12 noviembre, 2015

Ecos de Saluzzo y un maestro vieneszolano





Perdonen, pero el palabro se lo explico al final;  que ésta es una de esas crónicas en las que un titular o una frase puede resumir lo sentido a lo largo de todo un concierto y no quiero que se me olvide. Rafael Payare hizo el viernes una Tercera de Beethoven llena de sugerencias y digna de más de un titular. Pero, pese a esto,  quiero ordenar el texto por el orden del programa, así que iremos por partes

El caso es que antes de la Heroica pudimos escuchar La hija de Pohjola: un Sibelius arquetípico que Payaré mostró con todo el color de su orquestación, especialmente rica en las secciones de viento. Pero también con esa personalísima oscuridad con la que el finlandés supo expresar los mitos de su tierra natal: una obra maestra condensada en apenas trece o catorce minutos soberbiamente interpretada. 

Para cerrar la primera parte, Payare y la Sinfónica acompañaron a Jean-Gihen Queyras en el Concierto para violonchelo en mi menor, op. 85 de Edward Elgar. Desde su comienzo, el Cappa [1] de Queyras llenó todo el ámbito de un precioso sonido. La excepcinal fluidez de sonido de Queyras proyectó los ecos de Saluzzo a cada rincón del Palacio de la Ópera.

Jean-Guihen Queyras
El violonchelista francés hizo gala de un virtuosismo que trasciende el mecanismo o la calidad y control sonoros para sublimarse en pura música. La paz y sentimiento transmitidos en el Lento y la rica expresividad con que interpretó  el desarrollo de los temas iniciales en el Allegro final lo revelaron como un gran músico. El Étude nº 7 de Jean-Louis Duport -que regaló correspondiendo a la fuerte ovación del público- terminó de redondear su gran actuación.

El acompañamiento de Payare y la Sinfónica destacó por la precisión rítmica, el color y el cuidadoso control de la masa sonora. Fue un acompañamiento que meció al solista y los pasajes de expansión de las partes orquestales sonaron con verdadera brillantez.

Heroica
La investigación musicológica ha permitido conocer, cada día con mayor profundidad, la obra de nuestros autores favoritos. En el caso de Beethoven, la Biblia de su sinfonismo es actualmente la edición crítica de Jonathan del Mar para editorial Bärenreiter. Tras su adopción generalizada por las orquestas, viene
Partitura de la Heroica
Editorial Bärenreiter
siendo habitual usar para cada sinfonía los mismos efectivos que en su estreno. En el de la Heroica, -7 de abril de 1805 en el Theater an der Wien-, junto a la obligada formación de vientos (maderas a dos, tres trompas y dos trompetas) y el timbal, el quinteto de cuerda estuvo formado por 25 violines, 7 violas, 6 violonchelos, 4 contrabajos.

Sabiendo esto, resultaba algo sorprendente, incluso a simple vista, el despliegue de efectivos de cuerda, que en el concierto de la OSG del viernes lucían una cierta sobrepoblación: 30 violines, 10 violas, 7 chelos y 6 contrabajos, respectivamente. En cualquier caso, más cercanos a los usos actuales que a aquellas mastodónticas formaciones empleadas en tantas grabaciones de los años 50/60 con las que crecimos como melómanos muchos de los abonados de la Sinfónica.

Pero tras los dos primeros acordes, que tan precisamente identifican la obra para un avezado escucha de Beethoven, el canto de la cuerda se manifestó con un sonido bien compacto y empastado, pero sin aquella excesiva pesantez “karajaniana” de nuestra juventud melómana. Y, algo muy importante, mostrando la característica capacidad de redondísima sutileza que tienen las grandes masas sonoras en los piano y pianissimi.

Rafael Payare "abriendo" la OSG. Foto Pablo Rodríguez

Vieneszolano , sí
Formado en El Sistema de Orquestas venezolano fundado por José Antonio Abreu, el currículum de Rafael Payare hacía presagiar una buena versión de la obra. La verdad es que superó las expectativas pues, estilísticamente, su Beethoven estuvo en la mejor tradición vienesa. Payare dirige con todo el cuerpo: algo que muchos directores intentan y algunos logran. Pero para lo que hay que estar naturalmente dotado. Y que sólo alguien que haya respirado aires criollos desde su nacimiento puede hacer con la elasticidad y elegancia natural con que dirige el joven maestro vieneszolano [2].

A ello ayuda no poco la libertad que proporciona dirigir de memoria, sin las limitaciones obligadas por tener que pasar cada hoja de la partitura y por el “encierro” que siempre supone el atril. Sus movimientos fueron de una claridad expresiva tal que en ellos se podía oír anticipadamente cada pasaje de la obra. Su movimiento de manos y brazos (¡qué forma tan armónica de ampliar progresivamente el gesto para “abrir” la orquesta!) se complementa con una gestualidad corporal rica y clara. Sus pies pueden moverse avanzando en un ligero bucle que marce un giro lleno de gracia; o con un amplio e incisivo avance lleno de la decisión y profundidad de un tirador de florete para hacer sonar unas cuerdas cortantes como  dagas.

Payaré y OSG. Foto Pablo Rodríguez

Metrónomo sobre arcilla
Payare marca el tiempo con precisión cronométrica y articula el sonido como quien modela una figura de barro tierno. Como consecuencia, la música suena con precisión y elasticidad rítmicas y un gran dominio del sonido. Su fina regulación de la potencia y colorido sonoros de una orquesta sinfónica le permiten hacer versiones de tanta calidad como la lograda el viernes con la Sinfónica.

La Marcha fúnebre de la Heroica es  apreciada por muchos como uno de los momentos cumbre del sinfonismo beethoveniano. Su gran dramatismo, idóneamente expresado en su exposición por las cuerdas, se hizo lacerante en el oboe de David Villa. El tema fugado tuvo una preciosa nitidez de líneas por su soberbio control sonoro y tímbrico y la fuerza de su final fue pura consecuencia de cada compás, nota y silencio anteriores.

Payare mantiene una buena tensión expresiva que no decayó en ningún momento de su interpretación. Particularmente significativo de esto fue el canto de la sección de trompas que tanto protagonismo tienen en el Scherzo, en el que se notó su pasado como primer trompa de la Simón Bolívar. Payare dejó hacer su música a los tres integrantes -Nicolás Gómez, Amy Schimelmann y José Sogorb-responsables el viernes de la excelente sección de trompas de la Sinfónica. El resultado, prácticamente inmejorable, con un nervio interior y una presencia sonora realmente extraordinarios.

A lo largo de la obra hubo solos de gran calidad y, junto a los de Villa al oboe y los de Claudia Walker Moore a la flauta en el Allegro molto final, hay que resaltar  la
J.A. Trigueros. Foto Pablo Rodríguez 
actuación del solista de timbal, José Antonio Trigueros. Utilizando parches sintéticos en un juego de timbales modernos con una especial resonancia, su sabia elección de baquetas y su lucidez en los ataques proporcionaron un hermoso colorido muy adecuado, que de alguna forma rememoró el  especial “aroma a pellejo” de los timbales barrocos y clásicos.

Si la expresión facial y el tono de las charlas de público y aficionados a la salida de un concierto suelen ser fiel termómetro de lo que se ha escuchado, alguien que no hubiera asistido al de Payare, Queyras y la Sinfónica el viernes en el Palacio de la Ópera de A Coruña podría dar fe de la gran calidad que allí se disfrutó.





[1] Goffredo Cappa (Saluzzo, 1644; Turín, 1717). Lutier italiano discípulo de Amati en Cremona, montó su propio taller en Saluzzo (Cuneo, Italia). Varios de sus instrumentos más logrados –violines y chelos- han llegado a nuestros días como el construido en 1696 que utiliza Queyras o el violín de 1695 con el que el recordado Stephan Grapelli elevó el violín de jazz a su máxima altura.

[2] Perdónenme el palabro, insisto; pero era inevitable inventárselo al oír (¡y ver!) dirigir  la Heroica  a Rafael Payare.

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