Os contaba en la
primera entrada de Líneas Adicionales
que en este blog quiero ser fiel a mis orígenes como ‘escribiente’ musical,
que no son otros que mis principios (inicios y normas) como melómano. Y de
principios tenemos que hablar en el concierto de la Orquesta Sinfónica de
Galicia del día 15, que removió unos y otros. Por las dos obras programadas y
por coincidir, que no por celebrarse, el 23º aniversario de su concierto
inaugural.
Por edad, La Pastoral y Shejerezada (con perdón [i]) están en el origen como
melómanos de un buen número de los asistentes habituales a los conciertos de la
Sinfónica. En los años sesenta, los discos escaseaban en España y las sinfonías
de Beethoven y este poema sinfónico de
Rimski-Kórsakov eran de las pocas grabaciones que se podían encontrar
con cierta facilidad. Por ello, una buena parte de los aficionados de más edad
tenemos estas dos obras en el fondo de nuestros recuerdos.
Personalidad o fidelidad
Segerstam hizo una versión
de La sexta que se podría calificar
de ‘muy personal’. Su capacidad de mostrar unas líneas melódicas diáfanas y unos
planos sonoros idóneamente dispuestos se ven favorecida por la edición crítica
de Jonathan del Mar (Bärenreiter), que hoy es como la Biblia de las nueve de
Beethoven por su fidelidad a los textos originales.
Segerstam durante el concierto (foto Xurxo Lobato, cedida por la OSG) |
Con estas
herramientas, el maestro finlandés hizo una versión con ‘facilidad de llegada’
a una buena parte del público, pero de sufrida ejecución para los músicos.
Esto, especialmente, por unos tempi
más premiosos que calmados y que llegaron a producir alguna imprecisión. Pero
también por una notable dosis de exceso retórico.
Secciones de violas, chelos y contrabajos (foto, Xurxo Lobato, cedida por la OSG) |
Segerstam logró
extraer toda la gran calidad de sonido que atesora la Sinfónica; vaya como
muestra la sedosidad de las cuerdas y el brillo áureo de las trompas en el
segundo movimiento, Escena junto al
arroyo, y la sonoridad casi
meteorológica en el cuarto, La tormenta.
En este sentido, junto al viento del piccolo
de Juan Ibáñez, fue muy de destacar la impecable ejecución de su parte por los
contrabajos: ésta es entendida por algunos colegas suyos como mera producción
de ruido imitando los truenos. La sección comandada por Diego Zecharies hizo
que cada nota llegara al auditorio como llegan esos truenos secos cercanos,
cuyos ecos se escuchan con meridiana claridad a medida que el sonido rebota en
nubes más y más lejanas.
En el quinto
movimiento, Sentimientos de alegría y
gratitud tras la tormenta, el color del canto conjunto de violas y chelos tuvo
esa magia sensorial de la sinestesia, con un sonido que asociaba dos recuerdos:
el de un tacto aterciopelado en el sonido de los chelos y el de un cierto aroma
a cedro en el de las violas.
Solo o en compañía de otros
Chestiglazov al frente de los violines (foto, Xurxo Lobato, cedida por la OSG) |
Desde el primer solo
tras la explosión broncínea de los primeros acordes del tutti orquestal y la veladura de los de las
maderas, supo expresar con especial gracia toda la complejidad del personaje de Las mil y una noches y su sinuosa narración. La complejidad
de las tramas de los cuentos de la joven Schejerezada se reflejó de
forma casi física en los arpegios del violín en la sección final -La voz de
Schejerezada- del tercer movimiento, El
joven príncipe y la joven princesa.
En definitiva, el
violinista coruñés fue el hilo conductor de una Shejerezada que resultó notable, ante todo, por la calidad de los
solistas y secciones de la Sinfónica. Todas éstas pusieron a disposición de
Segerstam su mejor sonido y esa ductilidad dinámica y expresiva que caracteriza
al conjunto gallego. Seda en las cuerdas, bronce en los metales, riqueza de
color en las maderas y precisión en la percusión fueron la sólida base de la que nacieron solos de gran belleza.
Secciones de trompas y percusión (foto, Xurxo Lobato, cedida por la OSG) |
Así fueron los
escuchados en la dorada y tersa luminosidad de la trompa de José Sogorb y los
ecos de ésta en los solos de sus compañeros: el misterio surgido de la flauta de
Claudia Walker Moore; en el oboe de David Villa, de generosa respiración y
sugerente voluptuosidad; el sentimiento en el diálogo del chelo de Gabriel
Tanasescu con el clarinete de Juan
Ferrer y el oboe de Villa, la gracia del fagot de Steve Harriswangler o el arpa
de Celine Landelle, que estuvo en el fondo de las historias como el lecho desde
el que el Schejerezada narra sus cuentos
al sultán. En los metales, aparte del mencionado Sogorb, John Aigi Hurn llevó su trompeta del desgarro
inicial del primer movimiento a la dulzura del final del segundo e impresionó
la autoridad del trombón de Eyvind Sommerflet.
También hubo aquí su
dosis del exceso retórico mencionado para la Pastoral, aunque Shejerezada
sea obra que se perjudica menos con ello. Como remate, en el movimiento final
Segerstam pidió a los músicos una serie de gritos, que él mismo encabezó, que
añadieron una cierta dosis de dramatismo en el episodio del naufragio de la
nave de Simbad. ¿Gratuitamente? Eso que lo juzgue cada cual según su gusto o
criterio. O sus principios.
[i] El nombre está escrito con arreglo a las normas de
transliteración de la Real Academia Española, prefiriéndolo sobre el
tradicionalmente utilizado Scheherezade, transliteración alemana del título
original ruso, (Шехерезада en alfabeto cirílico). Sin embargo, la transliteración
no es exacta, pues la cuarta sílaba (за) no tiene una pronunciación directa en
castellano, ya que (з) se pronuncia más como la letra (s) en la
palabra francesa poison (veneno), que como la doble ese (ss)
de poisson (pescado).
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