20 noviembre, 2024

Porque no todo es clásica…


 



A Coruña 17 de noviembre, Acuarium Finisterrae. EntrElas (coro femenino). Directora, Ana Rifón. Programa: Bring me Little water, Silvy. Autor: Huddie W. Ledbetter (conocido como Leadbelly). Arreglo de Greg Gilpin; Java Jive. Popularizado por The Manhattan Transfer, de Ben Oakland y Milton Drake, Arreglo, Kirby Shaw, Adaptado a voces femeninas por Ileana Delgado; Only you, de Buck Ram y Ande Rand, popularizada por The Platters. Versión para voces femeninas de Ileana Delgado; Mares igual que tú, de Eva Amaral y Juan Aguirre, arreglo de Ana Rifón; La puerta violeta, de Rozalén, con arreglo de Ileana Delgado; El manisero, de Moisés Simons- arr., Ileana Delgado; Drume Negrita, de Eliseo Granet, en versión para voces femeninas de Ileana Delgado basada en el arreglo de Enrique A. Núñez; La gloria eres tú, de José Antonio Méndez, arreglo de J. de Paz; Piel Canela, de Bobby Capó, en versión para voces femeninas de Ileana Delgado; El cuarto de Tula (popularizada por Buena Vista Social Club), de Sergio González Siaba y arreglo de. Ileana Delgado; Zapata se queda, de Lila Downs y Paul Cohen, con arreglo del grupo “La Colmena”; Agua de beber, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes, en versión para voces femeninas de Ileana Delgado basada en un arreglo de A. Zilahi; Aquarius, de Galt Mc Dermot, James Rado y Gerome Ragni (popularizada por The Fifth Dimension), arreglo de Ana Rifón basado en uno de Dake Sharon.

 

¿Foto?

…ni falta que hace. Y hay días -y tardes- en los que lo único importante es dejarse llevar: por las sensaciones, por las emociones, por los sentimientos. Pero ya en la primera canción -que en esto de escuchar uno es ya perro viejo y, queriendo o no, siempre está oído avizor- ves u oyes algo que te llama la atención; algo que nunca habías visto que hiciera este grupo. Y la inercia y la costumbre te hacen tomar nota y te dices –o piensas, que esto es un concierto... chsss-:  “no, si no es para nada; solo para recordar qué canciones se cantan y apuntar algunos detalles para comentar luego, a la salida”.

Porque resulta que lo que te llama la atención es una percusión corporal que nunca habías escuchado a este coro y un empaste de voces difícil de lograr en un grupo tan reducido, de solo 9 cantantes, y te dices: caramba, qué cambio y qué mejoras. Y ya estás perdido; y sigues tomando notas “to entregao” a la labor, como si del último estreno sinfónico se tratara; y vuelves a sentir sonidos y matices, y vuelves a sentir... y te acuerdas del día que lanzaste este blog y escribiste su primera entrada.


EntrElas en acción

Y te dices ¡que caramba! Si en realidad este tingladillo lo monté para hablar de este tipo de conciertos fuera de los circuitos oficiales (y también de lo que pienso de la música ,del teatro y de la vida en general...). Pues eso, que aquí estamos, tratando de transmitir lo mejor que se pueda las sensaciones, emociones y sentimientos que decía arriba, esos por los que me iba a dejar llevar, que me dejé, por supuesto; y bien que me movieron y, por momentos, hasta me zarandearon; ya te digo.

Bueno, el caso es que estábamos en la primera canción, Bring me Little water, Silvy, esa que empezaba con percusión corporal y en la que ese nuevo empaste de EntrElas asaltó mi oído y, como diría un militar,  “tomó la cota y la aseguró”. Y, aunque parece que a boca cerrada siempre se puede empastar mejor, esta cualidad se mostró y fue a más a lo largo de todo el concierto.

Como también una precisión más que notable en entradas y cierres de frase, una afinación bien precisa y atinada y un control del sonido en dinámica y color que te hacen pensar que detrás de todos estos cambios hay mucho, mucho  trabajo, bien dirigido y bien realizado. Enhorabuena a EntrElas y a su directora, Ana Rifón.

 

EntrElas (a media luz...)



¿Agujero de gusano?

Dejando ya los aspectos tecnoplastas, vamos al terreno de las sensaciones, viajes en el tiempo y emociones adjuntas. Resulta que no pude oír bien los títulos de las canciones cuando se anunciaban, por lo que escuchar el inicio de Only you mientras escribía algo en el móvil me produjo un vuelco en el corazón. Que una vuelta a la adolescencia, un viaje a través del tiempo, de repente y sin anestesia, no es cosa de risa ¿eh? Tantos y tantos años y tantas vivencias trae a la memoria esta canción que uno no puede dejar de ponerse “blandito” y convertirse en “carne de emoción”. O de lagrimón, ”vaya usté’ a saber”.

Me gustó Mares igual que tú; sonaba bien, muy bien, y tenía su pellizco. Tras esta, Ana Belén Manteiga hizo la introducción de La puerta violeta, dando las gracias  a la directora, Ana Rifón, “por muchas cosas, en especial por tu paciencia”. Aplauso previo y bonita versión de EntrElas con un pequeño solo de Rifón en el que, junto a su buen gusto cantando, se pudo apreciar un hermoso color de voz y una notable proyección de esta. Junto a ella también hicieron sus pequeños solos Ana Belen Manteiga, Gertraud Brilmayer, Rosa Garcia, Ana Calvo y Ángeles Coira. Es decir, casi todas, que EntrElas es un coro "mu horizontal y mu bien avenío".

El manisero es siempre una apuesta sobre seguro. EntrElas lo canta con un carácter lleno de gracia cubana, que le quedó grabado a fuego -quizás el mismo que tuesta suavemente los aquí llamados cacahuetes- por el arreglo y trabajo de su fundadora, Ileana Delgado. Fenomenal el coro, acentuando muy adecuadamente los  cambios  de tonalidad y unas disonancias preciosas. Potencia  y calidad de voz, buen canto y gran sentido del espectáculo de la soprano solista, Ana Belén Manteiga.

Como tras la tempestad viene la calma, llegó una preciosa versión de Drume Negrita, una nana en la que, junto a la ternura que despierta, no puedo por menos de sentir siempre una sacudida, un sentimiento de rabia por la injusticia que refleja. Preciosa interpretación de solista y coro.

El bolero La gloria eres tú trajo a la cafetería del Acuarium Finisterrae convertida en  auditorio los sentimientos encontrados propios del género. Y Piel canela volvió a hacernos viajar en el tiempo, hasta aquel en el que la imaginación se convertía en ilusión y cualquier adolescente se veía como un galán de cine con la voz de Lucho Gatica. Vamos, lo que parecía una combinación irresistible para conquistar a aquellas muchachas… a las que luego ni se atrevía a dirigir la palabra. Cuántos sueños, cuántos afanes frustrados por no dar un paso -¡el paso!- a tiempo. Pura emoción, pura nostalgia, pura ilusión rediviva. Gracias, EntrElas...


¿Dónde está Gertraud?
(Atardecer en Finisterrae)


El violín de Gertraud Brilmayer volvió a sonar -siempre prudente y discreto, siempre oportuno destacando la voz de Manteiga, la solista- en El cuarto de Tula. Zapata se queda y Agua de beber cerraron brillantemente el programa previsto, creo, antes del primer regalo, un bonito arreglo de Rifón sobre Aquarius perfectamente adecuado al carácter y estilo del grupo, con unos atractivos cambios de intensidad y armonía.

Ante los fuertes aplausos del público, EntrElas regaló -o más bien intercambió- una nueva pieza, Chan chan, del gran Compay Segundo. Y digo intercambió porque es una pieza en la que requirieron la colaboración del público, que con su continuo ritornello perpetuo, algo así como “dom, dom-dom-dom-dom, dodododo, dom” pone una base rítmica al canto del coro y los solos de Manteiga y Brilmayer, se siente parte del concierto y sale con una sonrisa de oreja a oreja y el recuerdo de un bonito atardecer iluminando un precioso concierto. Enhorabuena a tod@s, coro y público.


15 noviembre, 2024

Fuerza, ductilidad y versatilidad

 




Vigo, 4 de noviembre. Auditorio Afundación. Dasha Rosinskij, piano. Programa: W. A. Mozart, Sonata para piano nº 8 en la menor, KV 310; F. Chopin, Balada nº 1 en sol menor, op. 23; S. Prokófiev, Sugestión diabólica; F. Liszt, Años de peregrinaje, El valle de Obermann; W. Rosinskij, El baile del murciélago.



Dasha Rosinskij



Una mirada atenta a los ojos de Dasha Rosinskij durante una breve charla con la pianista y el primer párrafo de su curriculum publicado en el programa de este concierto bien podrían servir de guía para quienes escuchen su música. Me explico: Dasha es una joven muy vivaz y un puntito irónica en su discurso, con visión e ideas amplias y claras sobre la música profesional y sus posibilidades en el mundo digital que nos ha tocado vivir. Su hábitat natural, como nativa de la llamada generación Z, y un continuo torrente de cambios para quienes nacimos muchísimo antes de esta moda de poner una letra a cada generación (aunque hace unos días leí que los “boomers” ¡¿somos?! los nacidos entre 1945 y 1965 (quién me lo iba a decir hace tan solo unos meses).

Su curriculum nos muestra una formación con maestras formadas en la escuela rusa -por edad, algunas incluso de la soviética, lo que viene a ser lo mismo-. Así pues, trabajo, trabajo y más  trabajo han fraguado a fuego los años de aprendizaje de nuestra pianista: como tal y como la mujer en agraz que ya es.

Lamento haber perdido en el espacio virtual mis notas sobre su interpretación de la sonata de Mozart que tocó en promer lugar, algo que me pasa a veces por no guardarlas o fijarlas a tiempo y que espero evitar en el futuro. Cosas de “boomer camisa vieja”, supongo. En el recuerdo, un Mozart alla russa, lleno de fuerza y precisión (y de reflejos para saber salvar cualquier dificultad frente al público; bravo por ello).

El Chopin de Rosinskij  tiene ese raro y preciado equilibrio entre fuerza y sensibilidad, aunque podría parecer que con algún predominio de aquella; algo que el tiempo y la experiencia, sin duda, terminarán de pulir -o no; siempre será su elección-. Pero también tan soñador como uno pueda desear, pensar o, simplemente, imaginar. El fruto del buen uso de herramientas como una gran fuerza interior, un espléndido legato (en mi recuerdo, una gloriosa escala descendente) y esa textura tan sumamente valiosa en los sobreagudos -una transparencia “líquida” que hace aparecer la música como límpida agua que acabara de manar entre arena y piedras-.

La obra de Prokófiev, Sugestión diabólica, surge haciendo honor a su título entre unos sugestionantes y terribles graves, que devienen en escalofriantes -y diabólicos, sí- por el staccato que tan apropiadamente los acentúa en manos de Rosinskij. La condición de espeluznante (iteralmente: pone los pelos de punta) va escalando por el pentagrama hasta el registro agudo y la vuelta a unos graves “diesiraescos” que parecen provenir del alma arrepentida del mayor pecador de la Historia.

Tiene Rossinskij una curiosa costumbre, salir del escenario después de cada obra, y lo hace con una cierta premura, lo que le impide disfrutar plenamente del aplauso del público y en alguna medida puede acortar este. Frente a esta, tiene otra, excelente, de favorecer siempre su concentración previa a cada obra. Lo que siempre es importante y más aún en un programa como el de Vigo, con una variedad tan grande de estilos y compositores.

Esta concentración da sus frutos, permitiendo manifestar la ductilidad y versatiidad propias de esta intérprete. Cualidades que no debería extrañarnos hallar en la hija de un compositor que habla del eclecticismo como parte de su propia personalidad compositiva. Y ya saben: de tal palo…  

El valle de Obermann que sonó a continuación fue todo un  panorama bien lisztiano de sensaciones y sentimientos. Algo así como la traducción a sonido de lo que podríamos sentir en cada punto del recorrido por tal paisaje imaginario. Trasparencia para el río y color para una apacible vega en plena floración, pero también imponente por su continuación en las montañas que la delimitan. Y todo basado en unos graves que son como los cimientos mismos de la grandiosidad del conjunto, con un continuo de sobreagudos en staccato,  brillantes como las cumbres nevadas. Los cruces de manos, impecables. Y las dobles octavas, puritito poderío. La coda, de sobresaliente Sin más; para qué.




Dasha Rosinskij bajo la mirada de soslayo de Wladímir dirigiendo



La obra de Rossinskij padre, El baile del murciélago, va más allá de una melodía que delinea muy gráficamente un posible argumento de la obra. Muy bien expresado todo por Rosinskij hija, como en ese ritmo entrecortado en los graves y esos motivos en agudo y sobreagudo que, como su vuelo en líneas quebradas y los chillidos que imaginamos en su ecolocalización, a alguno nos hicieron mirar al techo de la sala por si acaso. Que no en vano el murciélago –“lo rat penat” que se dice en la querida Valencia, ahora tan castigada por la Naturaleza y el mal hacer de algunos políticos) es un animalito que no suele inspirar demasiada confianza. Unos graves repetidos, semejando los ecos salidos de lo más profundo y oscuro de una gran gruta, pusieron la gota de inquietud y el punto final a un notable programa soberbiamente interpretado.

Rosinskij regaló dos propinas  que nos hicieron salir de la sala con el ánimo enardecido. La sonata de Scarlatti fue puro sentimiento emanando de unas líneas  claras y luminosas como un amanecer en la costa de Menorca.

Y, como último mensaje, Albéniz, con su Pavana-Capricho. Gracia y garbo como si en vez de haber nacido en la Ciudad Xardín de A Coruña lo hubiera hecho en Triana o en La Macarena. A su final, esas notas de ambas manos entrecruzándose sobre el teclado del piano que parecían las manos de una bailaora sobre la Luna llena y me regalaron el recuerdo de una noche de trabajo en pleno verano, hace más de cuatro décadas, asomándose desde el fondo de mi memoria. Gracias, Dasha. O, como ahora parecería preceptivo decir para no herir sentimientos ni levantar suspicacias, gracias, señora Rosinskij.

27 octubre, 2024

Virtuosismo y hondura





A Coruña, 25 de octubre, Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Anna Rakitina, directora; Johannes Moser, violonchelo. Programa: Detlev Glanert, Concierto para violonchelo y orquesta (estreno en España); Píotr Ílich Chaikovski, Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64

 

El Concierto para violonchelo de Glanert es una obra llena de dramatismo que apenas concede unos cuantos momentos de deszcanso al oyente. También tiene pasajes de claro lirismo y está lleno de contrastes dinámicos más bruscos que derivados de una lógica académica o simplemente esperables. El chelo solista es su protagonista absoluto, con enormes requerimientos técnicos y emocionales que tienen su correspondencia en las partes para las distintas secciones de la orquesta.

Las líneas que siguen son una transcripción de las notas tomadas con destino a este texto, prácticamente una descripción apenas comentada del Concierto de Glanert.

La obra se inicia con el sonido de un golpe oscuro de la orquesta y entra, también oscuro, el chelo, en un canto tranquilo, pero algo apasionado. Un rápido crescendo, chelo más  decidido y sigue un diálogo chelo-orquesta, que desemboca en un clímax. Todo cae bruscamente y suena un solo muy sentido chelo, que acaba en diálogo con el violín de la concertino invitada, Raquel Areal, tocado con gran sentimiento también por esta. El chelo sube a la tesitura del violín y se funden en un precioso unísono que penetra en el alma como una daga de paz.

Sigue la orquesta en pequeños motivos, chelo continúa en registro medio, se produce un tutti en forte. Canta el chelo sobre el arpa, muy en paz. Luego, una serie de falsos armónicos del chelo con base de la celesta en dulces disonancias (precioso), se resuelve en una cadenza bastante movida, muy expresiva y muy bien expresada y sentida por Moser. Finaliza esta en un espléndido y brillantísimo trino en bariolage (alternando dos notas contiguas en dos cuerdas frotadas en movimientos alternativos del arco).

Todo se calma y entra la orquesta, otra vez en breves motivos, que dan paso a un tutti muy marcial en forte. Apiana el conjunto, conservando el aire marcial como introducción a un nuevo solo del chelo. La vuelta de la orquesta revela una fuerte influencia shostakivichiana, declarada en el carácter de la percusión y la incisiva presencia el flautín.

Moser demostró en muchas secciones del concierto su virtuosismo, tanto técnico como expresivo. De manera aún más destacada en este pasaje en el que prodigó [lo que anoté como] “imposibles en sobreagudos hiperrápidos” para pasar a un canto bastante lírico también en el registro agudo. Y todo ello, tanto aquí como a lo largo de todo el concierto, dándole sentido con su enorme musicalidad.



Johannes Moser


Otra cadenza tocada con gran sentimiento y preciosas disonancias a la que se va incorporando lejano y misterioso el timbal. Bravo por Fernando Llopis, que resolvió con soltura y musicalidad pasajes de un virtuosismo exigentísimo a lo largo de la obra. La orquesta también se va uniendo en pianissimo y todo crece poco a poco hasta un nuevo y brusco fortissimo que cae de forma abrupta, una vez más, dejando al chelo sin más compañía que los clarinetes y lejanos ecos de diversos instrumentos.

Esta técnica -o, tal vez, mero recurso- es utilizado tantas veces por Glanert a lo largo de todo el concierto, que se convierte casi en un latiguillo expresivo de su música. Al final, las campanas suenan como en una alarma y la orquesta expresa un breve episodio con el mismo carácter, que se dulcifica junto a chelo, corno inglés, flautas, clarinetes y arpa).

Un nuevo y último dúo con la concertino sirve de bálsamo y merecido descanso al chelo, que va cayendo al registro más grave y a un pianissimo de máxima sutileza. Una nota final del arpa pone sereno fin a la obra. Solo quedaba suspirar hondo; que aún faltaba la Quinta de Chaikovski.

 

Y llegó. La Quinta. La del ruso que bien podría haber hecho suyo, cambiando tan solo el apellido, el título del mayor laudista inglés del Renacimiento y, por tanto, casi de todos los tiempos: Semper Dowland, Semper dolens.

Es difícil decir algo nuevo en obras bien conocidas por el público, ¿pero hace realmente falta? Quizás decirlo todo clara y fielmente tal como indica el autor en la partitura es más que suficiente; del resto, de la emoción, se encarga Chaikovski, tan despreciado por parte de la crítica del siglo XX precisamente por eso. Una actitud quizás un tanto pedante, por no decir esnob, pues al fin y a la postre es precisamente la emoción la materia con la que se construye la música.

Rakitina atacó su Andante introductorio con un tempo bastante lento y alguna ligera imprecisión en los primeros acordes. Ya en esta introducción demostró un gran control del sonido en dinámica y timbre, con una forma muy lograda de dirigir aquella al logro de este. El Scherzo empezó sereno y creciendo muy adecuadamente. 

El clímax resulto algo desequilibrado en detrimento de la cuerda, si bien inmediatamente después Rakitina hizo oír cada instrumento, cada detalle con una transparente claridad que solo logran los grandes. Respecto a este desequilibrio, quizás convenga decir que hubo bastantes momentos de no mucho empaste en los metales. Estuvieron algo destemplados y muchas veces faltos de esa unidad en la calidad del sonido que los caracterizaba y que continúa en las trompas.



Anna Rakitina


 

Desde lo hondo

Como en el Salmo 129, “Desde lo hondo a Ti clamo, Señor” surgieron los acordes de la cuerda al inicio del Andante cantabile, con alcuna licenza. El solo de trompa -famoso hasta el límite de lo manido y a veces indignamente utilizado- manó tan brillante como serena y luminosamente doloroso de la trompa de la nueva solista, Marta Isabella Montes Sanz. Fue bien contestado desde las sombras de lo hondo del clarinete de Iván Marín.

Aportó la luz el oboe de David Villa, cantando el segundo tema, que da principio al Allego con anima, en un diálogo con la trompa pleno de sentido y sentimiento. El canto de los chelos fue como el mejor y más hermoso papel en el que estampar su grabado Villa, Marín y, desde su fagot, Steve Harriswangler. Volvieron a sonar como en los mejores momentos la cuerda y las maderas, el  tutti volvió por sus caminos y, tras el clímax, destacó un rittardando de las cuerdas. El segundo clímax, tan restallante, pareció traernos el recuerdo de los sufrimientos casi perpetuos de Chaikovski. El final del movimiento, casi suspirado, apenas susurrado, restituyó la paz. 

Siempre que escucho el tercer movimiento de esta gran sinfonía recuerdo una frase oída sobre los valses de Chopin, según la cual “solo deberían ser bailados por marquesas polacas”. En esta línea de pensamiento, este Valse que estructura el tercer movimiento de la Quinta de Chaikovski solo podría ser danzado por grandes duquesas rusas. Y sobre jirones de niebla sobre nieve recién caída; así me pareció al menos, al escuchar la claridad y elegancia con que lo atacó Rakitina y una entregadísima OSG.

Y, en el segundo tema, una elasticidad rítmica tan llena de lógica danzante y chaikovskiana que apenas se apreciaban los cambios de tempo. El segundo tema sonó lleno de elegante gracia rítmica; en uno y otro, los solistas mostraron su gran calidad técnica y artística.

En el Andante maestoso que abre el cuarto movimiento la Sinfónica mostró unas cuerdas como renacidas, con gran empaste y con un sonido redondo y poderoso compartido con las trompas. Rakitina, que tan claramente marca el tempo con la batuta como matizadamente modula el carácter con su mano y brazo izquierdos, dio la razón anticipada a una aficionada que a la salida le auguraba un futuro “entre los grandes”. Imposible mejor resumen de su actuación del viernes en A Coruña.

Y en el Allegro vivace final, naturalmente, se desencadenó tormenta: luz de relámpagos y viento en el flautín de Juan Ibáñez y los violines; truenos en cuerdas y timbales y sol en las trompas. Su “falso final” fue de tal brillantez y rotundidad, que me hizo temer lo peor. Pero no: A Coruña sabe y ya van muchos años sin aplausos intempestivos antes de la coda. Ça marche...



Orquesta Sinfónica de Galicia


Un concierto de los que levantan la moral del aficionado y el melómano y hace concebir esperanzas de un renacimiento floreciente desde lo hondo… siempre que haya la voluntad política y el acierto de gestión que lo impulsen. Esperemos.

Que, como dice otro pasaje del salmo citado más arriba, “Mi alma espera en el Señor, mi alma espera en su palabra; mi alma espera al Señor más que el centinela a la aurora”. Pues eso, amén; que quiere decir ¡así sea!

 


24 octubre, 2024

… eso no tiene precio

 




A Coruña, 23 de octubre, Teatro Rosalía Castro. Programación Lírica de Amigos de la Ópera. Marco Mimica, barítono bajo. Marcos Madrigal, piano. Programa:

I

S.Donaudy. Del mio amato ben; R. Hahn, À Chloris; F. Schubert, Winterreise, D. 911 (nº 11, Frülingstraum); V. Bellini,  La sonnambula, Vi ravviso, o luoghi ameni; M. Ravel, Don Quixote à Dulcinée, Chanson romanesque, Chanson Épique, Chanson à boire. M. Ravel, Deux melodies hebraïques, Kaddish.

II

E. Lecuona, Córdoba, Gitanerías, Malagueña (piano solo); A. Copland, Old american songs, Long time ago; S. Rajmáninov, Ultro, op. 4 nº 2; Ne por Krasavitsa, op. 4 nº 4; Son, op. 8 nº 5 y Zdes´khorosho, op. 21 nº 7; A. Thomas, Le Caïd, Je comprends que la belle… enfant chéri.



Para empezar por el principio, hay que hacer constar que, en alguna medida, este recital no respondió al programa aquí literalmente transcrito. No hubo descanso entre ambas partes y el programa se ejecutó sin más interrupción entre obras  que las salidas del escenario de los artistas y algunos aplausos espontáneos del público.

Que el mayor de estos se produjera al final de la Malagueña de Lecuona decía bastante de la actuación de Mimica, de la de Madrigal e, incluso más, de la reacción del público. En general y en particular esta tarde, siempre se aplaude mucho más -y no necesariamente por este orden- lo más conocido, lo más famoso o generalmente apreciado y lo que se siente como más propio y/o afín a nuestros gustos y tradiciones.



Marcos Madrigal (i) y Marko Mimica


Pero también, como antes decíamos, de la actuación de Mimica: por tesitura, pero también por timbre, la voz del croata es más cercana a la de bajo puro que a la de barítono. En el recital del día 23 hubo en su voz una transición demasiado evidente entre los registros requeridos. Con una voz como la suya y en el repertorio elegido, se lució realmente en el registro bajo y medio, aun denotando una carencia de entusiasmo realmente apreciable a lo largo de la noche.

En cuanto a los agudos, estos sonaban dependiendo del apoyo empleado para su emisión: el aterrizaje en los de pecho resultó con un brillo bastante apreciable, aunque no siempre lo hiciera en “el centro de la pista”; en los de voz de cabeza -o falsete, como ustedes prefieran- parecía perderse an la niebla y resultaron siempre bastante mates y opacos. Lo que, como todos saben, no es lo mismo; en el caso de Mimica en su recital del Rosalía, carecían tanto de brillo como de transparencia, filtrando hasta oscurecerla la luminosidad de las notas.



Si hablamos del programa, nos hallamos ante una miscelánea de títulos y autores que bien podría haber servido para comprobar la versatilidad y adecuación estilística del cantante. Tal como se desarrolló este miércoles, el repertorio, resultó más cercano a lo que ahora se llama cocina de aprovechamiento y nuestras abuelas, más escueta y gráficamente, llamaban revuelto de sobras.

Y vamos a ver ¿Quién osa despreciar una buena “ropa vieja” bien aliñada uno o dos días después del cocido del que nació? O tantos de esos platos que acaban de recibir  unos pequeños o grandes toques de condimentación y un paso por el fuego para calentarlo “como Dios manda” y volver a ser gozados en la mesa tanto o más que el día anterior.

Pues también la voz hay que calentarla antes de salir al escenario. Mimica parecía no haberlo hecho adecuadamente; al inicio del recital su voz resulto un tanto destemplada y hubo inseguridad y vacilación en le afinación. A lo largo del programa se fue templando y eso se pagó con aplausos; la afinación… eso no tiene precio.

Decíamos antes que la mayor, más cálida y espontánea ovación se la llevó Marcos Madrigal tras su gran interpretación de las tres piezas de Lecuona. Desde estas líneas me sumo totalmente a ella , pues estimo que si tratamos de valorar lo mejor de la noche se acercó mucho a ese techo, si es que no lo superó.



Marko Mimica

08 octubre, 2024

Señor, Señor ¿Por qué; …

 




A Coruña, Teatro Colón, 29 de septiembre de 2024. L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti, con libreto de Felice Romani. Estreno, 12 de mayo de 1832 en el Teatro alla Canobbiana, Milán.

Reparto: Adina, Ruth Iniesta, soprano; Nemorino, Ramón Vargas, tenor; Belcore, Damián del Castillo, barítono; Dulcamara, Luis Cansino, barítono; Giannetta, Susana García, soprano.

Equipo técnico y artístico: Diseño de escenografía y dirección escénica, Víctor García-Sierra. Vestuario, Marco Guyon. Iluminación, Stefano Gorreri. Regidor, Jaime Rodríguez Roa. Producción, Nausica Opera International. Maestro repetidor, Damiano Ceruti. Coro Gaos; director, Fernando Briones. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director musical, Guillermo García Calvo.

 

...sí, por qué siempre el tocho? Tambien central, también giratorio y también movido a brazos y piernas de figurantes?

A ver: la escenografía no cabía en el escenario; así, sin matices. Un serio problema derivado de que una producción diseñada para el gran escenario de un teatro no cabe en el más pequeño de otro. De cajón; porque esto es como cuando se hace una mudanza, pongamos por caso, de una casa de 200 metros cuadrados a una de 100: que los muebles no caben ni medio bien y si los conservas y usas todos, andas tropezando con ellos por todas partes.

Quizás la  solución habría sido prescindir de las partes menos importantes o significativas para facilitar la circulación por el escenario. Pero claro, eso choca con este horror vacui, que Dios confunda, tan abundante entre tantos directores de escena (que Dios confunda también).


ç

Dulcamara haciendo mutis por el cielo, mientras
la compañía le despide desde alrededor y dentro del tocho

Tampoco, en ningún momento se llegó a comprender por parte de espectadores, aficionados, melómanos y operófilos con los que pude cambiar impresiones la (im)posible relación entre el circo que todo lo ocupaba y la trama de la ópera. O las de esos figurantes que entran y salen por el patio de butacas (con la excepción de la banda. Que, al fin y al cabo, lo suyo es desfilar entra la gente.

Escenografía y dirección escénica crearon un ambiente, como pueblo en fiestas, en el que se desarrollaron el enamoramiento un tanto tontorrón de Nemorino y  las andanzas más venatorias que venéreas (referidas a Venus como diosa del amor ¿eh?) de su amada, Adina, a la caza  de un marido que la saque de allí. Llámese Nemorino, sargento Belcore o cualquier otro con lo que antes se llamaba suficientes posibles.

Y es que así se veían las cosas entonces, antes de los avances debidos a tantas luchas por la igualdad. Luchas que aún hoy han de seguir librándose ante la horda de inquisidores de toda laya, cuya invasión y creciente dominio político y social ya nos invade e intenta anular tales avances. Y menos mal que al final triunfa el amor verdadero gracias a la insistencia de nuestro Nemorino.

Siguiendo con la escena, tampoco parece muy justificada la actuación -bien meritoria por otra parte- durante el transcurso de la acción propia de la ópera de varios de unos artistas circenses que, no solo no aporta nada al desarrollo teatral de la ópera, sino que más bien distraen de dicha acción. Y no solo en situaciones corales, sino también en escenas entre los protagonistas o entre estos y los comprimarios.

También distrajo, y mucho, que  fuera visible por el público la retirada todos de elementos del decorado para despejar el escenario y dar paso a lo mejor de esta puesta en escena: la oscura soledad de Nemorino de la que fluyó de la mejor forma posible Una furtiva lacrima. Ese ambiente de vacía sencillez fue el mejor marco para el mejor cuadro de la representación.

Por fin pudimos escuchar a Ramón Vargas cantar una ópera en A Coruña. Con sus arias, cavatinas, dúos, escenas y demás. El debido pago de la deuda contraída por el tenor mejicano con la afición coruñesa en su debut en el Teatro Rosalía (ver crítica aquí). Fue la del domingo 29 una actuación soberbia en lo vocal, demostrando que cuando se unen calidad y oficio al público le llega lo esencial: la emoción, la materia misma de la que está hecha la música. Una furtiva lacrima tuvo en su voz una gran versión y emocionó.

Lo que no justifica la costumbre de pedir bis en cuanto hay una gran interpretación individual, que parece haberse instalado hace ya algún tiempo en A Coruña. Concretamente desde que el maestro Leo Nucci (a quien algunos llamamos desde entonces El Gran Bisturbador, aunque no haya sido retratado por Dalí) lo regalara hace años en el Teatro Real de Madrid y con posterioridad allá por donde cante su Rigoletto, también aquí. Pienso que la petición de bises debería quedar reservada no a las grandes interpretaciones, sino a las enormes. Y a ser posible, solo a las sublimes.


Nemorino y Adina, en el tocho, con las meritorias acróbatas


De entre los protagonistas y comprimarios, solo la actuación de Vargas y la de Luis Cansino pueden ser calificadas como buenas o muy buenas. La de este último fue más que notable por su buen dominio los recursos vocales y su grandísimo dominio de los escénicos. Grandioso por intensidad teatral, su dúo con Vargas en el segundo acto.

Del resto, la Adina de Iniesta tuvo una buena encarnación teatral, otorgando a su Amina un carácter entre ingenuo y algo picaruelo. Tuvo alguna irregularidad vocal, con una cierta tendencia (más bien, una tendencia cierta) al grito en los agudos. Del Castillo cumplió en su Belcore, pero con bastante falta de matices vocales y actorales. En cuanto a García, a su Giannetta le faltó algo de volumen y proyección, destacando más en la parte teatral.

Y llegamos a los cuerpos colectivos. Al Coro Gaos le faltó equilibrio precisión y hubo momentos en os que la afinación se resintió algo. También hubo un notable desequilibrio entre voces masculinas y femeninas, sobresaliendo demasiado.

Uno tiende a pensar que este coro tiene el problema de todas las actividades artísticas para aficionados, el generalizado gran predominio de mujeres. Y claro; no vas a impedir actuar a quienes se han esforzado asistiendo durante semanas o incluso meses -que esto de la ópera es así- a los ensayos que has programado.


Belcore, a la conquista de Amina
ante la mirada de  Giannetta y las mujeres del coro


Pero no; al parecer, esto no fue así con el Coro Gaos y L’elisir.

Cuando después de la función sabes que el coro tuvo problemas porque no entendía las indicaciones del director musical. Y cuando luego te enteras, por dos fuentes distintas y solventes, de que en realidad no hubo ensayos con el coro propiamente dicho, sino que cada miembro hubo de prepararse su papel en casa, comprendes que no fue cuestión de no castigar sin actuación a quienes acudieron a los ensayos, no.

Fue otra cosa, entonces.

La Orquesta Sinfónica de Galicia pasa por momentos difíciles, como se ha podido leer en toda la prensa local y escuchar en la radio las últimas semanas. Su actuación el L’elisir, sin embargo, tuvo otros problemas. Muy otros; los derivados de la “peculiar acústica” del Teatro Colón y la posibilidad de espacio del foso (iba a escribir posibilidades, pero no caben; no en el foso del Colón).

Esto es y ha sido siempre así y el desequilibrio entre percusión vientos y cuerda, siempre desfavorable a esta, es inevitable por mucho que el director musical ponga todo su oficio y experiencia para tratar de evitarlo. García Calvo hizo lo que pudo; que no es demasiado.

En resumen, una buena función de ópera con unos cuantos aspectos “manifiestamente mejorables”. Esta es una expresión que, seguramente, solo los más viejos recordaremos ¡como título de una ley! de la época de la Transición (Ley 34/1979, de 16 de noviembre, sobre fincas manifiestamente mejorables). Qué cosas, ¿no?

18 septiembre, 2024

Cuánta verdad en la voz…

 




A Coruña,15 de septiembre de 2024, Teatro Rosalía Castro. Javier Franco, barítono; José Ramón Martín, piano. Concierto de la Programación Lírica A Coruña conmemorativo del 25º aniversario de actividad operística de Javier Franco, dentro de su ciclo ‘As nosas voces’

Programa, Primera parte: Francesco Paolo Tosti, Malia, L’alba separa dalla luce l’ombra; Gioachino Rossini, Il Barbieri di Siviglia, cavatina de Figaro, ’ Largo al factotum ; Giuseppe Verdi, La forza del destino, introducción ‘La vita ‘e inferno all’infelice’ (piano solo); O Carlo, escolta; Giacomo Puccini, Manon Lescaut, Íntermezzo; G. Verdi, Rigoletto, ‘Cortigianii, vil raza; Umberto Giordano, Andrea Chenier, ‘Nemico della Patria’.

Segunda parte: Richard Strauss, Allerseelen, Morgen y Zueignung; Astor Piazzolla, Verano porteño (piano solo); Maria Grever, Te quiero, dijiste (Muñequita linda); Juan Durán, Guiomar; Eduardo López-Chávarri, Cuentos y fantasías (nº 5, El viejo castillo moro; Pablo Sorozábal, Katiuska, ‘Calor de nido; Reveriano Soutullo y Juan Vert, La del soto del parral, ‘Ya mis horas felices’.    


…de Javier Franco

Por la cercanía y sinceridad en su exposición de su historia profesional desde sus difíciles inicios hasta nuestros días, cuando es nombre habitual en los carteles de grandes teatros líricos internacionales en España, Europa o Japón. Javier Franco fue intercalando intervenciones habladas entre las obras del programa, como un reflejo bien ordenado de su carrera en estos veinticinco años.

Durante este cuarto de siglo, Franco ha recorrido prácticamente todo el repertorio lírico para barítono y ha merecido el galardón de los más prestigiosos concursos de canto, como el Ricardo Viñas, de Barcelona, el Rocca delle Macie ,de Siena o el Francisco Alonso, de Madrid. Esto sin contar, claro,con  los más modestos de sus primeros años; aquellos que, como contó desde el escenario, le daban al menos para ir viviendo.




Javier Franco

Fue un concierto sabiamente programado ya desde ese perfecto “calentamiento en forma de hermosísimas canciones” que suponen las de Tosti. Los sentimientos contenidos en estas fueron transmitidos idóneamente por el barítono coruñés. Un gran preludio de otros más hondos que habría de proyectar de forma creciente sobre el ámbito del Rosalía en las arias de ópera italiana, especialmente en Cortigiani y, muy especialmente, en Nemico della Patria, que hizo del Rosalía un volcán en preerupción. 

Los tres lieder de R. Strauss con que comenzó la segunda parte fueron homenaje a una época ya pasada; quizás algo se pudo notar esto, pero el buen gusto y la emoción con que los cantó hizo que el cantante volara bien por encima de tal barrera, como pudo apreciar quien de verdad supiera escuchar y sentir que esos dos factores, gusto y emoción son precisamente la esencia de la interpretación. Y es que la música sabe bien el reparto de cada uno de sus factores: la técnica para el estudio; para el escenario, la emoción.




Javier Franco y José Antonio Martín | Alfonso Rego / AA.O.C


La popularísima Muñequita linda, objeto de una jugosísima anécdota familiar de 1994, dio paso a Guiomar, representación única de la canción gallega de concierto y obra de Juan Duran, presente en el teatro. Buena introducción a la sección final del recital compuesta por romanzas de zarzuela, género en el que Franco es parte obligada en cualquier reparto que se precie, como demuestra su presencia habitual en los del Teatro de la Zarzuela. La voz de Franco, con unos agudos más que notables por timbre y proyección, prácticamente no deja traslucir el paso de estos cinco lustros. Su sensibilidad, buen gusto, fidelidad al estilo y entrega redondean su actuación.

José Antonio Martín fue a lo largo de la noche más compañero que acompañante, con una capacidad de improvisación realmente notable en algunos temas. En los que tocó como solista, destacó su solidez, adecuación estilística, buen decir y capacidad de transmisión.

Las ovaciones del público, un emotivo crescendo de principio a fin del concierto, obligaron a ambos a regalarle dos propinas: una interpretación de El Vito, probablemente en la versión de Fernnando Obradors, que al otro lado del charco sería calificada de realmente desopilante por su lozana frescura, e Ideale de Tosti, con un piano de Martín sorprendente por el carácter (que ahora se llamaría “latino”) que imprimió a su acompañamiento.