06 octubre, 2017

El Patrimonio como problema







A Coruña, 22.09.2017. Teatro Rosalía Castro. La autora de Las Meninas. Texto y dirección, Ernesto Caballero. Reparto: Carmen Machi; Mireia Aixalá; Francisco Reyes. Escenografía e iluminación, Paco Azorín. Vídeo y ayte de iluminación, Pedro Chamizo, Vestuario, Ikerne Giménez. Música y espacio sonoro, Luis Miguel Cobo. Asesor dramaturgia y ayte de direccción, Ramón Paso. Ayte de escenografía, Isabel Sáiz.  Coproducción de Focus y Centro Dramático Nacional.

Carmen Machi (imagen promocional de La autora de Las Meninas)


Cuenta Ernesto Caballero que el impulso para escribir La autora de Las Meninas le llegó “después de ver entero por televisión [que ya son ganas] un Debate sobre el Estado de la Nación en el que no hubo ninguna mención a la Cultura”. Ello le llevó a imaginar un futuro en el que la crisis económica ha hecho estragos por todas partes: la Unión Europea se ha disuelto; España se ha dividido (al menos en la función de A Coruña, posiblemente por la inminencia del 1-O); el Estado trata de sacar dinero de donde sea y la venta de Patrimonio se ve como una posibilidad cercana. ¿Sólo?

No. Los planes que el personaje de Mireia Aixalá -la directora del Museo  del Prado- le cuenta a sor Ángela, protagonizada por Carmen Machi, son ya una realidad: inimaginable para la mayoría y dolorosa para muchos. Pero perfectamente aséptica para ella, como miembro del partido que gobierna España, “Pueblo en pie”, y dirigente del “Ministerio de Participación, Integración y Estudios de Género”. Nombre(s), por cierto, que retrata(n) espléndidamente parte de los rasgos más caricaturizables de alguno de los nuevos partidos surgidos del 15-M: su lenguaje. Un lenguaje distintivo en la forma, pero en absoluto peor o más mendaz que el lenguaje de madera tan usado por los políticos desde tiempo inmemorial.

Carmen Machi y Mireia Aixalá


Nombre de ministerio y lenguaje de políticos son como una brújula que al espectador experto le marca el carácter de comedia desenfadada y sátira ligera que tiene la representación. Un carácter tan válido y honrado como el de comedia de denuncia ácida que otros podrían haber optado a partir del planteamiento inicial: nada menos que la venta de Las Meninas de Velázquez como medio del Gobierno para obtener liquidez que ayude a salvar la crisis.

Ernesto Caballero apunta en el texto temas para luego sobrevolarlos con una suave ironía: el primero, la confrontación entre cultura y economía, representados en La autora de Las Meninas por un vigilante de seguridad licenciado en Humanidades (perfecto Francisco Reyes con su enorme estatura y la bondad que irradia para encarnar el papel) y una directora del Museo del Prado totalmente disparatada y con un previsible punto de cinismo. Y es que la crisis real que lleva años arrastrándonos hacia no sabemos dónde no es sólo ni principalmente económica sino de valores.

Francisco Reyes y Carmen Machi


Un “segurata” –uso con el mayor respeto esta variante popular del nombre del oficio de vigilante porque refleja más gráficamente la irónica confrontación de caracteres- frente a una directiva del organismo en el que él trabaja, con la que nunca se cruza realmente. Alguien que con su interés hace cambiar el pensamiento y autopercepción personal de la protagonista, frente a una ejecutiva –dicho sea con el significado más agresivo de la palabra- capaz de afirmar que “el patrimonio se ha vuelto un problema económico [que hay que resolver] frente al sentimentalismo identitario”.

Y en medio, sor Ángela. El sol de este sistema con los dos planetas rocosos conocidos -y vaya usted a saber cuántos gaseosos en órbitas muy, muy lejanas a ella-. Porque nada puede haber más lejano al humilde carácter de esta “monja copista” que aquellas personas o entidades que capaces de pergeñar un plan de expolio sistemático del patrimonio de su país.

Machi y Aixalá


Ángela, como la monja pide al vigilante que la llame, tiene todas las condiciones para el encargo: una pasmosa habilidad como copista y la humildad y discreción propias de su hábito. Su asombro no tiene límite ante esa “proposición indecente” –porque si la honestidad y la honradez tienen la cintura como frontera, la decencia ocupa, o debería, ambos hemisferios corporales-. Su azoramiento inicial tiene sin embargo el recorrido que habría que esperar –por texto y actuación, es una delicia contemplar su evolución ante el desarrollo de su trabajo y frente las supuestas cámaras de televisión- en lo que Caballero llama “una parábola sobre la vanidad”.

En realidad, éste es el campo en el que se desarrolla la acción. El vigilante humanista y la directora “desmitificadora de la cultura” tratan de desviar a la humilde-persona-portentosa-copista de su recorrido por la particular galaxia de su vida: del convento al museo y del museo al convento. El vigilante, lanzándola hacia un mejor conocimiento propio y una mayor autoestima; la directora, prostituyendo su habilidad -forzando su verdadera voluntad, como es norma en toda prostitución-. Pero el recorrido de ambas órbitas lleva al mismo final. Un destino mediático en el que el-sol-Ángela-sor-Ángela verá alterada para siempre su vida.

Machi: sor Ángela en plenitud artística


Carmen Machi es el eje alrededor del que gira todo este remolino. Pero aunque la Machi cómica es grande, uno añora a la dramática. Sus grandes dotes actorales y su gran técnica y entrega siempre parecen pedir más. Los ataques de “subidón de ego” despliega una energía escénica que llena por sí misma el escenario. Su actuación eleva muchos grados la temperatura escénica y justo ahí es donde –esto son opinión y criterio puramente personales­- habría querido ver una subida de tensión dramática a través de una mayor crítica social o política. Aixalá y Reyes responden al reto de Machi, y encarnan en todo momento sus personajes otorgándoles realidad y verdadera humanidad.

Machi y Reyes en plena "atracción orbital"


La escenografía se reduce a tres enormes pantallas, casi del tamaño del cuadro original de Velázquez, sobre las que se proyectan diferentes fase del trabajo de la protagonista, una escalera a la que sube ésta para pintar y un banco de madera. El breve atrezzo a un manojo de pinceles, paleta y maletín de pintor. El buen uso de la luz y las proyecciones complementa el dinámico movimiento de actores hasta redondear una obra que cubre sus pretensiones y las del público: pasar una buena tarde de teatro. Que no es poco.









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