Mostrando entradas con la etiqueta #Comedia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta #Comedia. Mostrar todas las entradas

03 marzo, 2017

¿Soñé por un momento?





Teatro Rosalía Castro, 24 de septiembre de 2016. La respiración. Autor y dirección, Alfredo Sanzol. Reparto: Pau Durá, Íñigo; Verónica Forqué, Maite; Nuria Mencía, Nagore; Pietro Olivera, Andoni; Martiño Rivas, Mikel; Camila Viyuela, Leire. Música, Fernando Velázquez; Escenografía y vestuario, Alejandro Andújar; Diseño iluminación, Pedro Yagüe. Construcción decorados, May Servicios, María Calderón.

Crónica borrada por error y republicada fuera de su fecha

La respiración es una de esas obras de las que uno sale preguntándose cosas; esa clase de teatro que con un tono y construcción de comedia presenta un drama personal de hondo calado. Algo así como un estanque rodeado de flores y alegres esculturas, en el que el agua translúcida permite entrever los desconchones que el paso del tiempo ha dejado en su fondo. La obra, que habla del amor y las relaciones humanas, es una crónica sobre la soledad: la que sufrió el autor, Alfredo Sanzol, por la separación de quien había sido su pareja quince años; la que en el texto vive Nagore, el personaje femenino protagonista.

Dice Sanzol que La respiración  es una obra terapéutica, escrita “para que me cure a mí y también al público” porque “el humor tiene una finalidad curativa; al poner en el escenario nuestras propias contradicciones y paradojas, hace que tomemos distancia sobre ellas, lo que nos ayuda a verlas mejor y a aceptarlas”.


Nuria Mencía

Nagore presenta su drama personal e íntimo al inicio de la función en un soberbio monólogo lleno de duras verdades y preciosas expresiones que nos hacen sentir una profunda empatía con el personaje (¿con el autor?). Con frases como “el hueco que dejan los pequeños ruidos”, que expresan de forma tan profunda como poética el dolor que se siente con la soledad impuesta. La que ella siente, por ejemplo, en su deambular nocturno por una casa vacía de sentido para ella.

La presencia y consejos de la madre, Maite, desencadenan toda la acción posterior y las situaciones humorísticas que Sanzol extiende como un bálsamo sobre los sentimientos de Nagore y su impacto en el espectador. Las clases de yoga; las relaciones cruzadas (cruzadísimas) de los seis personajes que se van descubriendo a lo largo de la representación materializan –o sólo simbolizan- ante el público el cambio de aires con el que Maite pretende que Nagore deje atrás su vida pasada y supere su dolor.

De izquierda a derecha: Pietro Olivera, Pau Durá,
Verónica Forqué y Martiño Rivas

La descabellada acción y el tono un tanto vodevilesco tejen un sutil velo entre escenario y platea, sobre el que nacerá la visión de la obra de cada espectador. Desde quienes simplemente hayan pasado un buen rato riéndose con las aventuras de Nagore y compañia hasta quienes hayan sentido sus desventuras como un reflejo de su vida. Desde quien se identifique con alguno o algunos de los personajes hasta quien después de salir del teatro haya seguido preguntándose cosas. Algo parecido a la sensación de permanencia de aromas y sabores que dejan los buenos vinos y que invita a catar más de esa bodega.

Alfredo Sanzol, presenta La respiración como “un regalo” para cuantos de alguna manera se hayan visto tocados por el amor. ¿Y quién no lo ha sido en algún momento de su vida de forma positiva o negativa? ¿Quién no se ha sentido, como él mismo dice, con “el pabellón de la autoestima en lo más alto gracias al amor” o “en lo más bajo gracias al amor”? No, desde luego, “todos los que piensan y sienten que, a pesar de lo que hagas con el pabellón de tu autoestima, cuando te enamoras te la juegas”.

Nuria Mencía

Quizás sólo “los que hayan conseguido que el pabellón de su autoestima no dependa de nadie”. Aquéllos cuya respiración –metáfora que actúa como hilo conductor de la obra- sólo depende de su esfuerzo físico; quizás porque han llevado sus relaciones personales por caminos diferentes a los del sentimiento y la empatía.

Gran actuación la de Nuria Mencía, encarnando a la Nagore llena de angustia y dolor, una mujer perpetuamente descolocada en su nueva vida pero que es capaz  de ilusionarse progresivamente con la vivencia o fantasía con que se encuentra al seguir el consejo materno. También a la que sufre el duro aterrizaje en la la realidad cuando todo vuelve a ella o deshace la fantasía.

Arriba, Verónica Forqué;
abajo, Nuria Mencía
Verónica Forqué acaba de llegar al reparto. Su actuación deja un cierto regusto a “locamadre” sobre el que, sin embargo, no puedo evitar ver la su forma de hacer como actriz por encima de “la chicha” y el espíritu del personaje. Excelente Camila Viyuela como la Leire llena de juventud e ilusión en su relación con Mikel... y una cierta doblez –mejor dicho, una doblez cierta- en las que mantiene con los demás.

Pau Durá hace un Íñigo muy creíble. Es soberbio el monólogo con el que describe el descubrimiento de su expareja, en el que transita por un variado espectro expresivo desde el pasmo a la indiferencia y desde la incredulidad al desgarro. Bien representado el Andoni de Pietro Olivera, de la serenidad zen al descaro autojustificador, y prometedor Martiño Rivas como “gym-man” chulete y descarado; algo menos creíble en sus diálogos con Leire.

Martiño Rivas y Camila Viyuela

“Aaire, soñé por un momento que era aaire...”
Dice Sanzol, que cuando la hija de Nagore está con el padre, Maite introduce a esta “en una fantasía, una historia de amor con varios hombres». Al final, el espectador puede preguntarse si ella puede cantar el estribillo de la vieja canción de Mecano. Si los personajes han vivido de verdad todo todo el episodio que ha visto sobre el escenario. O si todo ha sido simplemente imaginado por Nagore - ella misma lo llama fantasía al final de la obra sin que quede claro el sentido de la palabra-, entre la primera escena con Maite y la llamada final del compañero de instituto. Que, por cierto, se llama Alfredo (¿casualmente?), como el autor. O qué parte de la trama habrá sido vivida por éste o sólo producto de su imaginación o de los talleres de improvisación con los actores de que salió parte del texto. O cómo preferiría cada espectador haber vivido, llegado el caso, una situación de desamor.

Mucha “O” como conjunción (disyuntiva, por cierto, no copulativa). Ahora el trabajo es para cada espectador que quiera asumir la obra en la medida de sus posibilidades o exigencias. Muchos aún seguimos pensando.


Aire...



07 diciembre, 2016

Una trepa por cuenta propia



Teatro Rosalía Castro, 3 de diciembre. Happy End. Autor, Vaivén Producciones a partir de un texto de Borja Ortiz de Gondra. Reparto: Xabi Donosti, Martín; Garbiñe Insausti [1], Gabriela; Ana Pimenta, Ainhoa. Dirección, Iñaki Rikarte. Ayudante de dirección, Alberto Huici. Escenografía y vestuario, Ikerne Giménez. Utilería y atrezzo, Marcos Carazo. Diseño lluminación, Xabier Lozano. Iluminación, Andoni Mendizábal. Producción, Vaivén Producciones.


Cartel de Happy end
Todo lo que comienza tiene su fin, incluso las crisis económicas. Aunque la que venimos sufriendo en España no parece tenerlo, al menos para los más desfavorecidos, ése es el punto de partida de Happy end, “una comedia muy negra” en palabras de su productora, Vaivén Producciones. La crisis toca a su fin, la situación del país mejora a la vista de todos los datos y “la felicidad y el optimismo empiezan a invadirlo todo”.

También Happy End; pero felicidad y optimismo son dos caras de una plaga que amenaza acabar con su actividad. Porque ésta es una asociación clandestina surgida al hilo de la crisis [2], que ofrece un servicio bien singular: ayuda a suicidarse a personas desesperadas que no tienen el valor de hacerlo por sí mismas. Y, claro, cuando la vida sonríe hay menos candidatos al suicidio; con lo que Happy End ve reducida su “nicho de mercado” (pocas veces esta expresión de mercadotecnia tiene un significado tan descriptivo).

El servicio se presta en forma de cadena: cada candidato ha de ayudar al anterior y será ayudado por el siguiente. De esta forma la directora de la asociación, Gabriela, elude su responsabilidad. Al fin y al cabo ella sólo proporciona el contacto y son los propios asociados quienes cometen el delito de auxilio al suicidio. Y todo ello haciendo pasar al candidato a “asociado” por una serie de pruebas y ofreciéndole todo un catálogo de formas de despenarse. Pero respetando escrupulosamente, eso sí, toda una serie de “normas éticas”. Aquí, cuando surgen estas normas en el texto y tras el comienzo en un tono de comedia más o menos negra o ácida, surge la primera oportunidad que se le da al espectador avisado de ir más allá de la risa o la sonrisa.


Garbiñe Insausti (i), Xabi Donosti y Ana Pimenta (d)
 

Es ésta una oportunidad que cuesta aprovechar, pues Happy end es como un río corriendo por llanuras aluviales, en las recorre sus meandros de izquierda a derecha sin terminar de dirigirse claramente hacia alguna parte. Pasado el planteamiento inicial, un humor no muy corrosivo se va entreverando de esas consideraciones éticas, con la resultante de una inercia entre ambas posibilidades que dificulta tanto la sonrisa como la elaboración de conclusiones más serias derivadas del texto. Da la sensación de que a sus creadores les ha costado tomar partido por un género teatral u otro, como si quisiesen agradar a todos o temiesen molestar a alguien.

Lo más demostrativo de todo esto es seguramente el final, del que no hablo aquí, sino en las notas al pie para no destripárselo a quien pueda molestarle [3]. Personalmente, habría preferido uno en el que cada cual tuviese que sacar sus propias conclusiones; que el teatro puede y aun debe ser un revulsivo y el tema da sobradamente para ello. Pero cada autor es muy dueño de acabar su obra como mejor crea.

Casi, casi como acaba la vida misma de las personas, cuyo fin, a veces, se ve venir por edad o largas enfermedades; que otras se va vertiginosamente como en un remolino a través del sumidero de una pila o se acaba de forma inesperada, accidentalmete, por decisión propia...
...o ajena. Que, al final, Martín no deja de ser un pobre diablo como tantos otros, al que el destino o el azar lleva al lugar inadecuado en el momento más inoportuno. O el adecuado en el momento más oportuno (y sigo sin querer destripar el final  [4]).

Martín es el personaje más posible y reconocible de la obra. Un joven desgalichado física y mentalmente, que por no saber no sabe remeterse la camisa ni repartir folletos de propaganda. Y que confunde Happy End con una agencia de contactos (genial la reacción de Gabriela ante el ramo de flores). Xabi Donosti le da carne y alma (la de cántaro que corresponde al pobre chico), dota de verdadera vida a sus reacciones ante lo que se encuentra en la asociación y le aporta una evolución, no por extraña, menos posible dentro de su carácter timorato y dubitativo y de sus circunstancias vitales.

Gabriela, la dueña de la agencia, es una vividora. Una especie de trepa por cuenta propia; lo que los aficionados al lenguaje mercadotécnico llamarían una “free lance”. Pero una sin escrúpulos, que no hace ascos a vivir de la desesperación y el dolor ajenos, sacándoles un jugoso provecho. La actriz sustituta de Garbiñe Insausti tuvo algunos altibajos, como si no tuviera totalmente dominado el texto o le faltara una vuelta de torno para redondear el personaje.

Ana Pimenta hizo bien entrañable su personaje. Ainhoa (los despistes de Gabriela con los nombres son una clara manifestación de su desinterés por las personas) tiene carne (poca) y hueso (del que se le clava a uno en las entrañas). Sus reacciones ante la situación cambiante y la explicación de sus motivos para el suicidio son alguno de los puntos culminantes de la función.

La escenografía se conforma en un único ambiente, un antiguo edificio no residencial caído en el abandono, muy ajustado al ambiente de una “asociación” como Happy End. Una serie de ficheros en cajas apiladas bajo una sucia cristalera, una mesa con teléfono, un pasillo en el foro y una puerta metálica a la derecha del escenario centran adecuadamente toda la trama y acción de la obra. La iluminación, sencilla y sin pretensiones, las subraya correctamente.



[1] La actriz Garbiñe Insausti, que figura en el programa de mano, no actuó el sábado 3. El nombre de su sustituta no figura en dicho programa ni se anunció por megafonía.
[2] Iba a escribir “al calor de la crisis” pero esta voladura controlada de derechos y beneficios -que algunos, los que de ella se benefician,  aún se empeñan en presentar como una crisis económica-  no puede irradiar sino frialdad: aquélla con que se planeó y con la que se sigue ejecutando hasta este momento.
[3] NO LEER HASTA LLEGAR A LA REFERENCIA NÚMERO 3. En realidad, Happy end no tiene un final sino dos, que se representan separados por unos momentos de oscuridad. Un primero más duro, consecuente con la trama de la obra y un segundo que lo es con su título. En la representación del sábado 3 no debió de quedarle demasiado claro a la mayoría del público,  que no aplaudió tras el primero.
[4] NO LEER HASTA LLEGAR A LA REFERENCIA NÚMERO 4. Inoportuno según el primer final u oportunísimo si es el segundo el elelegido.