O verdades como tales. La obra que David Arteagoitia (Bilbao, 1980) expone
en la sala de exposiciones del CIEC (Centro Internacional de la Estampa
Contemporánea) de Betanzos está vertebrada por la verdad. Esa verdad sencilla
del trazo con toda la espontaneidad de este, pero también con toda la carga técnica que conlleva la sencillez. La falsa
facilidad de los verdaderos maestros.
David Arteagoitia |
Arteagoitia es maestro por cargo y por oficio: por cargo, como profesor
de grabado y serigrafía en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del
País Vasco. El oficio, ese largo camino interminable para un verdadero
artista, lo ha ido adquiriendo como es debido: con el paso del tiempo y la atención a sus maestros, a sí mismo y a sus alumnos. Desde sus inicios con Chema Eléxpuru y en sus
estudios en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, en Florencia, o allá
donde desde entonces ha acudido “a nutrirse” de sabiduría gráfica. El recorrido
incluye Fuendetodos, la Fundación Casa Falconieri o los cursos de maestros bien
conocidos por estos y otros lares como Ana Soler, Don Herbert, Enrique González
o Gabriela Locci.
Como un buen maestro “a la antigua”, continúa sembrando su saber colaborando
con escuelas e instituciones internacionales en las que adquirió su técnica como
el CIEC o Casa Falconieri, o en la Central Academy of Fine Arts de Pekín, la
Fundación Pilar y Joan Miró de Mallorca o la rumana Universidad de Arte George
Enescu.
Foto cedida por el CIEC |
Y la investigación; siempre la investigación, desde su tesis doctoral
sobre La serigrafía de áridos con vehículos aglutinantes de base acuosa, a partir de la cual ha centrado su labor de
artista. Que solo merece ser así llamado quien renueva cada día su inquietud en
busca de nuevos horizontes para su arte. De ahí que su obra se abra a partir de
cada conocimiento adquirido como en una espiral ascendente. Una larga escala cuyos peldaños
se basan en sus nuevos hallazgos en texturas y soportes y que tiene puertas
siempre abiertas por las que invita -o más bien incita- a sumarse a esa
búsqueda a sus alumnos de acá o allá.
En Betanzos
Al entrar en la sala del CIEC, llama la atención la armonía visual que la
muestra ofrece al primer golpe de vista. La obra expuesta, apenas una docena de
grabados, es de una austeridad cromática casi monacal; vive en la tríada
blanco-rojo-negro. En música, la base de la armonía son las únicas tres notas,
primera-tercera-quinta, necesarias para construir un acorde perfecto. Y, al
igual que unos pocos acordes de tres notas se desarrollan con otras añadidas de
acuerdo a las leyes musicales, la tríada cromática de la obra de Arteagoitia se
enriquece con sus matices y los equilibrios cambiantes de sus densidades y
volúmenes.
Y con las texturas. Los grabados de Arteagoitia se basan en una materialidad
que les permite ofrecer una relación casi escultórica a quien los contempla. Porque
la materia está presente, no simplemente representada: en el carborundo, que
redimensiona la obra hacia el volumen físico; en el papel y sus sugerencias
táctiles -especialmente las de los grabados estampados “a sangre”, en los que
se se estampa el papel completo, hasta su borde mismo-. Y así, el artista hace
que el papel mismo se exprese a través de
la irregularidad natural de la fibra y las anfractuosidades de sus
bordes sabiamente rasgados
Bordes que devienen en puertos de una costa rocosa desde los que el
espectador puede zarpar hacia un viaje interdimensional capitaneado por el
autor sobre la firmeza de sus trazos negros. Viaje en el que se verá mecido por
el suave oleaje de los pesos y volúmenes cambiantes. Y en el que se asomará -a
través de la transparencia como de vidriera de sus blancos- a la pasión
ricamente matizada por la sangre de sus rojos.
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