A Coruña, 17 de noviembre, Teatro Rosalía Castro.
La golondrina. Texto, Guillem Clua.
Dirección, Josep María Mestres. Intérpretes: Carmen Maura (Amelia) y Dafnis
Balduz (Ramón). Música, Iñaki Salvador; Escenografía, Alessio Meloni (AAPEE).
Diseño de iluminación, Juan Gómez Cornejo (A.A.I.). Vestuario, Tatiana
Hernández. “Coach” Vocal, Ángel Ruiz. Maquillaje y peluquería Carmen Maura, Romana González.
Ayudante de dirección, David Blanco. Construcción de decorado, Escénica
Integral. Dirección de Producción, Miguel Cuerdo
Y la luz se trasladó a su casa y a su vida
Amelia, “una severa profesora de canto recibe en su casa a Ramón, un
hombre joven que desea mejorar su técnica vocal para cantar en el memorial de
su madre, fallecida recientemente. La canción elegida tiene un significado
especial para él y, al parecer, también para Amelia”. A partir de esta escena
inicial y de lo que se puede leer en la sinopsis proporcionada por la compañía
-“un duro enfrentamiento entre Amelia y Ramón que los lleva a descubrir la
verdad sobre su relación con un atentado terrorista islamista que sufrió la
ciudad el año anterior”, el espectador avisado imagina no ya el final sino gran
parte de los pasos y escenas que llevarán a él.
El texto de Clua deja en el camino una buena parte de las posibilidades
dramáticas de la idea germinal de la obra. El encuentro de Amelia, madre de una
de las víctimas del atentado, con quien poco a poco va descubriendo su verdadera
relación con este podría haber dado lugar a un gran drama y en algún momento
parece que va a serlo. Pero La golondrina
es una obra comercial, claramente dirigida a un nicho de mercado: el de
admiradores de Carmen Maura como actriz cinematográfica que están deseosos de
verla actuar en persona sobre un escenario.
Carmen Maura |
En esta singladura, tal vez por eso, tanto el autor como sobre todo el director
han optado por rebajar el grado de dramatismo del texto y de su plasmación
escénica. Una decisión tan válida y honradamente rentable como evasiva. Esto se
hace notar especialmente en frases que salpican el texto casi de principio a
fin, que habrían podido actuar como rebaja de la tensión dramática acumulada.
Pero con la dirección de Josep M. Mestres se convierten en anzuelos para pescar
sonrisas; y estas -quizás por el éxito en la identificación de la diana de
público- devienen en risas más veces de las que sería de desear.
Probablemente los fieles mauristas habrán logrado su objetivo; por lo que
se pudo ver al final de la segunda función en A Coruña, con parte del público
en pie y gritando bravo, se diría que sí. Pero el dominio del pequeño gesto facial
-esa causa esencial del enamoramiento de la cámara hacia los actores en general
y hacia esta actriz en particular- queda anulado con la distancia. Por cierto,
¿alguien recuerda que hubo un tiempo en el que el público utilizaba un
artilugio óptico llamado gemelos –impertinentes si llevaban mango- para
acercarse visualmente al escenario?
Además, al menos ese día, su voz no rodó bien pese a la buena acústica
del Rosalía y, lo que es peor, ni sus inflexiones vocales ni su gestualidad
corporal marcaron el tono dramático que, pese a todo, se desprende de su papel
en La golondrina. Una auténtica
lástima dado el contenido de los monólogos –tuve que comprar el libro para
conocer todo el texto- de que dispone para poder explotar todo su potencial
como actriz.
Dafnis Balduf |
Algo mejor dicción y menor envaramiento gestual se pudo apreciar en
le actuación de Dafnis Balduz como Ramón, que también acusa, pero en menor
medida, los efectos de las citadas faltas de tensión dramática de texto y
dirección.
La escenografía es corpórea y realista, con un piano de media cola en el
lado izquierdo del escenario y una serie de sillones y estanterías llenas de
libros y álbumes de fotos que irán tomando importancia a lo largo de la obra.
El predominio más significativo –y no solo por tamaño, sino también por su
posible simbolismo- es de un gran ventanal a través del que se ve durante toda
la función la misma foto de gruesas nubes blancas. La iluminación de estas va
disminuyendo a medida que Ramón va descubriendo a Amelia su verdadera relación
con Dani, el hijo de Amelia, y crece el grado de enfrentamiento de ambos
personajes. Así, las nubes van oscureciéndose paulatina e insensiblemente como si
su luminosidad (¿el recuerdo del joven difunto?) se trasladara al espacio entre
los protagonistas; a sus vidas a partir de la función.
En estas, y esperando más trascendencia -incluso, en contra de la
voluntad de autor y/o director-, se me ha venido a la memoria lo que decía Mediodiente,
personaje del sainete de Don Ramón de la
Cruz El Manolo:
MEDIODIENTE Amigo, o es trigedia o no es trigedia
es
preciso morir; y solo deben
perdonarle
la vida los poetas
al
que tenga la cara más adusta
para
decir la última sentencia
O es tragedia o no es tragedia: La
golondrina pudo serlo. Pero se quedó en melodrama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario