La Orquesta Sinfónica
de Galicia, dirigida por Dima Slobodeniouk, ha celebrado su sexto concierto del
“abono viernes” con un largo programa en el que ha interpretado Las oceánidas, op. 73 de Jan Sibelius
(Hämeenlinna –Finlandia-, 08.12.1865; Järvenspää, 20,09,1957) junto a la Sinfonía nº 6 en re menor, op. 104, la nº 7 en do mayor, op. 105 y el
Concierto para violonchelo nº 2 de Magnus Lindberg (Helsinki, 1958) [1]. El concierto se enmarcaba
dentro del homenaje que la Sinfónica dedica durante esta temporada al
compositor finlandés con motivo del 150º aniversario de su nacimiento.
En el Concierto de Lindberg, la Sinfónica
acompañó al finlandés Anssi Karttunen.
Un intérprete con la impecable técnica que
se le supone a alguien con su formación y experiencia, pero también con eso que
se podría llamar “algo más”. Ese algo más es llegar a conmover, que esa es la esencia misma de la música; y Karttunen lo logra porque sabe extraer de la partitura toda la belleza que contiene la música de
Lindberg.
Magnus Lindberg |
Belleza que en pleno
s. XXI cabe ya buscar no sólo en los caudalosos ríos de música que nos han
legado el Barroco, Clasisismo, Romanticismo y demás viejos (y maravillosos)
periodos de la Historia de la Música. Pasados los torrentes de afanes
rompedores que siguieron a la Segunda Escuela de Viena, aquellas torrenteras
que a duras penas lograban contener tanto ímpetu han venido a multiplicarse en muy
diversos canales. Entre otros, la búsqueda de la emoción.
Tendiendo puentes hacia la belleza
Ésta también puede encontrarse
en timbres, ritmos y ambientes sonoros; en momentos de suspensión y en el control
de las dinámicas; en toda esa música que Lindberg escribe y Karttunen,
literalmente, pontifica. El chelista finlandés tiende un espléndido puente entre
el compositor y el público; y éste sólo tiene que asomarse a su propia orilla
para recibirlas. Y, haciendo uso de su libertad de opinión artística, se asoma
o no según sus gustos, preferencias... y costumbres.
Karttunen en su orilla |
Por supuesto, nadie
está obligado a aceptar -ni siquiera a explorar- nuevas fuentes de placer
estético. Pero, dentro de su cometido social y cultural, las instituciones
musicales sostenidas con fondos públicos tienen el deber de ofrecer esta opción.
Para ampliar tales opciones a los ciudadanos, en primer lugar, tratando de evitar
su propio anquilosamiento y el de su público. También para tratar de captar
nuevos públicos entre quienes escuchan otras músicas y las nuevas generaciones
de posibles aficionados. La propina ofrecida, una improvisación del propio
Karttunen, fue una espléndida demostración de lo antes dicho en cuanto a
virtuosismo musical, mucho más allá del mero mecanismo, y emociones más allá de
la melodía.
Sinfonía en diez tiempos y cinco movimientos
Volvió Sibelius a llenar
de música el palacio de la Ópera de la mano de Slobodeniouk, quien resaltó la
sonoridad entre húmeda y nebulosa que mejor le sienta al poema sinfónico Las oceánidas. El grueso de este concierto de homenaje y
cumpleaños, lógicamente, estuvo compuesto por las Sinfonias 6 y 7,
que el titular de la Sinfónica tocó sin solución de continuidad. El
público respetó las indicaciones del programa de mano pidiendo que no se aplaudiera al
finalizar la Sexta.
Jan Sibelius |
Los motivos, según
Slobodeniouk, son “puramente musicales, no históricos”. Y se entiende la
decisión, pues la Séptima es casi una
continuación de su anterior. Se podría decir que, tal como las interpretó Slobodeniouk, son casi una
sinfonía en diez tiempos con cinco movimientos. Los seis de la última sinfonía
publicada, que no escrita [2], por Sibelius son como un repaso
final de climas y ambientes sonoros presentes en sus predecesoras. Los
paisajes, la fuerza del mar, la amplia serenidad de los bosques y lagos, la luz
filtrada del Septentrión resuenan en cada uno de sus compases. La versión de la
Sinfónica y Slobodeniouk hizo honor a su grandeza de la partitura.
Lago y bosques en Finlandia |
La orquesta mostró
un sonido muy bien empastado en ambas
obras: las maderas sonaron en su canto conjunto como si se tratara de un único
instrumento con muchos registros sonoros; las cuerdas tuvieron un brillo entre asedado
y aterciopelado, con suaves destellos metálicos en el registro más agudo; los
metales y percusión terminaron de redondear
la paleta orquestal de Sibelius.
La interpretación
fue acogida con un fuerte aplauso y Slobodeniouk ofreció como bis junto a
la Sinfónica la que puede ser la obra
más famosa de Sibelius, su Vals triste.
La versión fue bien rica en matices sonoros y rítmicos, desde la delicada trama
sonora inicial al vértigo danzante final. Un precioso e inesperado regalo para
el público para culminar el concierto con el que la Orquesta Sinfónica de
Galicia conmemoró el sesquicentenario del autor finlandés. Y el lógico homenaje
de agradecimiento de un músico como Slobodeniouk, que completó su formación
musical como director en el país de los mil lagos.
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