuchillo
de clavado en nuestra garganta. Como si un Alejandro Magno redivivo pretendiera
cortar el nudo gordiano de emociones que se había ido acumulando en ella frase
a frase, escena a escena, a lo largo de la obra creada por Wajdi Mouawad.
Incendios es una obra inmensa, más en sentido cualitativo que
en cuanto a dimensiones. Por las circunstancias de tiempo y espacio en las que
se desarrolla a lo largo de las tres horas largas de la versión que ahora se
representa, podríamos calificarla como una obra llena de épica. Por las
vivencias que el texto hace vivir a sus protagonistas, está cargada de un gran dramatismo;
libre, eso sí, de cualquier blandura ni concesión al sentimentalismo.
La escena inicial es
la lectura por parte de un notario –amigo y albacea testamentario por voluntad
de la difunta- de sus últimas voluntades, que confunden a sus hijos. Éstos son
dos mellizos, Jeanne y Simón, de poco más de veinte años, que no comprenden que,
después pasar de cinco años en el más absoluto y voluntario silencio, su madre
les encargue encontrar a su padre –que creían muerto- y a un hermano cuya
existencia desconocían. Y que, una vez encontrados éstos, les hagan entrega de
un sobre a cada uno, tras lo cual y sólo entonces podrán leer el mensaje que
les dirige a ellos dos.
Rompecabezas
Dice Nawal que “hay
verdades que sólo pueden revelarse a condición de que sean descubiertas”. Lo
que se revela a partir de la lectura de ese testamento es un viaje cuasi
iniciático de Jeanne y Simón en busca de las verdaderas raíces a través de la
historia de su madre. Mouawad nos va mostrando simultáneamente el itinerario
vital de sus protagonistas en una especie de viaje por diferentes lugares a
través del tiempo y en él va sacando a la luz todos los datos, todos los
detalles que necesitaremos para comprender toda la intensidad y extensión del
drama que nos presenta.
Detalles que son como
como piezas de un inmenso rompecabezas espacio-temporal. Datos que sólo nos
permitirán comprender toda la grandeza y miseria de la vida de este grupo de
seres humanos cuando hayamos logrado colocar cada uno en su tiempo y lugar. Desde
la primera juventud de Nawal, hasta el inicio de su postrer silencio.
Un texto lleno de
tensión dramática y saltos adelante y atrás en el tiempo necesita una
escenografía, iluminación y apoyos visuales que permitan una puesta en escena
imaginativa, de ritmo muy ágil y con una excelente dirección de actores. Mario
Gas, que tiene sobradamente demostradas estas capacidades, las pone al servicio
del texto. Las escenas se suceden sin solución de continuidad y la acción,
llena de dinamismo, no resta ni un ápice de importancia al texto, el verdadero
hilo conductor de la obra. La magia de Gas no es sólo hacer compatibles ambos
aspectos sino jerarquizarlos idóneamente.
Una puesta magistral
La iluminación nos
permite percibir con un mero cambio de intensidad o color los diferentes
tiempos y lugares de la acción. La escenografía se limita a la división del
escenario en tres partes, con los dos trecios laterales cubiertos de arena y una
rampa central que asciende hasta un muro en el que se abre una puerta central
practicable. Todo ello es completado por un atrezo sobrio, con sólo los elementos
necesarios para el desarrolllo de la acción.
El vídeo es demasiadas
veces es un mero complemento de texto o adcción o incluso distrae la atención
debida a éstos. El creado por Álvaro Luna se convierte en coprotagonista de Incendios, tanta es la fuerza con la que
explica o incluso describe situaciones y sentimientos. Luz, vídeo y caracterización
son protagonistas esenciales en una escena, la del autobús, que permite
comprender el rumbo definitivo en la trayectoria vital de la Nawal joven.
Niña, mujer
Ésta está
magníficamente interpretada por Laia Marull desde su aparición como una joven
enamorada de 15 años que se enfrenta a las peores costumbres y tradiciones de
su pueblo, de cuyas esencias es portadora Nazira, su madre. La Nawal embarazada
quinceañera recibe de su abuela el encargo de una redención por el conocimieneto
(leer y escribir, algo impensable entre los suyos) que habrá de sembrar en su
pueblo como el mejor grano y que permitirá a la propia Jihane habitar por
siempre la primera sepultura identificada del cementerio local.
Marull se crece en la
Nawal que recorre toda una aventura vital marcada por las guerras del Líbano -guerras
sin localizar en esta ocasión, lo que da a su
vida una proyección más actual al tiempo que universal-. Porque Nawal es
una víctima de la guerra aunque salga viva de ella; como lo es hoy día
cualquier mujer que tenga que huir de su hogar; cualquier refugiada -o
buscadora de ese refugio antes ofrecido y luego denegado por tantos gobiernos
europeos-; cualquiera que luche por una causa justa en busca del bien;
cualquiera que sea encarcelada; que sea violada. La actriz da carne e insufla
espíritu a todas esas mujeres haciendo que nuestra mirada pase del personaje de
Nawal a las personas a las que éste simboliza.
Nawal se ve acompañada
en su peripecia por un personaje que la sigue como a una mesías, Sawda, con la
que forma un equipo que mantiene la atención a través de toda la gran tensión
dialéctica que surge en los diálogos entre ambas mujeres. Extraordinaria
interpretación la de ambas actrices. Lo mismo que la Jeanne de Carlota Alcina,
que va creciendo a medida que pasan los minutos y las escenas de su personaje
desde la inicial profesora un tanto aislada en su mundo de números a la hija que
ve la luz a través de la tragedia de su madre.
Viajeros
Y siempre tirando del
personaje de Simón, bien interpretado por Álex garcía en su simplicidad
limitada a sus horizontes mentales de boxeador, lleno de desprecio y odio hacia
su madre. Pero aún mejor cuando su interpretación evoluciona con el carácter y
la curiosidad final del personaje.
Del resto de
personajes masculinos destaca la ductilidad de Ramón Barea, desde el notario
incontinente verbal a los sabios –por viejos- de aldea, pasando por el dolorido
distanciamiento de ese médico cuya sensibilidad se ha llegado a cauterizar por
el continuo horror de tanta violencia. Alberto Iglesias da cuerpo a seis
personajes distintos logrando que apenas se reconozca en ellos al actor, lo que
no es poco mérito y Germán Torres hace un Nihad más que posible en ese mundo de
atrocidades. Su desapego de la Humanidad, con mayúscula, o de la simple
humanidad hace que cada una de sus frases sacuda al espectador como una
descarga de alto voltaje.
La anciana
Nuria Espert es la
penúltima de los actores en aparecer sobre el escenario, que había sido
conquistado por méritos propios de quienes la preceden. Espert se adueña de él con
su sola presencia antes de abrir la boca y sin apenas moverse, pero lo mejor es
que no anula al resto del reparto: lo potencia en sus diálogos y en sus
monólogos. La madre inflexible y de dureza berroqueña; la Nazira abuela
cariñosa–y lúcida por encima de sus posibilidades- a la que cualquiera adoraría
que salva el futuro de su nieta navegando a contracorriente de su cultura.
Y es la madre anciana
que se encuentra con su pasado como si hubiera sido lanzada hacia un muro de
lanzas afiladas que han de herir su alma mortalmente hasta sumergirla en un
silencio espeso, viscoso, inmovilizante de cuerpo y alma que la separa de sus
hijos hasta tal punto que la última frase que pronuncia –y que se conoce casi
desde el principio de la obra, tranquilo; no destripo nada- sea Ahora que
estamos juntos, todo va mejor. ¿Un
deseo? ¿Una realidad?
Tras su gira, Incendios
volverá durante los meses de junio y julio a Madrid y se representará de nuevo
en el Teatro de la Abadía, en el que se estrenó. No debería perdérsela nadie a
quien le guste el teatro; incluso a quienes sólo les gusta el mejor teatro.
Porque Incendios pertenece justo a esta categoría.
Incendios
A.
Escenografía. Un
espacio central compuesto de una rampa y un fondo de apariencia metálica, éste
con puerta practicable, y dos laterales con suelo de arena desde los que el
pasado aprisiona e invade el presente.
Una.
La.
Un.
Toda.
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