Este “finde” se juntaron dos “fiestas de”: el
viernes 19, “la fiesta de la música”. Que eso es, para muchos clientes de la
eléctrica predominante en Galicia, el Concierto de Navidad que la Orquesta
Sinfónica de Galicia celebra desde hace veinte años. Y desde la mañana del
domingo, lo que los políticos amantes del tópico más manido y ramplón (y tantos
periodistas faltos de recursos) llaman “la fiesta de la democracia”: las
elecciones generales.
Son dos eventos con asistencia variable en cantidad
e intención: unos van porque están convencidos de que es su deber moral; otros,
porque no pueden vivir sin participar; los hay, incluso, que asisten porque es
gratis y algunos, en fin, porque a algún sitio hay que ir y esto es lo que
hacemos un viernes de diciembre todos los años. O un domingo cada cuatro. Esto
último aproximadamente, claro; que esto de las elecciones es lo que en el
calendario litúrgico se llamaba tradicionalmente “fiesta variable”.
Feliz
Navidad
Sincero deseo o mera fórmula de cortesía, es la
frase que más se intercambia a partir de mediados de diciembre. Así lo hacían quienes
se encontraban con amigos y conocidos en el vestíbulo del Palacio de la Ópera
el viernes 19 de diciembre, a la entrada del Concierto de Navidad. Sus gestos
apenas permitían conocer la verdadera naturaleza de los “sentimientos-raíz” de la
frase (caso de haberlos). En el descanso del concierto, unos culines de cava y
unas chocolatinas, obsequio de la empresa patrocinadora, terminaron de “alegrar-relajar”
los gestos y de “acentuar-acrecentar”
las expresiones orales.
Concierto de Navidad de la OSG / Foto XURXO LOBATO |
Prima,
la musica,,, [1]
Porque en estos actos incluso hay música, mire usted.
En la primera parte del concierto, Mozart: una Sinfonía nº 40 de libro para guardar mucho tiempo en el recuerdo
por su “mozartianidad” [2]. Con todo el contraste
-casi se podría decir con toda la contradicción- entre dialéctica y forma;
entre cuerpo y vestimenta de esta obra maestra; entre la facilidad de
asimilación auditiva y la dificultad de expresar idóneamente su magnífica expresión
de seriedad y el rompimiento de esquemas que tradicionalmente se le ha
atribuido a la tonalidad de sol menor.
La versión de Slobodeniouk al frente de la Sinfónica
acertó con plenitud en el corazón mismo de la obra: la profundidad de concepto
y gracia melódica en el Molto allegro;
un Andante en el que las líneas
contrapuntísticas irradiaron en un tempo
bien lento pero absolutamente cargado de tensión expresiva; la inaudita fuerza de
su minueto y el diálogo entre
cuerdas, maderas y trompas en el Trio
. Y la enorme emotividad expresada en el Allegro
assai final; especialmente, como en el Molto
allegro inicial, en la profundidad que extrajo de sus modulaciones.
Por supuesto, hubo aplausos entre movimientos [3]; son tan habituales en
estos conciertos “fiesta de” que resultan hasta entrañables de puro esperados.
En este caso tardaron algo en aparecer pero, a cambio, fueron más sonoros de lo
habitual: un poco más largos entre segundo y tercer movimientos y menos entre
tercero y cuarto. Al final de éste (o
sea, de la sinfonía), también se aplaudió con fuerza. Es lo que tienen las
leyes del movimiento (y de la inercia, claro).
,,,poi, l’amore
El de Tristán e Isolda acaba mal, pero eso no es
nada original en el mundo de la ópera. Porque enamorarse, casarse, comprarse un
piso, llevarse bien [4],
tener hijos (la parejita, a ser posible) y llevar una vida tranquila con un
buen sueldo y plan de pensiones pagado por la empresa no tiene ningún interés
dramático. Y quizás tampoco musical; pero en el caso de estos chicos no es que
acabe mal, como casi todos en el género; es que se ve venir desde el minuto
cero. Porque lo suyo es que empieza raro, muy raro, desde el célebre “acorde de
Tristán”, que a quién se le ocurre tamaño rompimiento inicial de la armonía,
don Ricardo.
Richard Wagner |
Pues a un genio, diría yo.
Pocas veces en la historia del teatro se ha lanzado al espectador, para que se
active, una llamada de atención tan eficaz sobre lo que va a suceder en escena.
Y así, en vez de ver y oír, mire y escuche. Ese “fa – si – re# - sol #”. Sin
entrar en grandes profundidades, los diferentes análisis armónicos de ese
acorde [5] le dan dos funciones. En
realidad, en la apreciación al oído pueden influir las dos simultáneamente, lo
que confiere al acorde un carácter mucho más tenso que cualquiera de ambas por separado
[6]. Es así como Wagner
comienza a desarrollar un drama cuyo final es la muerte de Isolda, no por
esperada menos emotiva. Un desenlace que Javier Vizoso describe brillantemente [7] y al que Slobodeniouk llegó
en este Concierto de Navidad como colofón de una soberbia versión en la que
todas las tensiones expresivas y artísticas -los placeres y dolores de la
partitura- quedaron brillantemente plasmadas en sonido.
,,,los amoríos
Escritos por otro Richard, Strauss. Tratan sobre los
de Don Juan, naturalmente
(en el caso de que lo de el burlador sevillano tuviera
algo de natural. El mito de Don Juan, tratado desde tiempo atrás como tema
operístico y teatral, fue utilizado por Strauss como sujeto de su tercer poema
sinfónico en la época de su idilio, luego fracasado, con Dora Wihan-Weis,
esposa de su amigo el chelista Hanus Wihan. El contraste entre masas
orquestales y solos instrumentales característico del poema fue abordado en una
versión de gran brillantez por Slobodeniouk y la OSG. Los solos de oboe de Casey
Hill, de violín de Massimo Spadano y el grupo de trompas fueron realmente
soberbios.
Richard Strauss, joven |
Y,
al final, palmas a compás
Al de la Marcha
Radetzky, faltaría más. Que su inspiración radique en las hazañas represivas y sangrientas de un generalote [8] importa bien poco al
respetable. Porque, con los años, la célebre marcha (de una calidad y eficacia innegables) se ha hecho
imprescindible como fin de fiesta en estos conciertos “solsticiales-navideños” y a
ver quién es el guapo que se atreve a finalizar un concierto de éstos sin
tocarla como propina final. O inicial, que ésa es otra. Maestro, profesores de
la Sinfónica y público palmero hicieron una buena versión (qué bien dirige Slobodeniouk,
también al público) que acabó con grandes aplausos del respetable (más fuertes
que en el resto del concierto, como era de esperar).
Estatua ecuestre del mariscal Radetzky |
El caso es que los profesionales la habían preparado
como única pero los aficionados y/o simples asistentes a estos conciertos son ávidos
de propinas como nadie, especialmente cuando se sienten partícipes activos. Con
lo que, tras una primera ejecución de la obra, los gritos o más bien susurros
de “otra, otra” y aplausos fuertes y crecientes (que había que ganarse la
segunda propina), Slobodeniouk hubo de salir e improvisar una segunda ejecución
de la marcha. Nuevamente, la orquesta fue acompañada por las entusiásticas
palmas del personal asistent, acabando así esta “fiesta de”, no sin cierta
decepción de los espectadores.
Y, como en el estrambote del célebre soneto de
Cervantes, Slobodeniouk
“luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada” [9].
Con toda sinceridad y la mejor disposición os deseo
a todos una Navidad muy alegre y feliz y que 2016 venga, al menos, tan cargado
de buena música como transcurrió este ya anciano 2015.
[1] No es un error tipográfico sino
un atrevimiento. Y sí: son comas suspensivas, que no existen, “mais habelas,
hainas”.
[2] Perdonadme el uso de tantos
palabros en este texto; pero es que estamos en época de fiestas y uno necesita
relajarse. Y la verdad es que estas expresiones (¿presiones hacia fuera?) me
vienen como anillo al dedo para rebajar tensiones interiores ironizando sobre
términos y comportamientos. O para describir sensaciones más relajadamente y
por yuxtaposición.
[3] La verdad es que estos aplausos
eran lo habitual hasta la sacralización del autor y de la obra como unidad
intelectual indivisible (ay, todo lo que sacralizaron el puñetero sordo de Bonn
y los exégetas de su leyenda). ¿Habrá que volver a esos aplausos “interiores”
tratando de restar rigidez al ritual de los conciertos sinfónicos? Pues, sinceramente, no lo sé.
Quizás
la respuesta sea “Por qué no, si se cambian los usos habituales”, lo que viene
a ser algo así como las reglas del juego. ¿pero habrá que hacerlo por consenso,
por “invasión”, por dictamen? Esto me recuerda lo de la otra “fiesta de” de ese
fin de semana, con los proyectos de cambios institucionales de bastantes
políticos, que no parecen ponerse de acuerdo ni en el qué ni en el cómo.
Y
¿qué hacer mientras? ¿Fulminar con mirada “digna-cauterizante” al “invasor”?
¿Mirar con sonrisa “condescendiente-conmiserativa” al “pauvre-parvenu”?
¿dirigir los expertos sus entendidos ojos hacia la apagada pantalla de los
sobretítulos operísticos como quien no se da por enterado? Pues la verdad es
que no lo sé; el tiempo lo dirá.
[4] Este abuso de la forma reflexiva
de los verbos me viene dado: la vida irreflexiva es infinitamente mejor como
material dramático.
[5] Dependiendo de las apreciaciones
sobre cuáles son las notas reales, el acorde tiene función de dominante o de
subdominante.
[6] Desde la época del Barroco, el
sistema tonal se ha venido basando en el uso de la tensión-distensión producida
por la sucesión de diversos acordes: el de tónica como centro de reposo y de la
dominante como principal foco de tensión. En Tristán e Isolda, Wagner abandona en cierta forma esta especie de
sistema solar doble que podríamos comparar a una elipse, para adentrarnos en
otro “multiestelar” con el uso de múltiples focos de atracción que nos alejan
del acorde de tónica de forma brillantemente descrita por J. Vizoso en la
siguiente nota al pie de este texto.
[7] “...los
amantes liberan por fin su amor con la muerte y transfiguración de Isolda ante
el cadáver de nuestro Tristán, por medio de un intenso orgasmo tras el que por
fin descansará toda la orquesta, y también nosotros,- sobre un acorde de tónica
que Wagner nos hurta constantemente durante todo el drama”. (Instrucciones para tropezarse a Vivaldi y
otros ensayos. Pág. 79. Edit. Diferente, A Coruña. ISBN:
978-84-613-7805-0).
[8] La marcha fue compuesta por Johann Strauss padre, en honor al
mariscal de campo austríaco Joseph Wenzel
Radetzky que aplastó la revuelta del norte de Italia
en 1848-49. Cuando Radetzky hizo lo mismo contra el movimiento revolucionario
austriaco, la marcha pasó de himno nacionalista a símbolo reaccionario.
[9] Bueno, no hubo nada más en el
escenario. Fuera de élse pudo ver a los vigilantes de seguridad y la larga ristra de coches
oficiales (hasta 7 grandes sedanes negros y una berlina más clara, todos
aparcados en la prohibidísima acera del Palacio de la Ópera) de los personajes políticos y financieros que
hacen acto de presencia en esta “fiesta de” y que rara vez aparecen en los
conciertos de abono. Claro que a éstos no se acude como a la “fiesta de” la
música. Sólo a escucharla y gozarla. Pero eso es sólo cultura y, claro, viste
menos.
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