A Coruña lleva 111 años nutriendo su
filarmonía (pasión por la música, según el Diccionario de la RAE) en la mesa
servida por su Sociedad Filarmónica; al menos en buena parte. Una labor en la
que ha tenido que lidiar con todo tipo de situaciones y alos lógicos altibajos
de más de un siglo de existencia. Toda una larga serie de andanzas sociales,
artísticas y económicas que –volviendo al DRAE y en alguna acepción de cada
término- bien podríamos titular como Fandangos [1] y Folías [2].
Entre estas situaciones, destaca la negativa
influencia que la llamada crisis económica ha ejercido sobre la cultura,
especialmente perjudicada desde hace ya un lustro largo. La situación se ha
visto agravada en el caso de la Filarmónica por los problemas de financiación
sufridos por su principal sustentador económico, el Consorcio para la
Promoción de la Música, a causa de un
modificativo de crédito promovido del Ayuntamiento de A Coruña. Aun así, la
Filarmónica prosigue con su labor -en momentos como estos, realmente numantina-
de suministrar a los melómanos coruñeses las necesarias dosis de solistas
instrumentales y música de cámara.
Fandangos y folías fueron principio y final
del precioso programa preparado por Forma Antiqua en su formación de trío de cuerdas
pulsadas [3]. Clave, tiorba y guitarra
barroca, tañidos por los hermanos Zapico –Aarón, Daniel y Pablo,
respectivamente- trasladaron a los filarmónicos coruñeses, como en un vuelo de
danzas, a plazas y salones de los siglos XVII y XVIII.
El repertorio seleccionado para el concierto
del martes 24 está escrito originalmente para solos de cada uno de los tres
instrumentos, siendo la totalidad de las versiones ofrecidas transcripciones del
grupo. Para ello, cada uno de sus integrantes ha elegido obras escritas
originalmente para su instrumento, arreglándolas para el conjunto.
En sus interpretaciones es de destacar cómo,
en las transcripciones y arreglos, se materializa la idea de conjunto a través
del empaste de sonido y la sucesión de solos de cada instrumentista. Así, el
garbo de los fandangos se hace materia audible en las agilidades de filigrana
del clave de Aarón, en la rítmica y los solos de la guitarra de Pablo y en la
rotundidad de los bajos de la tiorba de Daniel.
Pablo (i), Daniel (c) y Aarón Zapico (d) |
Con
sus diferencias, naturalmente.
En las piezas de aire lento, como la Passacaglia de Kapsperger (qué precioso el
solo de tiorba inicial), el rigor estilístico parece querer transportar al
auditorio a un salón real donde la música llenaba de belleza el ocio de la
corte. O lo entretenía elegantemente con danzas como el Bayle del Gran Duque. Y, tantas veces, con la riqueza melódica de
las improvisaciones y las Diferencias, nombre tradicionalmente
usado en España para el género variaciones,
como las que Concerto Zapico bordó sobre la Capona
y Ciaccona de Santiago de Murcia o
sobre la Folía, seguramente la más
europea de nuestras danzas de la época por su repercusión en la música de
grandes autores como Haendel, Bach o
Corelli.
El final del concierto tuvo la serena visión
sonora de otra obra del género, las Folías
gallegas de Santiago de Murcia, en las que los bajos de la tiorba emularon
con un aire levemente nostálgico los del roncón de la gaita, mientras la
guitarra entretejía la danza, como sólo lo harían los pies de la bailarina mejor
formada, o marca su ritmo como la más hábil instrumentista de pandeireta. El concierto
tuvo el remate “en alza” de un Fandango
de Scarlatti con ese peculiar aroma tan español, que tendría su mejor vástago
en la música del Padre Soler, y de la animación del Canarios que regalaron como bis.
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