A Coruña, 22.09.2017.
Teatro Rosalía Castro. La autora de Las Meninas.
Texto y dirección, Ernesto Caballero. Reparto: Carmen Machi; Mireia Aixalá; Francisco Reyes. Escenografía e iluminación, Paco Azorín. Vídeo y ayte de iluminación, Pedro
Chamizo, Vestuario, Ikerne Giménez. Música y espacio sonoro, Luis
Miguel Cobo. Asesor dramaturgia y ayte de direccción, Ramón Paso. Ayte
de escenografía, Isabel Sáiz. Coproducción de Focus y Centro
Dramático Nacional.
Carmen Machi (imagen promocional de La autora de Las Meninas) |
Cuenta Ernesto Caballero que el impulso para escribir La autora de Las Meninas le llegó “después de ver entero por televisión [que ya son ganas] un Debate sobre el Estado de la Nación en el que no hubo ninguna mención a la Cultura”. Ello le llevó a imaginar un futuro en el que la crisis económica ha hecho estragos por todas partes: la Unión Europea se ha disuelto; España se ha dividido (al menos en la función de A Coruña, posiblemente por la inminencia del 1-O); el Estado trata de sacar dinero de donde sea y la venta de Patrimonio se ve como una posibilidad cercana. ¿Sólo?
No. Los planes que el personaje de Mireia Aixalá -la
directora del Museo del Prado- le cuenta
a sor Ángela, protagonizada por Carmen Machi, son ya una realidad: inimaginable
para la mayoría y dolorosa para muchos. Pero perfectamente aséptica para ella,
como miembro del partido que gobierna España, “Pueblo en pie”, y dirigente del
“Ministerio de Participación, Integración y Estudios de Género”. Nombre(s), por
cierto, que retrata(n) espléndidamente parte de los rasgos más caricaturizables
de alguno de los nuevos partidos surgidos del 15-M: su lenguaje. Un lenguaje distintivo
en la forma, pero en absoluto peor o más mendaz que el lenguaje
de madera tan usado por los políticos desde tiempo
inmemorial.
Carmen Machi y Mireia Aixalá |
Nombre de ministerio y lenguaje de políticos son como una
brújula que al espectador experto le marca el carácter de comedia desenfadada y
sátira ligera que tiene la representación. Un carácter tan válido y honrado como el de comedia de
denuncia ácida que otros podrían haber optado a partir del planteamiento
inicial: nada menos que la venta de Las Meninas de Velázquez como medio del
Gobierno para obtener liquidez que ayude a salvar la crisis.
Ernesto Caballero
apunta en el texto temas para luego sobrevolarlos con una suave ironía: el
primero, la confrontación entre cultura y economía, representados en La autora de Las Meninas por un
vigilante de seguridad licenciado en Humanidades (perfecto Francisco Reyes con
su enorme estatura y la bondad que irradia para encarnar el papel) y una directora del Museo del Prado totalmente
disparatada y con un previsible punto de cinismo. Y es que la crisis real que
lleva años arrastrándonos hacia no sabemos dónde no es sólo ni principalmente
económica sino de valores.
Francisco Reyes y Carmen Machi |
Un “segurata” –uso con
el mayor respeto esta variante popular del nombre del oficio de vigilante porque
refleja más gráficamente la irónica confrontación de caracteres- frente a una
directiva del organismo en el que él trabaja, con la que nunca se cruza
realmente. Alguien que con su interés hace cambiar el pensamiento y
autopercepción personal de la protagonista, frente a una ejecutiva
–dicho sea con el significado más agresivo de la palabra- capaz de afirmar que “el patrimonio
se ha vuelto un problema económico [que hay que resolver] frente al
sentimentalismo identitario”.
Y en medio, sor
Ángela. El sol de este sistema con los dos planetas rocosos conocidos -y vaya
usted a saber cuántos gaseosos en órbitas muy, muy lejanas a ella-. Porque nada
puede haber más lejano al humilde carácter de esta “monja copista” que aquellas
personas o entidades que capaces de pergeñar un plan de expolio sistemático del
patrimonio de su país.
Machi y Aixalá |
Ángela, como la monja
pide al vigilante que la llame, tiene todas las condiciones para el encargo:
una pasmosa habilidad como copista y la humildad y discreción propias de su
hábito. Su asombro no tiene límite ante esa “proposición indecente” –porque si la
honestidad y la honradez tienen la cintura como frontera, la
decencia ocupa, o debería, ambos hemisferios corporales-. Su azoramiento
inicial tiene sin embargo el recorrido que habría que esperar –por texto y
actuación, es una delicia contemplar su evolución ante el desarrollo de su trabajo y frente las supuestas cámaras de televisión- en lo que Caballero
llama “una parábola sobre la vanidad”.
En realidad, éste es
el campo en el que se desarrolla la acción. El vigilante humanista y la
directora “desmitificadora de la cultura” tratan de desviar a la
humilde-persona-portentosa-copista de su recorrido por la particular galaxia de
su vida: del convento al museo y del museo al convento. El vigilante, lanzándola
hacia un mejor conocimiento propio y una mayor autoestima; la directora, prostituyendo su habilidad -forzando su verdadera voluntad, como es norma en toda prostitución-. Pero el recorrido de ambas órbitas lleva al mismo final. Un
destino mediático en el que el-sol-Ángela-sor-Ángela verá alterada para siempre
su vida.
Machi: sor Ángela en plenitud artística |
Carmen Machi es el eje alrededor del que gira todo este remolino. Pero aunque la Machi cómica es grande, uno añora a la
dramática. Sus grandes dotes actorales y su gran técnica y entrega siempre
parecen pedir más. Los ataques de “subidón de ego” despliega una
energía escénica que llena por sí misma el escenario. Su actuación eleva muchos
grados la temperatura escénica y justo ahí es donde –esto son opinión y criterio
puramente personales- habría querido ver una subida de tensión dramática a
través de una mayor crítica social o política. Aixalá y Reyes responden al reto de Machi, y encarnan en todo momento sus personajes otorgándoles realidad y verdadera
humanidad.
Machi y Reyes en plena "atracción orbital" |
La escenografía se
reduce a tres enormes pantallas, casi del tamaño del cuadro original de
Velázquez, sobre las que se proyectan diferentes fase del trabajo de la
protagonista, una escalera a la que sube ésta para pintar y un banco de madera. El breve atrezzo a un manojo de pinceles, paleta y maletín de pintor. El buen uso de la luz
y las proyecciones complementa el dinámico movimiento de actores hasta
redondear una obra que cubre sus pretensiones y las del público: pasar una buena
tarde de teatro. Que no es poco.
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