L@s muchach@s de Zuckerberg
han puesto hoy en mi muro de Facebook un
recuerdo de hace tres años que, contrariamente a mi costumbre, he compartido
en esa red social [1]. Ello me ha dado ¡por fin!
el empujón para escribir unas líneas que
se han ido demorando desde el jueves pasado, en espera de ir asentando como
recuerdos –o incluso datos- las emociones sentidas en el concierto de la
Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida ese día por Christoph Eschenbach (1940,
Breslau, Alemania [hoy Wrocław, Polonia]).
Y, ya que en esto estamos, por aquí empiezo. Todos los aficionados con
los que he hablado de ese concierto salieron de él entusiasmados. La práctica
totalidad de los músicos de la OSG con los que charlé en el “postconcierto”
estaban de acuerdo en que fue uno de los mejores –si no el mejor- en su
experiencia como profesores de la Sinfónica.
Christoph Eschenbach | XURXO LOBATO |
Las entusiastas manifestaciones de bastantes de ellos en las redes
sociales lo corroboran. Valgan como muestra estas:
-“Concierto cierre de mi 23 temporada con la OSG. Tocando platos en
Mahler 5, Eschenbach director, y al lado de una de una de mis mejores alumnas Sabela Caridad Garcia.
Un
placer ser músico”.
-“Sin duda el concierto más especial en mis 9 años con la OSG gracias al
gran director y mago Christoph Eschenbach. Hoy
no se me olvidará jamás y hace que el resto del año y carrera merezca la pena”
-“Brutal Malher 5.!!. ..inmenso Christoph Eschenbach!! the power of OSG!!..estos
conciertos le dan sentido..al esfuerzo..y a ser músico.. ”.
Son palabras como estas y tantas otras escuchadas desde entonces las que
me llevan a librarme de los miedos que me han frenado a la hora de escribir
sobre ese magnífico concierto.
El entusiamo de músicos y público dice mucho de cómo un artista como
Eschenbach puede llegar a tocar la fibra emocional de unos y otros. Pero nada
de esto es posible sin una gran técnica como director y el trabajo en los
ensayos. Los de esta semana fueron más concentrados y, por lo que se ha podido ver, se produjeron en un estupendo ambiente de trabajo.
Descanso en un ensayo durante la semana con Eschenbach | Foto OSG |
En una lúcida entrevista
de Pablo Sánchez Quinteiro, decía Eschenbach la semana pasada: “Es necesario saber
lo que cada frase dice y adónde quiere llegar. Y lo mismo con la frase
siguiente y así de forma sucesiva [2].
Es ahí donde entra en juego la libertad. Pero al mismo tiempo es necesario ser
exactos. Y de hecho ya has visto en el ensayo como busco esa precisión. Sólo
cuando los músicos han interiorizado en sus cerebros esa precisión, entra en
juego la libertad”. Y esta es, precisamente, la razón de toda la dialéctica
discursiva en esta soberbia versión de la Quinta
de Mahler que a tantos nos ha hecho tocar el cielo de la emoción, aupados en la
base múltiple y extensa de su interpretación, que resumo en estos tres párrafos:
La prístina claridad en la exposición de motivos, temas y frases, que han
permitido “ver” y escuchar todo el contrapunto mahleriano en su verdadera
condición, como una especie de vegetación fractal. Porque su complejidad es temática, “no por el espesor, sino por la multiplicidad
de líneas. No hay elementos de relleno... sino células derivadas de figuras
principales”, como muy bien definió en su momento el recientemente desaparecido
Pierre Boulez [3].
La precisa disposición de planos sonoros con la que ha puesto de relieve
cada detalle de la partitura permitiendo al tiempo seguir toda su grandeza estructural.
Ello ha hecho gozar a los oyentes de una Quinta
enriquecida, casi se podría decir renovada, pero fiel a su letra y espíritu. Lo
que no es de extrañar después de que, en la entrevista arriba mencionada, el
director diga a este respecto: “Tengo una concepción de la obra muy clara, pero
cada vez que la abordo descubro cosas nuevas en ella. Es lo que hace nuestro
trabajo sea tan apasionante”. Y nuestra adicción a la música tan gratificante,
añadiría satisfecho quien firma.
Secciones de contrabajos y trompas | XURXO LOBATO |
El canto de cada instrumento y sección de la orquesta, el color –magníficamente destacado por los ataques requeridos por el maestro alemán y la disposición de planos sonoros-; la increíble precisión y elasticidad rítmica tanto causa como efecto de un generoso concepto de la respiración orquestal; el dramatismo o la gracia en pleno vuelo expresivo en los distintos movimientos de la obra y, en definitiva, verdadera magia en el sonido y fuego en la expresión.
No puedo dejar de citar aquí las intervenciones de una sección de cuerdas que fue como una caja llena de luces -el
brillo aterciopelado de los chelos o la plata y seda de los violines- y de
aromas –el de cedro de esas violas o esa falsa aspereza de cuero que por
momentos parecieron desprender los contrabajos-. Maderas y metales tuvieron uno
de sus días grandes, de esos que marcan épocas.
Y los solistas. Absolutamente todos cuantos intervinieron. Aunque en esta
ocasión sea obligado mentar a un veterano, John Aigi Hurn, -que lideró la
orquesta con su trompeta en todo el profundo dramatismo inicial- y una estrella
casi fugaz: José Sogorb, en su último concierto de abono con la Sinfónica, fue –por
técnica, sonido y emoción transmitida- el alfa de esa brillantísima
constelación que es la sección de trompas de la gran orquesta gallega.
José Sogorb | Foto OSG |
El fraseo y color de esta sección es de tal homogeneidad y su respiración
está interiorizada con tal precisión que muy pocas secciones homólogas podrán
trasladar tan idóneamente a sonido la perfecta escritura para solista de Mahler
en esta sinfonía. Bravo a todos y los mejores augurios de abonados y compañeros
de la OSG para Sogorb en su próxima
etapa en la Orquesta del Real Concertgebow. Que tanta suerte tenga en
Amsterdam como grandes momentos deja en A Coruña.
Tales premisas técnicas y expresivas y la enorme calidad de cada músico y
cada sección de la Orquesta Sinfónica de Galicia que arriba quedan dichas fueron
el combustible. Esa curiosa situación de libertad dirigida que siempre supone
la batuta de un gran maestro fue la chispa.
La emoción se propagó así por el Palacio de la Ópera de A Coruña como un
reguero de pólvora; o como una corriente eléctrica que hizo erguirse muchas
espaldas en actitud de máxima atención; que hizo sentir piedras en el pecho de
muchos y fuego en la garganta de otros tantos; y que estuvo a punto de
impedirme tomar notas al amenazar con hacerse agua en muchos ojos, también en
los míos durante el Adagietto. Y
brotó una exultante ola de alegre entusiamo al finalizar su hora y cuarto en
ese particular Universo que supone y es cada sinfonía de Mahler.
Una contradicción solo aparente con el dramatismo de sus movimientos
iniciales; algo perfectamente lógico si, en este año cervantino, tenemos en cuenta cuál era su reacción ante
la lectura de Don Quijote.
“Le era
imposible no compartir el placer que le producía Don Quijote... Se reía como
loco con las desventuras del amo y el criado, pero lo que le conmovía más eran
el idealismo y la pureza del hidalgo. Por mucho que se divirtiera, le era
imposible, decía, dejar el libro sin haber sentido una profunda emoción” [4].
Tal reacción de Mahler a
la lectura del Quijote no deja de ser como un reflejo de su concepto de la
música: un arte que debe manifestar la montaña rusa de emociones que, en sus
múltiples facetas, es la vida del ser humano: dolores, alegrías, anhelos,
logros, frustraciones...
Y paciencia: El maestro
bohemio supo muy bien que la época que le tocó vivir no era su momento. Por eso
decía “mi tiempo llegará”. Su
tiempo, afortunadamente para los que vivimos este, ha llegado. Y, de la mano de
directores como Christoph Eschenbach, lo ha hecho para quedarse.
[1] Pero, eso sí, fiel a mi “habilidad”
para meter la pata, lo he borrado inmediatamente y he tenido que recuperarlo
por vericuetos informáticos que, por puro despiste, no estoy en condiciones de
reconocer al 100 %. La vertad es que esto de releer algo que uno publicó hace
años es un curioso ejercicio entre la vanidad a la humildad; o sea, más o
menos, entre el regodeo por el “yo ya lo decía” y el
descubrimiento-reconocimiento de errores: desde los puramente mecanográficos al
fallo en la atribución de méritos a algun(a) solista dando por supuesto lo que
la mal(ísim)a visibilidad me impidió comprobar.
[2] Llama la atención
cómo estas palabras de Eschenbach son prácticamente la traslación a la frase musical
que escuché hace años al gran guitarrista y maestro José Luis Rodrigo, sobre
cómo utilizar el rubbato en las
notas, cuando decía que tenía que hacerse “en relación con la nota anterior y
la siguiente”.
[4] Bruno Walter, op. cit.
Alianza Editorial, Madrid, 1983
No hay comentarios:
Publicar un comentario