Teatro Rosalía Castro, 3 de diciembre.
Happy End. Autor, Vaivén Producciones a
partir de un texto de Borja Ortiz de Gondra. Reparto: Xabi Donosti, Martín;
Garbiñe Insausti [1],
Gabriela; Ana Pimenta, Ainhoa. Dirección, Iñaki Rikarte. Ayudante de dirección,
Alberto Huici. Escenografía y vestuario, Ikerne Giménez. Utilería y atrezzo,
Marcos Carazo. Diseño lluminación, Xabier Lozano. Iluminación, Andoni
Mendizábal. Producción, Vaivén Producciones.
Cartel de Happy end |
También Happy End; pero felicidad y optimismo son dos caras de una
plaga que amenaza acabar con su actividad. Porque ésta es una asociación clandestina
surgida al hilo de la crisis [2],
que ofrece un servicio bien singular: ayuda a suicidarse a personas
desesperadas que no tienen el valor de hacerlo por sí mismas. Y, claro, cuando
la vida sonríe hay menos candidatos al suicidio; con lo que Happy End ve
reducida su “nicho de mercado” (pocas veces esta expresión de mercadotecnia
tiene un significado tan descriptivo).
El servicio se presta en forma de cadena: cada candidato ha de ayudar al
anterior y será ayudado por el siguiente. De esta forma la directora de la
asociación, Gabriela, elude su responsabilidad. Al fin y al cabo ella sólo
proporciona el contacto y son los propios asociados quienes cometen el delito
de auxilio al suicidio. Y todo ello haciendo pasar al candidato a “asociado”
por una serie de pruebas y ofreciéndole todo un catálogo de formas de
despenarse. Pero respetando escrupulosamente, eso sí, toda una serie de “normas
éticas”. Aquí, cuando surgen estas normas en el texto y tras el comienzo en un
tono de comedia más o menos negra o ácida, surge la primera oportunidad que se
le da al espectador avisado de ir más allá de la risa o la sonrisa.
Garbiñe Insausti (i), Xabi Donosti y Ana Pimenta (d) |
Es ésta una oportunidad que cuesta aprovechar, pues Happy end es como un río corriendo por llanuras aluviales, en las recorre sus meandros de izquierda a derecha sin terminar de dirigirse claramente hacia alguna parte. Pasado el planteamiento inicial, un humor no muy corrosivo se va entreverando de esas consideraciones éticas, con la resultante de una inercia entre ambas posibilidades que dificulta tanto la sonrisa como la elaboración de conclusiones más serias derivadas del texto. Da la sensación de que a sus creadores les ha costado tomar partido por un género teatral u otro, como si quisiesen agradar a todos o temiesen molestar a alguien.
Lo más demostrativo de todo esto es seguramente el final, del que no
hablo aquí, sino en las notas al pie para no destripárselo a quien pueda
molestarle [3].
Personalmente, habría preferido uno en el que cada cual tuviese que sacar sus
propias conclusiones; que el teatro puede y aun debe ser un revulsivo y el tema
da sobradamente para ello. Pero cada autor es muy dueño de acabar su obra como
mejor crea.
Casi, casi como acaba la vida misma de las personas, cuyo fin, a veces,
se ve venir por edad o largas enfermedades; que otras se va vertiginosamente
como en un remolino a través del sumidero de una pila o se acaba de forma
inesperada, accidentalmete, por decisión propia...
...o ajena. Que, al final, Martín no deja de ser un pobre diablo como
tantos otros, al que el destino o el azar lleva al lugar inadecuado en el
momento más inoportuno. O el adecuado en el momento más oportuno (y sigo sin
querer destripar el final [4]).
Martín es el personaje más posible y reconocible de la obra. Un joven
desgalichado física y mentalmente, que por no saber no sabe remeterse la camisa
ni repartir folletos de propaganda. Y que confunde Happy End con una agencia de
contactos (genial la reacción de Gabriela ante el ramo de flores). Xabi Donosti
le da carne y alma (la de cántaro que corresponde al pobre chico), dota de verdadera
vida a sus reacciones ante lo que se encuentra en la asociación y le aporta una
evolución, no por extraña, menos posible dentro de su carácter timorato y
dubitativo y de sus circunstancias vitales.
Gabriela, la dueña de la agencia, es una vividora. Una especie de trepa
por cuenta propia; lo que los aficionados al lenguaje mercadotécnico llamarían una
“free lance”. Pero una sin escrúpulos, que no hace ascos a vivir de la
desesperación y el dolor ajenos, sacándoles un jugoso provecho. La actriz
sustituta de Garbiñe Insausti tuvo algunos altibajos, como si no tuviera
totalmente dominado el texto o le faltara una vuelta de torno para redondear el
personaje.
Ana Pimenta hizo bien entrañable su personaje. Ainhoa (los despistes de Gabriela
con los nombres son una clara manifestación de su desinterés por las personas)
tiene carne (poca) y hueso (del que se le clava a uno en las entrañas). Sus
reacciones ante la situación cambiante y la explicación de sus motivos para el
suicidio son alguno de los puntos culminantes de la función.
La escenografía se conforma en un único ambiente, un antiguo edificio no
residencial caído en el abandono, muy ajustado al ambiente de una “asociación”
como Happy End. Una serie de ficheros en cajas apiladas bajo una sucia
cristalera, una mesa con teléfono, un pasillo en el foro y una puerta metálica
a la derecha del escenario centran adecuadamente toda la trama y acción de la
obra. La iluminación, sencilla y sin pretensiones, las subraya correctamente.
[1] La actriz Garbiñe Insausti, que figura
en el programa de mano, no actuó el sábado 3. El nombre de su sustituta no
figura en dicho programa ni se anunció por megafonía.
[2] Iba a escribir “al calor de la crisis”
pero esta voladura controlada de derechos y beneficios -que algunos, los que de
ella se benefician, aún se empeñan en
presentar como una crisis económica- no
puede irradiar sino frialdad: aquélla con que se planeó y con la que se sigue
ejecutando hasta este momento.
[3] NO
LEER HASTA LLEGAR A LA REFERENCIA NÚMERO 3. En realidad, Happy end no tiene un final sino dos,
que se representan separados por unos momentos de oscuridad. Un primero más
duro, consecuente con la trama de la obra y un segundo que lo es con su título.
En la representación del sábado 3 no debió de quedarle demasiado claro a la
mayoría del público, que no aplaudió
tras el primero.
[4] NO
LEER HASTA LLEGAR A LA REFERENCIA NÚMERO 4. Inoportuno según el primer final u oportunísimo si es el segundo
el elelegido.
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