A Coruña, Conservatorio
Profesional de Música, 9 de febrero. Programa: John Cage, The Daughters of the Lonesome Isle, para piano preparado (1945);
Mercedes Zabala, Implacable Ice
(2012); César Camarero, Sobre la
superficie del agua (2014); Antonio Hortigüela: Grande Miniatura (2014), Non
Abbiamo Febo Ancora (2004); Beat Furrer, Drei Klavierstücke (2003); Elliot Carter, 90+ (1994). Elisa Vázquez Doval, piano.
La vida musical de una
ciudad como A Coruña tiene actividades tan diversas que van desde conciertos de
música para gran orquesta en un auditorio de mil setecientas personas a
conciertos didácticos para un reducido número de alumnos de conservatorio. Desde
los celebrados por la Orquesta Sinfónica de Galicia las últimas semanas, con
estrenos de Xabier
Mariño, Wladímir
Rosinskij y Federico
Mosquera), a los que se organizan en el auditorio de cámara de un conservatorio
como actividad didáctica. El jueves 9 de febrero tuve la suerte de escuchar el
que brindó Elisa Vázquez Doval, en el Conservatorio Profesional de Música de A
Coruña.
Logo de Pianeiros |
Organizado por la Asociación
“Pianeiros” con el título
general “Música contemporánea para piano”, el recital fue un auténtico placer...
O más de uno: en primer lugar, por su gran valor didáctico –seguramente el
primero buscado por quienes lo organizaron-; Y de acuerdo con una acepción del
DLE para esa palabra, fue un genuino “arenal donde la corriente
depositó partículas de oro”. Porque bien podríamos comparar a pepitas de
oro las palabras sencillas –los verdaderos maestros no necesitan artificios
para llegar a su público- de Vázquez Doval: una didáctica que los presentes
pudieron convertir en conocimientos por
su fácil de absorción y asimilación.
Y éste el primer gran
mérito en esta gira de Elisa Vázquez Doval por los conservatorios profesionales de Santiago, A
Coruña y Ferrol: hacer llegar a los alumnos la música del s. XX, tan abandonada
por lo general en lás prácticas pedagógicas de los conservatorios como
necesaria para comprender el tanto la música del siglo pasado como el punto en
el que se encuentra la composición del s. XXI.
Elisa Vázquez Doval |
Porque sólo se puede
comprender la inmensa variedad y libertad de tendencias compositivas actuales
si se ha asimilado debidamente la inmensa explosión que supuso la Segunda
Escuela de Viena. Y que doblado hace
tiempo el Cabo de las Tormentas de la música compuesta en el tercio central de
ese tan incomprendido y mal vendido s. XX musical, se lo pueda ya considerar
como Cabo de Buena Esperanza: la de que los conciertos no sean una especie de
museo arqueológico de la Música, sino exposición de música verdaderamente viva:
de ayer ¡y de hoy! (que nunca morirá la
que contenga verdadera calidad).
Desde el punto de
vista artístico, escuchar a la pianista de Mugardos en un repertorio en el que
se mueve como pez en el agua es otro placer -un goce estético- de primera
magnitud. Y no sólo para los alumnos presentes –en número siempre inferior al
que nos gustaría ver en estas valiosísimas actividades- sino para las madres,
padres y abuelos de ambos sexos que, a la espera de sus familiares-alumnos del Conservatorio,
poblaron el recoleto auditorio hasta las 20.05; hora en la que la salida de
alguna de las clases, el final de una de las Drei Klaviestücke de Furrer fue como el pistoletazo de salida que provocó
una buena desbandada de familiares custodios.
Antes, el piano
preparado según John Cage permitió al gran talento de Vázquez Doval hacernos
soñar con una orquesta habitante de la caja del piano del Conservatorio –un
venerable Bechstein de nobilísimo sonido-, cuyas entrañas físicas fueron luego expuestas
a la curiosidad de los alumnos.
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No pararon a partir de entonces las sugerencias visuales de la música que allí se escuchó (y vio, me atrevería a decir): el amplio sonido -como de panorama bien abierto- escrito por Mercedes Zavala en Implacable Ice o la música de César Camarero –Sobre la superficie del agua- en la que el sereno brillo exterior aun permitió vislumbrar el platear de peces sobre el color más oscuro de las algas del fondo.
Elisa Vázquez se
permitió –nos brindó a los asistentes, en realidad- el lujo de un estreno
absoluto, la Grande miniatura, de
Alberto Hortugüela: un título en oxímoron para una obra llena de contrastes
entre brillos relampagueantes y martilleos. Y luego, en Non Abbiamo Febo Ancora, un mundo nuevo de percusión del pedal sin
sonido de las cuerdas, de la música como de arpa y los pizzccati de las cuerdas pulsadas directamente por las manos de la
pianista.
Las manos de Elisa |
En las Drei Klavierstücke, Beat Furrer
-prolongando el canto de la mano derecha en los armónicos por resonancia de
algunas cuerdas graves liberadas por presión sobre sus teclas- nos propone un
juego de sonido entre mágico y onírico que fue espléndidamente logrado por
Vázquez Doval. El inicio de la segunda evoca la figura de un gran martillo industrial,
hecho de acordes en registro grave, percutiendo sobre un brillante clavo en notas
sobreagudas con un cromatismo lleno de ritmo. Los sugerentes glissandi del mero ruido mecánico de las
teclas, las notas “en rotación” de dedos y muñeca y los inmensos “clusters”
tocados con los antebrazos volvieron a hechizar el al auditorio con su asombroso
clima sonoro.
Como final programado,
90 + y Tri.Tribute, de ese gran padre (casi el padre eterno) del piano del
s. XX que fue John Elliot Carter. Las incesantes polirritmias de 90 +, con su atractivo capaces de
movilizar los pies más torpes, fulminaron la mínima resistencia a la música del
s. XX que aún pudiera haber subsistido a lo largo del recital. Una atractiva
facilidad de escucha que contrasta a buen seguro con la enorme dificultad
mecánica y dialéctica de la obra. En Tri
Tribute, el centelleo de la mano derecha sobre las largas notas graves de
la izquierda y el gran juego de pedal fueron herramientas que las manos (¡y
pies!) de Vázquez pusieron, como en todo el recital, al servicio de la
partitura. Y a eso bien se le puede –y debe- llamar música en estado puro.
Al final, para
responder al calor de las palmas de quienes nos resistíamos a salir de donde habríamos
seguido horas envueltos en música, una propina de auténtico lujo: The Banshee, de Henry Cowell. Obra de
inmensas sugerencias sonoras que, lejos del sobresalto fantasmal más habitual
en otras interpretaciones, tuvo una poesía sugerente de profundidades. Las de
un océano poblado de seres mágicos, tal vez sirenas emitiendo su canto; como un
canto de ballenas “pre-Crumb” (¿precrúmbico tal vez?) que permitió a nuestra
imaginación volar durante las horas posteriores en las aguas de ese mar de
sueños. Elisa Vázquez Doval interpretó The
Banshee con la colaboración de Nuria Díaz Mera -profesora del conservatorio
y una de los organizadores del concierto- que, a los pedales del viejo
Bechstein, mantuvo la magia de la sonoridad .
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