A Coruña, 23 de noviembre, Teatro Rosalía Castro.
La strada. Obra de Federico Fellini.
Adaptación, Gerard Vázquez. Intérpretes: Alfonso Lara (Zampanó), Mar
Ulldemolins (Gelsomina) y Alberto Iglesias (El Loco). Colaboración especial en
vídeo, Gloria Muñoz. Dirección, Mario Gas. Diseño de escenografía, Juan Sanz.
Realización de escenografía, Taller de Juan Sanz y Manuel Álvarez. Diseño de
iluminación, Felipe Ramos. Vídeoescena, Álvaro Luna. Compositor banda sonora,
Orestes Gas. Figurinista, Antonio Belart. Realización de vestuario, Cornejo.
Diseño de sonido, Enrique Mingo. Producción: Diseño y dirección, Concha Busto.
Producido por José Velasco.
La historia que cuenta La strada
es una vieja conocida pero La strada
no es una historia vieja. La madre de Gelsomina le vende su hija a Zampanó, un
artista de circo ambulante. Gelsomina, además de ser obligada por Zampanò a
actuar en las plazas de los pueblos, es insultada, golpeada y tratada por él
como esclava sexual. En su deambular, se encuentran con El Loco, un
equilibrista viejo conocido de Zampanó, quien lo considera como auténtico
enemigo personal más alá de la rivalidad en su miserable mundo ambulante. El
trato de El Loco hacia Gelsomina, una pobre adolescente en el límite de la
normalidad, descubre a esta un mundo nuevo en el que ella se siente capaz de
hacer cosas más allá de las escuetas y brutales instrucciones de su amo. Y de vivir lejos de su “protección”;
pero la vuelta de Zampanó desencadena el conflicto “a trè”, como las viejas
sonatas barrocas; o como las eternas historias de celos, que también puede haberlos sin amor de por medio porque, al fin y al cabo también pueden ser un sentimiento desencadenado por el instinto de posesión tanto o más que por el amor.
Esta Strada alude visualmente a aquella posguerra de los 50 con el
predominio de los tonos pardos oscuros del vestuario de Belart pero la
dirección de Gas es más atemporal en la creación de sus tres personajes. Tal
vez por eso nos los presenta en lo que se me antoja una especie de globo, entre
transparente y translúcido y hecho de la misma materia que el tiempo, lo que
Mario Gas define como “un halo trágico del que no pueden escapar". Viven
nuestros tres personajes encerrados en su miseria por una sociedad en estado de
shock, que no los mira salvo para echarles unos céntimos en el sombrero al
final de su número. Una visión invertida, especular, de aquellos surrealistas
personajes buñuelianos de El ángel
exterminador encerrados en su lujosa cena de lujo por sus sirvientes.
El texto de Gerard Vázquez y la dirección de Mario Gas revelan quizás una inspiración, paralelismo o cita elíptica
becketiana en cómo parecen esperar ese algo o alguien desconocido que desde su
ausencia nunca llegará a liberar a Gelsomina
de la brutalidad de Zampanó, como no llega Godot a hacerlo con la de Lucky
esclavizado tiránicamente por Pozzo en la obra de Samuel Becket.
Tres grandes en escena
La interpretación de los tres actores es realmente soberbia. El personaje de Zampanó es construido por Lara en una inquietante pero consecuente alternancia entre su brutalidad y su tristeza, haciendo surgir sentimientos encontrados hacia quien desde la platea se percibe tan víctima como verdugo. Las explicaciones al público de su número de “forzudo” tienen un cierto halo de ingenua ternura pese a su horrible comportamiento con sus compañeros de desventura.
La interpretación de los tres actores es realmente soberbia. El personaje de Zampanó es construido por Lara en una inquietante pero consecuente alternancia entre su brutalidad y su tristeza, haciendo surgir sentimientos encontrados hacia quien desde la platea se percibe tan víctima como verdugo. Las explicaciones al público de su número de “forzudo” tienen un cierto halo de ingenua ternura pese a su horrible comportamiento con sus compañeros de desventura.
Mar Ulldemolíns encarna una Gelsomina más que creíble. Inocente,
ignorante, temerosa, dolida, tierna y soñadora, transita por cada estado de
ánimo del personaje irradiando veracidad en cada momento de la función y hace
que al salir del teatro uno sienta deseos de volver para rescatarla y ofrecerle
todo un mundo de nuevas perspectivas vitales.
Alberto Iglesias es una fuente de
emociones a través de su gestualidad facial, tanto que bien podría haber hecho
un papel de El Mudo como este, que borda, de El Loco. Pero no queda atrás su
vocalidad y es a través de sus palabras como su personaje como logra abrir los
ojos a Gelsomina. Y de su sonido tocando al violín (por cierto, con un barniz absurdamente
brillante para ser el de un equilibrista ambulante) notas de la música de Nino Rota
para el filme de Fellini. O enseñando a Gelsomina a hacer lo mismo con la
trompeta (qué emoción en esas notas desafinadas) y hacerle sentir una emoción
positiva, tal vez por primera vez en su vida.
Las proyecciones sobre tres pantallas, además de acercar los rostros de
los protagonistas y expresar las situaciones que estos viven (esas salpicaduras
de sangre, esos paisajes desolados), son un hermoso homenaje al original
cinematográfico felliniano. Esta Strada
de Gas tiene un cierto aire de poesía triste y desesperanzada que atrae
como un potente imán en una versión para la distancia media y corta que
proporcionan el escenario y las tres pantallas. Un aire que llega al espectador sin la fuerza telúrica
de la película pero tan sutil, como dice el viejo proverbio sobre el viento del
Guadarrama, “que mata a un hombre pero no apaga un candil”.
Una consideración final
La aventura de estos tres desdichados es un espejo en el que cada espectador puede ver reflejada su vida más íntima; ese anhelo de progreso o crecimiento personal tantas veces imposibilitado por sus circunstancias personales o sociales. Pero también, con el foco más abierto, una proyección más amplia y actual. La mayoría de los actuales errabundos no se mueven en viejos motocarros por una carretera polvorienta sino en pateras o cayucos por otras, líquidas y demasiadas veces mortales, a las que llamamos Mediterráneo o Atlántico.
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