27 octubre, 2024

Virtuosismo y hondura





A Coruña, 25 de octubre, Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Anna Rakitina, directora; Johannes Moser, violonchelo. Programa: Detlev Glanert, Concierto para violonchelo y orquesta (estreno en España); Píotr Ílich Chaikovski, Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64

 

El Concierto para violonchelo de Glanert es una obra llena de dramatismo que apenas concede unos cuantos momentos de deszcanso al oyente. También tiene pasajes de claro lirismo y está lleno de contrastes dinámicos más bruscos que derivados de una lógica académica o simplemente esperables. El chelo solista es su protagonista absoluto, con enormes requerimientos técnicos y emocionales que tienen su correspondencia en las partes para las distintas secciones de la orquesta.

Las líneas que siguen son una transcripción de las notas tomadas con destino a este texto, prácticamente una descripción apenas comentada del Concierto de Glanert.

La obra se inicia con el sonido de un golpe oscuro de la orquesta y entra, también oscuro, el chelo, en un canto tranquilo, pero algo apasionado. Un rápido crescendo, chelo más  decidido y sigue un diálogo chelo-orquesta, que desemboca en un clímax. Todo cae bruscamente y suena un solo muy sentido chelo, que acaba en diálogo con el violín de la concertino invitada, Raquel Areal, tocado con gran sentimiento también por esta. El chelo sube a la tesitura del violín y se funden en un precioso unísono que penetra en el alma como una daga de paz.

Sigue la orquesta en pequeños motivos, chelo continúa en registro medio, se produce un tutti en forte. Canta el chelo sobre el arpa, muy en paz. Luego, una serie de falsos armónicos del chelo con base de la celesta en dulces disonancias (precioso), se resuelve en una cadenza bastante movida, muy expresiva y muy bien expresada y sentida por Moser. Finaliza esta en un espléndido y brillantísimo trino en bariolage (alternando dos notas contiguas en dos cuerdas frotadas en movimientos alternativos del arco).

Todo se calma y entra la orquesta, otra vez en breves motivos, que dan paso a un tutti muy marcial en forte. Apiana el conjunto, conservando el aire marcial como introducción a un nuevo solo del chelo. La vuelta de la orquesta revela una fuerte influencia shostakivichiana, declarada en el carácter de la percusión y la incisiva presencia el flautín.

Moser demostró en muchas secciones del concierto su virtuosismo, tanto técnico como expresivo. De manera aún más destacada en este pasaje en el que prodigó [lo que anoté como] “imposibles en sobreagudos hiperrápidos” para pasar a un canto bastante lírico también en el registro agudo. Y todo ello, tanto aquí como a lo largo de todo el concierto, dándole sentido con su enorme musicalidad.



Johannes Moser


Otra cadenza tocada con gran sentimiento y preciosas disonancias a la que se va incorporando lejano y misterioso el timbal. Bravo por Fernando Llopis, que resolvió con soltura y musicalidad pasajes de un virtuosismo exigentísimo a lo largo de la obra. La orquesta también se va uniendo en pianissimo y todo crece poco a poco hasta un nuevo y brusco fortissimo que cae de forma abrupta, una vez más, dejando al chelo sin más compañía que los clarinetes y lejanos ecos de diversos instrumentos.

Esta técnica -o, tal vez, mero recurso- es utilizado tantas veces por Glanert a lo largo de todo el concierto, que se convierte casi en un latiguillo expresivo de su música. Al final, las campanas suenan como en una alarma y la orquesta expresa un breve episodio con el mismo carácter, que se dulcifica junto a chelo, corno inglés, flautas, clarinetes y arpa).

Un nuevo y último dúo con la concertino sirve de bálsamo y merecido descanso al chelo, que va cayendo al registro más grave y a un pianissimo de máxima sutileza. Una nota final del arpa pone sereno fin a la obra. Solo quedaba suspirar hondo; que aún faltaba la Quinta de Chaikovski.

 

Y llegó. La Quinta. La del ruso que bien podría haber hecho suyo, cambiando tan solo el apellido, el título del mayor laudista inglés del Renacimiento y, por tanto, casi de todos los tiempos: Semper Dowland, Semper dolens.

Es difícil decir algo nuevo en obras bien conocidas por el público, ¿pero hace realmente falta? Quizás decirlo todo clara y fielmente tal como indica el autor en la partitura es más que suficiente; del resto, de la emoción, se encarga Chaikovski, tan despreciado por parte de la crítica del siglo XX precisamente por eso. Una actitud quizás un tanto pedante, por no decir esnob, pues al fin y a la postre es precisamente la emoción la materia con la que se construye la música.

Rakitina atacó su Andante introductorio con un tempo bastante lento y alguna ligera imprecisión en los primeros acordes. Ya en esta introducción demostró un gran control del sonido en dinámica y timbre, con una forma muy lograda de dirigir aquella al logro de este. El Scherzo empezó sereno y creciendo muy adecuadamente. 

El clímax resulto algo desequilibrado en detrimento de la cuerda, si bien inmediatamente después Rakitina hizo oír cada instrumento, cada detalle con una transparente claridad que solo logran los grandes. Respecto a este desequilibrio, quizás convenga decir que hubo bastantes momentos de no mucho empaste en los metales. Estuvieron algo destemplados y muchas veces faltos de esa unidad en la calidad del sonido que los caracterizaba y que continúa en las trompas.



Anna Rakitina


 

Desde lo hondo

Como en el Salmo 129, “Desde lo hondo a Ti clamo, Señor” surgieron los acordes de la cuerda al inicio del Andante cantabile, con alcuna licenza. El solo de trompa -famoso hasta el límite de lo manido y a veces indignamente utilizado- manó tan brillante como serena y luminosamente doloroso de la trompa de la nueva solista, Marta Isabella Montes Sanz. Fue bien contestado desde las sombras de lo hondo del clarinete de Iván Marín.

Aportó la luz el oboe de David Villa, cantando el segundo tema, que da principio al Allego con anima, en un diálogo con la trompa pleno de sentido y sentimiento. El canto de los chelos fue como el mejor y más hermoso papel en el que estampar su grabado Villa, Marín y, desde su fagot, Steve Harriswangler. Volvieron a sonar como en los mejores momentos la cuerda y las maderas, el  tutti volvió por sus caminos y, tras el clímax, destacó un rittardando de las cuerdas. El segundo clímax, tan restallante, pareció traernos el recuerdo de los sufrimientos casi perpetuos de Chaikovski. El final del movimiento, casi suspirado, apenas susurrado, restituyó la paz. 

Siempre que escucho el tercer movimiento de esta gran sinfonía recuerdo una frase oída sobre los valses de Chopin, según la cual “solo deberían ser bailados por marquesas polacas”. En esta línea de pensamiento, este Valse que estructura el tercer movimiento de la Quinta de Chaikovski solo podría ser danzado por grandes duquesas rusas. Y sobre jirones de niebla sobre nieve recién caída; así me pareció al menos, al escuchar la claridad y elegancia con que lo atacó Rakitina y una entregadísima OSG.

Y, en el segundo tema, una elasticidad rítmica tan llena de lógica danzante y chaikovskiana que apenas se apreciaban los cambios de tempo. El segundo tema sonó lleno de elegante gracia rítmica; en uno y otro, los solistas mostraron su gran calidad técnica y artística.

En el Andante maestoso que abre el cuarto movimiento la Sinfónica mostró unas cuerdas como renacidas, con gran empaste y con un sonido redondo y poderoso compartido con las trompas. Rakitina, que tan claramente marca el tempo con la batuta como matizadamente modula el carácter con su mano y brazo izquierdos, dio la razón anticipada a una aficionada que a la salida le auguraba un futuro “entre los grandes”. Imposible mejor resumen de su actuación del viernes en A Coruña.

Y en el Allegro vivace final, naturalmente, se desencadenó tormenta: luz de relámpagos y viento en el flautín de Juan Ibáñez y los violines; truenos en cuerdas y timbales y sol en las trompas. Su “falso final” fue de tal brillantez y rotundidad, que me hizo temer lo peor. Pero no: A Coruña sabe y ya van muchos años sin aplausos intempestivos antes de la coda. Ça marche...



Orquesta Sinfónica de Galicia


Un concierto de los que levantan la moral del aficionado y el melómano y hace concebir esperanzas de un renacimiento floreciente desde lo hondo… siempre que haya la voluntad política y el acierto de gestión que lo impulsen. Esperemos.

Que, como dice otro pasaje del salmo citado más arriba, “Mi alma espera en el Señor, mi alma espera en su palabra; mi alma espera al Señor más que el centinela a la aurora”. Pues eso, amén; que quiere decir ¡así sea!

 


24 octubre, 2024

… eso no tiene precio

 




A Coruña, 23 de octubre, Teatro Rosalía Castro. Programación Lírica de Amigos de la Ópera. Marco Mimica, barítono bajo. Marcos Madrigal, piano. Programa:

I

S.Donaudy. Del mio amato ben; R. Hahn, À Chloris; F. Schubert, Winterreise, D. 911 (nº 11, Frülingstraum); V. Bellini,  La sonnambula, Vi ravviso, o luoghi ameni; M. Ravel, Don Quixote à Dulcinée, Chanson romanesque, Chanson Épique, Chanson à boire. M. Ravel, Deux melodies hebraïques, Kaddish.

II

E. Lecuona, Córdoba, Gitanerías, Malagueña (piano solo); A. Copland, Old american songs, Long time ago; S. Rajmáninov, Ultro, op. 4 nº 2; Ne por Krasavitsa, op. 4 nº 4; Son, op. 8 nº 5 y Zdes´khorosho, op. 21 nº 7; A. Thomas, Le Caïd, Je comprends que la belle… enfant chéri.



Para empezar por el principio, hay que hacer constar que, en alguna medida, este recital no respondió al programa aquí literalmente transcrito. No hubo descanso entre ambas partes y el programa se ejecutó sin más interrupción entre obras  que las salidas del escenario de los artistas y algunos aplausos espontáneos del público.

Que el mayor de estos se produjera al final de la Malagueña de Lecuona decía bastante de la actuación de Mimica, de la de Madrigal e, incluso más, de la reacción del público. En general y en particular esta tarde, siempre se aplaude mucho más -y no necesariamente por este orden- lo más conocido, lo más famoso o generalmente apreciado y lo que se siente como más propio y/o afín a nuestros gustos y tradiciones.



Marcos Madrigal (i) y Marko Mimica


Pero también, como antes decíamos, de la actuación de Mimica: por tesitura, pero también por timbre, la voz del croata es más cercana a la de bajo puro que a la de barítono. En el recital del día 23 hubo en su voz una transición demasiado evidente entre los registros requeridos. Con una voz como la suya y en el repertorio elegido, se lució realmente en el registro bajo y medio, aun denotando una carencia de entusiasmo realmente apreciable a lo largo de la noche.

En cuanto a los agudos, estos sonaban dependiendo del apoyo empleado para su emisión: el aterrizaje en los de pecho resultó con un brillo bastante apreciable, aunque no siempre lo hiciera en “el centro de la pista”; en los de voz de cabeza -o falsete, como ustedes prefieran- parecía perderse an la niebla y resultaron siempre bastante mates y opacos. Lo que, como todos saben, no es lo mismo; en el caso de Mimica en su recital del Rosalía, carecían tanto de brillo como de transparencia, filtrando hasta oscurecerla la luminosidad de las notas.



Si hablamos del programa, nos hallamos ante una miscelánea de títulos y autores que bien podría haber servido para comprobar la versatilidad y adecuación estilística del cantante. Tal como se desarrolló este miércoles, el repertorio, resultó más cercano a lo que ahora se llama cocina de aprovechamiento y nuestras abuelas, más escueta y gráficamente, llamaban revuelto de sobras.

Y vamos a ver ¿Quién osa despreciar una buena “ropa vieja” bien aliñada uno o dos días después del cocido del que nació? O tantos de esos platos que acaban de recibir  unos pequeños o grandes toques de condimentación y un paso por el fuego para calentarlo “como Dios manda” y volver a ser gozados en la mesa tanto o más que el día anterior.

Pues también la voz hay que calentarla antes de salir al escenario. Mimica parecía no haberlo hecho adecuadamente; al inicio del recital su voz resulto un tanto destemplada y hubo inseguridad y vacilación en le afinación. A lo largo del programa se fue templando y eso se pagó con aplausos; la afinación… eso no tiene precio.

Decíamos antes que la mayor, más cálida y espontánea ovación se la llevó Marcos Madrigal tras su gran interpretación de las tres piezas de Lecuona. Desde estas líneas me sumo totalmente a ella , pues estimo que si tratamos de valorar lo mejor de la noche se acercó mucho a ese techo, si es que no lo superó.



Marko Mimica

08 octubre, 2024

Señor, Señor ¿Por qué; …

 




A Coruña, Teatro Colón, 29 de septiembre de 2024. L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti, con libreto de Felice Romani. Estreno, 12 de mayo de 1832 en el Teatro alla Canobbiana, Milán.

Reparto: Adina, Ruth Iniesta, soprano; Nemorino, Ramón Vargas, tenor; Belcore, Damián del Castillo, barítono; Dulcamara, Luis Cansino, barítono; Giannetta, Susana García, soprano.

Equipo técnico y artístico: Diseño de escenografía y dirección escénica, Víctor García-Sierra. Vestuario, Marco Guyon. Iluminación, Stefano Gorreri. Regidor, Jaime Rodríguez Roa. Producción, Nausica Opera International. Maestro repetidor, Damiano Ceruti. Coro Gaos; director, Fernando Briones. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director musical, Guillermo García Calvo.

 

...sí, por qué siempre el tocho? Tambien central, también giratorio y también movido a brazos y piernas de figurantes?

A ver: la escenografía no cabía en el escenario; así, sin matices. Un serio problema derivado de que una producción diseñada para el gran escenario de un teatro no cabe en el más pequeño de otro. De cajón; porque esto es como cuando se hace una mudanza, pongamos por caso, de una casa de 200 metros cuadrados a una de 100: que los muebles no caben ni medio bien y si los conservas y usas todos, andas tropezando con ellos por todas partes.

Quizás la  solución habría sido prescindir de las partes menos importantes o significativas para facilitar la circulación por el escenario. Pero claro, eso choca con este horror vacui, que Dios confunda, tan abundante entre tantos directores de escena (que Dios confunda también).


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Dulcamara haciendo mutis por el cielo, mientras
la compañía le despide desde alrededor y dentro del tocho

Tampoco, en ningún momento se llegó a comprender por parte de espectadores, aficionados, melómanos y operófilos con los que pude cambiar impresiones la (im)posible relación entre el circo que todo lo ocupaba y la trama de la ópera. O las de esos figurantes que entran y salen por el patio de butacas (con la excepción de la banda. Que, al fin y al cabo, lo suyo es desfilar entra la gente.

Escenografía y dirección escénica crearon un ambiente, como pueblo en fiestas, en el que se desarrollaron el enamoramiento un tanto tontorrón de Nemorino y  las andanzas más venatorias que venéreas (referidas a Venus como diosa del amor ¿eh?) de su amada, Adina, a la caza  de un marido que la saque de allí. Llámese Nemorino, sargento Belcore o cualquier otro con lo que antes se llamaba suficientes posibles.

Y es que así se veían las cosas entonces, antes de los avances debidos a tantas luchas por la igualdad. Luchas que aún hoy han de seguir librándose ante la horda de inquisidores de toda laya, cuya invasión y creciente dominio político y social ya nos invade e intenta anular tales avances. Y menos mal que al final triunfa el amor verdadero gracias a la insistencia de nuestro Nemorino.

Siguiendo con la escena, tampoco parece muy justificada la actuación -bien meritoria por otra parte- durante el transcurso de la acción propia de la ópera de varios de unos artistas circenses que, no solo no aporta nada al desarrollo teatral de la ópera, sino que más bien distraen de dicha acción. Y no solo en situaciones corales, sino también en escenas entre los protagonistas o entre estos y los comprimarios.

También distrajo, y mucho, que  fuera visible por el público la retirada todos de elementos del decorado para despejar el escenario y dar paso a lo mejor de esta puesta en escena: la oscura soledad de Nemorino de la que fluyó de la mejor forma posible Una furtiva lacrima. Ese ambiente de vacía sencillez fue el mejor marco para el mejor cuadro de la representación.

Por fin pudimos escuchar a Ramón Vargas cantar una ópera en A Coruña. Con sus arias, cavatinas, dúos, escenas y demás. El debido pago de la deuda contraída por el tenor mejicano con la afición coruñesa en su debut en el Teatro Rosalía (ver crítica aquí). Fue la del domingo 29 una actuación soberbia en lo vocal, demostrando que cuando se unen calidad y oficio al público le llega lo esencial: la emoción, la materia misma de la que está hecha la música. Una furtiva lacrima tuvo en su voz una gran versión y emocionó.

Lo que no justifica la costumbre de pedir bis en cuanto hay una gran interpretación individual, que parece haberse instalado hace ya algún tiempo en A Coruña. Concretamente desde que el maestro Leo Nucci (a quien algunos llamamos desde entonces El Gran Bisturbador, aunque no haya sido retratado por Dalí) lo regalara hace años en el Teatro Real de Madrid y con posterioridad allá por donde cante su Rigoletto, también aquí. Pienso que la petición de bises debería quedar reservada no a las grandes interpretaciones, sino a las enormes. Y a ser posible, solo a las sublimes.


Nemorino y Adina, en el tocho, con las meritorias acróbatas


De entre los protagonistas y comprimarios, solo la actuación de Vargas y la de Luis Cansino pueden ser calificadas como buenas o muy buenas. La de este último fue más que notable por su buen dominio los recursos vocales y su grandísimo dominio de los escénicos. Grandioso por intensidad teatral, su dúo con Vargas en el segundo acto.

Del resto, la Adina de Iniesta tuvo una buena encarnación teatral, otorgando a su Amina un carácter entre ingenuo y algo picaruelo. Tuvo alguna irregularidad vocal, con una cierta tendencia (más bien, una tendencia cierta) al grito en los agudos. Del Castillo cumplió en su Belcore, pero con bastante falta de matices vocales y actorales. En cuanto a García, a su Giannetta le faltó algo de volumen y proyección, destacando más en la parte teatral.

Y llegamos a los cuerpos colectivos. Al Coro Gaos le faltó equilibrio precisión y hubo momentos en os que la afinación se resintió algo. También hubo un notable desequilibrio entre voces masculinas y femeninas, sobresaliendo demasiado.

Uno tiende a pensar que este coro tiene el problema de todas las actividades artísticas para aficionados, el generalizado gran predominio de mujeres. Y claro; no vas a impedir actuar a quienes se han esforzado asistiendo durante semanas o incluso meses -que esto de la ópera es así- a los ensayos que has programado.


Belcore, a la conquista de Amina
ante la mirada de  Giannetta y las mujeres del coro


Pero no; al parecer, esto no fue así con el Coro Gaos y L’elisir.

Cuando después de la función sabes que el coro tuvo problemas porque no entendía las indicaciones del director musical. Y cuando luego te enteras, por dos fuentes distintas y solventes, de que en realidad no hubo ensayos con el coro propiamente dicho, sino que cada miembro hubo de prepararse su papel en casa, comprendes que no fue cuestión de no castigar sin actuación a quienes acudieron a los ensayos, no.

Fue otra cosa, entonces.

La Orquesta Sinfónica de Galicia pasa por momentos difíciles, como se ha podido leer en toda la prensa local y escuchar en la radio las últimas semanas. Su actuación el L’elisir, sin embargo, tuvo otros problemas. Muy otros; los derivados de la “peculiar acústica” del Teatro Colón y la posibilidad de espacio del foso (iba a escribir posibilidades, pero no caben; no en el foso del Colón).

Esto es y ha sido siempre así y el desequilibrio entre percusión vientos y cuerda, siempre desfavorable a esta, es inevitable por mucho que el director musical ponga todo su oficio y experiencia para tratar de evitarlo. García Calvo hizo lo que pudo; que no es demasiado.

En resumen, una buena función de ópera con unos cuantos aspectos “manifiestamente mejorables”. Esta es una expresión que, seguramente, solo los más viejos recordaremos ¡como título de una ley! de la época de la Transición (Ley 34/1979, de 16 de noviembre, sobre fincas manifiestamente mejorables). Qué cosas, ¿no?