15 mayo, 2021

Cumpleaños y reencuentros

 



A Coruña, 13 de mayo, Coliseum. Orquesta Sinfónica de Galicia. Dima Slobodeniouk, director. Elisabeth Leonskaja, piano. Programa: Andrezj Panufnik, Sinfonía número 6, ‘Mística’; Johannes Brahms, Concierto para piano y orquesta número 2 en si bemol mayor, op. 83. Concierto con el apoyo de la Xunta de Galicia y el Xacobeo 21-22


Este texto no es una crítica al uso –nunca las hago de conciertos en los que he colaborado –generalmente, escribiendo las notas al programa, como las de este- sino la crónica muy personal de un reencuentro. Volver a estar cerca de alguien querido, de un lugar añorado se desea y espera más cuanto más larga es la ausencia. Es entonces cuando acucia la necesidad de aprovechar la primera ocasión para la vuelta, ya sea una fiesta señalada en el calendario o una celebración familiar.

La Orquesta Sinfónica de Galicia cumple este sábado 29 años. El entonces llamado Palacio de Congresos-Auditorio de La Coruña acogió su primer concierto, al que tuve la fortuna de asistir, el 15 de mayo de 1992. Estar presente en el nacimiento de una orquesta es un acontecimiento que rara vez se produce. Yo he tenido la inmensa suerte estar en el de tres: el de la Orquesta de RTVE en mayo de 1965; el de la Orquesta Sinfónica de Galicia el 15 de mayo de 1992 y el de la Real Filharmonía de Galicia el 29 de Febrero de 1996.


Programa concierto inaugural OSG



Esto ha supuesto el establecimiento de un vínculo afectivo que ha venido desarrollándose a lo largo de años; de forma especial con las dos grandes orquestas gallegas, que no en vano dicen -y es cierto- que el roce hace el cariño. Mi apego a ambas formaciones se ha mantenido intacto e incluso ha aumentado durante estos meses de separación física porque, parafraseando la letra del bolero La barca, “Dicen que a distancia es el olvido // pero yo no concibo esa razón”.

Así pues, dado que el aniversario llegaba cuando habían pasado ocho días después de completar mi vacunación contra el Covid-19 en Expocoruña, a pocos pasos del Coliseum, era la ocasión perfecta para el reencuentro. El programa del concierto no podía ser más atractivo: la Sinfonía mística de Panufnik proporciona un marco sonoro idóneo para dejarse llevar por  los más íntimos vericuetos del pensamiento, las sensaciones y los sentimientos y el Concierto para piano nº 2 de Brahms se expande como una amplísima autopista donde dejarles correr.

La OSG antes de concierto


Impone llegar a la platea del Coliseum de A Coruña y acceder a ella desde la línea de candilejas del escenario. La sensación de inmenso vacío se multiplica al ver la separación–que se agradece después de tantos meses de ausencia de estos recintos- entre las sillas dispuestas para el público. Avanzar hacia sus últimas filas me habría causado una gran sensación de soledad, de estar en territorio extraño, de no haber sido acompañado por varios compañeros de la crítica desde la entrada al recinto y, al llegar a la butaca reservada, por el encuentro con el resto de ellos.

Excepto Julio; faltaba Julio. ¿Acaso se podría no echar en falta la presencia de la personalidad expansiva de Julio Andrade Malde, a quien se llevó el maldito virus en sus primeras embestidas? La locución del Coliseum -nueva para mí por añadir un texto sobre seguridad a las peticiones habituales de los tiempos prepandemia- puso en situación a los distraídos y me sacó de mis pensamientos. Se hizo el silencio, bajaron las luces, salió Massimo, afinó la orquesta, subió al escenario Dima…

Y aterrizamos. El inicio de la sinfonía supuso una sacudida, como una dosis de realidad. Los sobreagudos del violín de Spadano demostraron varias cosas: la primera, que mi oído aún capta más que razonablemente las frecuencias altas; la segunda, el contraste entre una obra sumamente introspectiva y un recinto tan grande como inhóspito; la tercera, que el soplido del aire sonaba más fuerte que la música. Supongo que alguien responsable se dio cuenta y el rumor de la ventilación cesó, permitiendo concentrarse en la escucha a quienes allí estábamos.

Las seis secciones de la Mística se sucedieron con su alternancia de ambientes, ritmos y sugerencias de ideas y estados anímicos, desde el hilo de cristal que  la abre hasta el expansivo y luminoso acorde final.  El aplauso del público fue poco más allá de la pura cortesía; supongo que esa casi frialdad  tuvo su origen en lo inhabitual de su escucha y el contraste de su carácter íntimo y la inmensidad del espacio físico del Coliseum.

El Concierto para piano nº 2 de Brahms contaba con varios alicientes: el mayor de ellos, su solista. Elisabeth Leonskaja ha pasado las dos últimas semanas en Galicia dejando muestras de su maestría. La primera semana, en su participación como jurado y su actuación el el concurso de Piano Cidade de Ferrol. La segunda, en los ensayos y en este concierto de la Sinfónica del que venimos hablando.

Slobodeniouk, Leonskaja y Spadano durante un ensayo




Decir a estas alturas que Leonskaja es una maestra indiscutible es algo tan obvio como descubrir el Mediterráneo. Sus anteriores actuaciones con la OSG fueron buena muestra de ello. La fuerza interior y la sobriedad y elegancia de la pianista austriaca -nacida georgiana-, presidieron el primer movimiento. Junto a este, la diferenciación de carácter del Scherzo y su Trio fueron como una larga preparación para el momento más emotivo de la obra.

El Andante estuvo lleno de un sereno lirismo en su comienzo, de la mano del nuevo principal de chelos de la Sinfónica, Raúl Mirás. Luego, el aumento de la tensión expresiva por el piano y el pasaje central como en suspensión condujeron emotivamente a un  Allegretto final en el que solista y orquesta devinieron –quizás la acústica del Coliseum pudo ayudar a ello- a ese sonido “no débil sino lejano” que Andrés Segovia definía como propio de la guitarra. Otra emoción que trae en volandas el recuerdo del maestro de Linares y su gracejo, otro reencuentro; que los recuerdos vienen a veces a salvar el presente, por duro que este sea, y abrir un resquicio de esperanza para el futuro. Es nuestro turno. Abrámoslo de par en par y entremos decididamente por él.

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