A Coruña, Palacio de
la Ópera, 8 de septiembre, La bohème, de Giaccomo Puccini, con libreto
de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa (Estreno, Teatro
Regio de Turín,01.02.1896, diector, Arturo Toscanin). Reparto:
Rodolfo, Celso Albelo, tenor; Mimí Miren Urbieta-Vega, soprano; Marcello,
Massimo Cavalletti, Barítono; Musetta, Helena Abad, soprano; Schaunard,
ManuelMas, barítono; Colline, Simón Orfilla, bajo-barítono; Benoît-Alcindoro;
Matteo Peirone, barítono; Parpignol, Pablo Carballido del Camino, tenor;
Sargento, Jacobo Rubianes, Barítono; Doganiere, Alfonso Castro, barítono.
Orquesta Sinfónica de Galicia; Coro Gaos; Coro Infantil Cantabile; Banda
interna, Orquesta Gaos. Dirección musical, José Miguel Pérez-Sierra; Dirección
escénica y escenografía, Danilo Coppola; Iluminación, Lisa Leone; Vestuario, no
consta en el programa de mano; Regidor, Jaime Rodríguez; Aydte regiduría,
Paula Cobián; Producción del Luglio Musical Trepanese.
Como ya sabemos -o a estas alturas, al menos, ya deberíamos saberlo – hubo una época hace años -ya unos cuantos- en la que la ópera fue una dictadura de los directores musicales y antes, mucho antes, la de los cantantes divos y divas o con pretensiones de serlo. Actualmente nos encontramos en lo que podríamos llamar la era de la dictadura de los directores de escena (o dictablanda, según poderío e influencia), coexistente y/o connivente con la de las agencias artísticas: esas que dificultan hasta casi impedir la presencia de nuestros cantantes líricos en los escenarios españoles. Suele ser excepción habitual la de esta Temporada Lírica de A Coruña, que en esta producción de La bohème presenta nada menos que un 70 % de cantantes españoles entre solistas y comprimarios.
Pues bien, dentro de las tendencias existentes entre la
actual “nomenklatura” de los directores-de-escena-escenógrafos-etc.,, hay una
de un pretendido realismo, que se proyecta bien en la escenografía, en el
vestuario, en la dirección actoral o en algunos de estos elementos de las
producciones operísticas.
…que marchas para no volver
Hay en la producción de esta Bohème un cierto realismo en el
vestuario que no termina de casar con la escenografía. El elemento central -muy
central y mucho central, que diría aquel- es una gran cúpula acristalada que,
movida a lomos de figurantes, acoge, separa o incluso aísla a protagonistas,
comprimarios y grupos según momentos de la acción. Bien intentando una
clarificación de ambientes y espacios, bien pretendiendo un cierto simbolismo
que brota de la dramaturgia de la obra.
La compañía ante el tocho central. (Foto Alfonso Rego) |
Pues no, mire usted; no. La clarificación de espacios deviene
en apelotonamiento de grupos -algo casi imposible de evitar cuando el elemento
principal de la escenografía es tal y tan graaaande tocho central- y el
pretendido simbolismo brilla por su ausencia.
Esto es especialmente cierto en el momento cumbre de la obra,
la muerte de Mimí. Espero no destripar el final a nadie con estas palabras,
“muerte de Mimí”; al fin y al cabo, mientras empiezo a redactar esta crítica
algo descreída de sí misma se está desarrollando la segunda función. Y, qué
caramba, oiga: que La bohème es una de las óperas favoritas del público
de A Coruña y de las más repetidas en esta ciudad y ya sabemos lo que pasa y
cómo acaba ¿no?
Urbieta-Vega y Albelo en el lecho de muerte (Foto Alfonso Rego) |
Pues eso.Que, en unas declaraciones previas al
estreno, Danilo Coppola definía el tocho central como «Una bola de
vidrio, un microcosmos de juventud y fragilidad que se va agrietando con la
nieve del tercer acto hasta romperse con la muerte de Mimí, símbolo del fin de
la juventud». Pues, al menos en la primera función (domingo 8) la bola no se
rompió, lo que permite pensar que esa frase podría ser justo eso: una bola de
don Danilo, vamos.
O quién sabe: quizás pasó como en algunas funciones
aficionadas del Tenorio en las que un actor no logra sacar su espada y se le
encasquilla la pistola (visto en este mismo escenario por el que suscribe años
ha). O como en aquella legendaria en la que acaba matando de una patada en mal
sitio a su rival, quien moría diciendo “¡maldición, la bota estaba envenenada!”.
Un verdadero monumento a la morcilla, tan teatral y española ella.
Me quedo en cualquier caso con aquella producción propia de
Amigos de la Ópera que gozamos hace ya años en dos temporadas distintas. ¿Será
cosa de la edad o tal vez añoro esa coherencia que se marchó para no volver? A
saber.
Cantantes actuando – actores cantando
Partiendo de la premisa de que la ópera es teatro cantado,
aunque hay quien piensa que es canto teatralizado, el movimiento de grupos fue el
único posible: girando perimetralmente alrededor (sustantivo?) del antedicho tocho.
A destacar el hecho de que el Coro Infantil Cantabile, dirigido por Pablo Carballido,
cantó agrupándose ¡y moviéndose! alrededor del personaje de Parpignol, más que
dignamente encarnado por este. Al Coro Gaos no podremos achacarle su habitual
quietud en el momento de cantar; esta vez era imposible moverse más.
La dirección de actores en protagonistas y comprimarios fue, todo
lo consabida y plana a lo que por desgracia perecen querer acostumbrarnos
algunos “registas”; mejor en movimiento que en expresividad facial o corporal,
aspecto en el que, como viene siendo habitual, semejó dejado a la habilidad o
ideas propias de cada cantante.
La Orquesta Sinfónica de Galicia fue cimiento de toda la obra, con un sonido compacto y bien empastado en secciones y tutti y las habituales grandes intervenciones solistas, rayanas en la excelencia las de maderas: flauta, oboe y clarinete dieron fe de la altísima calidad acumulada en sus atriles.
Pérez-Sierra tuvo dificultades para controlar su potencia
sonora en los forte -o su criterio inlkuía estos excesos dinámicos- llegando
a tapar en más de un momento la voz de los cantantes solistas. A cambio nos
brindó momentos de gran emoción en los pasajes más íntimos de esta Bohème
en la que las huestes de Euterpe volaron por encima de las de Melpómene.
Orquesta Sinfónica de Galicia (foto de archivo, cedida por la OSG) |
Cantantes cantando.
La gran protagonista de la noche fue sin duda -y así lo
reconoció el público en los aplausos finales- Miren Urbieta-Vega. Su Mimí
recorre con impecable expresión, -tanto dramática como lírica- el difícil camino
de la piccina y tímida bordadora vecina de los bohemios al lecho
mortuorio, finalmente abatida por la maldita tisis.
Celso Albelo, a quien tanto se admira y quiere en esta ciudad, ha dado el paso de abandonar el arroyo del bel canto para dejarse llevar por la potente corriente del repertorio lírico puro. En ello ha ganado quizás solidez interpretativa, pero se ha dejado en la gatera del cambio -junto a unos cuantos kilos- bastantes pelos de potencia sonora y del color y brillo que lo caracterizaban. Su interpretación dio el personaje de menos a más, finalizando brillantemente con su desesperación por la muerte de Mimí.
Escena ante el Momus, acto II. (Foto Alfonso Rego) |
Los tres barítonos-bohemios dieron correctamente sus papeles,
destacando el sentimiento de Orfila en su Vecchia zimarra y su conocida
y siempre apreciada solidez a lo largo de toda su interpretación, libre del molesto vibrato de algunos de sus compañeros. La Musetta de Helena
Abad tuvo bastante de la picardía que requiere el personaje, aunque le faltó
algo de “chicha” en los registros medio y grave y de potencia para hacerse oír
en los concertantes. Ojo también a sus apoyos algo más traseros de lo que sería de desear. Los comprimarios cumplieron muy dignamente sus papeles.
Como decía arriba, es esta una crónica un tanto informal; no por
criterio, que ese se mantiene firme, cuanto por el tono familiar y relajado con
el que ha sido escrita. En cualquier caso, la crítica de ópera requiere cierta
extensión por sus aspectos teatrales y musicales y un cierto esfuerzo por parte
de quien la escribe. Y de quien la lee, me temo; gracias por llegar hasta aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario