Carballo, 20 de octubre, FIOT 27, Pazo da
Cultura. Iphigenia en ValleKas.
Texto de Gary Owen traducido y adaptado por María Hervás. . Intérprete, María
Hervás. Dirección, Antonio C. Gijosa. Escenografía, Mónica Teijeiro. Sonido,
Mar Navarro. Iluminación, Daniel Checa. Producción, María Hervás y Serena
Producciones.
María Hervás. Iphigenia |
Gary Owen ganó el premio al mejor texto en el Festival de Edimburgo de
2015 por Iphigenia in Splott. Splott
es un barrio obrero del sur de Cardiff (Gales) notablemente afectado por las
diferentes crisis industriales, económicas y financieras desde la época de Margareth
Tatcher a nuestros días. La adaptación de María Hervás traslada a la
protagonista a Vallecas, barrio que como
cualquiera del cinturón sur –sí, también del sur; suele ser así- de Madrid
tiene todos los ingredientes socioeconómicos para centrar en él la función.
Siempre hay una Ifigenia: en Áulide, en Splott, en ValleKas. Alguien
a quien sacrificar en beneficio de la comunidad. ¿Pero qué pasa cuando la Ifigenia
de turno decide por sí misma quiénes han de ser beneficiados por su sacrificio?
¿Y qué ocurre cuando quien puede decidir decide que esa comunidad no sea su beneficiaria?
Del “He venido a cobrar lo que es mío” inicial al ¿”Y qué va a pasar cuando no
podamos soportarlo más”? hay todo “un bucle de resacas” dramáticas, de
emociones a flor de piel por las que María Hervás conduce a su público a lo
largo de la casi hora y media que dura la representación.
Los mil y un matices de la gigantesca interpretación de Hervás y su
adaptación del texto de Gary Owen lo convierten en un mar de emociones
encontradas. De de la ira a la ternura; de la provocación gratuita al
sacrificio a favor del otro [1]. Ahí están -y solo
así se pueden entender- las reacciones del personaje más decisivas para su vida
futura. Su renuncia a reclamar ese “nunca
más sola” en el que se veía ya instalada tiene una razón, que nace de una
propia fortaleza interior: “puedo soportarlo, así que lo soporto por esa niña”.
Fortaleza nacida de una insospechada nobleza intrínseca, la que se necesita
para ir con la verdad por delante frente a Rique, su más o menos novio, aunque
le cueste truncar la esperanza de que su compañía se convierta en un alivio de
sus males: “si voy a hipotecar su vida, no puedo empezar con una mentira”.
Desde el punto de vista interpretativo sorprende la enorme riqueza de
registros de Hervás, tanto por interpretar la montaña rusa de sensaciones y
sentimientos de la protagonista como cuando hace hablar a otras personas de su
vida, que no personajes, porque personajes solo hay uno, el suyo. Y ahí afloran
esa abuela con voz de “rata arrugada”, ese medio novio, Rique, producto de
gimnasio de mitad para arriba porque lo de las piernas cuesta más de lo que él
soporta; la mujer-foca a quien provoca y que la critica por su lenguaje soez; la compañera de piso y aventuras; los militares,
comadrona, parturienta o abogado. Todos con su carácter plasmado con apenas un
gesto o un matiz en la voz de Hervás. Al acabar la función surge una pregunta: ¿cómo
puede mantener esa tensión emocional durante ciento treinta minutos sin caer
destrozada física y anímicamente?
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La dirección de Antonio C. Guijosa es contenida, apenas visible, la única
posible con un pura sangre escénico como María Hervás, un verdadero volcán, interpretando
a un personaje en continua erupción. La escenografía de Mónica Teijeiro tiene
la virtud de la sobriedad y la funcionalidad: apenas unas cajas de madera, un
columpio y un calendario –por cierto, ¡qué dramatismo puede contener una simple
cifra! ese terrible 29…- dan pie y sirven de base a los movimientos de Hervás
por el escenario. La iluminación de Daniel Checa subraya adecuadamente texto y
acción.
La obra es tremendamente dura y los momentos de mayor ternura, de vuelo
poético que la salpican aquí y allá no hacen sino resaltar esta dureza. Uno no
sale, no puede salir indemne después de compartir hora y media con la Iphigenia
de María Hervás. Pero ¿sabéis? merece la pena sentir como propio su dolor: porque
todo el sacrificio de miles, quizás de millones de Iphigenias continúa pese a “los
datos favorables” de la macroeconomía. Porque alguien, quien podía hacerlo, decidió
que no se beneficiara de su sacrificio el conjunto de la sociedad sino quienes
menos lo necesitaban, quienes menos lo necesitan: los de siempre. Porque alguien
tiene que seguir gritando el dolor de esos millones de Iphigenias a quienes no se
atreven a mirarles a la cara y a quienes, como la “mujer-foca”, incluso se
permiten criticarlas por su aspecto y su lenguaje. Porque, en realidad, lo soez (bajo, grosero, indigno, vil, según
el DEL de la RAE, edición del centenario) es la vida (y me remito acepciones
6, 7 y 8 del mismo diccionario).
[1] Y
no de otro abstracto, social, comunitario sino cercano, en una curiosa convergencia
–quizás no tan extraña como podría parecer- con el precepto cristiano de amar al
prójimo (el próximo, el cercano).
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