A Coruña, 20 de enero, Teatro Rosalía Castro. EL PADRE. Texto, Florian Zeller.
Dirección y adaptación José Carlos Plaza. REPARTO: Héctor Alterio, Andrés; Ana Labordeta, Ana; Luis Rallo, Pedro; Miguel Hermoso, hombre; Zaira Montes, Laura; María González, mujer.
Escenografía e iluminación, Francisco Leal. Vestuario, Juan Sebastián Domínguez.
Música, Mariano Díaz. Realización escenografía, Scnik. Jefe de
producción, Raúl Fralire. Jefe Técnico, David P. Arnedo. Ayudante de dirección,
Jorge Torres. Ayudante de producción, Marco García.
El padre es el retrato de una pérdida;
la de la identidad de su protagonista, enfermo de alzhéimer. El de un viaje por
un túnel sin salida, sin luz a su final, entre ráfagas de visión
progresivamente desconcertantes para Andrés, su protagonista. La función es un
constante choque entre lo que Andrés ve y siente y cómo viven los demás su
relación con él. Andrés es un ingeniero ya retirado, acostumbrado a organizar y
mandar, que ve amenazado su mundo por el comportamiento, sospechoso para él, de
todos los que le rodean: los más cercanos, su hija Ana; Pedro, pareja de Ana;
Laura, su enfermera. O un hombre y una mujer que aparecen aquí y allá en su
vida.
Cartel de El Padre |
Zeller va tejiendo la malla de desconfianza
e incomprensión con las percepciones cambiantes de Andrés y las reacciones de su
entorno; aparecen y desaparecen personas, objetos, recuerdos... Andrés cree que
su reloj, la brújula que ha ordenado y orientado su vida, ha sido robado por la
enfermera que lo cuida en casa. Pero cuando Ana, su hija, le hace ver que él mismo guarda sus objetos
más valiosos, él extiende la malla de recelo hacia ella, desconfiando al pensar
cómo sabe ella de ese escondrijo.
El texto de Zeller y la dirección escénica de Plaza suponen una constante
búsqueda del equilibrio entre esos dos universos en colisión, confrontando los
sentimientos de Andrés -siempre unidireccionales, siempre navegando hacia la
nada- como los de Ana, buscando siempre el equilibro entre el deber
autoimpuesto por su amor al padre y la busca de su propia felicidad. O al
menos, de su propia tranquilidad. Pero siempre dejando esos pequeños cabos
sueltos que llenan El padre de un
cierto suspense.
Con estos antecedentes, el espectador tiene tres posibilidades:
dejarse llevar y reírse con las situaciones divertidas, que las hay; abandonarse hasta la angustia por la tragedia -la pérdida de memoria y de identidad de
Andrés- o la más difícil y fructífera: convertir
su asistencia a la función en una vivencia personal, comprender el texto en su
más profunda totalidad y tratar de encajar las piezas del puzle y sentirlas
como algo propio.
El padre deja un poso de
inquietud a quienes se preocupen por la convivencia en una familia en la que
haya una persona aquejada del mal de Alzhéimer y resultan inevitables las dudas
sobre la conducta a seguir. En primer lugar, para los jóvenes maduros que ven
envejecer a sus padres: ¿qué hacer si llega el caso? ¿cómo me preparo para
ello? ¿desde qué postura lo afrontaría? ¿primaría su tranquilidad, su bienestar
físico y anímico o el derecho a vivir mi vida? Pero las dudas de quienes temen
ser víctimas directas de la enfermedad pueden no ser menores que las arriba
expresadas: ¿Cómo ordenaría mi vida a partir del diagnóstico? ¿Aseguraría mis
cuidados en una institución? ¿Mi situación me lo impedirá? ¿Habrá de
soportar mi familia tal carga? ¿Podrán
con ella? ¿Qué podré hacer para evitársela?
Héctor Alterio |
Andrés es el centro del pequeño sistema solar de El padre; todo sucede desde él o a través de él y su presencia en
escena es casi constante. Es duro representar un personaje así. Pero lo es
mucho más , y más difícil, encarnarlo, darle voz y vida de tal forma que al
salir el espectador sienta que ha visto moverse y ha oído hablar al personaje,
no al actor. Con estas premisas, hay que reconocer que pocos profesionales pueden
dar vida a Andrés como lo ha hecho Héctor Alterio a lo largo de las más de 150 representaciones
que ha tenido esta producción de El padre
en España.
Lo que se pudo ver el sábado 27 de enero en el Teatro Rosalía fue una
auténtica clase magistral de interpretación por parte de Alterio. Parece casi
imposible hacer vivir al personaje de Andrés más allá de lo que hizo el
veterano actor hispano-argentino. Cada palabra suya, cada entonación, fueron un
prodigio de expresión de los sentimientos del personaje. Pero, más allá de las
palabras, queda para la historia cada uno de sus silencios; sus miradas, esa
expresión corporal ingente en cada movimiento y en cada quietud.
Antológica su gestualidad facial y corporal: su cara y quietud marmórea
cuando desde la cocina sorprende a otros personajes hablando de él, de su
presente y futuro. O ese mínimo gesto de un hombro y de su boca con el que
parece querer protegerse ante cualquier palabra ajena inesperada, que él percibe
como una andanada de artillería disparada contra el castillo construido con sus
rutinas, en el que creía segura su vida, y que va siendo más débil a cada
instante de la obra.
Y la mirada. O, mejor dicho, las
miradas: su dureza cuando aún intenta afianzar ante los demás su antigua posición
de duro pater familiae; su brillo
pícaro cuando trata de mostrarse seductor ante una nueva enfermera… Y su mutación
en un verdadero grito de angustia cuando se pierde en la desesperación que
supone sentirse incapaz de comprender cuanto sucede a su alrededor.
Héctor Alterio y Ana Labordeta |
La actuación de Alterio en El padre
es tan brillante que hay que mirar con todos los filtros necesarios para que no
eclipse la del resto del elenco. Especialmente la de Ana Labordeta como Ana,
personaje al que llena de verdad. Su firmeza y ternura son un verdadero manual
de cómo ha de comportarse la familia de un enfermo de alzhéimer. Pero también
en su lucha en su busca del equilibrio entre vivir su vida y no abandonar a su padre,
frente a ese Pedro, muy bien interpretado por Rallo, del que siempre nos
quedará la duda de si su interés por Ana y su progresivo desprecio hacia Andrés
no serán más que una mera muestra de egoísmo.
Del resto del reparto cabe destacar la interpretación de Zaira Montes
como la voluntariosa Laura y su adaptación a las reacciones de Andrés. Miguel
Hermoso y María González defienden más que dignamente sus respectivos roles.
La música de Mariano Díaz tiene una componente obsesivo-repetitiva y un
tratamiento armónico y tímbrico que prácticamente la convierte en una fotografía
sonora de cómo se desliza y chirría todo en la mente de Andrés. Es una música
que quizás sólo pueda comprenderse cabalmente tratando de escucharla con los
oídos del personaje, desde su cerebro, haciendo propios su duda y temor
permanentes.
La escenografía de Francisco Leal me recuerda esos tableros sobre los que
se montan los puzles, sólo visibles cuando, una vez resuelto el rompecabezas,
se llevan a enmarcar sus piezas y se convierten en un espacio casi vacío. Como
el de la escena final; o como la mente de Andrés: un espacio capaz de reflejar
hacia el espectador la última y definitiva luz que ilumina la mente del
protagonista: el recuerdo en la escena final de su madre, evocado por una
presencia femenina.
Escena final |
Resulta conmovedora la
coincidencia con el momento cumbre del texto de Todo
el tiempo del mundo, cuando su protagonista libera su mente de todos
los fantasmas que la han colonizado, al grito de “¡Mañana nazco!” Y quizás es posible
que el viaje de quien sufre una demencia senil como la enfermedad de Alzheimer
tenga su estación término en el útero materno que lo cobijó antes de nacer.
Esta emoción final redondea la conmoción que invade al espectador de El padre. Y es una emoción que se hace
piedra en el pecho y que en la garganta se convierte en un fuego que sólo se
apaga cuando, finalmente, se hace lágrima en los ojos.
DATO FINAL: La representación
del sábado 27 de enero fue la última de esta producción. Dio cuenta de ello
desde el escenario Ana Labordeta, trasladando el aplauso a todos cuantos han
intervenido en ella desde su estreno. En el palco contiguo al que ocupé estaban
entre otras personas José Carlos Plaza, Mariano Díaz (autor de la música). La
edad de Alterio hizo sentir a más de uno que estábamos viviendo un momento
histórico. Pocas veces se tiene ocasión de compartir con parte de quienes han
hecho una gran función lo que ésta te hace sentir. Y menos veces aún, lo allí
sentido me ha impedido expresar todo lo que la obra –ternura, miedo, esperanza-
había removido en mi interior.
Vaya desde estas líneas el agradecimiento a ellos que la emoción –junto al
escalofrío de una repentina fiebre bien alta, dicho sea de paso- me impidió
expresar.
Un privilegio haber podido asistir a esta representación. Son excelentes y Alterio un maestro de la interpretación. Un lujo ver reflejada con ese arte la condición humana y poder reflexionar sobre ella con el móvil apagado y los ojos bien abiertos.
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