A
Coruña, 1 de marzo, Teatro Colón. Circlassica.
Espectáculo circense de Emilio Aragón. Dirección y Producción Ejecutiva, Manuel
y Rafael González. Dirección Artística, Emilio Aragón. Puesta en pista, Alessandro
Serena. Ayudante de dirección artística, Carlos Grass. Diseño de iluminación, Juanjo
Lloréns. Coreografía y movimiento escénico, Kristine Lindmark. Diseño
Escenografía, Metrico Media. Diseño de vestuario, Berta Riera y Nuria Manzano. Caracterización
y maquillaje, Rebecca Rueda. Producción, Productores de Sonrisas.
…LA MAGIA. No la
prestidigitación. La magia con mayúsculas. La verdadera; esa nebulosa de
colores que te envuelve y te transporta… Hasta allí… Hasta entonces… Como solo
puede hacerlo UN CIRCO. Doscientos cincuenta y dos años o casi setenta. Hasta
el Londres de 1770 en el que a Philip Astley se le ocurrió vaciar el
patio de butacas de un teatro para convertirlo en pista de circo o hasta el
Madrid de la década de 1950 en el Teatro Circo Price en el
que quien esto suscribe vio sus primeros espectáculos circenses.
O hasta la Granada de mediados del XIX, cuando la visión de la
“ecuyere” Virginia Foureaux deslumbró al seminarista, casi misacantano,
Gabriel Aragón. Y lo hizo con tal y tanta luz, que Gabriel se unió al Grand Cirque Foureaux como El Gran
Pepino. Su vocación sacerdotal se había convertido por obra y gracia de
Virginia en un aliento artístico tal que hizo de él el fundador de la escuela
de los payasos musicales y ambos acabaron por ser el punto de partida de la
dinastía Aragón. Esa que durante más de siglo
y medio ha formado parte de la nebulosa y que en la España del último
tercio del s. XX conocimos a través de los programas en Televisión Española de
sus nietos Gaby, Miliki y Fofó y su bisnieto Fofito. Y donde poco después, cuando
Fofó partió para fundar un circo en el Cielo, entró Milikito.
Este es un artista polifacético –es un Aragón, no podía por menos de
serlo- por cuyas venas circula serrín de pista de circo y quien, como Emilio
Aragón, ha escrito y dirigido y ha puesto música y voz a Circlassica, un homenaje al 250º aniversario del circo moderno a través
de la historia de amor de sus bisabuelos. Porque Circlassica es una historia de amor bajo la carpa, en la que Nim,
un payaso y pintor algo simple –o solo deliciosamente ingenuo- se enamora de la
bailarina Margot y trata a toda costa de conquistar su corazón mientras la compleja
vida del circo continúa. El público asistente se convierte así en un doble
espectador: de los afanes e intentos amorosos de Nim y de la función que cada
día se representa en la pista.
Tras la presentación de toda la compañía, la función sigue la historia de
Nim y Margot como hilo conductor, apoyada por la proyección de algunos vídeos en
un significativo blanco y negro, con la locución del propio Emilio Aragón. La
actuación de la bailarina y acróbata, ingrávida por suspensión, es el primer
número del programa. Luego, un alambrista logra la atención de Margot con sus
saltos y equilibrios pero Nim no desespera; multiplica sus esfuerzos a través
de su arte con su pincel gigantesca y deliciosamente desproporcionado.
Una proyección muestra sus cuadros junto a la siempre increíble fantasía
del surrealismo daliniano con la aparición, entre otras pinturas, de sus
célebres “relojes blandos” de La Persistencia de la Memoria. Al tiempo, artistas
sobre zancos crean la ilusión de animales un tanto oníricos, producto de la
rica imaginación de sus creadores. Margot, mientras, eleva sus danzas hacia una
hermosa Luna, haciéndose aún más inalcanzable para Nim.
La chelista aporta la calidez de timbre de su instrumento y la emoción inseparable
de la ejecución en directo. Al tiempo, un notable malabarista ejecuta su número
sumando aros y más aros que multiplican su dificultad. Y crecen los aplausos de
un público cada vez más entregado, cada vez más rendido a la magia única y envolvente del espectáculo. A esa nebulosa de
colores que Nim materializa en gasas a las que hace aparecer, bailar y
desaparecer para, mediante el asombro, enamorar a Margot.
Nim, entre parte de la compañía |
En vano. Ella sigue en otra onda y el público –repartido por la butaca
ocupada o por género a la voz de un payaso en jefe- va entrando progresivamente
a formar parte de un número musical. Este acaba con la célebre el Mana-Mana
coreado por un público de padres y madres a los que la canción les trae quizás un
recuerdo de meriendas con olor a crema de cacao y avellanas viendo Barrio
Sésamo.
El vídeo que da fin a la primera parte del espectáculo trajo a algún
abuelo y abuela presentes en la sala emocionantes recuerdos de una lejana niñez.
La emoción para ellos se elevó hasta la cima de la carpa de un lejano circo, aquel
lejano espacio desde donde ejercían su vertiginoso imperio…
¡¡la reina del trapecio…
(perdón por el grito, pero esto hay que
recordarlo en la voz de sonoridad siempre hiperexpresiva de un jefe de pista
vestido de rojo sobre el fondo de un redoble de tambor)
…Pinito del Oro!!
O su sucesora
¡¡La grandísima única e
inimitable… Miss Mara!!
Algunos no pudimos salir a estirar las piernas en el descanso. La emoción
fue como un potente adhesivo hacia el
cuero de las butacas del Colón y nos retuvo pegados a ellas todo el enteacto.
La música zíngara presente en tantos números circenses hizo su aparición en
la segunda parte. Bailarinas y niños en el vídeo de inicio de esta dejaron paso
a un número que bien puede haber sido inspirado por aquellas diosas del
trapecio. Una trapecista, volando en un aro, fue incrementado la dificultad de su
actuación hasta girar en vueltas de velocidad inverosímil que la convierten visualmente
en un huso de reflejos metálicos azul cobalto, como si de un colibrí humano se tratase.
Un arquetípico portor en trapecio fijo, dando fuerza y movimiento a un a grácil
trapecista terminó de colmar las ansias de elevación a las alturas que todo
espectador de circo, consciente o inconscientemente, compra con su entrada. Tras un dúo de saltimbanquis en un clásico
número de balancín, que exploraron las alturas del escenario en una exhibición de
fuerza y equilibrio, llegó toda una troupe de payasos, incluyendo a Nim como
augusto y con un clown de pantalón arlequinado.
Su actuación es una divertida parodia del hombre bala –un “voluntario”
del público-, con alusiones a aquellos Coyote y Correcaminos (el cohete era
marca ACME) y a la serie Expediente X. Dos soberbios equilibristas
protagonizaron el número final y un vídeo de despedida rindió merecido homenaje
a todos esos momentos, horas, días y años de preparación que necesita todo
número de circo, toda función en “el mayor espectáculo del mundo”.
La presentación de toda la compañía (sin citar nombres, la humildad franciscana
de los artistas de circo contrasta con la antigua locuacidad de en la
presentación de sus números) finaliza una tarde de la que niños y mayores tuvimos
la oportunidad de flotar entre ilusiones y sonrisas. La parte técnica -una escenografía,
atrezzo y vestuario rigurosamente “historicistas”- recreó idóneamente el
ambiente de aquellos primeros circos modernos. Por su parte, la iluminación tuvo
tal y tan buena funcionalidad que casi se olvida uno de la natural complejidad
de esta parte del espectáculo.
Pocas veces una empresa, Productores de Sonrisas, tuvo un nombre tan
adecuado. El saludo de toda la compañía tuvo un momento de especial emoción
para al menos dos de los espectadores. Fue cuando, tras los artistas, saludó desde
el escenario un grupo de técnicos y aquellos no pudieron por menos de recordar
a alguien muy querido, que durante muchos años formó parte del mágico mundo del
circo iluminándolo desde su cabina de mando. Allá donde estés, seguramente dando
luces y colores a otras realidades o fantasías, un beso, Doval. ¡Ah! Y
recuerdos a Fofó.
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