Tranquil Abiding (La permanencia apacible)
es, según Jonathan Harvey (1939-2012) un término budista por el que se describe
un estado de concentración en un solo punto. También es el título de la obra
para pequeña orquesta y percusión de Harvey con la que la Orquesta Sinfónica de
Galicia abrió concierto del viernes 19. Escrita en un solo movimiento, está
inspirada en el ritmo de respiración lenta usado en la práctica de la
meditación o el tai-chí: una inhalación (representada en la obra por una nota
aguda) seguida por una exhalación (en otra u otras más graves). Los fragmentos
melódicos se crean sobre uno, tres, cinco ocho y quince tonos superiores a la
nota base.
La versión ofrecida por Dima Slobodeniouk al
frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia tuvo la claridad en la disposición
de planos sonoros característica del titular de la OSG. Esta claridad, unida a
la cuidada orquestación de Harvey, produjo la sensación de paz y atención
buscada por el autor. El ritmo particular de cada melodía fue como una
evocación de los sonidos de la naturaleza sobrevolando una sesión de meditación
al aire libre.
Afrontar
el Concierto para violín de Schumann es una aventura para la
que hace falta un gran valor y seguridad en sí mismo. Tales son sus enormes
dificultades técnicas, por sus
numerosos pasajes de mecanismo endiabladamente difícil, y las escasas ocasiones
que ofrece al solista para su lucimiento. No es de extrañar que su dedicatario,
Joseph Joachim, guardara su partitura bajo siete llaves pidiendo que no se
publicara hasta cien años después de la muerte de Schumann.
Patricia Kopatchinskaja (1977, Chișinău,
Moldavia), literalmente, voló muy por encima de las exigencias técnicas
de la obra y, lo más importantes, expresó cada
Kopatchinskaja en Schumann
sentimiento e idea que Schumann
plasmó en su partitura. Extrajo todo el bello sonido de su violín, un Pressenda
de 1834, e informé toda su interpretación de una gran tensión expresiva
brillantemente secundada por la OSG y Slobodeniouk.
Al finalizar el Concierto para violín de Schumann, Kopatchinskaja ofreció el
contraste de una propina infrecuente: alguno de los Fragmentos de Kafka, op. 24 de György Kurtág. Y lo hizo con toda la
fuerza expresiva que tiene esta insólita obra para soprano y violín del maestro
húngaro: con su muy especial búsqueda del timbre; y con sus densos silencios;
con sus sutiles inflexiones y cambios de registro. Y con esas repentinas
explosiones –tanto del violin como de su voz- llenas de fuerza salvaje, que surgen
de todo lo anterior como hermosos insectos efímeros.
Kopatchinskaja y Momentos de Kafka
El inicio de la Sinfonía nº 3 en fa mayor, op. 90 de
Brahms marcó el camino de lo que iba a ser una versión realmente soberbia a
cargo de Slobodeniouk y la Sinfónica. Desde el inicio de la introducción, la
claridad de líneas y planos sonoros antes mencionada y una matizada regulación
dinámica fueron la base de una expresividad gentile
de elegante ligereza, alternando con los momentos de profundo dramatismo que
contiene la partitura brahmsiana.
Tanto en este Allegro con brio inicial como en el
resto de la obra, fue sobresaliente el sonido de la OSG: los violines tuvieron
un brillo argentino; el aterciopelado sonido de
los chelos brilló en su canto conjunto con unas violas cuyo sonido
parecía exhalar un cierto aroma a cedro y empastó con el brillo solar de las
trompas en sus cantos conjuntos. El canto de las maderas sobre el pizzicato de las cuerdas salpicó de
gracia la interpretación.
Slobodemiouk y la OSG durante el concierto
El Andante tuvo un elevado lirismo y todos los solos de este segundo
movimiento tuvieron la gran calidad a que nos tienen accostumbrados los
solistas de la OSG. La magnífica orquestación brahmsiana fue bien resaltada por
la disposición sonora de Slobodeniouk en toda la obra y el Poco allegretto tuvo esa pasión elegante y llena de contención
característica del compositor de Hamburgo. La enorme fuerza interior de su
rítmica fue parte de lo más destacable en el Allegro final junto, una vez más, a la claridad de líneas melódicas
en su peculiar contrapunto y, otra vez, la pasión brahmsiana.
La dulzura de las violas
tocando sulla tastiera fue el cálido principio
de un final sereno, que merecía ser mejor digerido por los impenitentes sprinters del aplauso. Aunque solo fuera
para que hubiera podido ser mejor meditado por quienes son capaces de sentir la
obra en espíritu más alla del mero conocimiento memorístico que gustan de lucir
tales corredores de la música. O, simplemente, por respeto a quienes acababan
de regalarnos una espléndida versión de la que algunos consideran la mejor
sinfonía del bueno de Herr Johannes. ¿Cuándo llegará ese día?
Tranquil Abiding (La permanencia apacible)
es, según Jonathan Harvey (1939-2012) un término budista por el que se describe
un estado de concentración en un solo punto. También es el título de la obra
para pequeña orquesta y percusión de Harvey con la que la Orquesta Sinfónica de
Galicia abrió concierto del viernes 19. Escrita en un solo movimiento, está
inspirada en el ritmo de respiración lenta usado en la práctica de la
meditación o el tai-chí: una inhalación (representada en la obra por una nota
aguda) seguida por una exhalación (en otra u otras más graves). Los fragmentos
melódicos se crean sobre uno, tres, cinco ocho y quince tonos superiores a la
nota base.
La versión ofrecida por Dima Slobodeniouk al
frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia tuvo la claridad en la disposición
de planos sonoros característica del titular de la OSG. Esta claridad, unida a
la cuidada orquestación de Harvey, produjo la sensación de paz y atención
buscada por el autor. El ritmo particular de cada melodía fue como una
evocación de los sonidos de la naturaleza sobrevolando una sesión de meditación
al aire libre.
Afrontar
el Concierto para violín de Schumann es una aventura para la
que hace falta un gran valor y seguridad en sí mismo. Tales son sus enormes
dificultades técnicas, por sus
numerosos pasajes de mecanismo endiabladamente difícil, y las escasas ocasiones
que ofrece al solista para su lucimiento. No es de extrañar que su dedicatario,
Joseph Joachim, guardara su partitura bajo siete llaves pidiendo que no se
publicara hasta cien años después de la muerte de Schumann.
Patricia Kopatchinskaja (1977, Chișinău,
Moldavia), literalmente, voló muy por encima de las exigencias técnicas
de la obra y, lo más importantes, expresó cada
sentimiento e idea que Schumann
plasmó en su partitura. Extrajo todo el bello sonido de su violín, un Pressenda
de 1834, e informé toda su interpretación de una gran tensión expresiva
brillantemente secundada por la OSG y Slobodeniouk.
Kopatchinskaja en Schumann |
Al finalizar el Concierto para violín de Schumann, Kopatchinskaja ofreció el
contraste de una propina infrecuente: alguno de los Fragmentos de Kafka, op. 24 de György Kurtág. Y lo hizo con toda la
fuerza expresiva que tiene esta insólita obra para soprano y violín del maestro
húngaro: con su muy especial búsqueda del timbre; y con sus densos silencios;
con sus sutiles inflexiones y cambios de registro. Y con esas repentinas
explosiones –tanto del violin como de su voz- llenas de fuerza salvaje, que surgen
de todo lo anterior como hermosos insectos efímeros.
Kopatchinskaja y Momentos de Kafka |
El inicio de la Sinfonía nº 3 en fa mayor, op. 90 de
Brahms marcó el camino de lo que iba a ser una versión realmente soberbia a
cargo de Slobodeniouk y la Sinfónica. Desde el inicio de la introducción, la
claridad de líneas y planos sonoros antes mencionada y una matizada regulación
dinámica fueron la base de una expresividad gentile
de elegante ligereza, alternando con los momentos de profundo dramatismo que
contiene la partitura brahmsiana.
Tanto en este Allegro con brio inicial como en el
resto de la obra, fue sobresaliente el sonido de la OSG: los violines tuvieron
un brillo argentino; el aterciopelado sonido de
los chelos brilló en su canto conjunto con unas violas cuyo sonido
parecía exhalar un cierto aroma a cedro y empastó con el brillo solar de las
trompas en sus cantos conjuntos. El canto de las maderas sobre el pizzicato de las cuerdas salpicó de
gracia la interpretación.
Slobodemiouk y la OSG durante el concierto |
El Andante tuvo un elevado lirismo y todos los solos de este segundo
movimiento tuvieron la gran calidad a que nos tienen accostumbrados los
solistas de la OSG. La magnífica orquestación brahmsiana fue bien resaltada por
la disposición sonora de Slobodeniouk en toda la obra y el Poco allegretto tuvo esa pasión elegante y llena de contención
característica del compositor de Hamburgo. La enorme fuerza interior de su
rítmica fue parte de lo más destacable en el Allegro final junto, una vez más, a la claridad de líneas melódicas
en su peculiar contrapunto y, otra vez, la pasión brahmsiana.
La dulzura de las violas
tocando sulla tastiera fue el cálido principio
de un final sereno, que merecía ser mejor digerido por los impenitentes sprinters del aplauso. Aunque solo fuera
para que hubiera podido ser mejor meditado por quienes son capaces de sentir la
obra en espíritu más alla del mero conocimiento memorístico que gustan de lucir
tales corredores de la música. O, simplemente, por respeto a quienes acababan
de regalarnos una espléndida versión de la que algunos consideran la mejor
sinfonía del bueno de Herr Johannes. ¿Cuándo llegará ese día?
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