Carballo, 14 de octubre, Pazo da Cultura. La tristeza de los ogros. Texto y
dirección, Fabrice Murgia.
Adaptación, Borja Ortiz de Gondra. Reparto: Andrea de San Juan, Nacho Sánchez y
Olivia Delcán. Ayudante de dirección: Catherine Hance. Escenografía: Françoise
Lefebvre. Vestuario: Marie-Hélène Balau. Iluminación Manu Savini. Vídeo: Jean
François Ravagnan. Producción ejecutiva Nadia Corral
“Para sobrevivir, un ogro necesita su ración de carne fresca y sangre”.
Un texto en bucle lleno de dura fantasía sobre una estirpe de ogros; una larga
caminata en bucle llena de ansiedad; giros de 90º marcados por golpes de micro
en unas gasas iluminadas por una inquietante lividez; una terrible caracterización
con el rojo de la sangre realzando la mortal palidez de un rostro con una
expresión tan indignada como anhelante; un columpio abandonado al fondo del
escenario…
Escenario de La tristeza de los ogros. Andrea de San Juan |
Este es el marco-prólogo de La
tristeza de los ogros: un cuarto de hora de ambientación sonora y temática
que encoge el corazón tanto por su diseño como por la interpretación de Andrea
de San Juan, milimétrica en precisión física y absolutamente llena de dramatismo
en la expresividad. Una extenuante entrega durante ese cuarto de hora de
movimiento estereotipado como el de una fiera encerrada en un agobiante cubil, entrega que
se prolonga hasta el final mismo de la obra, cuando todas las historias tejidas
en esta malla de dolor y pérdida de la inocencia por Fabrice Murgia (Verviers, Bélgica,
1983) quedan “despejadas” a la vista y oídos de público.
Entre estos dos momentos, casi 90 minutos de oscuridad y encierro en los
que Andrea de San Juan planea sobre la acción como un espíritu entre diabólico e
infantil, volando en un limbo de observación permanente sobre las tres terribles
historias reales en las que Murgia basa su texto: la del joven alemán Bastian
Bosse, que en 2006 asesinó a ocho personas en el instituto donde estudiaba; la
de Natascha Kampusch, que ese mismo año escapó de un secuestro que se prolongó
durante diez años y, en la adaptación española, la de las niñas de Alcàsser, secuestradas
(13.11.1992), torturadas, violadas y finalmente asesinadas.
La tristeza de los ogros, escrita por Murgia cuando
tenía 20 años, acababa de abandonar el instituto y esperaba un hijo, está “atravesada por el miedo de los niños”, según
declaró el autor en su presentación en España. Se basa en entrevistas
concedidas por Kampusch tras su liberación a canales de televisión, en textos extraídos del blog personal de Bosse, copiados antes de que este fuera suprimido, y en
grabaciones sobre el suceso de Alcàsser. Unos programas en directo que
supusieron el nacimiento en España de aquella mal llamada “telerrealidad” que
en este cuarto de siglo ha evolucionado inevitablemente hasta convertirse en la
telebasura que anega y embarra las pantallas de tantos hogares de nuestro país
¡y la mente de quienes los contemplan como fuente casi exclusiva de entretenimiento!
Andrea de San Juan |
De San Juan plasma en escena una visión onírica y fantasmal que, en
palabras del autor, “no aporta luz sobre el tema”. Pero que hace reflexionar
por su texto y por una interpretación que sobrecoge y nos mantiene agarrados a
la butaca con una mezcla de deseo de contemplar, desazón y terror. Y la llena hasta
tal punto de vida (en realidad, de muerte: la única fase inevitable de la vida)
que nos hace salir del teatro llenos de preguntas sobre la infancia, la
adolescencia y sobre en qué momento de la vida se pierde la inocencia infantil.
¿Quizás ese en que los niños no deciden dejar de serlo y se saltan la
adolescencia? ¿Tal vez ese otro en el que esa adolescencia duele como si te
clavaran un hierro candente en el alma? ¿Acaso algún programa de televisión de los
que llevan a familias enteras a hacerse adictos al morbo de las crónicas de
sucesos?
La iluminación y los efectos de vídeo y sonido forman parte esencial del
brillante montaje de La tristeza de los
ogros. Este se basa en un espacio con gasas blancas en los laterales y un
fondo en el que los personajes de Kampusch y Bosse se mantienen encerrados en
una especie de urnas traslúcidas que velan su visión directa. Esta visión y sus
voces distorsionadas por la amplificación son todo un símbolo del secuestro de la
primera y de la autoexclusión social del segundo. Solo las imágenes captadas
por dos cámaras de vídeo muy cercanas a cada actor rompen en cierta forma su
aislamiento, permitiendo al espectador el acercamiento a los personajes a
través de la proyección en una pantalla sobre sus urnas.
Olivia Delcán, Nacho Sánchez y Andrea de San Juan |
Algo menos de sentido tiene, en mi opinión, la salida de ambos personajes
al primer plano del escenario -ya al final de la representación y con sonido de
fondo sobre los sucesos de Alcàsser-. Este cambio hace perder mucha de la
fuerza simbólica de su primera ubicación sin aportar gran cosa a la función.
Tanto Sánchez como Delcán –quizás en menor medida esta- cumplen correctamente
en una representación sobrevolada de principio a fin, como una inmensa y
tétrica ave, por el oxímoron que supone el negrísimo personaje vaporosamente vestido
de blanco de Andrea de San Juan, clara merecedora de la fortísima ovación con
la que el público de Carballo descargó por fin la tensión acumulada.
Según lo cuentas la puesta en escena debe ser muy buena pues da mucho yuyu.
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