Como si pasara un tren es una obra llena de esas verdades del día a día, tan comunes como difíciles de plasmar en escena. Y muy
bien construida; desde una introducción entre ligera y costumbrista, va
extendiendo poco a poco su trama doméstica pero poliédrica -profundizando, en realidad- hasta llegar a un desenlace
realmente inesperado. Su construcción es compleja, "multicapa", pero es un texto completamente accesible a todo tipo de público y permite a
este muchas lecturas: en función de sus hábitos y perspectivas teatrales, pero
sobre todo de lo que su experiencia vital le va dictando. La función es como un
edificio de muchos pisos y conviene pasar por todos ellos, bajando por las
escaleras y deteniendo el pensamiento en cada uno para llegar a entender de
verdad el fondo que la cimienta, el origen de la situación inicial.
Lorena Romanín |
La obra es una comedia dramática escrita por la joven autora argentina Lorena
Romanín (Buenos Aires, 1974). Toda ella está muy bien escrita y
estriucturada y en los primeros minutos queda delineada la situación familiar
establecida que le sirve de partida. El personaje central es en realidad doble:
una familia monoparental compuesta por Susana y su hijo, Juan Ignacio, un
muchacho retrasado intelectualmente pero tan sensible y lleno de curiosidad
vital como cualquier otro de su edad. En la primera escena, Juan Ignacio lleva
a cabo un juego en el que un tren decapita a un niño en un accidente.
Susana es una madre "clueca" que ¡no puede! dejar
alejarse a su pollito; su sobreprotección es por falta de perspectiva de las
posibilidades reales del hijo. Es una pobre mujer -aparentemente escasa de
recursos intelectuales propios y de formación específica para resolver la
situación de su hijo- que se encastilla en su rutina diaria como en la
fortaleza inexpugnable que defenderá a su familia.
Susana mantiene unas conversaciones telefónicas con su hermana, con todos
los altibajos propios de una relación a distancia. Llena de desconocimientos
actuales entre ellas y con reacciones un tanto viscerales por la tensión de
cada una en la convivencia y cuidado diario de sus respectivos hijos. Estas charlas
son como un “frente ocluido”, ese que se produce en la atmósfera cuando se
juntan un frente frío y otro cálido, con cargas eléctricas opuestas: en este
caso, la psicóloga (la "lista" urbana) y la madre (una mujer algo "semplice"; rural o al menos, "provinciana").
María Morales, "Susana" |
En estas condiciones, claro, estalla la tormenta. Y de esos rayos
telefónicos llega, con el natural retardo, el trueno: Valeria, hija de la
hermana de Susana, a quien su madre ha encontrado un porro en el bolso. A su juicio,
una estancia en un entorno menos urbano será la solución que impida que entre
en el oscuro túnel de la adicción. Valeria, entrando en tromba en la casa,
acaba por ser lo mejor de la tormenta, ese olor a tierra mojada que serena el
ánimo llenándolo de entrañables
recuerdos. Pero también la lluvia que descarga tensiones serenando y que riega gota
a gota para fertilizarlo un terreno resecado por la aridez del miedo y la peor
de las soledades, la compartida: en este caso, la de Susana y Juan Ignacio.
Juan Ignacio, con casi veinte años, tiene claros sus deseos. Cuando los
expresa, choca con su madre y esto, literalmente, lo saca de sus casillas: esas
en las que su madre lo mantiene apartado “por su seguridad”. Sus reacciones son
ventoleras, también en el sentido de meteoro: ráfagas de viento recio y poco
duradero. Son un aire fresco porque no dejan de expresar la frustración de unos
deseos normales en cualquier chico. Pero son mal interpretados por Susana, que
los ve como un constante peligro que se cierne sobre Juan Ignacio, sobre ella y
sobre la "vida-castillo" que paso a paso, día a día, ha construido
para ambos. Una vida en constante peligro de derrumbamiento, desde su punto de
vista.
La llegada de Valeria inicia una simbiosis: una relación de la que todos
se beneficiarán, pero que no deja de ser tan dolorosa como todo cambio profundo
en la vida de las personas. Su irrupción en la casa abre ventanas por las que
va a circular un nuevo aire, fresco y lleno de vida, para sus parientes. Pequeños
logros de autonomía para Juan Ignacio, que se convierten an avances con la superación,
por pura praxis, de algunos de los miedos de Susana. Pero también Valeria aprende:
que la vida se extiende más allá de su instituto, de su panda de amigos, de su
ciudad; de sus hábitos diarios. Y su experiencia le permite madurar y crecer
como persona.
En cuanto a la actuación, es realmente sencilla de contar. La Susana de
María Morales es una mujer de carne y hueso, nada menos. Transmite
espléndidamente el carácter y las reacciones-emociones del personaje; todos sus
miedos, debilidades y, finalmente toda su fuerza. Una actuación realmente
soberbia. Una mayor proyección de voz en sottovoce
[1]
redondearía una actuación prácticamente perfecta.
Marta Castellote, "Valeria" |
Marta Castellote es Valeria, sin más. Hace vivir en escena
todo el carácter de la muchacha urbana; su reacción negativa al
“castigo-remedio” impuesto por su madre; su fondo más o menos “responsable” de
preocupación por el curso que puede perder; su necesidad imperiosa de
comunicarse con sus amigos através de Internet. Pero vive también la evolución
de su personaje, su progresiva empatía con el primo; el valor de enfrentarse a
su tía para defender que el chico tiene que progresar y crecer como ser humano.
Y su aceptación del inesperado final, un escalón más, el más difícil para los
tres, en el ascenso a una vida más libre para todos. Un plus en la
interpretación de Castellote: ella acaba de subirse a este tren casi en marcha y el viernes 3 en A Coruña era la quinta vez
que interpretaba el personaje.
Dejo para el final la actuación, espléndida en todos los sentidos, de Carlos
Guerrero como Juan Ignacio. Este es un rol absolutamente lleno de peligros para
un actor; desde la composición física del personaje -en la que habría sido bien
fácil caer en la exageración- hasta la del carácter, que ofrece todas las
tentaciones histriónicas de dulzura empalagosa o comicidad extemporánea.
Carlos Guerrero, "Juan Ignacio" |
Guerrero mide al milímetro cada aspecto de su actuación y matiza esta con
una finezza de actor bien curtido que
hace bien difícil pensar que, en realidad, se trata de su primer trabajo
profesional. Físicamente su movimiento en escena muestra las dificultades
propias de una persona con problemas de transmisión neuromuscular y el gesto
espástico de sus manos es sencillamente insuperable. En cuanto al carácter,
transmite cada reacción emocional de Juan Ignacio y se aparta de los extremos.
Vive con gran precisión los momentos de indignación y ternura del hijo sobreprotegido
y sus ilusiones y esperanzas; la expresión facial es casi inmejorable y su voz
transmite cada momento y matiz emocional.
En este triángulo hay un cuarto personaje decisivo, que no aparece
físicamente en escena y queda latente en un segundo plano, muy bien escondido detrás
de la relación entre los tres personajes en escena y las expectativas
argumentales que se van creando Y sólo al final estalla con toda la fuerza de
lo inesperado.
Adriana Roffi |
Todo esto es posible, también por la magnífica dirección de actores de Adriana
Roffi. En un mundo que vive una crisis de valores muy superior a la que algunos
aún llaman “crisis” económica, la resolución de la trama invita a pensar cuánta
razón tiene la directora cuando dice “Creo que las crisis son una oportunidad
para avanzar, para superarnos”. Quizás siguiendo el ejemplo de la familia de Como si pasara un tren: enfrentándose
cada cual a sus miedos y tratando de superar el origen de estos, apoyándose con
ilusión en sus deseos y apoyando a los demás en los suyos.
Una curiosidad final, ¿El arroz del
que se habla en el texto y se convierte en patatas que Susana pela en escena y que luego casi devora Valeria es un homenaje a la gastronomía
gallega y la excelencia inimitable de sus patacas?
[1] Sus palabras más interiores, esas que se dicen como hablando
consigo mismo, no terminaban de llegar bien a todo el espacio del Fórum
Metropolitano de A Coruña, una sala con un aforo de 160 personas. Hay que tener
en cuenta que la función nació como teatro de proximidad en su más estricto
sentido, en una habitación. Estoy seguro de que una actriz con la experiencia y
profesionalidad de María Morales puede corregir esto sin dificultad.
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