A Coruña, Teatro
Colón. Ciclo“O son das letras”de la Deputación da Coruña. Clara Jelihovschi,
soprano; Marianna Prjevalskaya, piano. Programa: Giuseppe Verdi, Bolero di
Elena (de I vespri siciliani); Giacomo Puccini, Un bel di vedremo
(Madama Butterfly) y Tu che di gel sei cinta (Turandot);
Marianna Prjevalskaya, Valse à la manière de Ravel para piano solo; François
Poulenc – Jean Anouill, Les chemins de l´amour; Alexander Scriabin, Estudios
op.8 para piano solo, núms. 4 y 5; Píotr Ílich Chaikovski, Romanza op.
47 nº 6, Den li tsarit?; José Baldomir – Salvador Golpe, Meus amores;
Juan Durán – Rosalía Castro, Lúa descolorida (del Tríptico rosaliano);
Milagros Porta – Celso Emilio Ferreiro, Triptico gallego; Cláudio
Carneiro – Rosalía Castro, Campanas de Bastabales; Juan Durán, Intermedio
para piano solo nº 5, De mis soledades vengo... ; Margarita Viso
Soto – Manuel Leiras Pulpeiro, O mar; Federico Mompou – Ramón Cabanillas,
Aureana do Sil; Juan Montes – Salvador Golpe, As lixeiras anduriñas;
Rosendo Mato Hermida – Alfonso R. Castelao (arreglo de Juan Durán), Lela.
Alexander Scriabin tenía esa variación de la percepción
sensorial o cognitiva llamada sinestesia, la activación involuntaria y de por
vida de una vía sensorial o cognitiva adicional en respuesta a estímulos
específicos. Los sinestésicos refieren como“emociones placenteras”las que
acompañan a esta doble experiencia sensorial. A partir del s. XX se experimentó
con LSD y otras drogas, logrando sensaciones semejantes, pero claramente distinguibles,
precisamente, por su falta de espontaneidad y persistencia en el tiempo.
Alguna de estas dobles sensaciones causadas por una sola realidad
pudimos sentir los asistentes al concierto de Jelihovschi y Prjevalskaya del
pasado sábado 25 en el Teatro Colón de A Coruña en la segunda aria del programa
-Un bel di vedremo, de Madama Butterfly-, provocada, bendita
provocación, por Clara Jelihovschi. La soprano de origen moldavo [i] hizo comprender, más allá de la letra y sin necesidad de entender
esta, el mensaje de ilusionada esperanza que Cio-Cio San canta a su hijo.
Con esta comprensión -que se pudo sentir con solo su canto y
su expresión gestual- transmitió la más honda emoción, que algunos sentimos punzante;
casi física. Jelihovschi regaló así la emoción contenida, tanto en las tres arias
(inmenso el dramatismo con el que expresó Tu que di gel sei cinta, de Turandot
) y dos romanzas de la primera parte como en las canciones de autores
gallegos de la segunda.
Todo con el mayor respeto al estilo y características de cada
autor y trascendiendo de la lectura literal de texto y música; es decir, la
verdad de cada obra, lo que los autores quisieron decir con ellas. Más allá de
las condiciones físicas del momento y respetando la partitura, la música voló por
el teatro con las alas de la emoción.
Fue un gran concierto en el que ambas intérpretes dieron lo
mejor de sí mismas. Jelihovschi tiene potencia y proyección para llegar a cada
lugar del teatro y aunque su brillo habitual pudo verse amenazado en algún
momento, su técnica le permitió salvar cualquier escollo físico a favor de la
expresión.
Prjevalskaya fue en todo momento más compañera que mera
acompañante, destacando su primoroso cuidado de la soprano a través de la dinámica
y la expresión. Las obras para piano solo que interpretó brillaron con luz
propia en un programa cuidadosa y equilibradamente construido.
Marianna Prjevalskaya demuestra siempre una técnica impecable y aun poderosa, con un cuidadísimo empleo del pedal, que le permite establecer gran claridad de líneas y con una gama aparentemente interminable de colores sonoros. Su adaptación estilística es idónea y así, en los estudios de Scriabin, pudo transitar con alada ligereza por el camino a la trascendencia del autor ruso, siempre poblado de íntimas tormentas y luz.
En la segunda parte, su interpretación del Intermedio núm.
5 para piano solo “De mis soledades vengo”hizo brillar en todo su valor la obra
escrita para ella por Juan Durán. Este intermedio núm. 5 es muy pianístico, permitiendo -y aun reclamando-
el lucimiento de la intérprete. Tras una meditativa introducción, llega una
primera sección de gran brillantez que va difuminándose como el sol en la niebla
costera de una tarde de agosto gallega. Luego, la vuelta de la luminosidad al
teclado y las breves interrupciones causadas por momentos de cierta oscuridad
desembocan en una aceleración, como de inicio de fiesta, antes de su brillante
final. La adecuación de la obra a la intérprete y de esta a aquella fue idónea en
todo momento.
El concierto incluyó una más que agradable sorpresa en su primera
parte, el Valse a la manièrè de Ravel, de la propia Prjevalskaya. Una obra
encontrada en un CD perdido durante años, que la pianista compuso con veinte
años, mientras estudiaba en Inglaterra un curso de composición.
La obra rememora muy bien el estilo del autor vascofrancés (en
un curso de composición hay que conocer el estilo y la obra de los autores precedentes)
pero que también resume de modo paradigmático la personalidad pianística de su
autora. Yoda la fuerza que Prjevalskaya tiene por escuela y toda la transparencia
y delicadeza de la que hace gala en sus interpretaciones están en esta auténtica
delicia de poco más de cuatro minutos
El concierto tuvo una calurosa acogida por parte del público
del Colón., que premió a sus intérpretes con una muy cálida y aún más merecida
ovación; en A Coruña ha nacido un dúo. El tiempo da y quita razones, pero deseo
y confío en que su actividad se prolongue en el tiempo y que obtenga el éxito
que, con su calidad y trabajo, merece y seguro que merecerá.
[i] Vaya desde aquí nuestra solidaridad con el
pueblo de Moldavia, en estos momentos de dura incertidumbre.
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