23 diciembre, 2016

Con olor a tinta y goma




Teatro Rosalía Castro, 16 de diciembre. El florido pensil (niñas). Memoria de la escuela nacionalcatólica, de Andrés Sopeña Monsalve, en adaptación teatral de Kike Díaz de Rada. Reparto: Loli Astoreka, Artola; Gurutze Beitia, Briones; Teresa Calo, Alberdi; Elena Irureta, Aguirre; Itziar Lazcano, Jáuregui. Dirección, Fernando Mernués y Mireia Gabilondo. Ayudante de dirección y regidora, Naiara Arnedo. Escenografía y coordinación técnica, Edi Naudò. Vestuario, Ana Turrillas. Producción ejecutiva, Ane Antoñanzas. Ayudante de producción, Vito Rogado. Iluminación, Xabier Lozano. Producción, Tanttaka teatroa.

Cartel de El florido pensil
El Florido Pensil / Niñas (Memoria de la escuela nacionalcatólica) es una comedia y hace reír al espectador. Y eso, que no es poco en tiempos apretados como los que vivimos, se eleva teatralmente muchos puntos cuando la función hace también pensar. Y ésta lo logra. Porque trata de la educación, una parte básica de la vida de cualquier país; y precisamente de la educación que se daba en España en una época tan determinante para nuestro país como la posguerra –de los años 40 a los 60-, en plena dictadura de Franco. Cuando la educación era nacionalcatólica, como dice el subtítulo de la obra. O no era; que aún quedaban demasiados españoles sin escolarizar pese a los afanes proselitistas y catequizadores del Régimen (que así se llamaba y escribía entonces la dictadura de Franco).

El Florido Pensil / Niñas es una adaptación de la obra homónima, producida también por Tanttaka Teatroa en 1996, escrita a partir del libro de Andrés Sopeña Monsalve. Una continuación bien necesaria para que el espectador del siglo XXI pueda hacerse una idea de la formación que que recibían las españolas. Que era bastante asimétrica con de la que recibían los varones, dado que Régimen e Iglesia (la católica, por supuesto) consideraban a las chicas unos seres destinados casi en exclusiva a un matrimonio absolutamente patriarcal, en el que ellas sólo habían de servir y satisfacer a sus maridos, procrear y perpetuar así en sus hijos la (por llamarla de alguna forma) educación en las mismas creencias que les habían sido impuestas. O grabadas a fuego a base de repetición memorística y cantada de consignas tantas veces incomprendidas [1], como con tanto y tan buen humor se denuncia desde el escenario desde el inicio mismo de la obra.

De izquierda a derecha: Calo,  Irureta, Astoreka, Lazkano y Beitia

Para ser justos con su trabajo, no cabe hacer distingos en la excelente interpretación, tan coral, de las cinco actrices que protagonizan El florido pensil / Niñas. La direccción de Bernués y Gabilondo da un vivo ritmo a la función, que no decae en toda su duración. La escenografía  de Edi Naudó da la imagen idónea de aquellas clases –aulas sería demasiado nombre- mates, oscuras y con olor a tinta barata, madera de lápices recién afilados, goma de borrar (Milán, se supone) y a manada infantil un puntico sudorosa.

Clases presididas por la extraña trinidad Foto de Franco-Crucifijo-Foto de José Antonio, que coronaba todas las pizarras del reino. Porque no hay que olvidar que España, además de “Unidad de destino en lo universal”, se consideraba oficialmente un reino. Sin rey, sí; pero reino al fin y con pizarras coronadas.

Niñas y pizarra coronada

Y así, entre risas y sonrisas, transcurre una obra que cumple el objetivo, cada vez más necesario, de recordar a quienes vivimos aquellos años cómo era entonces la vida en general y la escolar en particular; de las niñas en este caso. Y para mostrar parte de lo que era aquella España -de una vida gris sobre el fondo azul mahón de las camisas de Falange- a quienes han nacido y estudiado después de la dictadura. Jóvenes a la mayoría de los cuales, por poner un ejemplo, lo que se dice en El florido pensil / niñas sobre el  quizá sólo les provoca la risa o la sonrisa.

Imagen del Consultorio de Elena Francis

O incluso personas que, pese a haber vivido aquellos tiempos, llegan a considerar fuera de lugar el breve exordio –totalmente ad hoc- sobre violencia machista que se expone en la obra. Y que bien necesario es cuando el mismo fin de semana de la representación se han producido tres asesinatos más de mujeres por parte de sus parejas, exparejas o aspirantes a pareja.

Llegados aquí, se hace necesaria una digresión: de 1947 a 1984, nada menos que durante treinta y siete años, la radio española emitió un programa protagonizado por un personaje ficticio que, por boca de diferentes locutoras a lo largo de tanto tiempo, respondía a mujeres que pedían consejo sobre sus problemas. En principio se llamó Consultorio de Belleza de Elena Francis, una inversión abreviada del nombre (Francisca Elena Bes Calbetde la dueña del laboratorio de cosmética [2] que lo patrocinaba. Pero lo que en sus inicios era simplemente publicidad disimulada del laboratorio de cosméticos evolucionó más tarde a consultorio “sentimental”  y su sintonía se convirtió en la música de fondo de muchos hogares españoles.


Soto Viñolo, entrevistado por Mercedes Milá

A partir de entonces, sus consejos (que sólo años más tarde se descubrió que los escribía un equipo de guionistas dirigido por el periodista y crítico taurino Juan Soto Viñolo) fueron sobre la convivencia en el hogar. Pero como casi siempre implicaban la relación hombre-mujer, tales consejos bien podrían resumirse como “cuéntaselo a tu confesor y ten mucha paciencia y resignación cristiana, hija”. Todo en la línea de la guía La mujer ideal [3], publicada en 1958 como parte del temario de la asignatura –sólo para chicas- Economía Doméstica para el Bachillerato y el Magisterio, cuya autoría se atribuye a Pilar Primo de Rivera -hermana del fundador de Falange Española, José Antonio [4]-.

Pilar Primo de Rivera pasando revista a un grupo de muchachas  alemanas


No deja de ser curioso reseñar que, pocos días antes de la función en el Rosalía, saltaba en las redes sociales una noticia sobre la familia Primo de Rivera: la inclusión por el Ayuntamiento de Majadahonda (Madrid) en su programación cultural navideña de la versión filmada de Mi princesa roja, un musical sobre la vida sentimental de José Antonio y su posible amor prohibido con la esposa del Embajador de Rumanía.

Serrano Súñer entre un grupo de mandatarios alemanes

Esta proyección coincide en el tiempo con la de la serie de Telecinco Lo que escondían sus ojos, que trata de otros amores prohibidos: los de Ramón Serrano Súñer, que fue ministro en varios gobiernos de Franco. Una serie “rosa” sobre “El Cuñadísimo” [5], personaje siniestro donde los haya dentro del régimen franquista, responsable del internamiento y ejecución de miles de españoles en Mauthausen, el campo de exterminio de Categoría III, la más espeluznante incluso dentro del régimen nazi. Una más de muchas coincidencias que, dado el rumbo que está tomando el mundo y no sin cierta dosis de razón, tienen con la mosca detrás de la oreja a quienes no creen en la casualidad y sí en la causalidad.





[1] Lo de “Imposible el alemán” por “Impasible el ademán” hizo que se me saltaran las lágrimas, tanto por larisa como por la indignada emoción de recordar el mismo error en mi impuesta participación en los cantos fascistas–tan obligatorios como tremendamente eficaces, los jodíos- como alumno de mi cole.
[2] Para mujeres, claro. A los hombres ni se les ocurría que su piel pudiera –y aun menos debiera- ser cuidada, incluso dejando aparte el qué dirán.
[3] Se ha divulgado por Internet un texto con este título, con ilustraciones de una publicación mexicana, algunos de cuyos párrafos no se corresponden con los imperativos de la moral católica preponderante. No es el caso del último párrafo de ese texto, reproducido en el programa de mano de El Florido pensil / Niñas.
[4] Días antes de la función en el Rosalía saltaba en las redes sociales la noticia de que el Ayuntamiento de Majadahonda (Madrid) había incluido en su programación cultural navideña Mi princesa roja un musical sobre la vida sentimental de José Antonio y sus supuestos amores prohibidos con la esposa del Embajador de Rumanía.
[5] Ramón Serrano Súñer se casó con Ramona Polo, hermana de la esposa de Franco. Concuñado pues de éste, fue apodado “El Cuñadísimo”, en referencia al poder que llegó a tener y como irónica alusión al título de Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire que se autootorgó el dictador y que tanto le gustó ostentar. Fue precisamente el descubrimiento de los amores e que trata la serie -con Sonsoles Icaza y de León, marquesa de Llanzol, al parecer, entre otras muchas- lo que le hizo caer en desgracia ante Franco y perder su gran influencia política.



07 diciembre, 2016

Una trepa por cuenta propia



Teatro Rosalía Castro, 3 de diciembre. Happy End. Autor, Vaivén Producciones a partir de un texto de Borja Ortiz de Gondra. Reparto: Xabi Donosti, Martín; Garbiñe Insausti [1], Gabriela; Ana Pimenta, Ainhoa. Dirección, Iñaki Rikarte. Ayudante de dirección, Alberto Huici. Escenografía y vestuario, Ikerne Giménez. Utilería y atrezzo, Marcos Carazo. Diseño lluminación, Xabier Lozano. Iluminación, Andoni Mendizábal. Producción, Vaivén Producciones.


Cartel de Happy end
Todo lo que comienza tiene su fin, incluso las crisis económicas. Aunque la que venimos sufriendo en España no parece tenerlo, al menos para los más desfavorecidos, ése es el punto de partida de Happy end, “una comedia muy negra” en palabras de su productora, Vaivén Producciones. La crisis toca a su fin, la situación del país mejora a la vista de todos los datos y “la felicidad y el optimismo empiezan a invadirlo todo”.

También Happy End; pero felicidad y optimismo son dos caras de una plaga que amenaza acabar con su actividad. Porque ésta es una asociación clandestina surgida al hilo de la crisis [2], que ofrece un servicio bien singular: ayuda a suicidarse a personas desesperadas que no tienen el valor de hacerlo por sí mismas. Y, claro, cuando la vida sonríe hay menos candidatos al suicidio; con lo que Happy End ve reducida su “nicho de mercado” (pocas veces esta expresión de mercadotecnia tiene un significado tan descriptivo).

El servicio se presta en forma de cadena: cada candidato ha de ayudar al anterior y será ayudado por el siguiente. De esta forma la directora de la asociación, Gabriela, elude su responsabilidad. Al fin y al cabo ella sólo proporciona el contacto y son los propios asociados quienes cometen el delito de auxilio al suicidio. Y todo ello haciendo pasar al candidato a “asociado” por una serie de pruebas y ofreciéndole todo un catálogo de formas de despenarse. Pero respetando escrupulosamente, eso sí, toda una serie de “normas éticas”. Aquí, cuando surgen estas normas en el texto y tras el comienzo en un tono de comedia más o menos negra o ácida, surge la primera oportunidad que se le da al espectador avisado de ir más allá de la risa o la sonrisa.


Garbiñe Insausti (i), Xabi Donosti y Ana Pimenta (d)
 

Es ésta una oportunidad que cuesta aprovechar, pues Happy end es como un río corriendo por llanuras aluviales, en las recorre sus meandros de izquierda a derecha sin terminar de dirigirse claramente hacia alguna parte. Pasado el planteamiento inicial, un humor no muy corrosivo se va entreverando de esas consideraciones éticas, con la resultante de una inercia entre ambas posibilidades que dificulta tanto la sonrisa como la elaboración de conclusiones más serias derivadas del texto. Da la sensación de que a sus creadores les ha costado tomar partido por un género teatral u otro, como si quisiesen agradar a todos o temiesen molestar a alguien.

Lo más demostrativo de todo esto es seguramente el final, del que no hablo aquí, sino en las notas al pie para no destripárselo a quien pueda molestarle [3]. Personalmente, habría preferido uno en el que cada cual tuviese que sacar sus propias conclusiones; que el teatro puede y aun debe ser un revulsivo y el tema da sobradamente para ello. Pero cada autor es muy dueño de acabar su obra como mejor crea.

Casi, casi como acaba la vida misma de las personas, cuyo fin, a veces, se ve venir por edad o largas enfermedades; que otras se va vertiginosamente como en un remolino a través del sumidero de una pila o se acaba de forma inesperada, accidentalmete, por decisión propia...
...o ajena. Que, al final, Martín no deja de ser un pobre diablo como tantos otros, al que el destino o el azar lleva al lugar inadecuado en el momento más inoportuno. O el adecuado en el momento más oportuno (y sigo sin querer destripar el final  [4]).

Martín es el personaje más posible y reconocible de la obra. Un joven desgalichado física y mentalmente, que por no saber no sabe remeterse la camisa ni repartir folletos de propaganda. Y que confunde Happy End con una agencia de contactos (genial la reacción de Gabriela ante el ramo de flores). Xabi Donosti le da carne y alma (la de cántaro que corresponde al pobre chico), dota de verdadera vida a sus reacciones ante lo que se encuentra en la asociación y le aporta una evolución, no por extraña, menos posible dentro de su carácter timorato y dubitativo y de sus circunstancias vitales.

Gabriela, la dueña de la agencia, es una vividora. Una especie de trepa por cuenta propia; lo que los aficionados al lenguaje mercadotécnico llamarían una “free lance”. Pero una sin escrúpulos, que no hace ascos a vivir de la desesperación y el dolor ajenos, sacándoles un jugoso provecho. La actriz sustituta de Garbiñe Insausti tuvo algunos altibajos, como si no tuviera totalmente dominado el texto o le faltara una vuelta de torno para redondear el personaje.

Ana Pimenta hizo bien entrañable su personaje. Ainhoa (los despistes de Gabriela con los nombres son una clara manifestación de su desinterés por las personas) tiene carne (poca) y hueso (del que se le clava a uno en las entrañas). Sus reacciones ante la situación cambiante y la explicación de sus motivos para el suicidio son alguno de los puntos culminantes de la función.

La escenografía se conforma en un único ambiente, un antiguo edificio no residencial caído en el abandono, muy ajustado al ambiente de una “asociación” como Happy End. Una serie de ficheros en cajas apiladas bajo una sucia cristalera, una mesa con teléfono, un pasillo en el foro y una puerta metálica a la derecha del escenario centran adecuadamente toda la trama y acción de la obra. La iluminación, sencilla y sin pretensiones, las subraya correctamente.



[1] La actriz Garbiñe Insausti, que figura en el programa de mano, no actuó el sábado 3. El nombre de su sustituta no figura en dicho programa ni se anunció por megafonía.
[2] Iba a escribir “al calor de la crisis” pero esta voladura controlada de derechos y beneficios -que algunos, los que de ella se benefician,  aún se empeñan en presentar como una crisis económica-  no puede irradiar sino frialdad: aquélla con que se planeó y con la que se sigue ejecutando hasta este momento.
[3] NO LEER HASTA LLEGAR A LA REFERENCIA NÚMERO 3. En realidad, Happy end no tiene un final sino dos, que se representan separados por unos momentos de oscuridad. Un primero más duro, consecuente con la trama de la obra y un segundo que lo es con su título. En la representación del sábado 3 no debió de quedarle demasiado claro a la mayoría del público,  que no aplaudió tras el primero.
[4] NO LEER HASTA LLEGAR A LA REFERENCIA NÚMERO 4. Inoportuno según el primer final u oportunísimo si es el segundo el elelegido.