A Coruña, Teatro Colón, 29 de septiembre de 2024. L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti, con libreto de Felice Romani. Estreno, 12 de mayo de 1832 en el Teatro alla Canobbiana, Milán.
Reparto: Adina, Ruth
Iniesta, soprano; Nemorino, Ramón Vargas, tenor; Belcore, Damián del Castillo,
barítono; Dulcamara, Luis Cansino, barítono; Giannetta, Susana García, soprano.
Equipo técnico y
artístico: Diseño de escenografía y dirección escénica, Víctor García-Sierra. Vestuario,
Marco Guyon. Iluminación, Stefano Gorreri. Regidor, Jaime Rodríguez Roa. Producción,
Nausica Opera International. Maestro repetidor, Damiano Ceruti. Coro Gaos;
director, Fernando Briones. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director musical,
Guillermo García Calvo.
...sí, por qué siempre el tocho? Tambien central, también giratorio y también movido a brazos y piernas de figurantes?
A ver: la escenografía
no cabía en el escenario; así, sin matices. Un serio problema derivado de que una
producción diseñada para el gran escenario de un teatro no cabe en el más
pequeño de otro. De cajón; porque esto es como cuando se hace una mudanza,
pongamos por caso, de una casa de 200 metros cuadrados a una de 100: que los
muebles no caben ni medio bien y si los conservas y usas todos, andas
tropezando con ellos por todas partes.
Quizás la solución habría sido prescindir de las partes
menos importantes o significativas para facilitar la circulación por el escenario. Pero claro, eso
choca con este horror vacui, que Dios confunda, tan abundante entre
tantos directores de escena (que Dios confunda también).
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Dulcamara haciendo mutis por el cielo, mientras la compañía le despide desde alrededor y dentro del tocho |
Tampoco, en ningún
momento se llegó a comprender por parte de espectadores, aficionados, melómanos
y operófilos con los que pude cambiar impresiones la (im)posible relación entre
el circo que todo lo ocupaba y la trama de la ópera. O las de esos figurantes que
entran y salen por el patio de butacas (con la excepción de la banda. Que, al
fin y al cabo, lo suyo es desfilar entra la gente.
Escenografía y
dirección escénica crearon un ambiente, como pueblo en fiestas, en el que se
desarrollaron el enamoramiento un tanto tontorrón de Nemorino y las andanzas más venatorias que venéreas (referidas
a Venus como diosa del amor ¿eh?) de su amada, Adina, a la caza de un marido que la saque de allí. Llámese
Nemorino, sargento Belcore o cualquier otro con lo que antes se llamaba suficientes
posibles.
Y es que así se veían
las cosas entonces, antes de los avances debidos a tantas luchas por la
igualdad. Luchas que aún hoy han de seguir librándose ante la horda de
inquisidores de toda laya, cuya invasión y creciente dominio político y social ya
nos invade e intenta anular tales avances. Y menos mal que al final triunfa el amor
verdadero gracias a la insistencia de nuestro Nemorino.
Siguiendo con la
escena, tampoco parece muy justificada la actuación -bien meritoria por otra
parte- durante el transcurso de la acción propia de la ópera de varios de unos
artistas circenses que, no solo no aporta nada al desarrollo teatral de la
ópera, sino que más bien distraen de dicha acción. Y no solo en situaciones
corales, sino también en escenas entre los protagonistas o entre estos y los
comprimarios.
También distrajo, y
mucho, que fuera visible por el público la
retirada todos de elementos del decorado para despejar el escenario y dar paso
a lo mejor de esta puesta en escena: la oscura soledad de Nemorino de la que fluyó
de la mejor forma posible Una furtiva lacrima. Ese ambiente de vacía
sencillez fue el mejor marco para el mejor cuadro de la representación.
Por fin pudimos escuchar a Ramón Vargas cantar una ópera en A Coruña. Con sus arias, cavatinas, dúos, escenas y demás. El debido pago de la deuda contraída por el tenor mejicano con la afición coruñesa en su debut en el Teatro Rosalía (ver crítica aquí). Fue la del domingo 29 una actuación soberbia en lo vocal, demostrando que cuando se unen calidad y oficio al público le llega lo esencial: la emoción, la materia misma de la que está hecha la música. Una furtiva lacrima tuvo en su voz una gran versión y emocionó.
Lo que no justifica la costumbre de pedir bis en cuanto hay una gran interpretación individual, que parece haberse instalado hace ya algún tiempo en A Coruña. Concretamente desde que el maestro Leo Nucci (a quien algunos llamamos desde entonces El Gran Bisturbador, aunque no haya sido retratado por Dalí) lo regalara hace años en el Teatro Real de Madrid y con posterioridad allá por donde cante su Rigoletto, también aquí. Pienso que la petición de bises debería quedar reservada no a las grandes interpretaciones, sino a las enormes. Y a ser posible, solo a las sublimes.
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Nemorino y Adina, en el tocho, con las meritorias acróbatas |
De entre los protagonistas
y comprimarios, solo la actuación de Vargas y la de Luis Cansino pueden ser calificadas
como buenas o muy buenas. La de este último fue más que notable por su buen
dominio los recursos vocales y su grandísimo dominio de los escénicos. Grandioso
por intensidad teatral, su dúo con Vargas en el segundo acto.
Del resto, la Adina de
Iniesta tuvo una buena encarnación teatral, otorgando a su Amina un carácter
entre ingenuo y algo picaruelo. Tuvo alguna irregularidad vocal, con una cierta
tendencia (más bien, una tendencia cierta) al grito en los agudos. Del Castillo
cumplió en su Belcore, pero con bastante falta de matices vocales y actorales.
En cuanto a García, a su Giannetta le faltó algo de volumen y proyección,
destacando más en la parte teatral.
Y llegamos a los
cuerpos colectivos. Al Coro Gaos le faltó equilibrio precisión y hubo momentos
en os que la afinación se resintió algo. También hubo un notable desequilibrio entre
voces masculinas y femeninas, sobresaliendo demasiado.
Uno tiende a pensar que
este coro tiene el problema de todas las actividades artísticas para
aficionados, el generalizado gran predominio de mujeres. Y claro; no vas a impedir
actuar a quienes se han esforzado asistiendo durante semanas o incluso meses
-que esto de la ópera es así- a los ensayos que has programado.
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Belcore, a la conquista de Amina ante la mirada de Giannetta y las mujeres del coro |
Pero no; al parecer, esto
no fue así con el Coro Gaos y L’elisir.
Cuando después de la
función sabes que el coro tuvo problemas porque no entendía las indicaciones
del director musical. Y cuando luego te enteras, por dos fuentes distintas y
solventes, de que en realidad no hubo ensayos con el coro propiamente dicho,
sino que cada miembro hubo de prepararse su papel en casa, comprendes que no fue
cuestión de no castigar sin actuación a quienes acudieron a los ensayos, no.
Fue otra cosa, entonces.
La Orquesta Sinfónica
de Galicia pasa por momentos difíciles, como se ha podido leer en toda la
prensa local y escuchar en la radio las últimas semanas. Su actuación el L’elisir,
sin embargo, tuvo otros problemas. Muy otros; los derivados de la “peculiar
acústica” del Teatro Colón y la posibilidad de espacio del foso (iba a escribir
posibilidades, pero no caben; no en el foso del Colón).
Esto es y ha sido siempre
así y el desequilibrio entre percusión vientos y cuerda, siempre desfavorable a
esta, es inevitable por mucho que el director musical ponga todo su oficio y
experiencia para tratar de evitarlo. García Calvo hizo lo que pudo; que no es
demasiado.
En resumen, una buena
función de ópera con unos cuantos aspectos “manifiestamente mejorables”. Esta
es una expresión que, seguramente, solo los más viejos recordaremos ¡como
título de una ley! de la época de la Transición (Ley 34/1979, de 16 de
noviembre, sobre fincas manifiestamente mejorables). Qué cosas, ¿no?
Estupendo análisis, desde todos los puntos de vista. No exageras ni un ápice cuando juzgas las apreturas y abundancias del escenario. Una pena, porque los elementos que allí se colocaron tenían su arte. Lo del circo, a mí personalmente me distrajo y me llegó a estorbar, porque no era capaz de disfrutar de las excelentes habilidades artísticas de los titiriteros y al mismo tiempo deleitarme con la música y la acción dramática. Confieso que tampoco pude superar la visión de los calcetines y el atuendo de muñeca de Amina, que ¡ni siendo la mismísima Venus, pobre! Estaba condenada a una falta de atractivo difícil de obviar y al fin y al cabo era la chica protagonista por quien suspiraba Nemorino. Es verdad que en todo se pretendía un tono de comicidad, pero... Lo del circo... yo tampoco fui capaz de asociarlo a la obra.
ResponderEliminarFue divertido y en conjunto, la parte musical no estuvo mal. Lo peor: los berridos corales, dicho sea con todo el afecto y comprensión.
Que García Calvo hizo lo que pudo? Madre mía que perdido estuviste en la función 😂 Igual si fallan los que están encima del escenario y debajo, el problema es de quien los tiene que conectar no?? Es de primero de ópera 😉
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