Este texto fue publicado como notas al programa [1] del recital de guitarra de Isabel Rei Samartím (A Estrada, 1973) celebrado en la iglesia parroquial de Chantada, en el marco del V Festival Via Stellae, el sábado 24 de Julio de 2010. Este relato fue directamente inspirado por el programa de ese
recital, que por su coherencia era merecedor de algo más que un simple texto al uso. El prometedor inicio de una serie de publicaciones de Isabel Rei sobre música gallega para guitarra en la revista Mundo Clásico es una buena ocasión para recordarlo, al tiempo que recomiendo vivamente la lectura de la serie de Isabel Rei a todos los interesados en la guitarra, su música y su historia.
Sucedió un día cualquiera. Elizabeth King -Liza para los amigos- nunca se conformaba con lo establecido. Junto a Joseph Louis Dubec, que dirigía la investigación, rebuscaba entre partituras polvorientas que un famoso periodista y lexicógrafo del s. XIX había ido atesorando a lo largo de su vida junto a los libros de su biblioteca. Algo inusitado en una aldea gallega del interior, una de las quince que, con menos de treinta habitantes por núcleo, forman una parroquia de esas que estando físicamente cerca de las ciudades guardan una distancia cósmica de la vida y cultura urbanas.
De pronto, tras una larga serie de estornudos provocados por el polvo acumulado en los estantes, Liza encontró una carpeta de cartón atada con cintas enmohecidas por un siglo de humedad, con casi un ciento de partituras para su instrumento adorado. “¿Ves como estaban?” se repetía una y otra vez excitada por el hallazgo, que estudió como si fuera el mapa de un tesoro. “¡Claro que había música gallega para guitarra!”
La música pasaba del papel a las cuerdas para sonar tierna y dulce; pero tan viva y fuerte como un plantón de carballo y tan brillante como los brotes de hiedra en abril. El descubrimiento la espoleó a dar el salto y comenzó a hacer sus propios arreglos de música nacida en su tierra: y así, más y más música hacía volar su imaginación mientras escribía y tocaba incansable.
Y entonces vio a Gaedel Glas, a los pies de unas ruinas, adoptar como lengua de su estirpe el gaélico, una de las setenta y dos en que se dividió la Humanidad cuando su orgullo se hizo añicos al derrumbarse junto a la torre de Babel desde lo más alto de ésta. Luego, Gaedel emprendió junto a Scotta -su mujer e hija del Faraón- un éxodo que duraría cuatrocientos años; un eterno vagar de generaciones enteras de sus descendientes.
Hasta que un buen día, su tres veces tataranieto Breogán, descansó sobre las rocas de una atalaya que semejaba ser el centro de una mar redonda como una marmita. Fascinado por la magia de un impulso atávico, imaginó cómo crecía allí mismo una torre hecha a imagen del zigurat que veía cada noche en sus sueños. Decidió entonces que ése sería el lugar donde asentaría su linaje y fundó Brigantia [2] alrededor de una torre que construyó con sus propias manos en lo alto del promontorio.
El vigía
Pudo ser por el deseo de asomarse por encima de las eternas nubes de Brigantia. O por la irresistible y ancestral atracción que toda torre ejercía sobre los vástagos del viejo Gaedel. Lo cierto es que Íth, el hijo de Breogán, subía a diario una y otra vez a su cúspide, hasta que uno de esos escasos días en los que el viento del Nordeste limpia el aire despojándolo de cualquier brizna de humedad, vio algo como una isla en el horizonte. Resuelto a saber qué era aquella tierra vista en lontananza, se embarcó sin más provisiones que una bota de vino y un tasajo de carne de cabra -que un brazo de mar es poco obstáculo para el heredero de una casta curtida por el éxodo- y descubrió una tierra de verdes sin fin a la que llamó Ériu. [3]
Liza seguía estudiando, tocando y soñando. De la boca de su guitarra manaba música llena de sentimientos universales por íntimos, como la alegría o ese otro que en Galicia llamamos saudade y los irlandeses llaman cumha.
Da cumha á ledicia
Su imaginación volvió a volar… Soñó que una medianoche de luna nueva oía una salmodia y un sordo rumor de pasos que se acercaban, al tiempo que veía surgir de la oscuridad una fila de penitentes. A medida que la extraña procesión llegaba junto a ella, pudo ver sus inexpresivos rostros sin ojos bajo sus caperuzas y escuchar sus cantos: Mae ein bywyd tragwyddol ar Hy-Brazyl . Ein gobaith a'n llawenydd, dim ond Hy-Brazyl , en un raro gaélico de curiosa organización morfológica.
Luego imaginó que, siguiéndolos, sobrevolaba la mar; y la noche se le hizo tan larga como el éxodo de Gaedel. Hasta que, a sus espaldas, la aurora hizo estallar la oscuridad en luz sobre una jungla verde esmeralda. Entonces, desaparecieron los hábitos procesionales de los penitentes y éstos mostraron una alegre mirada. Y la salmodia se transfiguró en una música cálida, de marcados ritmos y personalísimas armonías, llena a partes iguales de alegría y saudade.
Liza siguió soñando, estudiando y tocando hermosas músicas en su guitarra. Siempre.
PROGRAMA DEL RECITAL
Isabel Rei, guitarra
Galiza no Atlântico: os Países Celtas e Brasil
Do Arquivo Valladares Três valsas e uma Alvorada
Egberto Gismonti (arr.: D. Wolf) Água e Vinho
Andrew York Faire
Peter Maxwell Davies (arr. T. Walker) Farewell to Stromness
Tradicional irlandesa (arr. D. Russell) The Bucks of Oranmore
Tradicionais de Galiza (arr. I. Rei) Foliada Rianjeira
Alalá
Moinheira
A. Vianna (Pixinguinha) (arr. C. Barbosa-Lima) Rir prá não chorar
Heitor Villa-Lobos Chôros n.º 1
A. Vianna (Pixinguinha) (arr. C. Barbosa-Lima) Vou vivendo
Notas al pie
[1] El texto se publicó en lengua gallega, en las páginas 459 y 460
del libro "Via Stellae, V Festival de Música de Compostela e os seus Camiños",
editado en 2010 por la Xunta de Galicia,
[2] Actualmente, A Coruña
[3] Del proto-céltico Iwerju:
gordura, en el sentido de fertilidad.
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