A Coruña, 18 de mayo, Palacio de la Ópera.
Orquesta Sinfónica de Galicia. Óliver Díaz, director. Xavier de Maistre, arpa.
Programa: Modest P. Músorggski, Una noche
en el Monte Pelado (Versión de Nikolái A. Rimski-Kórsakov); Reinhold M. Glière,
Concierto para arpa y orquesta en mi
bemol mayor, op. 74; Píotr I. Chaikovski, Suite nº3 en sol mayor, op 55.
La expresión de las caras a la salida de un concierto da a veces una
clara idea de sus resultados, diferentes según sean medidos en éxito popular o en
satisfacción artística de sus intérpretes. Al final del celebrado el viernes 18
hubo una cierta divergencia entre la expresión de una gran parte del público y
la de los músicos: aquella manifestaba la típica complacencia tras escuchar el
final brillante de obras de compositor bien conocido, aunque la oída sea una mayoritariamente
desconocida. En la expresión de muchos músicos, por contraste, se podía
apreciar claramente un cansancio no compensado por el resultado, algo que
contrasta fuertemente con lo vivido en muchas otras ocasiones en las que sus
miradas irradiaban una luz que anulaba en sus semblantes las sombras del
cansancio. Para muchos los resultados de este concierto no compensaron el
esfuerzo y, claro, sus miradas no irradiaban esa luz.
Jesús López Cobos |
El programa de mano indicaba que el concierto estaba dedicado a la
memoria de Jesús López Cobos (Toro, Zamora, 1940; Berlín, 2018), que era quien había
de dirigir este concierto y quien programó dos de las tres obras que se han
interpretado en él. La que habría de abrir programa -Images d’Espagne, de Yevgueni Svetlanov- fue sustituida por el
archiconocido poema sinfónico Una noche
en el Monte Pelado. Quizás una sustitución de última hora porque a mediodía
del 29 de mayo, mientras redactaba este texto, la obra de Svetlanov aún
figura como programada en la
web del Palacio de la Ópera. Me cuesta más admitir que fuera por no
disponer de la partitura porque solo estaba en posesión del maestro fallecido,
como aseguraba un gran aficionado antes del concierto.
El concierto de Glière es una obra con todas las características de la
ortodoxia del llamado “Realismo
socialista”, que no en vano su autor fue parte de la “Nomenklatura” artística
soviética desde muy tempranas fechas de la existencia de la URSS. Tiene por
tanto una melodía siempre fácil de escuchar y reconocer, una armonía
debidamente sometida a los cauces clásicos y una cierta grandilocuencia en las
formas. En este caso, además, con todos los elementos que se espera oír en un concierto para arpa y orquesta: vertiginosas
escalas, deliciosos arpegios (que viene de arpa, como su propio nombre indica),
dorados racimos de acordes arpegiados (íd. Íd. anterior) y glissandi luminosos como un amanecer en la estepa rusa con un recorrido
más largo que el del Transiberiano.
Xavier de Maistre hizo una soberbia interpretación. Su técnica, más que impecable, muestra una limpieza
absoluta, un perfecto control de sonido y una gran musicalidad, especialmente
en el larguísimo tema con variaciones central. Óliver Díaz fue realmente
cuidadoso con la dinámica del instrumento solista en el tedioso acompañamiento
escrito por Glière –por otra parte, tan tópico como la parte solista-. La Orquesta
Sinfónica de Galicia mostró una vez más su gran maleabilidad técnica y
estilística.
Xavier de Maistre |
La Sinfónica rindió de acuerdo con sus muy altos estándares de calidad
habituales y estos fueron vehículo idóneo para que Díaz desarrollara una
actuación más que correcta en un programa “heredado”. Tal vez, por ser la más
popular de las tres obras en programa, el público reaccionó agradecido a la
interpretación de Una noche en el Monte
Pelado. La versión de Óliver Díaz fue todo lo brillante e intimidante que los
diferentes momentos de la obra sugieren a intérpretes y público.
La escucha de la Suite nº 3 de
Chaikovski me produjo la sensación de que lo que suena es algo conocido pero
que siempre acaba dejando de serlo para convertirse en un intento, por momentos
malogrado, de esa música del ruso que todos somos capaces de reconocer o
incluso de tararear. Como recuerdan las documentadas notas al
programa de Carolina Queipo, Chaikovski escribió sobre esta suite que “realmente quería escribir una
sinfonía, pero al final el título de la obra es lo de menos”. Pues a lo mejor
no es lo de menos; y precisamente por eso no la incluyó entre sus maravillosas Quinta y Sexta sinfonías.
Óliver Díaz |
Quizás todo se reduzca a un problema de interpretación -por falta de
tensión expresiva en muchos de sus casi 45 minutos de duración- pero lo cierto
es que dio una cierta sensación (o quizás una sensación cierta) de pesadez. Entre
lo mejor de la versión de Díez y la Sinfónica, se podría quizás destacar la
sensación algo melancólica de vals palaciego tocado en un entorno decadente del
segundo, Allegro moderato. El tercero
es un Presto en el que destacan los
diálogos iniciales entre secciones –especialmente maderas y cuerdas-, algo
francamente insuficiente para justificar la enorme dificultad para su poco
gratificante ejecución por parte de la orquesta. De agradecer fue la precisión y
buena respiración del acorde final, quizás por el alivio que supuso para muchos;
porque la verdad es que el movimiento
acaba ahí como perfectamente podía haberlo hecho en cualquier momento,
preferiblemente uno muy anterior.
El cuarto y último movimiento es un tema con once variaciones en el que
destacó la apasionada expresividad de Massimo Spadano en sus largos solos de la
séptima variación, el ambiente bucólico logrado por las maderas en la octava, Adagio, y la claridad en el tema fugado
(un brillante ejercicio y grandísimo autoexamen de composición para Chaikovski).
Y -al fin o por fin- la brillantez y eficacia conclusiva, absolutamente
chaikovskiana, de la última y undécima variación, Polacca, una polonesa muy alla
rusa que provocó la lógica y entusiasta ovación y cataratas de bravos del
público.
En resumen, un concierto que, salvo la obra inicial, estaba hecho a la
exacta e inmensa medida de Jesús López Cobos y que quedó marcado por la falta
ya irremediable del maestro. Porque solo él, con su capacidad didáctica y su entrega
y fervor casi apostólicos por las obras menos comprensibles, era capaz de
convertirlas en fuente de placer para público. ¡Y músicos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario