La Octava de Bruckner es una de
las sinfonías más exigentes que puede afrontar una orquesta. Requiere de ésta
una gran calidad en todas sus secciones, de forma que el equilibrio sonoro no
se pierda en el ordenado laberinto de sus muchas exposiciones, transiciones, clímax
y pausas entre secciones. Es lo que se suele llamar una obra de largo aliento,
que precisa que el inmenso edificio de su construcción no se vea tapado por sus
mil y un detalles sonoros. Es decir, que la tensión expresiva no decaiga a lo
largo de su larga duración
De no lograrse esto, algo especialmente necesario y especialmente difícil en sus silencios y sus momentos de mayor recogimiento, se corre el peligro de
convertirla en la mera yuxtaposición de infinidad de motivos, temas y
situaciones. Lo que un notable crítico español consideraba en los años sesenta que eran
las sinfonías del piadoso compositor austriaco.
Entonces y sólo entonces, las pausas entre sus secciones corren el
peligro de convertirse en verdaderos interruptores de la atención del oyente y
de la concentración de los músicos. Algo que tantas veces hemos escuchado (y
sufrido) por estos pagos, en vez de ser las recargas de energía expresiva necesarias
ante el enorme esfuerzo físico y emocional que supone su interpretación para
músicos y director.
Sólo para tomar
fuerza
A Leif Segerstam se le recuerda por su extraordinaria y personalísima
versión de Eschejerezada hace dos temporadas con la Sinfónica, cuya grabación
ha roto moldes en Internet por su
final dramatizado por director y músicos con gritos. El viernes en A Coruña
–y el día anterior en el flamante Auditorio de Ferrol, para la temporada de
conciertos de la Filarmónica Ferrolana- no cayó en os defectos arriba
mencionados.
Leif Segerstam dirigiendo a la OSG en Eschejerezada |Fotograma del vídeo de The Violin Channel |
Muy al contrario, la fuerza interior de la magna obra bruckneriana se
mantuvo a lo largo de casi toda su gran duración (dejo para el amigo psanquin la
medida exacta de esta versión y la comparación con los distintos registros
discográficos). Y no sólo por su gran dominio de la dinámica, que resultó de
muy amplio rango, con los fuertes contrastes y la fina gradación requerida por
la partitura. Algo que no es
contradictorio, aunque hubo y hay versiones en las que podría parecerlo.
Sólo decayó algo en el precioso y largo Adagio, en el que la última parte de la indicación feirelich
langsam; doch nicht schleppend (ceremoniosamente lento; pero no deprimido)
pudo fallar para parte del auditorio. Quizás
fuera ésta la razón de que a muchos aficionados se les hiciera algo larga; muy
larga para bastantes; e incluso interminable para algunos que así lo confesaban
a la salida del concierto. Pero fue una versión que en lo expresivo aunó
poderío y sensibilidad y en la que todos y cada uno de los solistas y secciones
lucieron su gran calidad técnica y artística.
Sólo por destacar algo, la musicalidad de chelos y violas en el tema
conjunto del primer movimiento y la brillantez y sutileza de la sección de
trompas (reforzada hasta ocho efectivos por por exigencia de la partitura) y
tubas Wagner ya dieron muestra de ello desde el primer movimiento.
Absolutamente todos los solistas que intevinieron a lo largo de la obra lo
confirmaron. Brillantes los metales: su calidad, la escritura de Bruckner y la
sabia musicalidad de Segerstam los hicieron sonar redondos o incisivos según lo
requerido, sin ese tufillo a órgano que tantas veces malogra la música del
austriaco, tan vapuleado en tantos momentos y por tanta gente.
Timorato y
previsor
Anton Bruckner |
Y es que el carácter de Bruckner, al que siempre se le ha achacado su
rusticidad, era bastante más complejo de lo que se suele decir. Por una parte
era retraído y tímido, lo que le hacía demasiado dócil ante la opinión ajena. Pero
también era muy desconfiado sobre los motivos de tantos “amigos” y colegas, críticos
con su obra y llenos de esas buenas intenciones de las que dicen que está
empedrado el infierno.
Esto le hizo ser precavido ante las críticas; y aunque
siguió los consejos de revisión de sus obras, guardó los manuscritos originales
“para tiempos futuros, gracias a lo cual podemos escuchar sus obras tal como él
las escribió de primera intención.
Pero su afán de agradar hizo que su obra sufrierala trayectoria más
disparatada jamás seguida por todo un corpus sinfónico. La de la Octava está recogida por José
Luis Pérez de Arteaga en sus más que acertadas notas al programa de este
concierto. Sólo como un pequeño resumen, me permito añadir el inventario
“definitivo, por ahora” de sus sinfonías.
Sinfonía nº 1, cuatro versiones distintas; nº 2, tres; nº 3, seis; nº 4, cinco; nº 5, tres; nº 6, tres; nº 7, tres; nº 8, cuatro; nº 9 (inacabada), tres. A las que hay que añadir dos sinfonías
fuera de esta numeración: la Sinfonía 00, Estudio, y la 0 Nüllte. Un total de treinta y cinco versiones contando redacciones iniciales y revisiones propias y ajenas. Para volverse loco.
22.10.2016,
Palacio de la Ópera, A Coruña. Orquesta Sinfónica de Galicia, director Leif
Segerstam. Programa: Anton Bruckner, Sinfonía
nº 8 en do menor (versión de 1890, edición Nowack)
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