A
Coruña, 13 de mayo, Coliseum. Orquesta Sinfónica de Galicia. Dima Slobodeniouk,
director. Elisabeth
Leonskaja, piano. Programa: Andrezj Panufnik, Sinfonía número 6, ‘Mística’;
Johannes Brahms, Concierto para piano y
orquesta número 2 en si bemol mayor, op. 83. Concierto con el apoyo de la
Xunta de Galicia y el Xacobeo 21-22
Este texto no es una crítica al uso –nunca las hago de
conciertos en los que he colaborado –generalmente, escribiendo las
notas al programa, como las de este- sino la crónica muy
personal de un reencuentro. Volver a estar cerca de alguien querido, de un
lugar añorado se desea y espera más cuanto más larga es la ausencia. Es
entonces cuando acucia la necesidad de aprovechar la primera ocasión para la
vuelta, ya sea una fiesta señalada en el calendario o una celebración familiar.
La Orquesta Sinfónica de Galicia cumple este sábado 29 años. El
entonces llamado Palacio de Congresos-Auditorio de La Coruña acogió su primer
concierto, al que tuve la fortuna de asistir, el 15 de mayo de 1992. Estar
presente en el nacimiento de una orquesta es un acontecimiento que rara vez se
produce. Yo he tenido la inmensa suerte estar en el de tres: el de la Orquesta
de RTVE en mayo de 1965; el de la Orquesta Sinfónica de Galicia el 15 de mayo
de 1992 y el de la Real Filharmonía de Galicia el 29 de Febrero de 1996.
Programa concierto inaugural OSG |
Esto ha supuesto el establecimiento de un vínculo afectivo que
ha venido desarrollándose a lo largo de años; de forma especial con las dos
grandes orquestas gallegas, que no en vano dicen -y es cierto- que el roce hace
el cariño. Mi apego a ambas formaciones se ha mantenido intacto e incluso ha
aumentado durante estos meses de separación física porque, parafraseando la
letra del bolero La barca, “Dicen que
a distancia es el olvido // pero yo no concibo esa razón”.
Así pues, dado que el aniversario llegaba cuando habían pasado ocho días después de completar mi vacunación contra el Covid-19 en Expocoruña, a pocos pasos del Coliseum, era la ocasión perfecta para el reencuentro. El programa del concierto no podía ser más atractivo: la Sinfonía mística de Panufnik proporciona un marco sonoro idóneo para dejarse llevar por los más íntimos vericuetos del pensamiento, las sensaciones y los sentimientos y el Concierto para piano nº 2 de Brahms se expande como una amplísima autopista donde dejarles correr.
La OSG antes de concierto |
Impone llegar a la platea del Coliseum de A Coruña y acceder a ella desde la línea de candilejas del escenario. La sensación de inmenso vacío se multiplica al ver la separación–que se agradece después de tantos meses de ausencia de estos recintos- entre las sillas dispuestas para el público. Avanzar hacia sus últimas filas me habría causado una gran sensación de soledad, de estar en territorio extraño, de no haber sido acompañado por varios compañeros de la crítica desde la entrada al recinto y, al llegar a la butaca reservada, por el encuentro con el resto de ellos.
Excepto Julio; faltaba Julio. ¿Acaso se podría no echar en falta
la presencia de la personalidad expansiva de Julio Andrade Malde, a quien se
llevó el maldito virus en sus primeras embestidas? La locución del Coliseum -nueva
para mí por añadir un texto sobre seguridad a las peticiones habituales de los
tiempos prepandemia- puso en situación a los distraídos y me sacó de mis
pensamientos. Se hizo el silencio, bajaron las luces, salió Massimo, afinó la
orquesta, subió al escenario Dima…
Y aterrizamos. El inicio de la sinfonía supuso una sacudida, como
una dosis de realidad. Los sobreagudos del violín de Spadano demostraron varias
cosas: la primera, que mi oído aún capta más que razonablemente las frecuencias
altas; la segunda, el contraste entre una obra sumamente introspectiva y un
recinto tan grande como inhóspito; la tercera, que el soplido del aire sonaba
más fuerte que la música. Supongo que alguien responsable se dio cuenta y el
rumor de la ventilación cesó, permitiendo concentrarse en la escucha a quienes
allí estábamos.
Las seis secciones de la Mística
se sucedieron con su alternancia de ambientes, ritmos y sugerencias de ideas y
estados anímicos, desde el hilo de cristal que
la abre hasta el expansivo y luminoso acorde final. El aplauso del público fue poco más allá de
la pura cortesía; supongo que esa casi frialdad
tuvo su origen en lo inhabitual de su escucha y el contraste de su
carácter íntimo y la inmensidad del espacio físico del Coliseum.
El Concierto para piano nº
2 de Brahms contaba con varios alicientes: el mayor de ellos, su solista.
Elisabeth Leonskaja ha pasado las dos últimas semanas en Galicia dejando
muestras de su maestría. La primera semana, en su participación como jurado
y su actuación el el concurso de Piano Cidade de Ferrol. La segunda, en
los ensayos y en este concierto de la Sinfónica del que venimos hablando.
Slobodeniouk, Leonskaja y Spadano durante un ensayo |
Decir a estas alturas que Leonskaja es una maestra indiscutible
es algo tan obvio como descubrir el Mediterráneo. Sus anteriores
actuaciones con la OSG fueron buena muestra de ello. La fuerza interior
y la sobriedad y elegancia de la pianista austriaca -nacida georgiana-, presidieron el primer movimiento.
Junto a este, la diferenciación de carácter del Scherzo y su Trio fueron
como una larga preparación para el momento más emotivo de la obra.
El Andante estuvo lleno de un sereno lirismo en su comienzo, de la mano del nuevo principal de chelos de la Sinfónica, Raúl Mirás. Luego, el aumento de la tensión expresiva por el piano y el pasaje central como en suspensión condujeron emotivamente a un Allegretto final en el que solista y orquesta devinieron –quizás la acústica del Coliseum pudo ayudar a ello- a ese sonido “no débil sino lejano” que Andrés Segovia definía como propio de la guitarra. Otra emoción que trae en volandas el recuerdo del maestro de Linares y su gracejo, otro reencuentro; que los recuerdos vienen a veces a salvar el presente, por duro que este sea, y abrir un resquicio de esperanza para el futuro. Es nuestro turno. Abrámoslo de par en par y entremos decididamente por él.
Gracias por esta preciosidad, Julián. Eres un lujo escribas donde escribas.
ResponderEliminarEl lujo es tener lectoras como tú. Gracias por tus palabras.
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