Perdonen, pero el palabro
se lo explico al final; que ésta es una de esas crónicas en las que un
titular o una frase puede resumir lo sentido a lo largo de todo un concierto
y no quiero que se me olvide. Rafael Payare hizo el viernes una Tercera de Beethoven llena de
sugerencias y digna de más de un titular. Pero, pese a esto, quiero ordenar el texto por el orden del
programa, así que iremos por partes
El caso es que antes
de la Heroica pudimos escuchar La hija de Pohjola: un Sibelius
arquetípico que Payaré mostró con todo el color de su orquestación,
especialmente rica en las secciones de viento. Pero también con esa
personalísima oscuridad con la que el finlandés supo expresar los mitos de su
tierra natal: una obra maestra condensada en apenas trece o catorce minutos soberbiamente
interpretada.
Para cerrar la
primera parte, Payare y la Sinfónica acompañaron a Jean-Gihen Queyras en el Concierto para violonchelo en mi menor,
op. 85 de Edward Elgar. Desde su comienzo, el Cappa [1] de Queyras llenó todo el
ámbito de un precioso sonido. La excepcinal fluidez de sonido de Queyras
proyectó los ecos de Saluzzo a cada rincón del Palacio de la Ópera.
Jean-Guihen Queyras |
El violonchelista
francés hizo gala de un virtuosismo que trasciende el mecanismo o la calidad y
control sonoros para sublimarse en pura música. La paz y sentimiento
transmitidos en el Lento y la rica
expresividad con que interpretó el
desarrollo de los temas iniciales en el Allegro
final lo revelaron como un gran músico. El Étude
nº 7 de Jean-Louis Duport -que regaló correspondiendo a la fuerte ovación
del público- terminó de redondear su gran actuación.
El acompañamiento de
Payare y la Sinfónica destacó por la precisión rítmica, el color y el cuidadoso
control de la masa sonora. Fue un acompañamiento que meció al solista y los pasajes
de expansión de las partes orquestales sonaron con verdadera brillantez.
Heroica
La investigación
musicológica ha permitido conocer, cada día con mayor profundidad, la obra de
nuestros autores favoritos. En el caso de Beethoven, la Biblia de su sinfonismo
es actualmente la edición crítica de Jonathan del Mar para editorial
Bärenreiter. Tras su adopción generalizada por las orquestas, viene
siendo
habitual usar para cada sinfonía los mismos efectivos que en su estreno. En el
de la Heroica, -7 de abril de 1805 en
el Theater an der Wien-, junto a la obligada formación de vientos (maderas a
dos, tres trompas y dos trompetas) y el timbal, el quinteto de cuerda estuvo
formado por 25 violines, 7 violas, 6 violonchelos, 4 contrabajos.
Partitura de la Heroica Editorial Bärenreiter |
Sabiendo esto,
resultaba algo sorprendente, incluso a simple vista, el despliegue de efectivos
de cuerda, que en el concierto de la OSG del viernes lucían una cierta
sobrepoblación: 30 violines, 10 violas, 7 chelos y 6 contrabajos,
respectivamente. En cualquier caso, más cercanos a los usos actuales que a
aquellas mastodónticas formaciones empleadas en tantas grabaciones de los años
50/60 con las que crecimos como melómanos muchos de los abonados de la Sinfónica.
Pero tras los dos
primeros acordes, que tan precisamente identifican la obra para un avezado
escucha de Beethoven, el canto de la cuerda se manifestó con un sonido bien compacto
y empastado, pero sin aquella excesiva pesantez “karajaniana” de nuestra juventud
melómana. Y, algo muy importante, mostrando la característica capacidad de redondísima
sutileza que tienen las grandes masas sonoras en los piano y pianissimi.
Vieneszolano , sí
Formado en El
Sistema de Orquestas venezolano fundado por José Antonio Abreu, el currículum
de Rafael Payare hacía presagiar una buena versión de la obra. La verdad es que
superó las expectativas pues, estilísticamente, su Beethoven estuvo en la mejor
tradición vienesa. Payare dirige con todo el cuerpo: algo que muchos directores
intentan y algunos logran. Pero para lo que hay que estar naturalmente dotado.
Y que sólo alguien que haya respirado aires criollos desde su nacimiento puede
hacer con la elasticidad y elegancia natural con que dirige el joven maestro
vieneszolano [2].
A ello ayuda no poco
la libertad que proporciona dirigir de memoria, sin las limitaciones obligadas
por tener que pasar cada hoja de la partitura y por el “encierro” que siempre supone
el atril. Sus movimientos fueron de una claridad expresiva tal que en ellos se
podía oír anticipadamente cada pasaje de la obra. Su movimiento de manos y
brazos (¡qué forma tan armónica de ampliar progresivamente el gesto para
“abrir” la orquesta!) se complementa con una gestualidad corporal rica y clara.
Sus pies pueden moverse avanzando en un ligero bucle que marce un giro lleno de
gracia; o con un amplio e incisivo avance lleno de la decisión y profundidad de
un tirador de florete para hacer sonar unas cuerdas cortantes como dagas.
Metrónomo sobre arcilla
Payare marca el
tiempo con precisión cronométrica y articula el sonido como quien modela una
figura de barro tierno. Como consecuencia, la música suena con precisión y
elasticidad rítmicas y un gran dominio del sonido. Su fina regulación de la
potencia y colorido sonoros de una orquesta sinfónica le permiten hacer
versiones de tanta calidad como la lograda el viernes con la Sinfónica.
La Marcha fúnebre de la Heroica es apreciada por muchos como uno de los momentos
cumbre del sinfonismo beethoveniano. Su gran dramatismo, idóneamente expresado
en su exposición por las cuerdas, se hizo lacerante en el oboe de David Villa. El
tema fugado tuvo una preciosa nitidez de líneas por su soberbio control sonoro
y tímbrico y la fuerza de su final fue pura consecuencia de cada compás, nota y
silencio anteriores.
Payare mantiene una
buena tensión expresiva que no decayó en ningún momento de su interpretación.
Particularmente significativo de esto fue el canto de la sección de trompas que
tanto protagonismo tienen en el Scherzo,
en el que se notó su pasado como primer trompa de la Simón Bolívar. Payare dejó
hacer su música a los tres integrantes -Nicolás Gómez, Amy Schimelmann y José
Sogorb-responsables el viernes de la excelente sección de trompas de la
Sinfónica. El resultado, prácticamente inmejorable, con un nervio interior y
una presencia sonora realmente extraordinarios.
A lo largo de la obra hubo solos de gran calidad y, junto a los de Villa al oboe y los de Claudia Walker Moore a la flauta en el Allegro molto final, hay que resaltar la
actuación del solista de timbal, José Antonio Trigueros. Utilizando parches
sintéticos en un juego de timbales modernos con una especial resonancia, su
sabia elección de baquetas y su lucidez en los ataques proporcionaron un
hermoso colorido muy adecuado, que de alguna forma rememoró el especial “aroma a pellejo” de los timbales
barrocos y clásicos.
A lo largo de la obra hubo solos de gran calidad y, junto a los de Villa al oboe y los de Claudia Walker Moore a la flauta en el Allegro molto final, hay que resaltar la
J.A. Trigueros. Foto Pablo Rodríguez |
Si la expresión
facial y el tono de las charlas de público y aficionados a la salida de un
concierto suelen ser fiel termómetro de lo que se ha escuchado, alguien que no
hubiera asistido al de Payare, Queyras y la Sinfónica el viernes en el Palacio
de la Ópera de A Coruña podría dar fe de la gran calidad que allí se disfrutó.
[1] Goffredo
Cappa (Saluzzo, 1644; Turín, 1717). Lutier italiano discípulo de Amati en
Cremona, montó su propio taller en Saluzzo (Cuneo, Italia). Varios de sus
instrumentos más logrados –violines y chelos- han llegado a nuestros días como
el construido en 1696 que utiliza Queyras o el violín de 1695 con el que el
recordado Stephan Grapelli elevó el violín de jazz a su máxima altura.
[2] Perdónenme el
palabro, insisto; pero era inevitable inventárselo al oír (¡y ver!) dirigir la Heroica a Rafael Payare.
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