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17 abril, 2022

Del teatro al Cielo




A Coruña, Teatro Rosalía Castro, 2 de abril.  Lo fingido verdadero, de Lope de Vega. Dirección: Lluís Homar.

Reparto: Silvia Acosta, Rosarda Pinabelo y Fabio; María Besant, Camila; Montse Díez, Aurelio, Caro y Léntulo; Israel Elejalde, Ginés; Miguel Huertas, Músico; José Ramón Iglesias, Celio, Curio y un soldado; Ignacio Jiménez, Otavio y cover de Ginés; Álvaro de Juan, Carino criado y Rutilio; Jorge Merino, Fabricio Felisardo y Sulpicio; Aisa Pérez, Marcela; Paco Pozo, Maximiano; Arturo Querejeta, Diocleciano; Verónica Ronda, Lelio, Marcio y Músico 2; Aina Sánchez, Numerario, Músico 1, un ángel y cover de Otavio; Eva Trancón, Apro, un capitán y Patricio. Voz y palabra: Vicente Fuentes. Escenografía: Jose Novoa. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Vestuario: Pier Paolo Alvaro. Música: Xavier Albertí. Ayudante de dirección: Beatriz Argüello. Ayudante de escenografía: Pablo Chaves Maza. Ayudante. de iluminación: Pilar Valdelvira. Ayudante de vestuario: Roger Portal. Dirección adjunta: Oscar Valsecchi. Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico.

 

Cartel de la función


Publicada en 1620 y seguramente escrita en 1608, Lo fingido verdadero está estructurada en tres jornadas (actos) que casi podríamos considerar pertenecientes a distintos géneros teatrales: una primera de drama histórico; una comedia metateatral como segunda -con una representación ante la corte de una compañía ambulante- y una especie de auto sacramental en la tercera.

Dos hilos dan una cierta continuidad -que no una continuidad bien cierta- a toda la obra. El primero es la vida del emperador Diocleciano desde su supuesto oficio de soldado (en la realidad tuvo mayor graduación) hasta la cabeza del Imperio Romano. El otro la vida, conversión al cristianismo y martirio final de Ginés (ordenado por Diocleciano), el cómico ambulante al que la Iglesia canonizó y convirtió en santo patrono de la farándula. Y, por tanto, su protector desde el Cielo. 

La obra no tien una línea argumental clara, pudiendo resultar algo confusa y difícil de seguir para el espectador. Si no termina de resultar excesivamente larga -solo ha habido unos pequeños recortes que la dejan en poco más de dos horas- se debe a tres factores cuya importancia relativa expongo, como rezaban los antiguos cartelones, “por orden de aparición en escena”: el arte de Lope para componer obras en verso, la dinámica dirección de Lluís Homar y la gran profesionalidad y buen hacer de un elenco formado por quince grandes actores. Estos desfilan por el patio de butacas hasta el escenario, donde se presentan por su propio nombre antes del comienzo de la acción. 


Escenario sobre el escenario


 Metateatro; otra vez

Hay metateatro en el texto, resaltado por la acción y el movimiento de los actores, que ocupan la primera fila de butacas o los laterales del escenario cuando no actúan. También en el diseño y uso de la escenografía, cuyo principal elemento es una amplia plataforma ligeramente elevada sobre el piso del escenario. Sobre ella transcurre una buena parte de las escenas y figura como escenario dentro del escenario en el segundo acto. 


Elejalde como Ginés actor

Es en esta segunda jornada donde surge y crece el poderío actoral de Israel Elejalde, cuando Ginés se adentra tanto en su personaje que se enamora realmente de Marcela y se lo cree -otra inmersión-confusión del personaje de Ginés en su papel- hasta el punto de convertirse al cristianismo. Y en estas idas y venidas de Ginés uno no puede por menos de preguntarse si toda la función no deja de ser un velado relato de la vida del propio Lope, transmutado en el personaje de Ginés

Gran actuación de toda la compañía, destacando por su protagonismo el soberbio Diocleciano de Querejeta y el gran Ginés de Errejalde. Dos actores que “dicen” el verso con todo lo que tiene que guardarse de su propia musicalidad en ritmo y acento. Pero también  -y esto es tan importante como lo dicho- de fluidez interpretativa y transmisión de sentimientos y tensiones para mejor expresar la acción y sentimientos de los personajes.

  

Querejeta como Diocleciano

 Estas dos interpretaciones tienen ese toque de naturalidad y aparente facilidad que proviene del dominio absoluto de la técnica, que está solo al alcance de los grandes. Junto a ellos y sin desmerecer al resto del elenco, María Besant hace una más que atractiva Camila, mientras que Aisa Pérez desarrolla el papel de una Marcela brillante y clara en la duplicidad de su personaje durante la segunda jornada.

 

Elejalde como Ginés mártir


Escenografía, iluminación y vestuario contribuyen muy eficazmente al desarrollo de la función y a la gran dirección de Homar, que destaca tanto en lo actoral como en lo coreográfico. Como conclusión, nos hallamos ante una gran representación de una obra complicada, con un texto prolijo al que no le vendría mal una cierta revisión. Tal vez así se acercaría más al espectador de esta segunda década del siglo XX, cuando ya han pasado cuatro desde su creación y publicación.



04 febrero, 2020

Regado por el silencio, abonado por las lágrimas






A Coruña, 25 de enero, Teatro Rosalía Castro. Todas las noches de un día. Texto, Texto: Alberto Conejero. Dirección, Luis Luque. Intérpretes, Carmelo Gómez y Ana Torrent. Diseño de escenografía, Mónica Boromello. Diseño de luz, Juan Gómez Cornejo Música, Luis Miguel Cobo. Vestuario, Almudena Rodríguez Huertas. Fotografía y diseño cartel, Sergio Parra. Ayudante de dirección, Álvaro Lizarrondo. Producción,  Pentación Espectáculos



Una casa modernista y su invernadero, rodeados de urbanizaciones que lo han encapsulado como un organismo vivo se protege de un quiste, una excrecencia de otro tiempo, de otra vida. Solo los habita Samuel, un solitario jardinero en continuo y silencioso diálogo: consigo mismo; con el pasado; con sus plantas; con la tierra de las macetas y la del propio invernadero, esa que pisa firmemente, con el amor que solo puede tener a la tierra quien, como él, conoce sus ritmos, sus frutos. Sus secretos.

La función comienza cuando, tras la llamada de alguien en principio desconocido, la policía llega a la casa para intentar aclarar la desaparición de su propietaria, Silvia, sucedida hace años. El policía al mando de la investigación -un personaje elidido en el texto, todo un hallazgo dramático de Conejero- interroga a Samuel. Las respuestas de este traen a escena al personaje de Silvia y su declaración se dramatiza en diálogos con ella a través de  los distintos tiempos, tempos y temperaturas de su relación vivida en un pasado tan lejano como presente; tan determinante como indeterminado.



La mismidad de Samuel -dice Conejero que “somos aquello que recordamos”- va desfilando ante el espectador en forma de recuerdos, esa extraña química del cerebro siempre modificada por el corazón. Desde su creación a su evocación, la memoria trabaja en función de las emociones y a Conejero le interesa “el hecho de cómo el recuerdo puede inventarse y también protestar para tomar la voz”. 

Por eso la Silvia que conocemos en Todas las noches de un día es la “creada” por las emociones de Samuel, desde las primeras sentidas por el inicial joven tosco a las más queridas por el hombre enamorado y las sufridas en el interrogatorio al que la policía le somete in situ en lo que él cree su castillo. A través de la función vamos conociendo los mundos separados de Silvia y Samuel y su mundo  común. “Ese invernadero y todo el mundo vegetal que contiene” que, en palabras del autor, “simboliza el silencio, la dedicación, la espera y la belleza de lo supuestamente inútil pero también una hermosa jaula”.



Los diálogos de Samuel con Silvia –recuerdos del jardinero a través del interrogatorio del policía- van desvelando el carácter y el devenir de la protagonista. A lo largo de la representación asistimos al despliegue de un ejercicio actoral que pocos profesionales pueden realizar con la solvencia de Ana Torrent y Carmelo Gómez. El carácter expansivo y algo ciclotímico de Silvia y la reservada tosquedad de Samuel tienen elementos dramáticos que parecen iluminados con reflejos de Tennesee Williams. Pero también infiltrados de poesía, en un diálogo salpicado de símbolos que llegan hasta la raíz misma de cada personaje. Salvo una cierta falta de claridad y proyección en la voz de Torrent en la representación del día 25 –quizás debida a una ligera afección de su garganta-, que no llega a empañar su gran actuación, el desempeño de ambos se puede calificar realmente de sobresaliente.

La dirección de Luis Luque potencia el enfoque poético del texto, que el director escénico califica como “una puerta al sortilegio”. Si bien el personaje de Silvia puede parecer que cae en un exceso de irritabilidad en la explicación que da de su vida, este enfoque ayuda de algún modo a ponerse en su lugar, a sentir su dolor. Por su parte, el crecimiento de la tensión de Samuel en la defensa numantina que hace de sus secretos nos permite profundizar hasta su  raíz. La de un personaje que traslada su mundo al llegar a la casa; y su vida misma al conocer a Silvia.



La escenografía de Boromello, de gran sencillez y practicidad, envuelve la acción en un marco tan efectivo como poéticamente misterioso junto a la iluminación de Gómez-Cornejo. Ambas resaltan el valor del invernadero como lugar y símbolo, que desde la claridad del primer encuentro  entre Samuel y Silvia se va oscureciendo al mismo ritmo en el que sus cristales van siendo tomados por la pátina del tiempo y del dolor, quizás para acabar siendo confesionario y altar; aquellos en los que Silvia busca de manos de Samuel el perdón y la redención. El vestuario de Rodríguez Huertas, en su parquedad –dos vestidos de fiesta de Torrent y pantalón, delantal y camisa a cuadros para Gómez-, desnuda el drama hasta dejarlo revestido únicamente de su esencia poética.

Las palabras del gran monólogo de Silvia son el perfecto resumen de una función redonda de principio a fin: “A veces, cuando sopla el aire, las púas arrancan jirones y quedan allí, arriba, sangrando: rotos de los meses, de las estaciones, de los cumpleaños, de los días en los que la luz brillaba. ¿Por qué esperar, Samuel? Quiero hundir las manos y llenar mis heridas de la tierra limpia. Sola, de pie, con el vientre lleno de raíces y los ojos abiertos a las constelaciones. ¿Por qué hay siempre que esperar? ¿Por qué una mujer no puede decidir cuándo irse?”.

En la decisión de ella y su acatamiento por él comienza todo y todo acaba, en un jardín de amor regado por el silencio y abonado por las lágrimas.